Mike Taber ha editado por primera vez en inglés las resoluciones adoptadas por los nueve congresos celebrados por la Internacional Socialista, también conocida como Segunda Internacional, entre 1889 y 1912. Esto implicó un trabajo de traducción considerable, ya que las actas oficiales de los congresos se publicaron en alemán (las nueve) y francés (seis de ellas), y solo un congreso tuvo sus actas publicadas en inglés (el congreso de Londres de 1896). Lamentablemente, ni las resoluciones han sido compiladas ni las actas de los congresos han sido editadas hasta ahora en español. Algunas resoluciones, o extractos de las mismas, aparecen en Amaro del Rosal (ed.), Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX, México, D.F., Grijalbo, tomo I, pp. 361-432, y tomo II, pp. 11-78, en medio de dislates como el siguiente: “STALIN, EL HOMBRE EXCEPCIONAL QUE, a partir de la muerte de Lenin (1924), adquiere el título indiscutible de continuador genial de las teorías de Marx-Engels-Lenin, aparece en el movimiento obrero en las postrimerías del siglo XIX.” (Amaro del Rosal, Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX, tomo I: De la Joven Europa a la Segunda Internacional, México, D.F., Grijalbo, 1958, p. 429.) Además de proporcionar versiones en inglés de todas las resoluciones en orden cronológico, Taber las ha acompañado con un aparato crítico sumamente útil. Una introducción proporciona una perspectiva general de las características y las tendencias de desarrollo de la Segunda Internacional, de sus logros y fortalezas, así como de sus debilidades y contradicciones y, finalmente, de su legado y relevancia contemporánea. El aparato crítico también incluye breves introducciones a cada uno de los nueve congresos, exponiendo debates clave en cada uno de ellos, un epílogo sobre el colapso de la Segunda Internacional en 1914, un apéndice que incluye una serie de resoluciones no aprobadas, una lista completa de las ediciones de las actas del congreso en alemán y francés, de las que se tradujeron las resoluciones, notas detalladas y un glosario. Es difícil, desde la perspectiva de las sectas que pululan hoy en la izquierda bajo el pretencioso nombre de “partidos de vanguardia”, entender qué era la Segunda Internacional, a saber, un partido socialista de masas de la clase trabajadora: Camille Huysmans, el Secretario del Buró de la Internacional Socialista, calculó que en los años anteriores a 1914 la Segunda Internacional contaba entre diez y doce millones de miembros afiliados a sus secciones nacionales, con más de cincuenta millones de simpatizantes y votantes. (p. 5) La traición al internacionalismo por parte de la mayoría de sus líderes al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914 ha dado lugar a una visión ex post facto desinformada de la Segunda Internacional como una organización oportunista, que ignora el hecho de que Friedrich Engels estuvo muy involucrado en la organización de su primer congreso celebrado en París en 1889. Las cartas de Engels sobre los planes, preparativos y consideraciones estratégicas en la organización del congreso de 1889 se pueden encontrar en el volumen 48 de los Collected Works de Marx y Engels (New York: International Publishers, 2001). Además, Engels consideró al Congreso de Bruselas de 1891 como “un brillante éxito para nosotros”, agregando que “tanto en cuestiones de principio como de táctica los marxistas han salido victoriosos en toda la línea” (p. 29). Engels también pronunció el discurso de clausura en el congreso de Zúrich de 1893. Cuando Lenin escribió en 1918 su folleto La revolución proletaria y el renegado Kautsky, quiso decir exactamente eso; a saber, que Kautsky había renegado de las promesas revolucionarias hechas no sólo en el programa del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) sino también en las resoluciones de la Segunda Internacional, algunas de las cuales el propio Lenin había ayudado a redactar.
Es cierto que, “aunque el alcance de la Segunda Internacional se extendió a muchos países, todavía era un movimiento predominantemente europeo y norteamericano” (p. 5, aunque la sección argentina fue considerable), pero en esa etapa de desarrollo del capitalismo la gran mayoría de los trabajadores asalariados se concentraba en Europa y América, por lo que esta debilidad era un reflejo de una contradicción real, no de un sesgo “eurocéntrico”. El congreso fundacional de la Internacional Socialista, celebrado en París en 1889, planteó el objetivo revolucionario de la nueva organización, afirmando que “la emancipación del trabajo y la humanidad no puede ocurrir sin la acción internacional del proletariado —organizado en partidos de clase— que toma el poder político a través de la expropiación de la clase capitalista y de la apropiación social de los medios de producción”. (p. 22)
La resolución más memorable adoptada por el primer congreso de la Internacional Socialista fue la que estableció la celebración del Primero de Mayo. En diciembre de 1888, la federación sindical estadounidense American Federation of Labor (AFL) había votado a favor de organizar acciones por la jornada de ocho horas en todo Estados Unidos el 1 de mayo de 1890, en conmemoración del movimiento que comenzó en 1886 y que se había dado a conocer mundialmente debido a los eventos de Haymarket de ese año en Chicago. El congreso fundacional de la Segunda Internacional avaló la iniciativa de la AFL y votó que en el Primero de Mayo “se organizará una gran manifestación internacional de tal manera que en un día fijo los trabajadores en todos los países y en todas las ciudades presenten simultáneamente a los poderes públicos la exigencia de que la duración de la jornada laboral se fije en ocho horas”. (p. 25) La misma resolución también estipulaba que otro objetivo de las manifestaciones del Primero de Mayo era “que las demás resoluciones del Congreso Internacional de París se conviertan en ley” (p. 25). Entre ellas se contaba una resolución exigiendo la abolición de los ejércitos permanentes y su reemplazo por el armamento general de la población (milicia). Esta demanda, que se incorporó a los programas de los partidos socialistas de todos los países pertenecientes a la Internacional Socialista, parece haber sido abandonada por las organizaciones de izquierda contemporáneas, que aparentemente están satisfechas con dejar que los ejércitos “profesionales” (es decir, mercenarios) monopolicen el conocimiento del uso de las armas, siempre y cuando su público de clase media no se vea molestado por el servicio militar obligatorio. Después de la escisión entre un ala de centro y otra de izquierda en el SPD en 1910, la sustitución del ejército permanente por el “pueblo armado” se convirtió en una consigna que el ala izquierda, encabezada por Rosa Luxemburg, defendió frente a las propuestas de Karl Kautsky a favor del desarme y los tribunales internacionales de arbitraje, no sólo porque una milicia ciudadana permanente sería un instrumento mucho más eficaz para preservar la paz, sino también porque podía transformarse una herramienta muy útil para llevar a cabo una revolución socialista. La Internacional Socialista hizo de la “acción política y económica” una condición previa para que las organizaciones obreras se sumaran a sus filas, lo que significa que excluyó tanto a los anarquistas opuestos a la organización de la clase obrera en su propio partido político, a la participación en las elecciones y a la legislación protectora para los trabajadores, como como a aquellas organizaciones que rechazaban la necesidad de organizar sindicatos (“Organización Nacional e Internacional de los Sindicatos”, Congreso de Zúrich, 1893, pp. 41-43). Mientras que los opositores proudhonianos a los sindicatos se habían convertido en una rareza para entonces, los anarquistas eran una fuerza a tener en cuenta e intentaron interrumpir los primeros cuatro congresos de la Segunda Internacional. El congreso de Stuttgart de 1907 especificó que las organizaciones admitidas en los congresos socialistas internacionales no serían solamente partidos políticos que adhiriesen a los principios esenciales del socialismo (“socialización de los medios de producción e intercambio; unión y acción internacional de los trabajadores; conquista del poder público por los proletarios, organizados como un partido de clase”) sino también todos los sindicatos que aceptasen “los principios de la lucha de clases” y que reconociesen “la necesidad de la acción política (legislativa y parlamentaria)”, aun si no participaban “directamente en el movimiento político”. (p. 99) Esto también significó que un gran número de resoluciones tenían como objetivo lograr los derechos democráticos que los trabajadores necesitaban para organizar su propio partido y participar en el proceso político, como el derecho de asociación, sufragio universal, etc. Esto fue particularmente cierto para un sector de la clase trabajadora al cual se le negaban esos derechos en todo el mundo, a saber, las mujeres trabajadoras. El congreso de Bruselas de 1891 adoptó una resolución sobre la “Igualdad de la mujer”, que exigía “que a las mujeres se les otorguen los mismos derechos políticos y civiles que a los hombres”. (p. 34) El congreso de Zúrich de 1893, a su vez, adoptó una resolución sobre “Legislación protectora para las mujeres trabajadoras” que exigía medidas como la prohibición legal de que las mujeres trabajaran dos semanas antes y cuatro semanas después del parto, el nombramiento de inspectoras para todos los oficios e industrias en los que trabajasen mujeres, etc., sobre la base de que “el movimiento burgués por los derechos de las mujeres rechaza toda legislación especial en favor de las trabajadoras como un ataque a la libertad de las mujeres y a su igualdad de derechos frente a los hombres”. (p. 44)
La resolución más importante a este respecto fue la resolución sobre el “Sufragio femenino” aprobada por el congreso de Stuttgart en 1907. Dicha resolución saludó la “Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas”, celebrada en vísperas de dicho congreso a iniciativa de Clara Zetkin, que estableció la Internacional de Mujeres Socialistas. También expresó “toda su solidaridad” con la reivindicación del sufragio universal femenino que dicha conferencia había planteado. (p. 111) El segundo congreso de la Internacional de Mujeres Socialistas, celebrado en Copenhague en 1910 inmediatamente antes del congreso de la Segunda Internacional reunido en la misma ciudad, estableció lo que se conocería como el Día Internacional de la Mujer mediante la adopción de una resolución que afirmaba que las mujeres trabajadoras, con el apoyo de los partidos socialistas, debían organizar manifestaciones y asambleas en todo el mundo en una fecha estipulada para lograr el sufragio femenino universal. A partir de 1913, dichas manifestaciones se llevaron a cabo el 8 de marzo, y su celebración en Rusia en 1917 dio lugar a la Revolución de febrero (8-12 de marzo [24-28 de febrero en el calendario juliano de la iglesia ortodoxa rusa] de 1917). Quizás la resolución más importante de la Segunda Internacional fue la resolución sobre “El militarismo y los conflictos internacionales” adoptada por el congreso de Stuttgart en 1907, basada en un borrador original elaborado por August Bebel e incorporando una serie de enmiendas presentadas conjuntamente por Rosa Luxemburg, V.I. Lenin y Julius Martov. Los dos párrafos finales exhortaban a los socialistas de todo el mundo a “hacer toda clase de esfuerzos para evitar la guerra por todos los medios que parezcan efectivos”, pero enfatizaban que “En caso de que a pesar de todo estalle la guerra, es su obligación intervenir a fin de ponerle término en seguida, y con toda su fuerza aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista.” (p. 105, esta resolución aparece traducida como apéndice al libro de James Joll, La Segunda Internacional, 1889-1914, Barcelona, Icaria, 1976, pp. 182-184.) Estos párrafos se reprodujeron más tarde en la resolución sobre “Guerra y militarismo” adoptada por el congreso de Copenhague en 1910, así como en el “Manifiesto de Basilea sobre la guerra y el militarismo” adoptado en noviembre de 1912 tras el estallido de la Primera Guerra de los Balcanes, que también instaba a “los trabajadores de todos los países” a “oponerse al poder del imperialismo capitalista a través de la solidaridad internacional de la clase trabajadora” (p. 141, hay versión castellana disponible online en el Marxists Internet Archive con el título Manifiesto del Congreso Socialista Internacional Extraordinario Basilea, 24-25 de noviembre de 1912). Lenin luego incluyó al Manifiesto de Basilea como suplemento de las ediciones francesa y alemana de su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, agregando en el prólogo a dichas ediciones que el Manifiesto de Basilea representaba “un monumento de denuncia de la vergonzosa bancarrota y la traición de los héroes de la Segunda Internacional”. Hay mucho más material fascinante incluido en este libro que no podemos analizar en el marco de esta reseña, como la Resolución Dresde-Ámsterdam “Sobre la táctica”, impulsada por el “ministerialismo” de Alexandre Millerand, una política que bajo Stalin recibió el nombre del “Frente Popular”. Dicha resolución condenó “de la forma más decisiva los esfuerzos revisionistas de alterar nuestra táctica victoriosa basada en la lucha de clases. Los revisionistas desean que la conquista del poder político, derrotando a nuestros enemigos, sea sustituida por una política de concesiones al orden establecido. La consecuencia de esta táctica revisionista sería la transformación de nuestro partido. En lugar de un verdadero partido revolucionario, que intenta la conversión del orden burgués en el orden socialista, se convertiría en un partido que se conformaría únicamente con reformar la sociedad burguesa.” (p. 83, para una versión en español de esta resolución ver James Joll, La Segunda Internacional, 1889-1914, Barcelona, Icaria, 1976, pp. 97-98.) Por motivos de espacio tampoco podemos analizar otros debates importantes, como por ejemplo los del congreso de Stuttgart de 1907 en torno a la política colonial (el delegado holandés Hendrick Van Kol propuso una política de “colonialismo socialista”, que fue rechazada en favor de un repudio total del colonialismo) y a la inmigración ( el delegado estadounidense Morris Hillquit apoyó las restricciones a la inmigración china y japonesa, que fueron repudiadas en apoyo del derecho irrestricto de inmigración y de naturalización para todas las nacionalidades y razas).
Esperemos que otros estudiosos se inspiren en el trabajo de Taber para traducir las actas de los congresos de la Internacional Socialista, como lo hizo John Riddell con las actas de los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista: John Riddell (ed.), Founding the Communist International: Proceedings and Documents of the First Congress, March 1919, New York: Pathfinder Press, 1987; Workers of the World and Oppressed Peoples, Unite; Proceedings and Documents of the Second Congress, 2 vols., New York: Pathfinder Press, 1999; To the Masses: Proceedings of the Third Congress, 1921, Leiden: Brill, 2015; Towards the United Front: Proceedings of the Fourth Congress, 1922, Leiden: Brill, 2011. Mientras tanto, esta colección de resoluciones, y su aparato crítico sumamente útil, servirán como guía introductoria a este capítulo vital de la historia del socialismo. En la sección de la introducción titulada “Relevancia Contemporánea”, Taber señala que “Probablemente el mayor hilo conductor de las resoluciones adoptadas en los congresos de la Segunda Internacional fue que todos los problemas importantes que enfrentaban los trabajadores estaban indisolublemente ligados a la cuestión del poder político, y a la necesidad de reemplazar la dominación de los capitalistas y terratenientes por el gobierno del pueblo trabajador” (p. 11). Además, subraya que “En este espíritu, la Segunda Internacional generalmente asumió que los trabajadores necesitaban su propio partido independiente, y que no se debía dar ningún apoyo político a la clase capitalista o a sus partidos” (p. 12). Estos principios básicos deberían ser perogrulladas para cualquier socialista, pero lamentablemente a menudo son abandonados en la práctica por las organizaciones de izquierda, como lo atestigua la reciente ola de apoyo de marxistas veteranos a los “Socialistas Democráticos de América”, es decir, al Partido Demócrata burgués en los Estados Unidos. A estos principios fundamentales, Taber agrega una serie de “problemas importantes que enfrentan los socialistas en la actualidad” (p. 11), y que fueron debatidos y abordados en los congresos y resoluciones de la Segunda Internacional. Estos incluyen la cuestión apremiante de la guerra y el militarismo y el tema relacionado del imperialismo y el colonialismo (ambos particularmente relevantes a la luz de la actual campaña belicista del imperialismo estadounidense contra China), la inmigración sin restricciones (basta mencionar el muro fronterizo entre los Estados Unidos y México, así como el ahogamiento de miles de migrantes que intentan llegar a los países de la Unión Europea por el Mediterráneo), la solidaridad internacional, los derechos democráticos, los sindicatos, la legislación laboral, la educación pública y, por último, pero no menos importante, la emancipación de la mujer. Las resoluciones de la Segunda Internacional brindan una introducción muy valiosa a todas estas cuestiones desde un punto de vista socialista, es decir, desde el punto de vista de los trabajadores como sujeto histórico que, organizado en un partido de clase, realizará todas estas transformaciones sociales a través de su lucha por el poder político.
Resenhista
Daniel Gaido – CONICET. Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Referências desta Resenha
TABER, Mike (Ed.). Under the Socialist Banner: Resolutions of the Second International 1889-1912. Chicago: Haymarket, 2021. Resenha de: GAIDO, Daniel. Revista Izquierdas, 51, 2022. Acessar publicação original [DR/JF]
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