Compromiso militante y producción historiográfica. Hernán Ramírez Necochea y Julio César Jobet (1930-1973) | Gorka Villar Vásquez

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Gorka Villar Vásquez | Imagem: Researchgate

El libro que presentamos estudia la producción historiográfica de Hernán Ramírez Necochea (1917-1979) y Julio César Jobet (1912-1980), a propósito de sus compromisos militantes en los partidos Comunista y Socialista de Chile, respectivamente. Lejos de reproducir lugares comunes sobre ambos historiadores, esta obra –escrita en el marco de una tesis de magíster en Historia– aborda de manera prolija, metódica y fundamentada a dos exponentes de la historiografía marxista clásica. De esa manera, Gorka Villar nos propone tomar distancia de visiones reduccionistas y homogeneizadoras con respecto al pensamiento histórico de ambos intelectuales, así como de esfuerzos apologéticos en su defensa. Por el contrario, nos invita a comprender la relación entre producción historiográfica y compromiso político de manera contextualizada, examinando complejos espacios de disputa sociopolítica en el siglo XX chileno, como lo eran el campo académicohistoriográfico y la opinión pública.

Compromiso militante y producción historiográfica…, se extiende desde 1930 – década en que ambos historiadores iniciaron sus estudios en la Universidad de Chile, así como sus respectivas militancias políticas– hasta el golpe de Estado en 1973, que significó una fractura irreparable de la comunidad democrática chilena en la que participaron Hernán Ramírez y Julio César Jobet. A lo largo de cinco capítulos, esta obra nos muestra el modo en que los historiadores se encuentran vinculados a diferentes espacios culturales y sociopolíticos, permitiéndonos conocer desde diferentes ángulos los contextos de producción de la historiografía chilena en el siglo XX. En ese sentido, Gorka Villar argumenta que, si bien ambos historiadores marxistas fueron militantes e influidos por sus compromisos políticos, también tuvieron la capacidad de incidir en sus partidos, al mismo tiempo que eran respetados académicos de la Universidad de Chile y fueron influenciados por la historiografía liberal de 1930 (p. 20). Estamos en presencia, entonces, de un fenómeno complejo situado en el siglo XX chileno que guarda varios niveles y ejes de análisis, vinculados a la historia intelectual, a la nueva historia política, a la historia de la historiografía y a los usos políticos de la historia.

El autor advierte, en efecto, que la participación de historiadores en la legitimación de los fundamentos ideológicos e identitarios de agrupaciones políticas, a través de la argumentación histórica, ha sido escasamente investigada en nuestro país, además de ser un fenómeno que cruzó a historiadores de todo el espectro político, expresión de un uso político de la historia. Julio Pinto ha demostrado con claridad que la política y la historiografía en Chile no solo estuvieron estrechamente vinculadas en el siglo XX, sino que esa proximidad ha sido una de las características más significativas de la historiografía chilena5 . En ese sentido, Hernán Ramírez y Julio César Jobet formaron parte de esa tradición, desde ahí representaron y le atribuyeron características sobresalientes e influencias ideológicas a personajes históricos nacionales que no necesariamente tenían. Fue el caso de Ramírez con Luis Emilio Recabarren, de Jobet con Santiago Arcos, o de ambos con José Manuel Balmaceda.

Permítasenos una pausa para ahondar en este punto. Lo anterior es fundamental en un contexto discursivo que expresa la relación entre compromiso político y producción historiográfica. Una disputa que enfrentó a ambos historiadores marxistas, pero que también los opuso con otros de distinto signo ideológico-político, como Alberto Edwards, Francisco Antonio Encina o Jaime Eyzaguirre. En definitiva, el ejercicio que hicieron Hernán Ramírez y Julio César Jobet con José Manuel Balmaceda, no distó demasiado del que ya habían hecho anteriormente, por ejemplo, Edwards o Encina con la figura de Diego Portales6. La utilización de figuras de relevancia política en la historia de un país es un fenómeno extendido en Occidente, al menos desde la Revolución francesa en su versión moderna7. Michel Vovelle habla de una “fabricación heroica”, ya que ningún individuo o grupo humano nace “héroe” –es decir, una figura histórica con características sobresalientes susceptible de utilización política– por el contrario, su existencia esconde una operación simbólica8 . Una operación, muchas veces inconsciente, que estriba en retocar la personalidad histórica de una figura –como Diego Portales, José Manuel Balmaceda, Luis Emilio Recabarren o Santiago Arcos–, mostrándolo como alguien predestinado, autor de una proeza diferenciadora de sus pares y/o con una conducta ejemplar a seguir9 . Estas dimensiones son las que posteriormente enfrentarán a las distintas visiones historiográficas que disputarán la valoración de la figura en cuestión. En otras palabras, se trata de herramientas simbólicas de legitimación política, que llevan consigo valores e ideas y, sobre esa base, pueden ser instrumentalizadas discursivamente en la esfera pública para justificar determinados proyectos políticos10. ¿Por qué, entonces, en líneas generales Alberto Edwards o Francisco Encina han sido elogiados copiosamente por sus originales interpretaciones, mientras que Hernán Ramírez o Julio César Jobet han sido denostados y calificados de ideológicos? Sin lugar a duda, esa pregunta demanda una investigación específica y diferenciada, pero es este tipo de cuestionamientos a los que invita el libro Compromiso militante y producción historiográfica….

Gorka Villar demuestra que es consciente de esta problemática al explicitar la importancia de atender en especial a “elementos vinculados a las representaciones, ponderando de la mejor manera posible las identidades partidarias y la producción simbólica de los partidos políticos” (p. 19). En ese sentido, toma por base a Eric Hobsbawm, quien habla de una tradición inventada, es decir, un ejercicio precisamente de naturaleza simbólica cuyo objeto no es otro que establecer como legítimos, ciertos valores específicos (p. 20). En este aspecto, el autor no sobrecarga la obra con categorías de análisis, discusiones teóricas o conceptuales innecesarias, muy por el contrario, las ordena de forma clara y funcional para la investigación, con el propósito de definir la relación entre intelectuales y compromiso político, explorando a François Dosse, Antonio Gramsci, Pierre Bourdieu, Max Weber, Giovanni Sartori o Clifford Geertz (pp. 17-21).

En la misma línea, define con claridad los objetivos de la investigación, así como la metodología empleada para ocuparse de cada uno de ellos. Como hemos adelantado, el objetivo general del trabajo no es otro que “comprender la vinculación entre las interpretaciones históricas de Hernán Ramírez Necochea y Julio César Jobet y sus respectivos compromisos militantes entre 1930 y 1973” (p. 21). A partir de ahí traza cuatro objetivos específicos, a saber: 1) “analizar los antecedentes historiográficos que prepararon la irrupción de la historiografía marxista ‘clásica’ en la academia chilena”; 2) “identificar a los representantes de la generación ‘marxista’ clásica y definir sus principales características”; 3) “caracterizar la construcción biográfico-intelectual (política y académica) de Hernán Ramírez Necochea y Julio César Jobet” y, 4) “analizar las simetrías y asimetrías de los planteamientos históricos y políticos de Ramírez y Jobet en su producción historiográfica” (p. 21). En términos metodológicos, respecto de las fuentes empleadas y los ejes de análisis, cada uno de estos objetivos es abordado de manera esquemática y diferenciada a lo largo de los capítulos de la obra. La estructura del libro obedece a ese minucioso orden.

El capítulo I, “Una aproximación a la historia de la historiografía en Chile desde 1900 a 1950”, da cuenta del primer objetivo y considera los antecedentes que precedieron el advenimiento de los historiadores marxistas clásicos en el campo historiográfico chileno. Para lograr ese propósito, Gorka Villar realiza un balance general de las obras producidas por la historiografía nacional entre 1900 y 1950, exponiendo su progresiva apertura hacia los estudios de sectores populares y de estructuras económico-sociales, donde el marxismo fue importante, aunque no determinante. Analiza de manera contextual el campo de producción de cada autor, considerando diferentes elementos constitutivos de su concepción histórica, como el espacio geográfico, tiempo histórico o ideología a la que adscribían. En ese escenario, el capítulo nos muestra en un rol protagónico a la segunda generación de historiadores liberales, profesores de la Universidad de Chile que influyeron notablemente sobre ambos jóvenes historiadores marxistas. El interés de esta generación en estudiar al bajo pueblo y las estructuras socioeconómicas del país se habría fundado en el miedo ante una posible revuelta popular susceptible de devenir en una crisis social y política, como fue el caso de Domingo Amunátegui Solar (pp. 35-37). Asimismo, otro grupo de historiadores liberales se habría orientado a promover un modelo historiográfico sintético e interpretativo, como fue el caso de Guillermo Feliú Cruz, quien respaldó y dirigió las tesis de grado de Hernán Ramírez y Julio César Jobet, además de luego escribir el prólogo de sus primeros libros (pp. 38-40). En otras palabras, el primer capítulo identifica las corrientes culturales, políticas y sociales de las que se impregnó la “escuela marxista clásica”, a través de las cuales sus exponentes identificaron un vacío historiográfico en Chile que era posible de ser examinado por el materialismo histórico.

El capítulo II, “Los historiadores marxistas ‘clásicos’ chilenos (1950-1973)”, atiende al segundo objetivo y caracteriza e individualiza a los representantes de la “escuela marxista clásica”. A través de un exhaustivo balance historiográfico, el autor se propone dilucidar las características que la historiografía chilena, de distintas tendencias, le ha atribuido a los trabajos de dicha “escuela”. En líneas generales circunscritos a calificativos negativos como “mecanicistas” o “teleológicos”, restándole valor historiográfico por su militancia política (p. 23). Sobre esa base, el autor se propone superar ciertos reduccionismos que han entendido la historia de la historiografía en Chile como un cúmulo de errores a corregir. Por el contrario, nos invita a comprender el modo en que los planteamientos historiográficos de Hernán Ramírez y Julio César Jobet se nutrieron del contexto sociopolítico, económico e ideológico de su época y reflejaron –muchas veces inconscientemente– sus deseos, expectativas u horizontes de posibilidades. El autor pone de relieve que ambos historiadores experimentaron la crisis del liberalismo en toda su expresión, desde la Revolución rusa (1917) hasta la Gran Depresión (1929), un proceso que a juicio de los dos anunciaba una nueva era del proletariado (pp. 65 y 73). En ese sentido, el capítulo postula que tanto Ramírez como Jobet se caracterizaron por comprender y vincular el estudio del pasado con una acción política que transformara su presente. De ahí que atendieran a sectores de la sociedad chilena que habrían sido ignorados o marginados a un segundo plano. A juicio de Gorka Villar, ese ejercicio sería fundamental para democratizar al sujeto histórico, permitiendo que la producción historiográfica fuera determinante para formar una conciencia histórica, socialista y democrática (p. 73).

El capítulo III, “Biografías académicas y militantes: Hernán Ramírez Necochea y Julio César Jobet”, se ocupa del tercer objetivo, caracterizando las trayectorias vitales, académicas y militantes de ambos historiadores, para comprender de manera contextualizada el vínculo entre su producción historiográfica y sus respectivos compromisos políticos. Identifica sus concepciones ideológicas previas, influencias teóricas y herramientas metodológicas que incidieron directamente en su oficio historiográfico. Este es uno de los aspectos más originales del libro, especialmente en atención a los escasos estudios respecto de los perfiles biográficos de ambos historiadores. Para esa tarea fue necesario el uso de un amplio abanico de fuentes, como manuales de historiografía nacional, monografías o tesis de grado, pero también documentación específica en función de cada historiador. En el caso de Hernán Ramírez, el autor consultó su ficha en la Sala de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional y en la Dirección de Registro Académico de la Universidad de Chile, además de la biblioteca personal del historiador comunista, donada al Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile. Todo lo anterior fue enriquecido con entrevistas a personas cercanas a él como alumnos, tesistas, ayudantes, compañeros de militancia y su propio hijo. En el caso de Julio César Jobet, el autor se nutrió de abundante correspondencia personal, además de sus escritos en las revistas Occidente y Arauco. El resultado de ese ejercicio es un profundo y equilibrado viaje por ambos perfiles, reparando en sus primeros años de formación, su ingreso como estudiantes a la Universidad de Chile y como militantes a sus respectivos partidos; sus primeras aproximaciones a la investigación histórica, sus relaciones con Guillermo Feliú Cruz, sus roles en la educación pública, además de la publicación de sus libros, artículos académicos y de opinión. Dicho de otro modo, el capítulo nos ilustra el modo en que ambos historiadores obtuvieron conocimientos y experiencias que pondrían a disposición de sus partidos, educando a sus militantes y redactando sus historias oficiales, sin por eso descuidar sus trabajos académicos.

El capítulo IV, “Disputas por la historia de la izquierda chilena…”, se encarga del cuarto objetivo, atendiendo a las diferencias que existieron entre la producción historiográfica de Hernán Ramírez y Julio César Jobet. A través del análisis de sus obras, considera el rol que ambos autores le endosaron a figuras históricas como Luis Emilio Recabarren y Santiago Arcos, respectivamente, en el contexto de disputas políticas e ideológicas orientadas a legitimar los principios de cada uno de sus partidos. Así, por ejemplo, nos muestra el modo en que Jobet afirmaba que Recabarren era en verdad un precursor del socialismo en Chile, fundando el Partido Obrero Socialista (POS) en 1912, con anterioridad a la Revolución rusa; y que además había una relación directa entre las fuerzas progresistas del siglo XIX, entre cuyos líderes se hallaba Santiago Arcos, y el Partido Socialista de Chile (PS), fundado en 1933 (p. 134). Una tesis que Ramírez desestimó categóricamente, sosteniendo que Arcos era liberal; con ello cuestionaba la tradición del PS y sugería que el Partido Comunista de Chile (PC) era el heredero legítimo de las aspiraciones históricas de la clase trabajadora y del socialismo chileno (pp. 136-138). Por otra parte, nos expone el modo en que Hernán Ramírez vinculó a Luis Emilio Recabarren y la fundación del POS, con el PC, fundado en 1922 (p. 148). Una tesis que Jobet criticaría, acusando al historiador comunista de manipular la historia de Chile a favor de su partido, a su juicio, reflejo de la distorsión que los historiadores soviéticos hacían de la historia, insinuando también que Ramírez era censurado desde su partido (pp. 144-145). Con respecto a esto último, Gorka Villar realizó una pormenorizada lectura comparativa entre el manuscrito original de Origen y formación del Partido Comunista de Chile con la versión publicada, sin advertir censura alguna, lo que, sumado a críticas públicas de personalidades comunistas como Orlando Millas, da cuenta de que esa acusación sería infundada (pp. 149 y 239-272). En suma, el capítulo nos revela que ambos intelectuales buscaron legitimar sus respectivos espacios partidarios, construir una cultura política y una tradición para cada uno de ellos, un proceso en el que existieron diferencias significativas en sus interpretaciones históricas.

El capítulo V, “‘Contra la reacción…’”, también se ocupa del cuarto objetivo, esta vez respecto de los puntos en común entre la producción historiográfica de Julio César Jobet y Hernán Ramírez, comprendiendo sus interpretaciones sobre la Independencia de Chile, la Guerra Civil de 1891 y en particular la figura de José Manuel Balmaceda. Así, nos muestra el modo en que ambos subrayaron los factores económicos para explicar la Independencia nacional, criticando duramente los trabajos de Alberto Edwards, Francisco Encina y Jaime Eyzaguirre, quienes destacaban la influencia hispana en la cultura chilena y situaban a la aristocracia como sujeto histórico central en la historia nacional (pp. 158 y ss.). Por su parte, la historiografía conservadora contestó desde la Pontificia Universidad Católica de Chile, con duras críticas especialmente a la obra del historiador comunista, tachándolo de ideologizado, reduccionista y acusándolo de no tener fuentes primarias que respaldaran sus tesis (pp. 168-169). Asimismo, ilustra el modo en que Hernán Ramírez y Julio César Jobet criticaron conjuntamente a la clase dirigente chilena, a la que acusaron de ser complaciente con el capital extranjero, privilegiando sus intereses por sobre los de Chile, y responsabilizándola del subdesarrollo del país. Epítome de esto último habría sido la Guerra Civil de 1891, escenario en el cual ambos historiadores marxistas coincidirían en que José Manuel Balmaceda había sido un nacionalista antioligárquico, antimonopólico y antiimperialista (pp. 173 y ss.). Un relato que más tarde cobraría sentido con el proyecto de la Unidad Popular en 1970, que buscaría la emancipación del imperialismo en el marco de la “vía chilena al socialismo”. En resumen, el capítulo nos presenta, desde otro ángulo, el modo en que la historia es empleada para legitimar operaciones políticas del presente, sus espacios partidarios y construir una cultura política específica. Prácticas que, de ningún modo, fueron exclusivas de los historiadores marxistas clásicos, sino transversales al campo historiográfico chileno.

El proceso demostrativo de los argumentos que nos presenta Gorka Villar se encuentra meticulosamente fundamentado en un riguroso y preciso uso de las fuentes, pero que al mismo tiempo es flexible, permitiéndole examinar varias dimensiones de un mismo problema histórico caracterizado por su complejidad. En las conclusiones del libro, el autor, nos presenta una síntesis organizada y esquemática de las líneas argumentativas más importantes del mismo (pp. 205 y ss.). Concluye que la historia de la historiografía chilena del siglo XX estuvo estrechamente vinculada a los procesos políticos e ideológicos que afectaron a nuestro país durante esa centuria. En particular, en el caso de los historiadores marxistas chilenos, Gorka Villar resuelve que estos elaboraron una argumentación historiográfica sofisticada, acorde a los métodos vigentes, que buscó legitimar sus proyectos políticos y formar una consciencia histórica de tipo socialista y democrática entre sus militantes (p. 210). En ese sentido, también plantea que el golpe de Estado cívico-militar de 1973 tuvo entre sus consecuencias un significativo desconocimiento de los historiadores de nuestro país, en especial de los militantes de partidos de izquierda, quienes en su mayoría fueron hostigados, expulsados y asesinados (p. 210). Finalmente, ofrece nuevas posibilidades de investigación en torno a los estudios de la historiografía chilena, que comentaremos a continuación.

Antes de eso, para contribuir a dichas posibilidades, nos gustaría ofrecer algunas críticas constructivas sobre la obra. Como hemos señalado a lo largo de esta reseña, estamos ante un trabajo sobresaliente en toda regla, por lo cual estas observaciones deben ser comprendidas en un marco de esa naturaleza. Así, en primer término, aunque el autor explicita que no es su objetivo innovar en la categoría de “historiografía marxista clásica”, también señala la infructuosidad de continuar con una taxonomía monolítica de una escuela historiográfica para referirse a los protagonistas del libro (pp. 15, 21), por lo cual habría sido coherente e interesante ahondar en repensar dicha categorización. Asimismo, habría sido deseable indagar acerca de lo que entendían Hernán Ramírez y Julio César Jobet por “marxismo”, especialmente considerando sus respectivos domicilios políticos, si es que tenían diferencias o concordancias en esa materia, teniendo en cuenta, también, el factor de la URSS con respecto al PC y PS. Todavía más importante, a nuestro juicio, habría sido ahondar en lo que ambos historiadores entendían, cada uno, por “democracia” y “democratización”, conceptos invocados por ellos, y subrayados por Gorka Villar de manera sostenida (e.g. pp. 64, 73, 76, 123, 128-136, 166, 198-200, 205 y ss.), pero que no son explicados con toda claridad. Por último, el período 1970-1973 es tratado de manera abreviada considerando la densidad de esa coyuntura sociopolítica; habría sido pertinente profundizar en dicho período respecto de la situación militante e historiográfica de ambos protagonistas. No obstante, el autor es consciente de que es imposible tratar pormenorizadamente todos los temas que ofrece una investigación original como esta. De ahí que ofrezca, de manera explícita, nuevas posibilidades de investigación vinculadas al estudio de la historiografía chilena (pp. 210-211). Entre ellas, profundizar en la relación entre política y producción historiográfica en el siglo XX, situar la historiografía chilena en estudios de Guerra Fría cultural en América Latina, o bien, indagar en la conciencia histórica de los partidos de izquierda en coyunturas específicas.

Esta es una obra que nos invita a reflexionar sobre nuestro oficio, a comprender su ejercicio en el pasado, especialmente en relación con la política, y a pensar el modo en que entendemos hoy la disciplina histórica. De un tiempo a esta parte, se ha consolidado de manera paulatina en Chile y en el mundo, un enfoque cientificista que pretende una historiografía “indexada”, “cuantificable”, “productiva” y por lo tanto “seria”, desafectada de cualquier compromiso. Reconocer explícitamente el vínculo entre historiografía y política hoy es una suerte de tabú. La historiografía chilena nos ha entregado trabajos de incalculable valor y en particular durante el siglo XX, varios de los más notables estuvieron motivados –consciente o inconscientemente– por compromisos políticos, en atención a su contexto de producción. Pero también obedeciendo a los métodos entonces vigentes de producción académica, como en los trabajos interpretativos de Alberto Edwards, Francisco Encina, Hernán Ramírez o Julio César Jobet, por mencionar solo algunos.

En la actualidad no hay grandes proyectos sociopolíticos como sí los hubo en parte importante del siglo XX y la historiografía no puede sino ser pensada desde los problemas del presente. En el mundo globalizado de hoy nos encontramos frente a una crisis de representación, a una crisis de la institucionalidad liberal-democrática y a una crisis ecológica correspondiente con un modelo de desarrollo insostenible. De ahí que, en Chile y en el mundo, ha habido multitudinarias manifestaciones sociopolíticas a lo largo de diversas ciudades, buscando resignificar héroes, derribar estatuas y reinterpretar la historia, con actores que se han identificado con movimientos que van desde el feminismo, hasta el anticolonialismo o el ecologismo, entre otros11. El rol de la disciplina histórica, a nuestro entender, debe ir más allá de la simple indignación o crítica hacia actos de este tipo, por el contrario, nos debería permitir comprender y explicar esta compleja trama de fenómenos que abren nuestro siglo.

En otras palabras, en ningún caso debemos volver a las anquilosadas luchas del siglo XX, pero sí examinar el rol que jugaron la disciplina histórica y los historiadores en el entendimiento de su mundo en tiempos pretéritos, así como el modo en que orientaron su oficio para –con mayor o menor éxito– ayudar a comprender y resolver los problemas de su contexto. A nuestro juicio, en esa dirección debe ser leído el libro de Gorka Villar. Al menos en Chile, la Historia ha cumplido un rol sociopolítico importantísimo a partir del cual –lejos de pervertirse o distorsionarse– se ha nutrido, entregando sofisticados trabajos historiográficos que permitieron a sus épocas comprender, con mejores herramientas, los desafíos que debían enfrentar. En líneas generales, a nuestro modesto entender, hoy la disciplina histórica está lejos de ese camino. El siglo XXI nos presenta desafíos que escapan a las indexaciones o cuantificaciones de productividad académicas vigentes hoy día, y que más bien se vinculan a problemas sociopolíticos complejos en diferentes escalas –globales, regionales y locales– respecto de los que nuestra historiografía aún tiene mucho por decir.

Notas

5 Julio Pinto, La historiografía chilena durante el siglo XX. Cien años de propuestas y combates, Valparaíso, Editorial América en Movimiento, 2016.

6 Alberto Edwards, La fronda aristocrática en Chile, Santiago, Imprenta Nacional, 1928 y Francisco A. Encina, Portales: introducción a la historia de la época de Diego Portales: 1830-1891, Santiago, Editorial Nascimento, 2 vols., 1934.

7 Pierre Centlivres, Daniel Fabre et François Zonabend (dirs.), La fabrique des héros, Paris, Éditions de la Maison des sciences de l’homme, 1999.

8 Michelle Vovelle, La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Crítica, 1989, pp. 132-149.

9 Germán Carrera Damas, “Del heroísmo como posibilidad al héroe nacional-padre de la Patria”, en Manuel Chust y Víctor Mínguez (eds.), La construcción del héroe en España y México, Valencia, Publicasions de la Universitat De València, 2003, pp. 31-49.

10 Marie-Danielle Demélas, “Heros et formation nationale”, en Caravelle n.° 72, Toulouse, 1999, pp. 5-9.

11 Jorge Elices Ocón, “Las Estatuas también mueren. Patrimonio, museos y memorias en el punto de mira de DAESH”, en Locus. Revista de historia, vol. 26, n.° 2, Juiz de Fora, 2020, 425-444 y Anna Brus, Michi Knecht and Martin Zillinger, “Iconoclasm and the restitution debate”, in FHAU: Journal of Ethnographic Theory, vol. 10, n.° 3, Chicago, 2020, pp. 919-927.


Resenhista

Guillermo Elgueda Labra – Pontificia Universidad Católica de Chile.


Referências desta Resenha

VÁSQUEZ, Gorka Villar. Compromiso militante y producción historiográfica. Hernán Ramírez Necochea y Julio César Jobet (1930-1973). Santiago: Editorial Universitaria, 2021. Resenha de: LABRA, Guillermo Elgueda. Historia. Santiago, n. 55, v.1, p.399-406, ene./jun. 2022. Acessar publicação original [DR]

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