Con un estilo narrativo que nos interpela como usuarios de redes y plataformas, en Tristes por diseño…, Geert Lovinkrealiza un llamado a la consolidación de los estudios sobre Internet que quiten el dominio disciplinar a las escuelas de negocios y geeks reproductores de los esquemas de Silicon Valley. El libro consiste en una exploración de posibles alternativas de organización ante los modelos de redes actuales, a partir de un osado diagnóstico en el cual la realidad social es comprendida como una hibridación entre medios portátiles y la estructura psíquica de los usuarios. ¿Cómo liberarnos del nihilismo de las plataformas y hacer que lo social tome el mando dentro de las redes sociales?, ¿cómo escapar de la identidad de consumidor?, ¿cómo construir una identidad colectiva en las redes?, son algunas de las preguntas que traman este trabajo.
En la era post Snowden, sabemos que estamos siendo vigilados, conocemos las consecuencias del uso de internet, pero ¿por qué seguimos usándola? Partiendo de esta construcción del problema al mejor estilo Žižek, la obra del fundador del Institute of Network Cultures, se organiza en varias secciones, donde un primer bloque ofrece un examen sobre los efectos psíquicos y sociales de las redes y tecnologías como ideología. Este diagnóstico origina un buen punto de partida para adentrarnos en el siguiente bloque que tiene por eje el análisis y explicación de la arquitectura de internet y su estructura de poder -cabe distinguir que, comenzar la lectura del libro a partir de esta sección enriquecería la comprensión del lector no experto-. Si bien cada ensayo explora diversas alternativas políticas para superar lo perjudicial en internet, es hacia el final donde la apuesta por un activismo tecnológicamente informado cobra forma a través de la noción de comunes como redes organizadas de infraestructuras públicas.
El problema con las redes todavía no ha sido identificado, indica Lovink. Las propuestas de desconexión y las de protección de datos se erigen como mercancías burguesas -tales como softwares de seguridad o experiencias de viajes temporales a zonas libres de tecnología y conexión a internet- y dejan en evidencia la falencia teórica dentro del campo de estudios de medios, complementándose a la perfección con los intereses del capitalismo de plataformas. La coyuntura política global, señala el autor, empuja de algún modo a los investigadores al análisis de contextos más amplios y cuando estos se vuelcan al estudio de las redes, lo hacen con tal desconocimiento de su estructura y funcionamiento que, en muchos casos, obnubilados por su magnitud, terminan por realizar mapeos que no descubren ni resuelven problemáticas. En efecto, quedan atomizados los análisis sociales sobre internet y dejan a las posturas patologizantes el monopolio de las explicaciones posibles.
Para Lovink, el análisis no puede ceñirse a la economía política, ya que así se originan falsos o parciales diagnósticos con sus correspondientes pseudosoluciones. Con una postura totalizante -en ninguna parte de los textos señala alguna diversidad en el uso de internet, excepto la que refiere a la desigualdad en el acceso material-, indica que todos los usuarios de redes y plataformas, ocupados por las micropreocupaciones de un yo fragilizado, permanecen adormecidos ante ellas. Cooptados por el tiempo de la máquina al que están alcanzando a través de rutinas mecanizadas como el swipe constante por las historias de Instagram, los usuarios se encuentran insertos en un perpetuo tiempo presente, donde según Lovink, todo se les presenta como evidente. Dentro de este análisis fatalista de la realidad social, que pone particular énfasis a la interacción de las tecnologías con la psique, indica que la tecno-tristeza se ve convertida en el estado normal -y continuo- diseñado a medida de las personas a través de industrias monopólicas de extracción de datos tales como Facebook, Google y Twitter. La economía de la reputación que subyace a las redes alimenta de este modo la conformidad y rigidez social, mientras que un bucle constante se forma entre aburrimiento, ansiedad y desesperación, perpetuando un estado precario en el cual el control del significado se hace ajeno a los sujetos pre-diseñados.
En oposición al análisis de la melancolía clásica definida por cierto grado de reflexión e introspección de los actores, según Lovink, en esta atmósfera general de la vida algorítmicamente calculada, la tristeza se transforma en el nuevo temperamento en las redes sociales. Una nueva arquitectura de elección arroja a los usuarios hacia la desorientación y la distracción, a la vez que experimentan un vacío en la expectativa de sus vidas por fuera de los flujos de internet. Para dar cuenta de este comportamiento intrínseco a las redes, Lovink hace referencia a la ansiedad masiva que produce Whatsapp a través de los avisos de recepción y lectura o las selfies, que siendo gestos tecnológicos de auto exposición voluntaria ante otros -como alternativas de supervivencia ante la vigilancia internalizada del capitalismo neoliberal-, son prototípicas de las prácticas y consecuencias del actual panorama que decanta en un nihilismo latente en tiempos de las redes sociales.
Los usuarios de redes y plataformas existen en un continuo entre lo offline y lo online, donde software y hardware han sido interiorizados. A través de estas contundentes y totalizantes afirmaciones -como ensayo de una narrativa convincente y fuerte que preste oposición a las típicas narrativas gerenciales soft predominantes en el área sobre la cual reflexiona-, Lovink indica que las redes, transformadas de servicio en línea a infraestructura esencial, deben ser analizadas como ideología, ya que en ellas se vinculan medios, cultura, identidades y estilos que, imbuidos de valores empresariales, aumentan la desigualdad existente y disminuyen la calidad de vida. Tomando en cuenta que, a través de un sentimiento de familiaridad inmediato, las redes aparecen ante los usuarios como autoevidentes, y por ello como aparato ideológico del mercado -no como aparato ideológico del Estado-, su análisis de las redes se postula como una adaptación de la teoría althuseriana.
Como sistemas autopoyéticos, las redes no lograron el empoderamiento individual que pretendían en sus comienzos. Con una explicación concisa “aunque por momentos deja aturdido al lector no especializado entre tecnicismos cibernéticos y teorías que se dan por supuestas”, el autor da cuenta del apoderamiento de la red por la lógica de las plataformas, indicando que sus intenciones pedagógicas se ven emparentadas con las instituciones de autocontrol analizadas por Foucault. Estas plataformas, que representan la cuarta fase de internet marcada por el modelo extractivista del capitalismo posterior a la crisis de 2008, son un híbrido que, sustentado por las redes como subnivel de entrega de datos y usuarios, opera horizontalmente agrupando diversos elementos de una forma sumamente técnica. Si para Lovink con las redes habíamos pasado de usuarios a productores, con las plataformas quedamos subordinados a su lógica económica convirtiéndonos en proveedores. En este sentido, el autor indica que nos encontramos encerrados en una jaula virtual, donde las plataformas afianzan las desigualdades existentes y promueven la precariedad laboral -piénsese en Argentina en las condiciones laborales flexibilizadas y desreguladas de los trabajadores de la economía de plataformas de los repartidores callejeros de Rappi, Glovo o Pedidos Ya, quienes, entre otras cuestiones, no poseen contrato laboral alguno, ni cobertura social de algún tipo-. No obstante, el autor encuentra que, si bien las plataformas surgen como un poder activo, también ofrecen posibilidades al sintetizar en ellas diversas energías sociales. Por lo tanto, el elemento a recuperar es la agencia sobre la tecnología, debiendo politizar la red desde un análisis del capitalismo de plataformas en oposición a las patologizantes teorías de la adicción.
Descartando las alternativas que buscan la regulación del Estado, estos textos se orientan hacia un activismo que tome en cuenta los múltiples niveles de los códigos de internet a través de una mirada integral más allá de los confines geopolíticos. A partir de la concepción de los comunes tomada de Hardt y Negri, -aunque virando del comunismo como meta hacia lo que denomina como practicas minoritarias de pequeña escala, tales como el software libre o Wikipedia, que muestran el lado material de lo común”, Lovink propone como salida al problema de las redes la construcción de una organización por fuera de los partidos y las instituciones que haga puente entre los problemas tecnológicos y sociales. Diseñar una red de infraestructuras abiertas y de acceso público de forma tal que sea vivenciada por los actores como autoevidente y cuyo rol cambie entre escudo defensivo o laboratorio experimental según la coyuntura política local, será el modo en el cual, para Lovink, lejos de lógicas represivas de los estándares de comunidad y de las políticas de identidad, se garantice la libertad individual y colectiva eliminando toda impronta neoliberal presente en las infraestructuras de internet. A través de una perspectiva artística, como favorecedora a la multiplicidad de visiones de futuro postcapitalista, el autor encuentra un camino prolífico para dar forma a nuevas identidades colectivas. En este sentido, conjugando crítica, política y estética, da cuenta de la necesidad de la construcción de una nueva vanguardia de tiempo real que, como red organizada recupere la visión a futuro -perdida ante los temores y protecciones en la actual sociedad de anticipación que diagnostica el autor- y haga explícito que lo social está en las redes sociales. El desmantelamiento de la nube como símbolo material de sociedades de plataformas centralizadas, experimentos tales como los memes y el anonimato -como proyecto de denominador común para la conformación de estas obras colectivas- y una vanguardia alejada de los imperativos de belleza y la relajación pop -que trabaje desde las sombras en la prevención de datos-, lograrían, para el autor, un conjunto de acuerdos sociales implícitos que, logrando insertarse en el imaginario colectivo, liberen a los actores del estatus de usuario y las estructuras de las redes.
Esta compilación de ensayos elaborados por medio de una crítica radical, se constituye en un vaivén entre preguntas abiertas, reflexiones oscuras y pesimistas y propuestas experimentales que entrecruzan todos los textos, buscando llamar al debate en torno al problema del capitalismo de plataformas a través de un lenguaje que, según Lovink resalta, pretende oponerse a las retóricas gerenciales. Partiendo de un diagnóstico totalizante como es el de la tecno-tristeza por diseño, llega a la exploración de propuestas que no terminan por definirse, sino que dejan varios caminos abiertos, aunque encolumnados bajo la lógica de redes de infraestructuras comunes. En lo que puede ser su más fructífero diagnóstico, bajo el cual indica que la teoría y la crítica ya no logran movilizar a la acción más allá de ciertos círculos intelectuales, nos invita a pensar la necesidad de estudios de internet situados, donde el problema en las redes pueda ser diagnosticado lejos de teorías individualizantes.
Resenhista
Tatiana Marlene Francischini – Universidad Nacional de Mar del Plata. Argentina. E-mail: tatiana.francischini@gmail.com
Referências desta Resenha
LOVINK, Geert. Tristes por diseño. Las redes sociales como ideología. Bilbao: Consoni, 2019. Resenha de: FRANCISCHINI, Tatiana Marlene. Revista Pilquen. Sección Ciencias Sociales, v.23, n.2, p. 59-61, abr./jun. 2020. Acessar publicação original [DR/JF]
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