Violencia estatal memorias y espacios archivo imagen y cartografía para un campo en construcción/Folia Historica del Nordeste/2022
Desde diversas tradiciones académicas y políticas se ha demostrado que la naturaleza de los distintos tipos de violencia, así como las formas del recuerdo y el olvido, e incluso los términos en que se exige (o no) justicia, son concomitantes a coyunturas y tradiciones culturales, políticas y jurídicas específicas. Este número especial se inscribe en un campo compuesto por un número creciente de contribuciones académicas, museográficas y artísticas recientes que proponen analizar el vínculo entre violencia y memoria a partir de su dimensión espacial (Salamanca, 2015; Salamanca y Colombo, 2019; Tavares, 2018; Rossetti, 2016). En la construcción de este campo de indagación, que es también un proyecto personal de investigación, se han reunido cuestiones azarosas, intuiciones, condiciones de posibilidad y la articulación afortunada de deseos, búsquedas e intereses compartidos.
Este problema epistemológico tiene su arqueología empírica y su narrativa. Una arqueología empírica de borde, de frontera, situada en aquella zona de opacidad posibilitada por el poder incandescente de los relatos de la Nación, de la ciudad letrada, de la ciudadanía, pero también y paradójicamente, posible por el poder incandescente de las narrativas de la violencia más pura: el genocidio, la muerte, la desaparición y la tortura. Porque debajo o por fuera de esa luz incandescente, otras zonas, otras personas, otros paisajes y otros pueblos seguían y siguen formulando sus propias narrativas acerca de un conjunto de experiencias otras de violencia, de otros recorridos, oblicuos, transversales que juntan temporalidades e historicidades múltiples, que entrecruzan el mundo de la cultura con la dimensión material de la existencia, que articulan las escalas de los cuerpos con las de las fronteras nacionales, la experiencia y su relato.
Reconocer la diversidad de distintos tipos de violencia como la violencia colonial, la violencia de las infraestructuras, la violencia lenta, la violencia como herramienta, trasfondo, contexto y razón instrumental de la (in)justicia espacial, ambiental y social, abre la puerta a la discusión, a la observación y al análisis de la dimensión colectiva de la memoria, pero también de la justicia en términos que es urgente conjugar.
La variabilidad de aquello que puede ser pensado y problematizado como violencia ha sido claramente reconocida como parte de una dinámica que, aunque con variaciones, aparece como un proceso lineal y progresivo de ampliaciones sucesivas. Menos clara, sin embargo, es la importancia de la dimensión espacial de estos procesos que se presentan no como progreso acumulativo de reflexiones, deducciones, discusiones y jurisprudencia sino más bien, como resultado de una mirada que se dirige hacia otra parte.
A partir de una perspectiva interdisciplinaria, histórica y multiescalar, venimos proponiendo una revisión de la violencia y de la memoria en tanto prácticas y construcciones sociales interdependientes y articuladas que se producen en el espacio y a través del espacio. En ese recorrido, hemos propuesto, por una parte, el examen minucioso de herramientas conceptuales y metodológicas en relación, por ejemplo, con la justicia espacial, la larga duración, los juegos de escalas, la perspectiva relacional (Salamanca Villamizar, Astudillo Pizarro y Fedele, 2016). Por otra, el análisis, a través de casos de estudio de diferentes regiones latinoamericanas, las prácticas de violencia y de memoria en sus espacialidades, materialidades y rastros, así como en sus discursos y representaciones. En un ejercicio de síntesis, en el año 2020 llevamos a cabo el seminario de doctorado “Violencia, espacio y memoria en América Latina. Crítica, análisis y representación” desde el Instituto de Geografía de Universidad de Buenos Aires, que buscaba problematizar estas cuestiones a partir de seis ejes y que destacamos aquí por su pertinencia para entender las contribuciones que hacen parte de este número especial. (i) Las prácticas genocidas en relación con ideas específicas de soberanías que se imaginan como amenazadas por alteridades étnicas y geográficas extremas. (ii) Los circuitos opacos de una violencia soterrada que procede socavando la política a través de la destrucción de la vida. (iii) La dimensión productiva o “creadora” de la violencia tanto en su efecto transformador material como en las nuevas relaciones sociales que intenta instaurar a través de la producción autoritaria del espacio (Salamanca Villamizar, 2015a; Salamanca Villamizar y Colombo, 2019). (iv) Las limitaciones de los mecanismos de restitución, reparación y compensación y la posibilidad de memorias transformadoras. (v) Las prácticas de violencia propias de la globalización, caracterizadas por una creciente opacidad de los agentes de violencia, la creciente participación de actores ilegales, un estado permanente de excepción y una nueva geografía extra-territorial. (vi) Las prácticas de violencia que se producen en el marco de los proyectos extractivos que promueven la sobre-explotación de la naturaleza.
Cada uno de estos tipos de violencia tienen profusas manifestaciones y repercusiones que, con frecuencia, se proyectan hacia el pasado o se extienden hasta el presente, superponiéndose y retroalimentándose mutuamente.
Este número especial se deriva de una experiencia colectiva de trabajo sobre discusiones e interrogantes abiertos por intermedio de dichos ejes durante el seminario y en algunas sesiones posteriores. Partiendo del reconocimiento de que los avances en las discusiones conceptuales acerca de violencia, memoria y espacio requieren de una articulación con la dimensión metodológica de su desarrollo, proponemos avanzar en esa discusión con contribuciones que dan nuevas pistas y que amplían el campo poniendo el acento en la dimensión metodológica.
Al poner el acento en la dimensión espacial, estas indagaciones se interesan por dinámicas, experiencias, regiones o poblaciones poco presentes en las narrativas dominantes sobre la violencia tanto en Argentina como en América Latina, invitándonos a repensar las categorías habituales con las que pensamos la violencia y la memoria del pasado reciente. Al mismo tiempo, estas contribuciones develan la manera en que los gobiernos autoritarios dejaron sus huellas en el espacio y por esta vía, qué transformaciones generaron en la forma en que habitamos, vivimos, recordamos.
Disputas por la visibilidad, el sentido y la memoria frente a la violencia de Estado
Los trabajos que componen la primera parte abordan experiencias de poblaciones indígenas y campesinas en diversos contextos en los que se pone en evidencia la manera en que la memoria es una cuestión vinculada también a los desafíos del presente y las posibilidades de futuro.
Una de las cuestiones que emerge como eje de continuidad es el rol de la violencia como factor central en los procesos de territorialización y desterritorialización de comunidades indígenas y campesinas en zonas fronterizas o periféricas. La región ambiental, cultural y geográfica del Chaco mantiene con las capitales de Argentina, Bolivia y Paraguay, los tres países que comparten soberanía sobre él, una relación de distancia y alteridad social que también es geográfica. Tanto los contornos de las fronteras internacionales, pero también las realidades de los habitantes tradicionales de dicho territorio se vieron transformadas radicalmente por las guerras de la Triple Alianza (1964- 1970), del Chaco (1932-1935), y antes y después por una serie de guerras y hostigamientos recurrentes por parte de estos tres países en contra de los pueblos indígenas que allí habitan.
La primer contribución aborda las tensiones que se derivan de las formas de representación de la Guerra del Chaco en la que Bolivia y Paraguay se disputaron la soberanía sobre el Chaco boreal (Capdevila, Combès, Richard y Barbosa, 2010; Richard, 2008). Para ambos Estados, la confrontación por la definición de las fronteras iba de la mano del desafío de la ocupación y dominio de esas áreas de frontera que también eran territorios tradicionales indígenas. En su artículo elaborado desde el análisis del lado paraguayo, Agustina De Chazal aborda los regímenes de visibilidad propios de las prácticas de representación de la guerra. En ese contexto en que violencia y poder se despliegan, las imágenes producidas y puestas en circulación invocan cuestiones como la construcción de la Nación o la exaltación de la colonización como acto de soberanía (Tell, 2017; Masotta, 2009; Krauss, (2002)(1985)). De acuerdo con la autora, dichas imágenes operan como herramienta de producción de una narrativa acorde al propósito de la construcción del Paraguay en esa zona convirtiéndose en la gramática con la que la Nación inaugura un nuevo tiempo y espacio. Las fotografías oficiales paraguayas de la guerra son utilizadas como evidencia de los modos de violencia estatal implicados en una narrativa que hace visible al mismo tiempo que oculta. La autora luego sigue el uso y circulación de las fotografías en exhibiciones para indagar cómo la historia oficial del conflicto es reescrita a través de las imágenes y los relatos curatoriales. Contrastadas con las memorias indígenas de la guerra, tal memorialización es puesta en evidencia en su disputa habilitando a pensar el conflicto desde una variedad de regímenes de historicidad.
La continuidad de la violencia como elemento constituyente de los procesos de construcción de los Estados Nacionales y de relación con las poblaciones indígenas puede encontrarse en las políticas represivas de las dictaduras y gobiernos cívico-militares que se extendieron en el Cono Sur. Esta continuidad ha sido establecida, entre otros, por David Viñas (1982) quien se preguntaba si los desaparecidos de las políticas represivas de la dictadura argentina no fueron precedidos por los indios de finales del siglo XIX, asesinados en masa en el contexto de la llamada Conquista del Desierto. Pero el planteamiento no fue aislado y no se dio solamente a través de las figuras de la víctimización. El mismo gobierno cívico-militar durante su usurpación del poder entre 1976 y 1983 intentó construir un parentesco mítico con aquellos militares que, a finales del siglo XIX, expandieron a sangre y fuego los dominios soberanos de la nación, conmemorando la Conquista del Desierto con performances, homenajes y patrimonializaciones y escribiendo “Extremista” donde cien años antes decía “Indio” y retomando la práctica genocida como práctica de poder, de gobierno y de defensa de la soberanía.
El proceso de “reorganización nacional” iniciado en 1976 en la Argentina no se desplegó de manera uniforme entre la población ni en todo el territorio nacional y así como el análisis de la violencia clandestina muestra la centralidad de las grandes ciudades (Buenos Aires, Córdoba, Rosario) en el despliegue del terrorismo de Estado, en otros lugares de la geografía nacional existieron otros nodos de acción y significación. Entre éstos últimos sobresale la Provincia de Tucumán, un territorio en el que la represión política se vio exacerbada en 1975, con el inicio de las acciones de contrainsurgencia cuyo punto máximo se concretizó en el llamado “Operativo Independencia” y luego durante la última dictadura cívico-militar (Colombo, 2017). Constituyendo una dupla complementaria sobre dicha zona, el segundo y tercer artículo de esta parte focalizan su atención en dos operaciones espaciales emblemáticas y propias de los gobiernos autoritarios latinoamericanos. Por una parte, la destrucción/construcción de espacios de vida sobre la base de un restringido repertorio de formas de existencia aceptables. Por otra, el quiebre (pretendido, no logrado) de aquellas poblaciones con sus formas de vida y su territorio.
En el artículo “Geografías del afecto. Una experiencia etnográfica sobre el Terrorismo de Estado…”, Bruno Salvatore se refiere a la experiencia de cientos de familias que habitaban tradicionalmente la zona rural del oeste de la provincia de Tucumán y que en 1977 fueron concentradas en poblados creados por los mismos militares como estrategia contrainsurgente, una iniciativa que articula tres formas articuladas de violencia. Primero, como prolegómeno represivo de la llamada “lucha contra la subversión” de 1975 que se desplegó precisamente allí en donde habitaban las poblaciones desplazadas. Segundo, bajo la forma de traslados forzados de la población de 1977. Tercero, como epicentro de la violencia hasta 1982, con múltiples dispositivos materiales de monitoreo, control y represión.
Con un trabajo situado a medio camino entre la arqueología y la etnografía, el autor nos muestra que tal entramado de violencias sucesivas parece no ser del todo visible para sus habitantes, e incluso esconderse bajo discursos como “las mejoras habitacionales” y “la modernización del territorio”. En su artículo, Salvatore presenta una experiencia metodológica que articula las memorias de los habitantes desplazados y una serie de imágenes y planos de la época, que sirvieron como dispositivos para reconstruir “el lugar como era antes”. En línea con propuestas como la de Navarro-Yashin (2013), la propuesta interpela desde las emociones a aquellos antiguos habitantes del territorio en cuestión, para quienes los espacios sociales menos controlados sobresalen por contraste con el espacio militar, develando una suma de prácticas represivas de “menor intensidad” en comparación con aquella, original de 1975, pero de mayor extensión en el tiempo. El trabajo de Salvatore invita a pensar hasta qué punto la violencia que no es del todo visible puede ser tramitada, y en qué medida identificarse como víctima de la injusticia en el pasado, abre en el presente una línea de derechos económicos, sociales y culturales a garantizar en un estado democrático.
Una revisión de los avances y retrocesos en la tramitación de las violencias de Estado en las últimas décadas tanto en Argentina como en América Latina muestra que la problematización de las violencias es un proceso epistemológico, pero también social, político y jurídico. En “Colonias desaparecidas”: el impacto socio-territorial de la violencia en el ámbito rural…”, Constanza Cattaneo pone en relevancia que las distintas modalidades de violencia y represivas que se desplegaron en el sur de Tucumán se fueron diferenciando en función de enjuiciar a los responsables; así, se analizaron circuitos, centros clandestinos de detención y lugares de destino final de los detenidos desaparecidos.
En las últimas décadas los análisis sobre la violencia en el espacio han ido ampliándose, incluyendo problemáticas ligadas, entre otros, a la construcción de infraestructura a gran escala, los barrios populares, el patrimonio cultural y las zonas de frontera. En su artículo, Cattaneo aborda la reconfiguración espacial de las colonias azucareras de uno de los ingenios activos en la región durante todo el siglo XX. La autora hace un análisis histórico de una de las colonias de trabajadores y mediante un entrecruzamiento de trabajo etnográfico y documental, analiza el impacto de la represión política que se llevó a cabo contra esta población. Este análisis permite incorporar, a nivel socio-espacial, nuevas capas represivas, que se distinguen no solamente en sus ubicaciones “periféricas” en torno a poblados fabriles, sino también por la temporalidad represiva que se vincula con los inicios de la violencia política. Cattaneo invita a ampliar el análisis de las prácticas de violencia en el ámbito rural para alcanzar los “periodos iniciales de la represión”, y al mismo tiempo, avanzar a la incorporación de otras memorias como la de los pobladores campesinos.
La primera parte de este dossier concluye con el artículo “Territorialidades superpuestas y políticas de despojo en el conflicto de la comunidad Newen Kurruf, Catriel, Río Negro” de Ana María Catania Maldonado que, centrándose en la experiencia de unas familias mapuche en la Provincia de Rio Negro al sur de la Argentina, ofrece pistas para comprender el lugar de la memoria territorializada en las maneras en que se han estructurado históricamente las políticas estatales en torno al acceso a la tierra y las territorialidades implicadas. Al igual que muchas otras regiones periféricas latinoamericanas, la Patagonia es actualmente el escenario de despliegue de empresas extractivas que, en el contexto del “consenso de los commodities” (Svampa, 2013), avanzan sobre aquellos territorios tradicionales indígenas. Maldonado lee críticamente la manera en que distintas formas de violencia se articulan con dispositivos que pretenden hacer viables y posibles las políticas del despojo contemporáneas.
No obstante, como lo muestra la autora, la conflictividad territorial de esta zona de la provincia de Río Negro tiene profundas raíces históricas que se remontan al menos hasta finales del siglo XIX cuando se produjo el proceso de despojo territorial por parte del ejército argentino y el consecuente desplazamiento de los habitantes tradicionales de dicho territorio. Mientras las tierras ingresaban al dominio estatal como fiscales y pertenecientes al territorio nacional, algunas familias expulsadas serían posteriormente concentradas en una colonia agrícola -denominada Colonia Pastoril, un lugar en donde posteriormente se fue dando el asentamiento de otros habitantes como colonos hasta que a mediados del siglo XX se empiezan a otorgar los permisos de explotación de hidrocarburos. Las distintas “lógicas de territorialización que organizan jerárquicamente a los sujetos a partir del uso, acceso y apropiación de la tierra” son así construidas a partir de la reconstrucción de la trayectoria de una comunidad mapuche que en los últimos años enfrenta amenazas de desalojo para dar cuenta de la manera en que las políticas estatales y los marcos jurídicos en torno al acceso a la tierra se han estructurado históricamente.
Espacios de vida, escombro y ciudad
Los trabajos que presentamos en la segunda parte ahondan en espacios que, al ser simultáneamente lugares de memoria y espacios de vida se convierten en terrenos en los que distintas formas de aprehender el pasado e imaginar el futuro entran en conflicto. En “Construir una memoria posible y transformadora.
‘La Tablada’, un Sitio de Memoria en la periferia Montevideana”, Martina Eva García Correa problematiza la manera “relativamente rígida y homogénea” del marco interpretativo con el que buena parte de los estudios sobre Sitios de Memoria en Argentina y el Cono Sur se han centrado en la administración y exposición de las memorias públicas sobre el Terrorismo de Estado y su inscripción en el espacio (Messina, 2019; Guglielmucci y López, 2019; Salamanca, 2022). Como afirma García, dicho marco está siendo puesto en cuestión, cada vez con mayor intensidad, por una serie de complejidades que desbordan y desafían los sentidos y supuestos asociados a estos espacios. La Tablada Nacional es un conjunto edilicio que se extiende en un área de unas 64 hectáreas compuesto por un edificio principal y otras construcciones conexas en donde funcionó el principal mercado de carne bovina creado hacia finales de siglo XIX. Durante casi 100 años, la Tablada fue el lugar de sacrificio los animales para luego alimentar los frigoríficos de Montevideo y Canelones (Marín Suárez, de Austria, Ampudia, Márquez, Arguiñarena y Guillén, 2020). Tanto el edificio como el predio fueron apropiados por los militares durante la última dictadura uruguaya (1973-1985), para convertirlos en uno de los más importantes centros clandestinos de detención y tortura del país, por donde pasaron cientos de militantes secuestrados (Marín Suárez y Tomasini, 2019).
Para la autora, la multiplicidad de capas de violencias que configuran este territorio histórico y la confluencia de actores involucrados, señala la necesidad de construir una memoria no moralizante, que no oblitera el resto de injusticias que condensa. A partir del análisis etnográfico en base al trabajo de campo desarrollado en torno al proceso de construcción del Sitio de Memoria La Tablada, García Correa aborda los desafíos que supone la producción de memorias transformadoras, capaces de reconstruir el presente y el futuro en clave local en donde, entre otros, se juegan injusticias espaciales y ambientales.
Proponiendo aproximaciones que matizan las miradas monolíticas sobre los gobiernos autoritarios y su eficacia y control absolutos, otros trabajos se detienen en las maneras en que saberes expertos y políticas de planificación se articulan en contextos autoritarios. Como ya referimos, una de las dimensiones analíticas más dinámicas en el campo de la memoria en los últimos años tiene que ver con la dimensión “creadora” de la violencia. Es decir, aquella que no se centra en las formas más directas y explícitas de la violencia sino en la manera en que los gobiernos autoritarios se propusieron la transformación de las sociedades por intermedio de la transformación de sus territorios de vida y existencia.
Los artículos dos y tres de esta parte ponen en evidencia las formas autoritarias de producción del espacio en el contexto de los dos últimos gobiernos dictatoriales en Argentina mostrando algunos efectos de su continuidad1 . Ambas contribuciones ponen en evidencia cómo miradas y prácticas autoritarias sobre el hábitat popular configuran círculos de violación de diferentes derechos para poblaciones expuestas hoy a diferentes tipos de violencia en trayectorias observadas en la larga duración (Sharma y Gupta, 2006).
En “Planificación, saberes expertos y violencias. Operatorias de intervención en la costanera de Rosario, entre dictaduras (1966-1983)”, Anahí Pagnoni se centra en la ciudad argentina en donde desde el retorno democrático, la recuperación recreativa e inmobiliaria de la ribera sobre el río Paraná ha concebido, como parte del mismo proceso, una tradición planificadora heredera del primer Plan Regulador (1935). Sin embargo, para Pagnoni esta narrativa omite el contexto en el que se formuló el último de estos planes, el Plan Regulador Rosario 1967 que proponía la modernización de la estructura vial de la ciudad, la reconfiguración del acceso a la costa y, al mismo tiempo, una serie de operatorias para expulsar a los sectores populares que hasta el momento habitaban en el lugar. La autora sostiene en su análisis que la gramática modernizadora y sus saberes expertos, desarrollados por el gobierno municipal autoritario durante la dictadura de 1966 a 1973 crearon un marco de referencia para la violencia de los desplazamientos forzosos durante la dictadura siguiente (1976-1983) tanto en Rosario como en otras ciudades argentinas (Oszlak, 2019).
Fue también bajo la dictadura ya referida de 1966-1973 que se sancionó la ley 17.605 de 1967, que reglamentó un nuevo Plan de erradicación de Villas de Emergencia, impulsado por las inundaciones causadas por el río Reconquista en el Área Metropolitana del Gran Buenos Aires que hicieron que un gran número de familias humildes perdiera su vivienda. Dicha ley incluía dos programas complementarios, uno de los cuales consistía en la construcción de viviendas destinadas a dicha familias. El plan estaba lejos de prever una solución definitiva; más bien se trataba de 8.000 “núcleos” (reducidas unidades de “vivienda”) proyectados como espacios de “readaptación” para las familias antes de ser trasladadas a unas hipotéticas viviendas definitivas que nunca se harían realidad. Tal idea fue construida sobre el prejuicio en torno a aquellos habitantes a quienes se les reprochaba su supuesta falta de cultura cívica y habitacional. En efecto, la transitoriedad se hizo permanente y los llamados núcleos se convirtieron en la vivienda permanente de miles de familias.
Centrándose en el análisis en la larga duración de esos “Núcleos Habitacionales Transitorios” (NHT) en el municipio de La Matanza, Gran Buenos Aires, Barreto propone un entrecruce analítico entre las políticas urbanas, la violencia y las injusticias espaciales. Para esto, identifica tres momentos que (re)definieron ese dispositivo habitacional que también era de control de las clases populares urbanas. A partir de visitas exploratorias, entrevistas y diversas fuentes (documentos de organismos públicos y organizaciones barriales, materiales periodísticos), Barreto se propone estudiar las condiciones de posibilidad que llevaron a la creación de estas unidades habitacionales. Extendiendo el análisis hasta el contexto actual, el autor aborda los efectos resultantes del periodo de orientación neoliberal de los años noventa en tales espacios y las políticas urbanas provinciales durante 2015-2019. Dichas políticas combinaron agresivas medidas de securitización junto a programas de integración socio-urbana, clásicos de un contexto en el que las gramáticas dicotómicas y moralizantes de la gubernamentalidad neoliberal son simultáneas a la violencia institucional desatándose con total letalidad contra los jóvenes racializados de los barrios populares (Fassin, 2016).
Para Barreto, develar los vínculos entre políticas urbanas diseñadas y aplicadas por distintos regímenes de gobierno permite dar cuenta de algunas cuestiones relevantes. Por un lado, los modos en que opera y se configura el Estado en los “márgenes” a partir de miradas, prácticas, discursos, programas y personificaciones (Das y Poole, 2008). Por otro, los “efectos” que producen las dinámicas de expansión y retracción estatal sobre el hábitat popular, en entornos atravesados por una multiplicidad de violencias e injusticias espaciales (Sharma y Gupta, 2006; Graham, 2004). Finalmente, es posible situar no sólo las transformaciones, sino también ciertas continuidades en las formas de regular y gestionar la vida, las poblaciones y las infraestructuras en las periferias. En síntesis, a través de casos empíricos distintos Pagnoni y Barreto muestra el rol central que cumple la planificación urbana en la creación “de un orden espacial y un paisaje que con demasiada frecuencia se utilizan para confinar y castigar a los más vulnerables” (Shabazz, 2016(2010), p. 249).
Para finalizar, resaltaremos algunos aportes metodológicos, una de las contribuciones más importantes de este número. En primer lugar, la mayoría de los trabajos que componen las dos partes de este volumen recurren a lo que denominamos la cartografía como método, esto es, habilitar el uso de los mapas y las representaciones cartográficas para pensar y construir el problema e identificar y desarrollar nuevas preguntas. Con un propósito similar, otros recurren a archivos cartográficos, fotográficos y una mirada crítica de la representación y las disputas por la visibilidad. El origen empírico de estos ejercicios (cartográficos, de archivo, fotográficos) tiene además un componente metodológico importante para un campo en el que la geografía y la historia son pensados y discutidos también a partir de sus métodos de representación.
En segundo lugar, ya sea a partir de la performance, de la producción y la puesta en circulación de fotografías a gran escala, del uso de mapas o imágenes de archivo en contextos etnográficos, la representación emerge en los diferentes trabajos que se presentan aquí como una mediación no solo en función de aquello que devela, evoca, representa, crea o produce, sino de las relaciones sociales imbricadas en su producción, circulación y consumo (Salamanca, 2015b). Tanto en términos de producción como de circulación, la representación es central de las texturas y dinámicas de la memoria. Y los debates y problematizaciones en torno a la representación se enriquecen al extenderse y ser puestos en relación con la dimensión espacial. En este número se cuenta con diferentes tipos de representación espacial como dibujos, fotografías áreas, mapas, imágenes satelitales, entre otros. Las contribuciones ponen en juego la diversidad de usos que se les da a dichas representaciones para escudriñar y sopesar los distintos impactos de la violencia. Entre otros, dinamizar las geografías del afecto en contextos en los que la memoria se presenta con repertorios que posibilitan ciertos recuerdos, pero ocluyen otros; poner en evidencia planes sistemáticos; analizar y entender las lógicas de planificación urbana.
Por otra parte, estos artículos presentan diferentes formas de problematizar la dimensión espacial de distintas iniciativas oficiales y no oficiales de memoria frente a la violencia (evocación, conmemoración, olvido, nostalgia, reapropiación). En ese proceso analizan los discursos y las prácticas acerca de la justicia (reconocimiento, compensación, reparación) complejizando los abordajes transicionales más frecuentes e interrogándose acerca de la posibilidad de memorias transformadoras. Aún más, involucrándose en circuitos inhabituales, este número especial ofrece estudios que ponen en relación la memoria con la planificación urbana, las formas recientes y actuales de estigma territorial, las cuestiones ambientales y el ritual.
Concluyamos llamando la atención sobre la ampliación de las escalas de análisis a nivel temporal. Los trabajos aquí reunidos abordan las injusticias espaciales históricas en contra de comunidades indígenas y campesinas contra quienes se ejercieron diversas formas de violencia. Mientras tanto, en contextos urbanos, las proyecciones a nivel temporal se extienden para incorporar los efectos de las continuidades de uno y otro régimen autoritario, los traslapes aparentemente conflictivos entre la memoria, el derecho a la ciudad y las cuestiones ambientales y las prácticas de violencia institucional en contra de los mismos sectores vulnerables expuestos simultáneamente a la violencia de la policía y de las economías ilegales. Pero la ampliación de las temporalidades también pasa por incorporar el antes, el durante y el después de las violencias socio-espaciales para diseccionarlas en sus causas, en sus desarrollos y en sus efectos.
Los trabajos reunidos en este número son ilustrativos de los diferentes tipos de geografías, de espacialidades y de relaciones sociales que producen la violencia y la memoria. A diferentes escalas, este número especial en su conjunto hace operar distintas estrategias metodológicas a la hora de analizar y poner en evidencia la performatividad espacial de la violencia, no sólo de la violencia directa sino de otras expresiones del poder autoritario en el espacio y a través del espacio. En este sentido, este número es también una invitación a retomar esas herramientas y conceptos, a imaginar y realizar nuevas investigaciones, impulsar discusiones que hagan viable y posible pensar esas otras formas de violencia y otras necesarias formas de justicia que habiliten formas de vida colectiva sobre un mundo sobre el que se cierne la sombra amenazante de la impunidad espacializada y del eterno retorno de violencias que, por no ser explícitas, ni sangrientas, ni conmovedoras ni impresionantes, se nos hacen aceptables y cotidianas en el horizonte espeso de las cotidianidades individualizadas.
Nota
1 Se trata de la llamada “Revolución Argentina” (1966-1973) cuyos principales protagonistas fueron Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse y de la última dictadura cívico-militar denominada “Proceso de Reorganización Nacional”(1976-1973).
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Organizador
Carlos Salamanca Villamizar – Doctor en antropología EHESS, Investigador Independiente. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”, Universidad de Buenos Aires. E-mail: salamanca.carlos@gmail.com https://orcid.org/0000-0002-4163-4937
Referências desta apresentação
SALAMANCA VILLAMIZAR, Carlos. Presentación. Folia Historica del Nordeste, n. 45, p. 79-90, sep./dic. 2022. Acessar publicação original [DR/JF]