Una herencia que perdura. Petróleo, cultura y sociedad en Venezuela | Miguel Tinker Salas
El autor Miguel Tinker Salas es un venezolano nacido en Caripito, estado Monagas. Su niñez, adolescencia y parte de su juventud transcurrió en un campo petrolero residencial, dado que sus padres trabajaban para una empresa de este ramo, por lo que llegó a conocer de primera mano cómo se vivía en un campo petrolero residencial, qué valores culturales existían y qué conductas eran promovidas y ejecutadas allí. Actualmente es Profesor Titular del Departamento de Historia y Estudios Latinoamericanos del Pomona College, en Claremont (California). Doctor en Historia por la Universidad de California en San Diego, es especialista en temas sobre Venezuela, México y la diáspora latinoamericana en Estados Unidos. Ha publicado libros, ensayos y artículos diversos de su especialidad. Es también analista político y conferencista en temas nacionales e internacionales.
Su obra que reseñamos fue motivada en su investigación y escritura por los sucesos socio-políticos acaecidos en Venezuela entre los años 2002 y 2004: es decir, por las masivas movilizaciones a favor o en contra del gobierno del entonces presidente de la república, comandante Hugo Rafael Chávez Frías (1999-2013); un fallido golpe de Estado en abril de 2002; actos esporádicos de violencia socio-política, cuyo fin era promover la ingobernabilidad; un cierre patronal y una huelga general promovida por los gerentes de la empresa estatal de hidrocarburos (Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima., mejor conocida por sus siglas PDVSA) y las fuerzas sociales y políticas de oposición entre diciembre de 2002 y febrero de 2003; un referéndum revocatorio del mandato presidencial en 2004 y el clima de incertidumbre y polarización que promovieron varios sectores de la sociedad. Todo lo cual puso al descubierto las profundas divisiones que existen al interior de la sociedad venezolana.
Ahora bien, a decir del autor, la presencia de tales diferencias de modo tan pronunciado y la falta de actores con autoridad moral suficiente o necesaria para mediar esa posiciones, puso en tela de juicio la tradicional visión de que Venezuela -con anterioridad a la llegada al poder de Hugo Chávez Frías- había sido una “democracia modelo” y una excepcionalidad en el conjunto de los países latinoamericanos pues, como tal, había sido capaz de evitar la inestabilidad y las divisiones que acosaban al resto de las naciones de América Latina. Pero, ¿qué tiene esto que ver con la industria petrolera venezolana? Que para Tinker Salas la polarización de clases, política y hasta racial que emergió a la superficie del entramado socio-cultural de la sociedad venezolana desde el advenimiento de Hugo Chávez Frías a la presidencia puede atribuirse, al menos parcialmente, a visiones (es decir, imaginarios o representaciones sociales) muy diferentes de la nación y de la sociedad que surgieron, se desarrollaron y consolidaron a lo largo del siglo XX a partir de una larga y amplia experiencia sociocultural, empresarial e institucional del Estado y la sociedad con la industria petrolera. De estudiar esta relación se ocupa fundamentalmente el libro de Tinker Salas, especialmente la desarrollada en las décadas que van de 1920 (comienzo de la exploración y explotación en firme de los hidrocarburos venezolanos) y 1970 (cuando se nacionalizó la industria, aunque manteniendo vasos comunicantes con las empresas petroleras transnacionales que, hasta ese momento, habían llevado las riendas del negocio petrolero en sí).
Para el autor, bien entrado el siglo XXI, en Venezuela la industria petrolera continúa siendo el componente central de su economía, además de haber sido un factor decisivo en la evolución de su estructura social desde principios del siglo XX. Yes que la élite y la clase media venezolanas emergentes promovieron –a través de intelectuales y voceros socio-políticos- la idea y visión de que los recursos financieros derivados de la explotación y comercialización de los hidrocarburos –denominados convencionalmente renta petrolera-, debidamente invertidos en el desarrollo socio-económico del país, contribuiría a transformar la nación de “rural y atrasada” en “urbana y moderna”. Esto es, mediante la introducción de tecnologías y procedimientos de trabajo novedosos y actualizados en el fomento del desarrollo industrial, servicios, comercio, finanzas, comunicaciones y agro-industrial; con una nueva cultura empresarial, corporativa y de trabajo que permitió o propició el debilitamiento de la vieja élite agro-exportadora decimonónica y la emergencia y promoción de las nuevas fuerzas socio-políticas democráticas y modernizadoras (tanto de raigambre positivista como de posición socialista o “de izquierda”), el crecimiento demográfico y de calidad de vida de la clase media y la creación de una fuerza de trabajo relativamente eficaz.
Tinker Salas, a lo largo de su exposición, muestra como las acciones de las compañías petroleras extranjeras que operaron en Venezuela repercutieron en todo el país: desde contribuir a reorganizar el territorio en áreas o zonas rurales y urbanas mediante la reorganización urbano demográfica de los campos petroleros y de las comunidades aledañas a las mismas (como Cardón, Caripito, Puerto La Cruz, Judibana o Cabimas) y la creación o fundación de nuevas poblaciones (como Punto Fijo, Ciudad Ojeda, Lagunillas, Jusepín y Bachaquero), pasando por la transformación del modo de vida y de actuar de sus empleados venezolanos y su intervención directa o indirecta en la política nacional, hasta asociarse con la élite intelectual venezolana en la promoción de un rejuvenecido (“emergente”, dice Tinker Salas) “proyecto nacional”. Todo lo cual condicionó la actitud y la visión (imaginario o representación social) de generaciones de venezolanos hacia la industria petrolera, independientemente de que su manejo operativo estuviera en manos de empresas extranjeras o públicas (de propiedad estatal). Y esto es lo que el autor muestra y explica a lo largo de los siete capítulos que integran el texto que aquí comentamos.
En atención a los anteriores presupuestos, destaca particularmente el análisis e interpretación que Tinker Salas hace del papel de los denominados “campos residenciales de la industria petrolera” que las compañías extranjeras crearon o establecieron para albergar a sus empleados y trabajadores, extranjeros y nacionales (capítulos II y III) pues, los mismos fueron el escenario de profundos cambios económicos, sociales y culturales (capítulos IV y V) que luego permearon a buena parte del conjunto de la sociedad venezolana (capítulo VI). En efecto, en el aspecto económico las compañías controlaban el empleo y asignaban viviendas, mientras que en lo social y cultural organizaban actividades recreacionales (deporte, cine, presentaciones artísticas, etc.) y supervisaban la educación de los empleados, trabajadores e hijos de estos. De modo que en la práctica la existencia de estos enclaves residenciales implicó un proceso de “ingeniería social” sin paralelo en la historia de Venezuela, a pesar de tener también algunos “puntos negros” como las actitudes de contraste racial que se manifestaron, especialmente en las primeras décadas de la explotación petrolera (de 1920 a 1960 aproximadamente), entre el personal estadounidense y europeo (británicos y holandeses) con los trabajadores venezolanos y de estos con los empleados y trabajadores oriundos del Caribe anglosajón (especialmente de Trinidad y Tobago) y del continente asiático (chinos, indios, indochinos y japoneses). En consecuencia, el campo petrolero llegó a encarnar durante décadas un proceso multidimensional de adaptación social y culturización en el sentido de desarrollo y consolidación de una mentalidad, imaginario o representación social nueva, que iba desde los usos del espacio público y privado al fomento de normas culturales y prácticas sociales calificadas como “modernas”.
Caracterizado por un esquema urbano simétrico y una administración eficaz, los campos residenciales petroleros –en tanto comunidades locales- representaron un moderno orden socioeconómico. Careciendo hasta de los más elementales y básicos servicios, las comunidades criollas que compartían el espacio geográfico con los campos petroleros (especialmente en el ámbito rural, entre 1920 y 1960), eran la antítesis –por contraste- de esa nueva modernidad.
Entre los trabajadores y profesionales mejor remunerados de la sociedad venezolana de entonces, los empleados en la industria petrolera ocupaban una posición singular dentro de la clase trabajadora venezolana; situación que las compañías extranjeras repetidamente manipularon para su beneficio al fomentar una cierta disciplina y ética laboral, así como el compromiso y la lealtad con la misión y visión de la empresa. Porque si la industria era un instrumento de modernidad, sus ejecutivos y directivos anticiparon que sus empleados y trabajadores fuesen un “modelo” de modernidad para el resto de los venezolanos.
El campo petrolero y el orden social que éste imponía no sólo era una herramienta de socialización, sino también una forma de ejercer control sobre los trabajadores y sus familias. En este último caso, en una industria donde la dirección y administración de las empresas que la constituían estaba dominada por hombres, la familia pasó a ser el marco de referencia para crear nuevos valores sociales y un nuevo estilo de vida. Y aunque los estudios tradicionales de la industria y la economía petrolera minimizan (por no decir que desconocen o ignoran) su papel, las mujeres fueron –a decir de Tinker Salas- un componente fundamental en el proyecto de socialización que impulsó la industria de hidrocarburos en sus campos residenciales y en la sociedad en general.
Por todo lo anterior, para el autor no tiene nada de casual que los empleados de las compañías extranjeras del ramo petrolero y sectores de las clases media y alta venezolanas crearan y difundieran la visión de una “moderna nación venezolana”, enraizada en los valores culturales y socio-políticos promovidos por dichas empresas. Bajo esta consideración ideológico-doctrinaria, la industria petrolera en general y el campo petrolero en particular, se presentan como el reflejo de un vasto proceso de ingeniería social del cual derivaba, a su vez, un “proyecto cultural hegemónico”. Y, en efecto, como los explica especialmente en los capítulos V y VI de su obra, Tinker Salas muestra como poco a poco los valores promovidos dentro de la industria influyeron sobre las siempre cambiantes creencias del “sentido común” de importantes segmentos de la población, incluyendo a los más connotados intelectuales del momento (Alberto Adriani, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry, Gumersindo Torres, Manuel Egaña, Rómulo Gallegos, Ramón Díaz Sánchez, Augusto Mijares, entre otros). De hecho, después de haber desempeñado cargos importantes en la gerencia de la industria petrolera, a partir de la década de 1950 muchos profesionales asumieron posiciones claves en el gobierno, comercio e industria del país. Sus opiniones reflejaban una serie de cánones acerca de la propia industria petrolera y la relevancia de su contribución al desarrollo socio-económico y al cambio socio-cultural de la nación y la sociedad. De los cuales el más prominente fue la tesis filosófico-doctrinaria de que con una correcta y sensata inversión de la renta petrolera por parte, tanto del Estado (más exactamente de los gobiernos) como de la sociedad misma (es decir, del empresariado ya formado y de nuevos emprendedores), Venezuela –como país, nación y sociedadalcanzaría la tan anhelada “modernidad” y todo lo que este constructo supone o implica.
Y es que para los empleados y trabajadores de la industria, las nuevas prácticas dentro de los campos petroleros residenciales y su extrapolación a las comunidades que los rodeaban acentuaban ciertos rasgos y patrones de comportamiento como la disciplina, la preparación permanente o continua, el espíritu de superación profesional e intelectual, la ética de trabajo, la meritocracia y, en algunos casos, el bilingüismo; elementos que paulatinamente definieron la “conciencia colectiva” de la industria petrolera y distinguieron a aquellos que trabajaban en ella del resto de la sociedad, tal como lo explica el autor ampliamente en el cuarto capítulo de su trabajo.
Para quienes trabajaban en las petroleras y para sus aliados los intereses de la industria eran los mismos de la nación: una percepción que tuvo su origen en el gobierno del general Juan Vicente Gómez Chacón (1908-1935). Esta percepción resaltaba la nueva importancia de Venezuela en la economía mundial que, a su vez, implicaba relaciones estrechas con el sistema económico internacional, particularmente con los Estados Unidos de América. De modo que independientemente del tipo de régimen y sistema político existente en el país, la relación entre la industria petrolera y el Estado evolucionó con el tiempo, ajustándose a las nueva condiciones sociales y a las relaciones de poder prevalecientes, exceptuando –desde luego- el caso del régimen de Chávez Frías al pretender éste tener un control absoluto de la industria en cuanto a sus actividades, finanzas, fines empresariales y orientación socio-política; de todo lo cual da cuenta el autor en el séptimo y último capítulo de su trabajo que, no por casualidad (pensamos nosotros) se titula: “Petróleo y Política: una relación que perdura”. En todo caso, parafraseando al ensayista e intelectual Arturo Uslar Pietri, nuestro autor estima que la explotación y comercialización del petróleo no sólo determinó el carácter predominante de la economía venezolana en el siglo XX, sino que también creó una falsa imagen de la nación en el sentido de que contribuyó a generar un consenso nacional basado en la ilusión de prosperidad que, a su vez, opacó el hecho cierto de que una porción significativa de la población venezolana vivió o quedó al margen de los beneficios (reales o supuestos) generados por la economía petrolera.
En definitiva, la intención del autor y la hipótesis que orientó la investigación y redacción de la obra que comentamos es que la industria petrolera en Venezuela no funcionó como un aislado enclave de la estructura económica del país, sino que ejerció una amplia influencia sobre la formación de valores sociales y políticos evidentes en trabajadores, intelectuales y miembros de la clase media. De modo que al evaluar (es decir, analizar e interpretar) las dimensiones cultural y política de las prácticas económicas y sociales de la industria petrolera, queda clara la confluencia entre poder y cultura en la sociedad venezolana del siglo XX a través de un emergente estilo de vida “moderno” que tenía como premisas las prácticas diarias y las lealtades intrínsecas que fomentaban las compañías en sus campos residenciales. Y ello contribuye a explicar y hacer comprensible por qué actualmente buena parte de los venezolanos somos como somos, por qué seguimos determinados principios y valores y por qué el petróleo es el factor principal para entender el tipo de relación que se estableció entre el Estado y la sociedad venezolana a lo largo de la pasada centuria. De aquí la importancia del estudio de Tinker Salas y su obligatoria lectura.
Resenhista
Gilberto Quintero Lugo – Universidad de Los Andes. Escuela de Historia. Departamento de Historia de América y Venezuela. Grupo de Investigación Sobre Historiografía de Venezuela (GIHV).
Referências desta Resenha
ALAS, Miguel Tinker. Una herencia que perdura. Petróleo, cultura y sociedad en Venezuela. Trad. Ángela Thielen. Caracas: Editorial Galac, 2014. Resenha de: LUGO, Gilberto Quintero. Procesos Históricos. Revista de Historia. Mérida, 39, p. 135-139, ene./jun. 2021. Acessar publicação original [DR]