Qué difícil es organizar una sociedad humana. La propia historia universal nos habla de esa misma complejidad y de que, bajo las diversas formas culturales, subyacen parecidos mecanismos de resistencia y dominación: esa vieja y sempiterna lucha de clases con todos sus aditamentos de etnia, posición económica y desarrollo cultural. Decía Richard Leakey que lo que diferencia a las complejas sociedades de hormigas de las humanas, es que las hormigas construyen complejísimas catedrales llenas de conductos, pasadizos y estancias funcionales adecuadas a sus usos distintivos, pero no podían dejar de construirlas porque no tenían ninguna otra opción. Las humanas, sin embargo, podían decidir entre diferentes formas de desarrollo cultural y social evolutivo, y, según su mayor o menor adaptación al medio, habían conseguido evolucionar de uno u otro modo. Sin embargo, ese libre albedrío subyacente en la concepción cristiana de Leakey choca con la demostrada limitada capacidad adaptativa humana al desarrollar sus propias sociedades, de tomar sus propias decisiones, de elegir su propio destino.
Quizá la lección más importante de Iván Marín sea esa limitación que su sugerente y documentada investigación demuestra con respecto a la siempre finita capacidad humana de decidir sobre la sociedad que se quiere desarrollar: la campana y la policía, la policía y la campana son dos de esos componentes simbólicos que al tiempo que construyeron esa particular idiosincrasia castellana, limitaron su capacidad de desarrollo social a los estrechos márgenes que les otorgaron esos dos elementos. Las nuevas sociedades castellanas de tiempos de la conquista contra los musulmanes o de tiempos de la invasión en América, trasladaron esos mismos símbolos como eficaces limitadores de su desarrollo social. Bucear, como propone Marín por medio de Miura, en las sociedades castellanas medievales, es aprehender y comprender los mecanismos de dominación que se pusieron en práctica en América durante el proceso de invasión de esos territorios: la policía y la campana, la campana y la policía.
Marín manifiesta de manera evidente que la política integral de la monarquía castellana tuvo que atender a dos principales requerimientos: el derivado de la necesidad de invadir, conquistar y sujetar el territorio y, por otro lado, el derivado de tener que sujetar y controlar a los que habían invadido y sujetado el territorio. Una tarea ardua para la que la Corona contó, al principio, con una auténtica patulea de desalmados codiciosos que, aplicando, sin aun saberlo, la libérrima táctica del laissez faire, depredaron, destrozaron y sometieron a unas poblaciones con unas culturas tan complejas y adaptadas de tan eficiente manera a ese territorio que ni en los trescientos años posteriores de dominación lograron los castellanos ni tan siquiera conseguir emularles.
En la segunda parte, como nos narra Marín, la Corona trató de controlar a los que habían invadido y sujetado el territorio, al tiempo que mantenía el control sobre las poblaciones originarias. Para ello, intentó elaborar una política “integral” fundamentada en el ordenamiento político y social de la población: controlar las repúblicas de indios por unos funcionarios fieles, los corregidores, que desplazarían a los encomenderos, y al tiempo reforzar el poder temporal de la Audiencia con el poderoso aditamento del poder espiritual. No calibró, sin embargo, el poder temporal, que el espiritual no iba a convertirse en una simple comparsa: que e staba allí t ambién para gobernar y lucrarse del t rabajo ajeno y que tenía su propia visión de la policía y de las campanas. No en vano, la Inquisición, un órgano nacido del poder político para controlar el poder religioso, acabaría convirtiéndose en un órgano del poder religioso para controlar el poder político. Y en una sociedad con una Corona bajo la égida del Imperium Limitatum, los diferentes poderes en conflicto para lograr la hegemonía social, no tenían más remedio que negociar tras el conflicto.
Si hubo siempre una constante entre todos estos poderes, como dijo Manuel Lucena, f ue que los invasores tenían p erfectamente claro que querían la t ierra, pero que no estaban dispuestos a trabajarla. Marín nos muestra cómo el conflicto de Tomás López Medel, Luis Zapata de Cárdenas y Antonio González forma parte de este estrepitoso proceso de engranaje, unión y conexión de unas piezas que, una vez que encajaron, funcionaron durante doscientos años más, y nos enseña que para comprender a los actuales caciques, debemos volver la vista a esos encomenderos, luego corregidores, luego gamonales, que con diferentes aspectos, formas y maneras, a menudo mantuvieron los mismos apellidos. Marín nos da claves, en definitiva, para entender la compleja historia de la humanidad mediante ese invaluable regalo de unos Friede, Konetzke, Torres o Aguado, que quisieron salvaguardar esa memoria de unos acontecimientos que Iván Marín cose con indudable maestría y que nos muestra todo lo que nos hace ser aún lo que hoy somos: policía y campana.
Resenhista
Justo Cuño – Universidad Pablo de Olavide, España. jcubon@upo.es.
Referências desta resenha
TABORDA, Jorge Iván Marín. Vivir en policía y a son de campana. El establecimiento de la república de indios en la provincia de Santafé, 1550-1604. Bogotá: ICANH, 2021. 417 pp. Resenha de: CUÑO, Justo. Fronteras de la Historia. Bogotá, v.27, n.2, 2022. Acessar publicação original.
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