Museo del universo explica cómo fue que, entre julio y octubre de 1968, la geopolítica del mundo terminó contenida en la ciudad de México. La obra está estructurada en dos grandes partes: los capítulos 1, 2 y 4 están dedicados a los Juegos Olímpicos y en ellos se analizan los aspectos diplomáticos, los conflictos políticos y los obstáculos financieros que enfrentó el régimen priista cuando la ciudad de México fue elegida sede de la mayor gesta deportiva del planeta; los capítulos 5 al 8 están dedicados a analizar, mes a mes, el desarrollo del conflicto que enfrentó a una amplia gama de jóvenes citadinos con los cuerpos de seguridad del Estado y con las autoridades políticas nacionales. Entre estas dos grandes partes, como una forma de mostrar la manera en que se configuraba la esfera pública nacional hacia la segunda mitad de los años sesenta, el autor incluyó un capítulo en el que aborda el debate originado tras el incendio de la catedral metropolitana en enero de 1967.
En el primer capítulo, “Ganar la sede”, Rodríguez Kuri ofrece una visión amplia de las circunstancias geopolíticas que llevaron a la designación de la ciudad de México como sede olímpica y revisa la forma en que el trabajo de un grupo de políticos mexicanos logró llevar adelante un proyecto que años atrás parecía imposible. Con fascinantes resultados, el autor desecha las explicaciones que muestran esta designación como un hecho obvio y teje en su lugar una compleja narración en la que demuestra que la obtención de la sede debe ser entendida como producto de las dinámicas globales y regionales de la tensa política internacional de los sesenta: “La sede de los Juegos Olímpicos de 1968 -sostiene Rodríguez Kuri- se obtuvo en medio, a pesar y gracias a la Guerra Fría”. Sin embargo, el autor muestra también cómo este triunfo diplomático pronto se transformó en una auténtica caja de Pandora, pues haber obtenido la sede olímpica a principios de los sesenta obligó al régimen a realizar un arduo trabajo para conservar la confianza internacional y mantener en el interior de sus fronteras una estabilidad política cada vez más amenazada.
En el segundo capítulo de su trabajo, “La ciudad olímpica o la promesa sin utopía”, Rodríguez Kuri analiza la manera en que los organizadores mexicanos lucharon por cumplir sus promesas olímpicas y muestra cómo fue que este proyecto se materializó en los espacios de la ciudad de México. Para lograrlo, el texto se mueve entre la revisión de la proyección imaginaria del Estado mexicano y la materialidad de sus esfuerzos modernizadores. Por un lado, se analiza cómo fue que el gobierno mexicano emprendió una campaña de promoción con la que intentó revertir una ola de notas negativas sobre su capacidad organizativa y posicionar la imagen de México como un país pacífico y moderno. Por otro lado, siguiendo detalladamente el trabajo de Pedro Ramírez Vázquez, el autor nos muestra cómo la utopía olímpica exigió una profunda transformación del imaginario nacional, un desplazamiento que lo alejó de los postulados tradicionales del nacionalismo posrevolucionario y lo impulsó hacia un verdadero modernismo.
El capítulo tercero tiene, en palabras del propio autor, “un punto de fuga distinto”. En él, Rodríguez Kuri se acerca a un episodio peculiar de la esfera pública mexicana: el debate sobre la restauración del altar del perdón tras el incendio de la catedral metropolitana ocurrido en 1967. Después de aquel incendio, importantes figuras académicas protagonizaron una polémica pública sobre las posibilidades que dicho accidente ofrecía: un grupo, comandado por Mathias Goeritz e Ida Rodríguez Prampolini, sostenía que era una oportunidad para pensar en una modernización de la catedral; otro grupo, con Edmundo O’Gorman al frente, defendió la idea de que lo correcto era regresar el altar a su estado original. Rodríguez Kuri nos propone leer este episodio a la luz del amplio debate ocurrido en la década de los sesenta sobre los elementos constitutivos del carácter nacional, y como una muestra de la forma en que los procesos de modernización se enfrentaron a los discursos hegemónicos tradicionales.
El cuarto capítulo aborda directamente la forma en que los Juegos Olímpicos de México tuvieron que navegar en medio del convulso escenario geopolítico de la Guerra Fría. Mezclando su amplio conocimiento de la historiografía política contemporánea con un fascinante trabajo de archivo realizado en varios países, Rodríguez Kuri expone la forma en que distintas tensiones de la historia mundial terminaron por entrelazarse en la ciudad de México. Mediante el seguimiento de algunos episodios de confrontación política -como la amenaza de boicot a los Juegos a consecuencia de la reaceptación de Sudáfrica en el Comité Olímpico Internacional o la famosa protesta de Tommie Smith y John Carlos en el podio de los 200 metros planos-, el autor desarrolla una de las ideas centrales del libro: los Juegos Olímpicos de la era moderna no deben entenderse sólo como una gran reunión deportiva, sino, sobre todo, como “un resumen dramatizado del estado del arte de la política internacional” (p. 180). La propuesta de observar cómo es que los ideales del ecumenismo secular de los Juegos Olímpicos conviven tensa o violentamente con las pulsiones políticas del siglo XX o con las religiones de Estado es, sin duda, uno de los principales méritos de esta obra.
A partir del capítulo quinto, “Julio: las ágoras salvajes”, el libro se aleja momentáneamente de las tensiones y festividades olímpicas y vuelve la mirada al espacio más reducido de 1968: las calles de la ciudad de México. Esta parte del libro narra detalladamente los hechos ocurridos entre el 23 y el 30 de julio de aquel año, sigue a los estudiantes preparatorianos que se enfrentaron, en las calles de la Ciudadela, a los deficientes cuerpos policiacos que los agredieron, a los militantes que marcharon el día 26 para conmemorar la Revolución cubana y a los funcionarios citadinos incapaces de garantizar la paz a once semanas de la inauguración de los Juegos. La tesis central de este capítulo es contundente: en 1968 México fue un museo del universo no sólo porque, desde una mirada macroscópica, podemos ver al régimen priista en el corazón de la Guerra Fría, sino también porque, desde una óptica microscópica, es posible observar en sus calles el nacimiento de una de las historias de resistencia juvenil más importantes del mundo. El seguimiento puntual y minucioso de los hechos ocurridos en los últimos días de julio permite al autor sostener una novedosa tesis sobre el inicio del movimiento estudiantil: en aquellos turbulentos días la policía capitalina mostró que “no estaba capacitada para controlar la iracundia juvenil, incluyendo, muy al principio, formas pedestres de violencia callejera” (p. 221). Fue entonces cuando lo policiaco se tornó político, cuando, al recurrir a las fuerzas militares para terminar con la protesta, el propio Estado dio al conflicto una dimensión nacional.
El capítulo sexto, “Agosto o las calles”, expone la racionalización política del descontento juvenil. En sus páginas, el autor sigue el complejo proceso que convirtió la rebeldía de julio en la lucha organizada de agosto, observa cómo la rabia de las calles se transformó en asambleas estudiantiles, en un Consejo Nacional de Huelga, en un pliego petitorio, en manifestaciones masivas y brigadas de información. En este capítulo, lejos de las miradas superficiales que observan al movimiento estudiantil como un todo uniforme, Rodríguez Kuri propone que las manifestaciones organizadas y los pronunciamientos públicos expresaban sobre todo la confluencia relativamente ordenada de actores colectivos e individuales que lograron disciplinar sus pulsiones y sus programas en un espacio político común.
En el capítulo séptimo, “Septiembre o el momento conservador”, el autor retoma el relato que había dejado suspendido en el capítulo cuarto y nos presenta de nuevo al régimen priista que, lejos del entusiasmo de 1967, aparece en septiembre de 1968 como un ente paranoico que cree observar cómo la realización de los Juegos Olímpicos se encontraba amenazada por el movimiento estudiantil. De esa desafortunada asociación de ideas, de ese discurso que sostuvo una y otra vez que detrás de los estudiantes se encontraban oscuros intereses empeñados en boicotear los Juegos, sostiene Rodríguez Kuri, surgió la retórica conservadora y la ola represiva que incubaron lentamente la tragedia del 2 de octubre. En este capítulo desfilan funcionarios del régimen, representantes de organizaciones populares, grupos empresariales y voceros de distintos sectores de la sociedad civil. Todos parecen marchar a un mismo compás y repetir al unísono una idea lanzada desde el corazón del régimen: era necesario salvar a los Juegos Olímpicos de la amenaza estudiantil.
En el último capítulo, “Clausuras e inauguraciones”, se revisa lo ocurrido en los primeros días de octubre de 1968. En primer lugar, Rodríguez Kuri analiza el contexto y las implicaciones políticas que pudo tener para el régimen la represión del 2 de octubre. Para valorar en su dimensión estos hechos, nos dice el autor, es necesario no perder de vista lo obvio: a pesar de la creciente tensión política, el régimen conservó en todo momento el control de los aparatos de seguridad y de los medios de comunicación, y mantuvo alineados, ya neutralizados a grupos y organizaciones, ya porque éstos se encontraban insertos y disciplinados en la trama corporativa del régimen o porque las prácticas de cooptación y el margen de negociación con grupos de interés era lo suficientemente amplio como para garantizar el alineamiento. Es, pues, necesario tener presente que el régimen sabía que contaba, si no con el apoyo entusiasta, sí con el disciplinado respaldo de la mayoría de los sectores. Para un régimen cuya hegemonía política se sostenía en complejos mecanismos de negociación y en su capacidad para generar consensos, mantener este respaldo resultó fundamental a la hora de inclinarse por la salida más radical.
Según Rodríguez Kuri el principal obstáculo para explicar el 2 de octubre es que, al intentarlo, el historiador se enfrenta indudablemente a un campo saturado. Por ello, sostiene, la única manera de contrarrestar esa saturación es intentar restablecer los hechos y procesos, “por más que éstos sean, en apariencia, de sobra conocidos”. A ese restablecimiento dedica el autor las últimas cuarenta páginas de su obra. Tras desmenuzar partes militares, reportajes periodísticos, peritajes policiales y declaraciones realizadas años más tarde por algunos de los funcionarios implicados, el autor presenta sin ambigüedades su conclusión sobre lo ocurrido aquella tarde: a través de una compleja estrategia que incluyó la traición a las propias fuerzas armadas, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez optaron por realizar una clausura dramática días antes de una inauguración histórica, por imponerle el duelo a algunos para salvaguardar la fiesta de otros.
La historia de México necesitaba una obra como Museo del universo. Inundadas la academia por análisis sociológicos y la literatura por obras testimoniales, el 68 mexicano carecía hasta ahora de una mirada historiográfica. Establecida como el momento inaugural de la historia democrática nacional o como resultado de contradicciones estructurales, hasta ahora la tragedia del 2 de octubre solía obstaculizar cualquier acercamiento a la historia política contemporánea de México. Por ello, resulta refrescante acercarse a una obra que, desde la mirada historiográfica, desplaza finalmente las explicaciones de desenlaces inevitables y coloca nuevamente a los sujetos sociales en sus contextos específicos y frente a sus decisiones.
El segundo mérito de esta obra es que, como el título lo señala, pretende ser una historia total. Hasta ahora la producción escrita sobre el 68 mexicano había sido intencionalmente fragmentaria o directamente excluyente. Por un lado, quienes han recuperado la memoria del movimiento estudiantil suelen ignorar (o repeler) la importancia de los Juegos Olímpicos como significante político. Por otro lado, quienes realizan investigaciones sobre el magno proyecto olímpico desatienden el hecho de que aquella apuesta modernizadora se impactó de frente con la modernidad política que representó el movimiento estudiantil. Por ello, el acierto más grande del libro es haber abordado al 68 mexicano como una totalidad compleja y conflictiva, haber mostrado que en la historia política de 1968 los Juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil fueron dos procesos complementarios y no antitéticos.
Un tercer elemento por destacar es la forma en que Rodríguez Kuri inserta de manera decidida, pero no mecánica, la historia del 68 mexicano en el complejo geopolítico de la Guerra Fría. Como ha señalado en distintas ocasiones Eric Zolov, la historia global de los años sesenta no puede ser explicada mediante determinismos estructuralistas que coloquen todas las experiencias como resultado de inevitables procesos mundiales, sino como la forma compleja en que estos procesos interactuaron con fenómenos nacionales, regionales y locales. En ese sentido, el seguimiento de los actores mexicanos (funcionarios del régimen, militantes estudiantiles) nos permite observar que éstos participaban activa y decididamente del complejo político internacional.
Como toda investigación seria, la de Rodríguez Kuri es imperfecta. Por ello, antes de concluir esta reseña, me permito señalar un par de elementos que, a mi juicio, deben tomarse en cuenta al acercarse a este libro. En primer lugar, resulta indudable que la apuesta por establecer un vínculo directo entre el conflicto local y el ámbito internacional abona decididamente a la idea de que la significación política de aquel año se concentraba en la capital del país. Es cierto que el libro nunca promete una historia nacional, pero la exclusión del amplio abanico de debates y conflictos políticos ocurridos en el resto del país parece responder al interés del autor por conservar a toda costa el tropo retórico de presentar a la ciudad como una sinécdoque de la cultura política de los años sesenta y termina consolidando la idea de que la política era un monopolio de la ciudad de México.
Además, el capítulo tercero resulta claramente un elemento extraño dentro de esta obra. Como mencioné antes, dicho capítulo se concentra en analizar el debate intelectual suscitado como consecuencia del incendio de la catedral metropolitana en 1967. Publicado originalmente como artículo, el texto que recoge este fascinante debate resulta ajeno en el libro. Si bien el autor propone que en aquella discusión “los tonos y vocabularios del bando vencedor insinuaron ciertas estrategias discursivas que guardaban afinidades sutiles, lejanas, pero eficaces con los argumentos contrarios a las demandas de la protesta estudiantil” (p. 32), las referencias son tan sutiles y lejanas que resulta difícil vincularlas políticamente con el tema central de la investigación.
Aun así, resulta indudable que este libro está destinado a ser un referente. Publicados en versiones anteriores como artículos, cada uno de sus capítulos presenta una versión ampliada, enriquecida o directamente reelaborada de acercamientos previos a distintos aspectos de la historia política, deportiva y diplomática de la segunda mitad de la década de los sesenta. Estamos, pues, frente a una obra que muestra un punto de llegada y que condensa un largo proceso de investigación. El Museo del universo de Rodríguez Kuri establecerá sin lugar a duda un hito en los estudios sobre 1968 y sobre la cultura política del siglo XX mexicano.
Resenhista
Israel Rodríguez – Universidad Nacional Autónoma de México (México). Instituto de Investigaciones Históricas. E-mail: israelrr@unam.mx https://orcid.org/0000-0003-3825-974X
Referências desta Resenha
KURI, Ariel Rodríguez. Museo del universo: los Juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968. México: El Colegio de México, 2019. Resenha de: RODRÍGUEZ, Israel. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n. 62, p. 269-274, jul./dic. 2021. Acessar publicação original [DR/JF]
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