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Historia de las Emociones y Emociones con historia/Anuario del Instituto de Historia Argentina/2020

La historia de las emociones no tiene una larga tradición para reivindicar, como sí ocurre con otras áreas de la historiografía. A pesar de su juventud ha experimentado un desarrollo exponencial, que redundó no solo en un frondoso repositorio de publicaciones sino también en la consolidación institucional del campo con la creación de centros de investigación de prestigio internacional.1 En la actualidad existen tres instituciones que lideran la investigación desde Alemania (Geschichte der Gefühle – Max Planck Institute für Bildungsforschung), Gran Bretaña (Center for the History of Emotions – Queen Mary University) y Australia (ARC – Center of Excellence for the History of Emotions). Hace tiempo que, por fuera de esas instituciones, en universidades europeas y norteamericanas surgieron espacios de investigación de diferente magnitud que consolidaron perfiles propios a partir de enfoques específicos y con recortes temáticos y cronológicos particulares.2 Más que de una historiografía de las emociones, en América Latina deberíamos hablar de un campo de estudio en construcción del que participan –con diferente intensidad e influjo sobre sus disciplinas– la sociología, la antropología, la filosofía, la literatura y la historia. Como en otras latitudes, también aquí los investigadores realizan esfuerzos asociativos confluyendo en redes y grupos de estudio como el Grupo de Pesquisa em Antropologia e Sociologia das Emoçoes (Brasil), Grupo de Estudios sobre Sociología de las Emociones y los Cuerpos (Argentina),3 el Núcleo de Estudios Sociales sobre la Intimidad, los Afectos y las Emociones (Argentina), o la Red Nacional de Investigadores en los Estudios Socioculturales de las Emociones (México).

En la Argentina, el interés de los historiadores por las emociones es todavía limitado y muy reciente. Un puñado de investigadores, cuyas biografías intelectuales habían dibujado recorridos clásicos por la historia social y la historia cultural, se adentraron en los últimos años en el terreno de la vida afectiva del pasado. Lo hicieron animados por la idea de que, lejos de constituir expresiones de la irracionalidad o de ser simples datos de color, las emociones son constitutivas de la vida social, incluso en el siglo XIX cuando se las opuso a la razón y se buscó relegarlas al espacio íntimo y femenino; pero también desafiados por el reto de abordar a unos objetos de pesquisa fluidos y con sentidos cambiantes, que no siempre se dejan ver con claridad en las fuentes.

Aunque estos emprendimientos (todavía poco articulados) distan de recortarse como un campo específico de la historiografía local, el diálogo entre quienes nos dedicamos a indagar cómo se nombraban, se expresaban y se experimentaban las emociones en el pasado, se ha vuelto más fluido en el último lustro. En abril de 2019, con la intención de formalizar un espacio de debate e intercambio, las editoras de este dossier organizaron un taller en la Universidad Nacional de Quilmes para reflexionar colectivamente sobre las emociones en clave histórica, evaluar el estado del arte, y hacer una puesta en común sobre conceptos, métodos y fuentes. Cuatro de los trabajos que componen esta publicación son el resultado de aquel taller (Bartolucci, Bjerg, Gayol y Peire), y el quinto fue escrito por una de las referentes de los estudios de las emociones en México (López Sánchez).

En los márgenes de los resultados parciales del taller que presenta este dossier, mucho queda de lo debatido entonces. Numerosos puntos de acuerdo y discrepancias enriquecedoras surgieron alrededor de aquella mesa a la que llegamos, por un lado, con la inquietudes comunes sobre los aspectos no resueltos en la historiografía de las emociones y, por otro, con el interés de pensar en un posible derrotero propio, que aunque reconoce a la tradición de estudios europea y americana como su fuente ineludible de inspiración y formación, no puede eludir el hecho de que la singularidad de la historia de cada sociedad no siempre se ajusta bien a los marcos de referencia teóricos, metodológicos y conceptuales que fueron pensados para la historia de los países centrales. Aunque sin la intención de forzar una toma de perspectiva “desde el Sur” quienes, desde Argentina, nos plegamos al “giro emocional” –con sus promesas y sus problemas–, tal vez debamos pensar en nuestras articulaciones entre las emociones y lo político, lo social y lo cultural a la luz de nuestras tradiciones historiográficas y, sobre todo, de un/unos pasado/s que se muestran remisos a los modelos analíticos formulados en otras latitudes.

A partir de estas premisas, los asistentes al taller4 compartimos preocupaciones comunes. La primera inquietud –y que parece lejos de encontrar una vía de resolución– es del orden semántico: ¿qué queremos decir cuando hablamos de emociones y cómo se distinguen estas del sentimiento y el afecto? (una pregunta que recupera el artículo de Peire). ¿Podemos subsumir a las dos últimas en un concepto ecléctico de emoción que funja a la vez como un término “organizador” a la hora de historizar el miedo, la ira, el odio o el amor? (Biess y Gross, 2014, pp. 6-7). La reflexión sobre el contenido de esas palabras (miedo, ira, odio, amor) derivan en un desafío aún más crucial, el de la compleja relación entre emoción y lenguaje (que se revela en el trabajo de Bartolucci, Gayol y Peire), porque los problemas lingüísticos atraviesan tanto al ejercicio de comprensión de los sentimientos de los actores históricos como al intento de zanjar la brecha entre expresión emocional y experiencia emocional. Esta brecha y la posibilidad de ir más allá del discurso abordando las palabras como “declaraciones de experiencias” (Plamper, 2014) es una discusión vigente y sobrevuela de diferente modo en los trabajos aquí reunidos. ¿El legítimo que un historiador busque reconstituir la experiencia apoyándose en fuentes que suelen ser parcas en palabras que mencionan emociones? ¿Qué sentido tenían esas palabras en el contexto y momento histórico en que fueron expresadas? ¿Cómo volverlas elocuentes de la relación entre normas de expresión de las emociones, prácticas emocionales y experiencia?

Lo prescriptivo, aquello que “es bueno o correcto sentir”junto con las reglas que moderan la expresión de las emociones, constituye una de las preocupaciones de los colaboradores de este dossier, aunque esa clave ocupa mayor centralidad en los trabajos de Bjerg y López Sánchez. El de Bjerg se pregunta sobre el impacto que la inmigración tuvo en las normativas y los estilos emocionales de la Argentina entre fines del siglo XIX y la Segunda Posguerra. Aborda los efectos emocionales de la movilidad espacial en la familia transnacional y, a la vez, reflexiona, en una escala mayor, sobre la posible reconfiguración de regímenes emocionales a la luz del problema de la identidad nacional, intensamente afectada por el cosmopolitismo y la heterogeneidad cultural, consecuencias indeseadas de las migraciones masivas. La dimensión política y social también atraviesa el artículo de López Sánchez, que analiza el ideario del amor romántico, poniendo el foco en las iniciativas educativas y culturales para inculcarlo a los hombres y mujeres mexicanos de las primeras décadas del siglo XX. Equivalente al matrimonio heterosexual, el amor romántico estuvo lejos de limitarse al espacio doméstico, erigiéndose en la emoción social y política por excelencia.

El amor se impone también como un principio organizador de la vida pública. Los trabajos de Peire, Gayol y Bartolucci podrían leerse tomando como hilo conductor las variaciones semánticas y los sentidos contradictorios, aunque temporalmente coincidentes –como sugiere Peire–, del amor a la/s patria/s en pugna o a una líder política y a su partido de gobierno. El amor a la patria es abstracto, trascendente o sublime; pero como proponen Peire y Bartolucci precisa y depende de vínculos físicos y de referencias puntuales, en los que lo sensorial tiene su influjo. Aunque ninguno de los trabajos del dossier aborda de manera específica a los sentidos –que, como señaló Benno Gammerl (2014), refuerzan la ambivalencia del vocabulario emocional a la que aludimos antes–, la relevancia del contenido físico-sensorial está presente en los artículos de Peire y Gayol. Sentir la/s patria/s configuraba los sentidos (entendidos como conceptos y lenguajes) que circulaban en diferentes sectores sociales durante el ciclo revolucionario en las líricas populares y los dramas patrióticos cultos. Las voces de Eva acordes con los contextos específicos y las tecnologías de reproducción sonora se amplificaban y expandían espacial y temporalmente. Esa voz alimentada por el entrenamiento y la técnica fue nodal en la construcción del liderazgo político y fue una expresión de modificaciones sensoriales y hábitos de percepción y audición en los mundos privados y en la política.

La puesta en cuestión de la clásica dicotomía pasión-razón tiene importantes consecuencias en la reconsideración de los componentes emocionales de la política y las acciones colectivas. Ya no se sostiene la idea de una esfera pública o de procesos políticos incontaminados de emociones, sólo racionales y basados en el autocontrol de sus actores. Reponer la emocionalidad de la esfera pública, como propone Gayol, permite pensar de otro modo la relación entre poder e ideología y comprender que los vínculos afectivos entre gobernantes y gobernados no son incompatibles con obligaciones legales y expresiones institucionales. Como sostiene Gould (2010) en un trabajo ya clásico: “la teoría del afecto pone en tela de juicio toda noción de ideología que no tome en cuenta que las ideas arraigan o no dependiendo de la carga afectiva generada al entrar en contacto con ellas” (p. 33).

Contrariamente a lo que se supuso durante mucho tiempo, hoy sabemos que la movilización emocional de la ciudadanía está/estuvo lejos de ser una prerrogativa de la derecha o de la extrema derecha política. El análisis comparado de las memorias del nacionalista de derecha Guevara y del nacionalista de izquierda Ongaro, que realiza Bartolucci, muestran el entrecruzamiento y la convivencia de un conjunto de expresiones emocionales compartidas por sujetos enfrentados ideológicamente. Es que las emociones, hay consenso historiográfico, deben entenderse enmarcadas históricamente, en un tiempo y espacio concreto, que son los que, a su vez, habilitan distintos tipos de emociones. Las crisis políticas, económicas y sociales de los últimos años en diferentes partes del globo han vuelto a colocar en el centro de la escena especialmente el odio y el sufrimiento. Como sostiene Nussbaum (2014) en un libro clave, la normalidad democrática es impensable si no se comprende la necesidad de las emociones en tanto estas implican juicios y valores y por ello son una forma de pensamiento.

Para un emprendimiento historiográfico en ciernes como lo es la historia de las emociones en la Argentina, estas cuestiones imponen desafíos conceptuales, metodológicos y heurísticos que, aunque tiene puntos de confluencia con los que surgen en los mundos académicos (en los que se gestó y se consolidó la investigación de las emociones en el pasado), también revela zonas de bifurcación, que responden a los rasgos y las agendas propias de nuestro contexto académico. Las periodizaciones de la historia argentina, la naturaleza y disponibilidad de los repositorios documentales adonde pesquisar las emociones y la dinámica de sus significados a través del tiempo constituyen solo algunas de las dimensiones que invitan a seguir reflexionando sobre las perspectivas propias para encarar el estudio histórico de un objeto elusivo, pero la vez indispensable para dar cuenta de las dinámicas profundas del cambio social.


Notas

1 En retrospectiva, el artículo “Emotionology: Clarifying the History of Emotions and Emotional Standards” publicado a mediados de los años 1980 en The American Historical Review, en el que Carol y Peter Stearns (1985) proponían estudiar las normas emocionales y su cambio través del tiempo, es tomado como un hito fundacional. Sin embargo, ese manifiesto tuvo una repercusión escasa entre los historiadores. Tal vez, podría decirse que fueron los trabajos del historiador William Reddy (1997 y 2001), en los que se formuló el concepto de emotives, se exploró la relación entre emoción y cognición a través del tiempo y se formuló un marco analítico y metodológico para el estudio de las emociones en el pasado, los que dieron el impulso inicial al desarrollo de una historiografía de las emociones. Sobre los orígenes, el desarrollo y el estado actual del campo ver Rosenwein y Cristiani (2017); Boddice (2018); Plamper (2015); Bjerg (2019).

2 En España, el equipo liderado por Javier Moscoso en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas reivindica una común preocupación por abordar las emociones desde una historia de la experiencia. En Francia, EMMA (Les Émtions au Moyen Âge), un programa de investigación liderado por Damien Boquet y Piroska Nagy, se ocupa de las emociones en la Edad Media desde la perspectiva analítica de la antropología histórica. En Estados Unidos, Susan Matt y Peter Stearns han liderado series dedicadas a la historia de las emociones en editoriales como Illinois University Press y Bloomsbury.

3 Parte de la “Red Latinoamericana de Estudios Sociales sobre las Emociones y los Cuerpos”, publican desde hace una década la revista Cuerpos, Emociones y Sociedad.

4 Ana Abramowski, Mónica Bartolucci, María Bjerg, Pablo Escalante, Sandra Gayol, Cinthya Lazarte, Mirta Lobato y Jaime Peire.


Referencias

Biess, F. y Gross, D. M. (Eds.) (2014). Science and Emotions After 1945. Chicago: University of Chicago Press.

Bjerg, M. (2019). Una Genealogía de la Historia de las Emociones. Quinto Sol, 23(1), 1-20.

Boddice, R. (2018). The History of Emotions. Manchester: Machester University Press.

Gammerl, B. (2014). Felt Distances. En U. Frevert et al. (eds.), Emotional Lexicons. Continuity and Change in the Vocabulary of Feelings (pp. 177-200). Oxford: Oxford University Press.

Gould, D. (2010). On affect and Protest. En J. Staiger, A. Cverkovich y A. Reynold (eds), Political Emotions: New Agendas in Communication (pp. 18-44). Nueva York: Routledge.

Nussbaum, M. (2014). Emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?. Barcelona: Paidós.

Plamper, J. (2015). The History of Emotions. An Introduction. Oxford: Oxford University Press.

Plamper, J. (2014). Historia de las emociones: caminos y retos. Cuadernos de Historia Contemporánea, 36, 17-20.

Reddy, W. M. (1997). Against Constructionism: The Historical Ethnography of Emotions. Current Anthropology, 38(3), 327-351.

Reddy, W. M. (2001). The Navegation of Feelings. A Framework for the History of Emotions. Cambridge: Cambridge University Press.

Rosenwein, B. H. y Cristiani, R. (2017). What is the History of Emotions?. Cambridge: Polity Press.

Stearns, P. N. y Stearns C. Z. (1985). Emotionology: Clarifying the History of Emotions and Emotional Standards. American Historical Review, 90(4), 813-836.


Organizadores

María Bjerg – Universidad Nacional de Quilmes. CONICET, Argentina.

Sandra Gayol – Universidad Nacional de General Sarmiento. CONICET, Argentina.


Referências desta apresentação

BJERG, María; GAYOL, Sandra. Presentación. Anuario del Instituto de Historia Argentina, v. 20, n. 1, e119, 2020. Acessar publicação original [DR/JF]

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Itamar Freitas

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