Historia de la cultura material. Objetos, agencias, procesos/Anuario de la Escuela de Historia Virtual/2020

El vínculo entre cosas y personas viene cobrando, desde hace algunas décadas, notoria relevancia en el campo de la investigación social, en general, e histórica, en particular. En este acontecer, el término cultura material devino paraguas teórico debajo del cual se ampararon diversidad de investigaciones que buscaron, con mayor o menor profundidad analítica, otorgarle un lugar de relevancia a los objetos dentro de los procesos históricos. La deuda conceptual, no siempre reconocida, es con la arqueología y la antropología social. En estos campos disciplinares es donde se acuña y cristaliza la noción de cultura material para, desde allí, extenderse a, y ser cooptada por, plurales áreas de la investigación social. Ese tráfico de ideas resultó en un fértil campo para el trabajo interdisciplinario. En este trayecto multidireccional el concepto experimentó objeciones, revisiones, reformulaciones y reintepretaciones que nutrieron prolíficas discusiones entre arqueólogos y antropólogos de tradición anglosajona, pero que no siempre se hicieron eco en la investigación histórica donde, cabe señalar, la noción de cultura material se redujo, en varias ocasiones, a mero sinónimo de “objeto”, “artefacto” o “cosa”. Pero ¿qué historiografía que abraza conceptos de otras disciplinas está exenta de escollos como los referidos? Bien vale, entonces, no solo retomar aquellos aportes de las investigaciones más significativas en el campo de la historia de la cultura material, sino exponer, en primer lugar, las tradiciones arqueológicas y antropológicas a las cuales debemos el concepto que nos convoca y su campo de estudios.

En una acabada síntesis del pasado y presente de los Material Culture Studies, Dan Hicks (2010) reconoce cuatro tradiciones que proceden de ámbitos académicos norteamericanos y británicos. Por un lado, teniendo a Henry Glassie como principal referente, una de las áreas de investigación emerge de los American folklife studies y la geografía cultural, para incluir también estudios en arquitectura, paisajes y arqueología histórica. En esta línea de indagaciones, cultura material es entendida, según señala Glassie (1999, p. 41), como el término convencional que se emplea para referirse a la producción tangible del ser humano; es la cultura hecha materia y su estudio supone comenzar con los objetos, pero no terminar allí, sino valerse de estos como una vía de aproximación al pensamiento y acción humanos.

Paralelo a la anterior tradición, también en Estados Unidos, encontró su lugar el campo vinculado a las artes decorativas, en cuyo seno se gestan investigaciones –en el marco del Winterthur Program in American Material Culture de la Universidad de Delaware y su publicación periódica especializada [1]– vinculadas a la historia del arte, de los interiores domésticos y la circulación y comercio de antigüedades. Otra de las tradiciones, ciertamente más dispersa y amplia, supone la convergencia de prácticas que incluyen el examen físico y análisis científico de objetos en laboratorios y museos, así como trabajo de campo y coleccionismo (Lucas, 2010).

En las décadas de 1970 y 1980, la producción de puntos de confluencia entre modelos estructuralistas y análisis interpretativos, donde los objetos materiales cobraron renovado interés en las investigaciones, dio lugar al denominado giro material en la arqueología y antropología británica. Este proceso deriva en la cuarta tradición que plantea Hicks y que resulta ser, además, una de las líneas de investigación más influyentes en este campo. Ian Hodder (1982; 1986) y su arqueología contextual, junto con Daniel Miller (1987) y su antropología social del consumo, construyen un campo de indagación que busca otorgar un lugar crucial al significado de los objetos en la vida social apartándose de la idea de la cultura material como mero reflejo del comportamiento humano. Aunque asentada en la antropología y la arqueología, esta perspectiva presenta una profunda vocación interdisciplinaria. Atributo manifiesto en la pluralidad de campos disciplinares que dialogan en la reconocida Journal of Material Culture.[2] Si lo hasta aquí referido no agota el amplio y fértil campo de estudios de cultura material de vertiente antropológica y arqueológica, sí pone de relieve una de las directrices de esta línea de investigación orientada a la comprensión de las interrelaciones entre lo social-cultural y lo material; entre personas y objetos. Con todo, en este enfoque relacional aun subyace la idea de universos separados para “lo social” y “lo material”. De allí que Tim Ingold (2000) –no ya desde los estudios de cultura material, sino desde el ángulo de la antropología ecológica o “ecología de lo(s) material(es)” (Ingold, 2012) y su potente bagaje crítico respecto de la noción de cultura material y su campo de estudios– enfatice la artificialidad de las fronteras establecidas entre los mundos humano y no-humano y lo imperioso de situar las cosas en constante fluir, en el marco de las actividades humanas y relaciones sociales, es decir, llevar las cosas de vuelta a la vida (Ingold, 2010).

A la vez que arqueólogos y antropólogos británicos eran testigos y protagonistas del con posterioridad denominado “giro material”, se gestaba, al otro lado del Atlántico, la inquietud por construir una “antropología de las cosas”, acontecer que derivó en la obra seminal dirigida por Arjun Appadurai (1991),[3] cuya idea clave señala que los objetos materiales, devenidos mercancías a partir de su circulación e intercambio económico, tienen, al igual que las personas, una vida social. La perspectiva mercantil que adopta Appadurai supone “seguir a las cosas mismas, ya que sus significados están inscritos en sus formas, usos y trayectorias” (p. 19). La noción de trayectoria será fundamental para el enfoque y método que, en la misma obra, desarrolla Igor Koppitof (1991): la biografía cultural de las cosas. Desde este ángulo se asume que, al igual que las personas, las cosas también cambian a lo largo del tiempo; más aún, que las transformaciones de unas y otras están profundamente ligadas. En el marco de tales interacciones es que los objetos son investidos de significados que, a su vez, son renegociados y, asimismo, modificados (Gosden y Marshall, 1999).

Las pinceladas que delineamos en torno a la noción de cultura material y su campo de estudios se diluyen cuando hacemos foco en el terreno historiográfico, pues el reconocimiento de las materialidades como parte de los procesos históricos transitó por canales conceptuales y teóricos diferentes de los que referimos hasta aquí. Si tomamos por caso la historiografía francesa –de notable impronta en la investigación histórica latinoamericana– el diagnóstico que Jean Marie Pesez [4] presenta en 1978 sobre la historia de la cultura material, donde critica la ausencia de una clara definición del concepto, da cuenta de un limitado diálogo con lo que se venía reflexionando, para esa época, en la antropología y arqueologías británicas y norteamericanas.

En el marco de la historiografía del siglo XX es factible identificar, al menos, dos grandes líneas de investigación que, desde diferentes prismas, otorgaron relevancia a las materialidades en la explicación de los procesos históricos. Tales líneas se corresponden, en términos generales, con dos momentos de la producción historiográfica. Por un lado, la segunda generación de Annales, cuyo principal referente, Fernand Braudel(1984 [1979]), construye en Civilización material, economía y capitalismo una historia económica de larga duración que toma en cuenta la “infraeconomía” que se extiende por debajo del mercado, aquellas prácticas elementales y básicas de la actividad económica donde priman el trueque, la autosuficiencia y productos y servicios que habitan un ámbito reducido. La voluminosa obra comporta tres partes, la primera de las cuales es “Las estructuras de lo cotidiano. Lo posible y lo imposible”,[5] donde encuentran lugar temas hasta ese momento relegados de las narrativas históricas: la vivienda, la comida y la vestimenta; esferas que se analizan con miras a delinear un “inventario de lo posible” que se verá transformado de forma lenta e imperceptible a lo largo de los siglos. No hay historia de la cultura material que no abreve en esta obra medular o “estado del arte” que no le otorgue un lugar de privilegio.

La segunda línea emerge a partir del giro antropológico que acontece en la investigación histórica hacia la década de 1970, cuando se cuestiona la capacidad explicativa de los modelos estructural-funcionalistas y se propone, en su lugar, un retorno al sujeto a la vez que se despliega un acusado interés por lo simbólico y su interpretación. Desde este ángulo realiza su investigación Daniel Roche (1989) sobre la vestimenta en la Francia de Antiguo Régimen. Si no era la primera vez que se emprendía una historia del traje –pues ya existía, para el mismo país, el tradicional trabajo de Jules Quicherat (1875)– sí era novedosa la vocación de analizar el vestir en sus prácticas y representaciones. La vestimenta, como “hecho social total”, constituye, según Roche (2000), un fenómeno de información y comunicación a partir del cual puede descifrarse el funcionamiento social de una época.

Además del peso de la antropología simbólica, la historia cultural se nutrió, como bien señaló Peter Burke (2006), de propuestas efectuadas desde otros campos disciplinares. Entre esa multiplicidad de aportes, el de Norbert Elias y su obra El proceso de la civilización. Investigaciones sociogéneticas y psicogenéticas ,[6] que, cabe señalar, fue “descubierta”, comprendida y apreciada, varias décadas después de su primera publicación, devino fundamental para la historia de la cultura material. Su aguda lectura de objetos cotidianos (el tenedor, el pañuelo de nariz, la vestimenta para dormir) como actores destacados en la curva civilizatoria de la sociedad occidental abrió las puertas a las investigaciones que procuraron interpretar, desde diferentes prismas, los sentidos que se construyen en el marco de las prácticas asociadas a las cosas cotidianas.

A medio camino entre los proyectos de larga duración que le otorgaron un sitio significativo a la “vida material” (Braudel, 1984) y, por otro lado, las investigaciones aplicadas a la interpretación simbólica de ciertos objetos, podemos situar el texto del antropólogo Sidney Mintz Sweetness and Power: The Place of Sugar in Modern History (1985), en el que convergen estas dos vertientes, pues, a la vez que traza el recorrido del azúcar, desde su producción hasta su consumo a lo largo el tiempo –ello en el marco de las relaciones entre metrópoli y colonia– también le interesa la dimensión simbólica de este producto, un objeto de lujo, propio de los ricos que, al transformarse en un objeto de primera necesidad para el consumo cotidiano, vio declinar su poder simbólico.

Hacia finales del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, la historiografía latinoamericana asistió a una multiplicación de libros y artículos que indagan objetos y mercancías en la historia con particular atención a la tríada temática: comida, casa, vestido. En este marco, textos precursores en la materia como Goods, Power, History. Latin America´s material culture de Arnold J. Bauer (2001) resultan fundamentales. Allí, se construye una historia de la producción y patrones de consumo latinoamericanos a partir de la siguiente pregunta: ¿por qué las personas y grupos sociales adquieren las cosas que adquieren? Su tesis central es que la clase de bienes que consume la gente coadyuva en las definiciones identitarias, ya fueran étnicas, culturales o de clase. Del mismo modo, advirtiendo el crecimiento del campo de la historia de la cultura material en Latinoamérica, la revista colombiana Historia Crítica fue pionera en la publicación, en español, de dossiers sobre la temática. Fueron los números 38 y 39 (2009; 2009a) los que reunieron textos que compartían una misma premisa: las prácticas de producción, consumo y circulación de objetos constituyen un motor histórico. Desde esta óptica, se abona también el campo de estudios denominado commodity history (Quintero Toro, 2009) e historia del consumo. La historia de un objeto y su circulación en múltiples contextos temporales y geográficos puede contribuir a complejizar la lectura de procesos densos como las relaciones coloniales y postcoloniales y el impacto del capitalismo. De ello da cuenta, si atendemos a producciones más recientes, el análisis de Sven Beckert (2016) sobre el algodón como materia prima de alcance global, inherente al desarrollo del capitalismo, del imperialismo y la esclavitud.

La actual investigación histórica sobre cultura material nos devuelve un panorama signado por la multiplicación de parcelas temáticas que se acoplan unas con otras: historia de la vida cotidiana; historia de la vivienda y el espacio doméstico; historia del consumo. De tal estado de cosas emergen, pues, algunos desafíos que nos permiten delinear posibles caminos a seguir. Por un lado, frente al fraccionamiento y atomización de algunos objetos de estudio, reconocemos lo vital de apuntar a una historia de procesos de corte temporal y espacial más dilatados, donde la historia de un objeto –o grupo de objetos– pueda insertarse en contextos amplios que permitan advertir itinerarios y circulaciones diversas y que, de este modo, los objetos devengan protagonistas de procesos históricos de cierto espesor. Ello debe ocurrir, a su vez, manteniendo la vocación de reconocer e interpretar prácticas y representaciones asociadas a las cosas, buscando comprender los múltiples sentidos que se construyen en los diferentes trayectos que estas transitan. Por otra parte, se proyecta fundamental afianzar el diálogo con los aportes teórico-epistemológicos que tienen lugar en el campo de los estudios de cultura material de tradición antropológica y arqueológica, de modo que se potencie el uso crítico de nociones clave (“cultura material”; “materialidad”; “artefactos”; “tecnologías”) y se avance en la construcción de objetos de estudio ciertamente más complejos que tensionen las agencias humanas y no-humanas (Latour, 2001; 2005; 2013). A ello contribuirá, también, la interacción con los aportes de la filosofía de la técnica (Leroi-Gourhan, 1971; 1988; 1989; Simondon, 2008; Baudrillard, 1969). En este marco dilatado, será nodal una reflexión y reconsideración de las fuentes, pues el histórico protagonismo de fuentes escritas tiende a opacar la potencialidad de los propios objetos materiales como documento. Bien señala Marcelo Rede (2003, p. 282), no sin sorpresa, que el reconocimiento de la cultura material como parte esencial del fenómeno histórico no implicó su inserción decisiva como documento en el proceso de producción del discurso historiográfico. De allí, la importancia de retomar diálogos, otrora desdeñados, con la museología, el coleccionismo y, por supuesto, la arqueología.

El trayecto historiográfico que recorrimos y el escenario que delineamos dan cuenta de un campo fértil al que hoy buscamos contribuir a partir del dossier “Historia de la cultura material. Objetos, agencias, procesos”. Este proyecto reúne investigaciones cuyo horizonte común es la comprensión de los vínculos entre objetos, grupos sociales e identidades. Desde diferentes contextos espacio-temporales y a partir de fuentes de diverso orden, los textos ahondan en el conocimiento de las dimensiones físicas y tangibles de las cosas, pero, sin detenerse allí, atienden a la multiplicidad de vínculos entre estas y los sujetos individuales y colectivos que las construyen, las piensan, las comparten, las venden, las compran, las utilizan, las desechan, las recuperan y las exhiben.

Los tres primeros artículos comparten el ámbito institucional cultural de los museos como espacio potente para la indagación de las materialidades en el marco de producciones de sentidos históricos e identitarios. En estos trabajos convergen la preocupación por investigar los procesos de construcción de diferentes colecciones museográficas y la búsqueda de comprensión de la manera en que esos conjuntos de objetos fungen como contenedores de significados o representaciones de un pasado que es elaborado continuamente en el presente. María Elida Blasco, por su parte, analiza las trayectorias de un conjunto de objetos museográficos específicos expuestos en el Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos Aires: maniquíes de cera de tamaño natural con rasgos fisonómicos, gestos y atuendo de otras épocas que, desde las décadas de 1920 y 1930 hasta el 2018, contextualizaban los cuadros evocativos o las “reconstrucciones de escenas objetivas”. La investigación apunta a indagar sobre los modos de interacción entre sujetos y artefactos que derivan en la mutación de estos últimos o bien, en la intensificación de sus significados primigenios; se muestra que ello depende de las intenciones de los agentes que los interpelan en contextos históricos específicos. Aquí, deviene fundamental el interrogante en torno a la capacidad de los artefactos para recuperar experiencias sociales previas y cristalizar así expresiones y manifestaciones intangibles como los imaginarios, las representaciones, las sensibilidades y emociones colectivas.

El trabajo de Agustín Cuevas da cuenta de las trayectorias de las materialidades que conforman la sección de musicología del Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba. Desde el enfoque de la biografía cultural de las cosas se reconoce, en este texto, que el objeto musealiza(do)/(ble) y/o patrimonializa(do)/(ble) atravesó por múltiples significados en distintos momentos y resultó objeto de uno u otro tipo a partir de diversas trayectorias. En este recorrido se pregunta Cuevas cómo las políticas institucionales afectaron y afectan la materialidad de los objetos desde las concepciones de depósito y reserva que se tuvieron en el pasado y que se manejan en el presente. El análisis propuesto se complejiza al introducir elementos que aportan a una descripción y reflexión en torno a la propia intervención técnica (conservación preventiva) que lleva a cabo el autor sobre la colección que investiga.

Los objetos musealizados que constituyen el interés de Juliana Ullua e Inés Van Peteghem son los que conforman la colección textil, en especial, las piezas de indumentaria femenina, del Museo Histórico Nacional (Argentina). El texto revisa los diferentes elementos que componen la colección, describiendo las piezas y situándolas en su contexto de producción y uso, así como en el proceso mediante el cual fueron donadas, catalogadas y exhibidas en el museo. Su análisis contribuye a la comprensión de las trayectorias de ciertos objetos textiles y cómo estos agencian formas de representación de la vida cotidiana y de los cuerpos femeninos del siglo XIX. Las autoras, asimismo, ponen de relieve el valor documental de las materialidades textiles para el estudio de la indumentaria, campo en el que, en general, revisten mayor protagonismo las fuentes escritas e iconográficas.

Vinculado al texto anterior, el siguiente conjunto de artículos dirige su análisis a un apartado de la cultura material que admite múltiples aproximaciones en diálogo con la historia del cuerpo, los estudios de género y la intersección entre moda y consumos: la vestimenta femenina. En esta línea, Teresita Garabana investiga representaciones de la moda en un conjunto de periódicos publicados en Buenos Aires en las décadas de 1860 y 1870, otorgando especial atención a las ilustraciones de moda –figurines– y los textos que convivían con dichas imágenes. Los figurines transmitían las modas parisinas en Buenos Aires a la vez que comunicaban un estilo de vida asociado a lo burgués-femenino. Las tensiones entre texto e imagen que identifica Garabana le permiten un doble registro de representaciones, por un lado, sobre las directrices en torno al cómo vestir y, por otro, las críticas de orden moral a este peligroso concepto –la moda– que sería, según tales narrativas, la perdición de las mujeres y, por extensión, de sus maridos y familias.

Por su parte, Aida Morales Tejeda dirige su atención a la impronta de determinados patrones de gusto, en materia de peluquería y arreglo personal, representantes de “lo francés” en la elite decimonónica de Santiago de Cuba, en un contexto donde pertenecer a determinado círculo social era tan importante como parecerlo. Así, el consumo de ciertos objetos y la introducción de prácticas asociadas al cuidado de algunas partes del cuerpo, coadyuvaban en la proyección de una imagen de la persona ante el conjunto social. Lo cierto es que la inmigración gala en Cuba implicó también el arribo de objetos y mercancías en los que se materializaban hábitos y prácticas que representarían “lo moderno”, acontecer que venía irrumpir con la tradición de arraigo español.

Vista la potencia del análisis de la circulación de objetos entre espacios que ocupan lugares asimétricos en términos de relaciones geopolíticas, Ana Butto y Danae Fiore indagan sobre los procesos de adopción de cultura material de una sociedad hegemónica por parte de comunidades no occidentales. Así, se analiza la adopción de vestimenta y adorno europeos por la sociedad Yagán de Tierra de Fuego desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, proceso que acusa diferentes ritmos y distintos procesos que suponen etapas de adopción plena; adopción parcial (ciclaje); reciclaje y resiliencia. El análisis se sustenta en un corpus de 428 fotografías etnográficas de este pueblo originario, obtenidas entre 1882 y 1971, metodología de corte innovador en los estudios de cultura material. El análisis propuesto avanza en reconocer a los indios fueguinos como agentes activos en este marco de interacción cultural y no como meros receptores de objetos y prácticas europeos.

Cierra el dossier María Florencia Reyes Santiago y su análisis de las trayectorias seguidas por dos esculturas de contenido político en la Argentina del siglo XX (esculturas del “Monumento al descamisado”), desde su proyección inicial y construcción, pasando por su persecución y destrucción, hasta su recuperación y exhibición actual. Se trata de una acabada expresión del enfoque de la biografía cultural de las cosas que permite iluminar la intersección entre identidades y culturas políticas, expresiones artísticas y producción de representaciones histórico-políticas en ámbitos museográficos. El texto no solo aporta al desarrollo del enfoque biográfico, sino que, en un acertado trabajo de contextualización de las diferentes etapas, aporta una novedosa lectura de un fenómeno político trascendental de la historia argentina.


Notas

[1] Winterthur Portfolio. A Journal of American Material Culture.

[2] Fundada en 1996 por Christopher Tilley y Daniel Miller.

[3] Primera edición en inglés, 1986.

[4] Trabajo publicado originalmente dentro de la obra colectiva que editan Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel (1978). Artículo publicado en la revista Clio° 179 (2010).

[5] Esta obra se publica inicialmente en 1967 bajo el título Civilización material y capitalismo para ser luego republicada en 1979 en el tomo I de Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XVe-XVIIIe siècles . Primera edición en español, 1984.

[6] Primera edición en alemán, 1939. Edición en español consultada, Elias (1993).


Referencias

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Organizadores

Cecilia Moreyra – Universidad Nacional de Córdoba /CONICET, Argentina. E-mail: ceciliaedith.moreyra@gmail.com

Maria da Graça Alves Mateus Ventura – Centro de História, Universidad de Lisboa, Portugal. E-mail: mgracaventura@letras.ulisboa.pt


Referências desta apresentação

MOREYRA, Cecilia; VENTURA Maria da Graça Alves Mateus. Introducción. Anuario de la Escuela de Historia Virtual, n. 18, p. 1-10, 2020. Acessar publicação original [DR/JF]

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