Este libro ofrece reflexiones surgidas a partir de una acumulación social de situaciones en años de clase. No es ni una crítica al profesorado, ni a las ciencias de la educación, es en definitiva una reivindicación del oficio. Pretende destacar el rol de la docencia como una tarea artesanal. Lo artesanal se sitúa aquí en la posición diametralmente opuesta a la virtualidad en la que vivimos y a la rutinización de la tarea. Lo artesanal significa “(…) poner el cuerpo en un aula, compartir el espacio con nuestros alumnos, exponer nuestras vidas para lograr un compromiso semejante por parte de ellos y ellas.” (p. 14).
La propuesta de Lorenz en este libro, consiste en trazar un recorrido para pensar de qué manera podemos generar espacios para el intercambio entre las generaciones y, sobre todo, para fortalecer esa vieja costumbre de aprender a pensar. Espacios para el diálogo. Espacios para “(…) cuestionar las desigualdades, pero, sobre todo, los regímenes de información y de organización social que las justifican.” (p. 13). Pero el libro también propone la recuperación del tiempo, de la escala humana para pensar las cosas: la proporción en la cual la realidad es manejable, pensable y aprehensible. Recuperar la noción de la agencia humana a partir de la escucha y el diálogo.
La escala humana es un eje central en la introspección realizada por Lorenz a lo largo de estas páginas. Es una unidad de medida, una forma de comunicarnos que se alimenta de la subjetividad para pensar los lazos sociales, reforzarlos, proyectarlos e imaginar un futuro. Por tanto, la mirada está inscripta en la percepción de un futuro asequible, pensable y que permita conjurar la posibilidad de un proyecto político emancipatorio. Sin embargo, Lorenz sostiene que la escala humana confronta a dos enemigos formidables: por un lado, la reducción de la realidad al presentismo, esto es, la idea de un eterno presente, caracterizado por la ausencia de una barrera pasado/presente, por lo que resulta difícil pensar la historia “(…) tanto en términos de reflexión sobre el pasado como de imaginación de un futuro” (p.14). Por otro lado, el segundo enemigo de la escala humana es la posverdad. De alguna manera, la posverdad se asienta sobre una pretensión de verosimilitud, a contrapelo de la verdad asociada a nuestro entender con una pretensión de verdad. La diferencia reside en que en la posverdad importan más las “(…) opiniones asociadas a las preferencias, a los sentidos, que el argumento, la evidencia y la razón.” (p. 15). Un claro ejemplo de la difusión a gran escala de la posverdad es el mundo de las llamadas fake news desperdigadas en redes sociales. Tanto el presentismo como la posverdad se benefician del uso de las tecnologías de la información y de la comunicación en todos los niveles de la vida social.
Asimismo, una persona con un mundo a su escala tiene la capacidad de agencia, es decir, puede devolverle al mundo complejidad para comprenderlo y modificarlo. La escala humana comporta una dimensión que implica recuperar el tiempo. Tiempo perdido por el bombardeo incesante de los medios de comunicación. Es, en resumidas cuentas, un libro que se propone combatir el adormecimiento, la apatía, la suspensión de la conciencia del tiempo. Pero también es un libro que busca la esperanza en tiempos de desesperanza.
La indignación de la realidad presente también se inscribe con la premisa de que este libro fue escrito en un mundo distópico. Más allá de estos supuestos, el libro se nutre de dos grandes certezas: “de la necesidad humana de dudar, y de la innegociable creencia en el futuro como construcción del ser humano” (p.16-17). Pero la búsqueda de la verdad está indisolublemente articulada en la percepción del autor, en la idea de que no hay vínculo sin escucha. Dialogar, intercambiar ideas u opiniones entre docentes y alumnos, recuperar la agencia, son algunas de las tantas ideas retomadas a lo largo de las páginas de este libro. Esta tarea (recuperar el diálogo y la escucha) es posible, todavía, en uno de los pocos espacios de sociabilidad que nos quedan: las escuelas.1
Tal vez sea necesario puntualizar, que se trata de un ensayo holístico. Quizás esto esté asociado con la trayectoria educativa del propio Lorenz. En sus propias palabras, a menudo se percibe a sí mismo en términos de un anfibio. Esto es así porque entra y sale de distintos lugares, de la investigación y el aula a la escritura solitaria, de la lectura a la formación de pares. De la cita de pasajes de literaturas a la exposición de vivencias personales que configuraron, gradualmente, una trayectoria docente y que a raíz de más de veinte años de experiencia le permitieron volcar sus reflexiones en el formato de un libro. A continuación, trataremos de exponer algunas de las tantas cuestiones trabajadas a lo largo de este texto y que nos permiten poner en tensión la idea de la escuela entendida no como supone el capitalismo neoliberal, o sea como reproductora del adormecimiento o letargo juvenil, sino como un espacio de proyección, resistencia y lucha, donde la premisa axiológica que guie nuestra praxis sea siempre la recuperación de la escala humana.
En el capítulo Grandes épicas y pequeños gestos destaca que, por analogía con la historia de Moby Dick, el trabajo de los profesores tiene un alto nivel de terquedad y pasión puesta tras un objetivo. Una primera épica aludida en ese contexto es la solidaridad aprendida en gestos concretos. Y es que el trabajo docente tiene un fuerte componente épico. Estamos obligados a ser optimistas. La épica de nuestro trabajo es “(…) la defensa de esa perspectiva, de la certeza de que la realidad es manipulable porque es vital y se hace palpable, encarna en personas de carne y hueso, abiertas a la escucha, a la interpelación, a la proyección. Y eso es lo que podemos transmitir.” (p. 28) En síntesis, las grandes épicas se nutren de pequeños gestos, como cuando los alumnos del colegio parroquial de La Reja le regalan a Federico un rompevientos para los días de lluvia.
En el pasaje titulado Soñadores diurnos el punto de partida es la importancia atribuida a la red y su avance corrosivo sobre los seres humanos. En este punto, es importante el ejemplo citado por Lorenz de Netflix y su voluntad de trocar las horas de sueño de los consumidores en entretenimiento digital. El avance sobre el último reducto humano, el sueño, puede derivar “(…) en la abolición de la posibilidad de soñar, de imaginar creativamente, cuando no hay límites, la proyección utópica de una sociedad más justa” (p.34). Ahora bien, las personas han aprendido a desconfiar de los medios, pero en el proceso han renunciado a la posibilidad de distinguir lo que es verdadero de lo que no lo es. La tarea del docente, entonces, consiste en “(…) salir del letargo del presentismo y la posverdad. Escapar del bosque de los trolls, esa es la primera tarea” (p.40). La segunda tarea, es preservar el sueño. Nuestra épica entonces implica propiciar una educación de soñadores diurnos.
En el capítulo Diálogo y escucha se focaliza la atención particularmente en la dinámica de la escucha. “Escucha para atender la realidad, para poder interpretarla y modificarla, y en el proceso, reconocer a los pares.” (p. 48) El desafío para los profesores consiste en tejer lazos o vínculos. Porque no hay emancipación posible sin lazo. Pero el profesor también es un guerrillero. Un combatiente cuyo espacio de confrontación es el aula, último reducto de resistencia en el marco de un capitalismo voraz y adormecedor de conciencias. Somos combatientes irregulares con dos objetivos principales: “(…) romperá la idea de que una nube se ha posado sobre nosotros de modo permanente y, a la vez, enfrentar lo efímero compensando con sustancia el tiempo que pasamos en diálogo con los demás.” (p. 53) Pero el trabajo como profesor no es optar por la cara o la cruz de la moneda, sino mantener a esta en el aire, en estado de suspensión. Alimentar la curiosidad, mantener el deseo y el suspenso. En síntesis, para Lorenz los profesores somos nexos entre lo nuevo y lo viejo, somos la posibilidad de la disrupción.
Vivimos en un mundo dominado por el “consumo ambiente” nos dice Federico Lorenz. Esto implica la adopción de consumos culturales múltiples en simultáneo. “Hoy día escuchás música mientras repasas las redes, leés una notica en Twitter” (p. 65). Frente a este escenario surge la pregunta ¿Cómo discutir una “visión plausible de futuro” cuando este “ya llegó” y está para quedarse? Con “(…) astucia, con paciencia, con esperanza.” (p. 67).
Habíamos dicho que el libro pretende reivindicar a la docencia como un oficio. Este último supone como condición sine qua non que para ser profesores no se puede ser insensible ni cínico. A esto alude uno de los otros pasajes del libro titulado Sensibilidad artesanal. Allí se destaca que la “insensibilidad impide que nos expongamos ante nuestros alumnos en nuestras dudas y certezas y, a la vez, nos impermeabiliza frente a las de ellos” (p. 76). Una forma de insensibilidad es la derivada del culto a la técnica. Aquí se alude, por ejemplo, a un curso de perfeccionamiento dictado sobre el Holocausto en Londres. Lo interesante es que esa clase sobre nazismo y vida cotidiana que describe el autor no dio lugar para preguntas, no hubo discusión o intercambio dialógico alguno. Pero un profesor puede volverse cínico no solo mediante ese distanciamiento. Las condiciones de trabajo también pueden desempeñar un papel importante en este tipo de situación. En resumen, nuestro trabajo, a escala humana “(…) es esencialmente artesanal. Somos precapitalistas en un contexto de triunfo del capitalismo. Nuestra tarea requiere la personalización, porque cada destinatario es único, como lo es nuestro vínculo con él (…)” (p. 77-78).
Lorenz reitera a lo largo de estas páginas su condición de anfibio mencionada con anterioridad. En cierto sentido, el apartado titulado Generosidad recupera esta cuestión subrayando su experiencia con la historia oral tras recibir una llamada de Dora Schwarzstein. Una serie de vivencias en el aula le permitieron al autor adoptar a lo largo de su trayectoria una posición de humildad al decir “No sé”. De admitir que ciertos temas hay que pensarlos y discutirlos juntos. Ahora bien, ¿qué importancia tiene su investigación en la historia con fuentes orales para la formación docente y para el docente? La historia oral “(…) se decía entonces, ‘daba voz a los que no tienen voz’ (…) No ‘damos voz’, tampoco la ‘recuperamos’ ni la ‘amplificamos’. Pero generalmente la situación propicia la escucha. Desde el punto de vista de la situación de entrevista, el trabajo con fuentes orales es lo más parecido a una situación de clase.” (p. 91). Exige atención, paciencia, rigurosidad, empatía y escucha.
Para terminar, vale destacar que el aula como “(…) espacio de encuentro de las generaciones es un lugar para resistir y construir” (p. 97). Pero el aula también es “(…) esa hoguera en la oscuridad, es un lugar donde también los muertos se congregan para escuchar lo que tenemos para decir” (p. 103). Recuperar la escala humana, pero también recuperar la idea de la historia trascendiendo su lugar como acreditación de saberes para transformarse en vehículo de lucha y posibilidad de cambio. “El profesor debe ser capaz de separar, con su acción, el pasado del tiempo por venir, para transformar el presente en un espacio para la acción” (p. 121).
Nota
1 “Las escuelas, precisamente por ser el lugar habilitado y legitimado socialmente para la transmisión, son un espacio de resistencia a la distopía Un lugar donde detener la inercia. Allí, en las aulas, es donde podemos recuperar la escala humana, los seres de carne y hueso que se escuchan, se respetan, discrepan, construyen” (Lorenz, 2019:18).
Resenhista
Mauro Herrera – Universidad Nacional del Litoral, Argentina. E-mail: mauro_herrera@live.com.ar https://orcid.org/0000-0001-9625-2592
Referências desta Resenha
LORENZ, Federico. Elogio de la docencia. Cómo mantener viva la llama. Buenos Aires: Paidós, 2019. Resenha de: HERRERA, Mauro. Clío & Asociados. La historia enseñada. La Plata, n. 32, ene./jun. 2021. Acessar publicação original [DR/JF]
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