En Ramón y Cajal. El ocaso de un genio se da suma relevancia, merced a la experiencia de poder consultar algunas anotaciones de puño y letra de Santiago Ramón y Cajal, a un aspecto que revela la dimensión histórica de la figura del creador de la teoría neuronal: el tipo de vida que siguió el genio aragonés en su vejez, representada en la constancia con la que continuó cultivando todo tipo de disciplinas del saber: la medicina, la fotografía, la pintura, la literatura… El marco temporal de este ensayo del joven investigador Marcos Larriba, profesor en la Facultad de Química de la Universidad Complutense de Madrid, es el de la última etapa de Cajal, ya jubilado, pero consciente y, seguramente, espectador incrédulo de los efectos de su dimensión histórica.
No es de extrañar, por tanto, que existan numerosos estudios biográficos para ahondar en la figura del Cajal científico, del Cajal interdisciplinar, de los cuales, unos cuantos se han convertido en lectura obligatoria para cualquier persona interesada en la figura del premio nobel: véanse los trabajos, entre muchos otros, de Gregorio Marañón, Alonso García Durán, Charles Scott Sherrington, Enriqueta Lewy o José María López Piñero. Si bien algunas de estas obras corrigen aspectos reseñados por otras de ellas, eso no ha sido óbice para que en tiempos más recientes se haya considerado necesario traer de nuevo a la palestra a don Santiago. Prueba de ello sería un libro como Cajal: un grito por la ciencia (2019) de José Ramón Alonso Peña y Juan Andrés de Carlos Segovia y, el que nos ocupa, Ramón y Cajal. El ocaso de un genio.
El propio título del estudio plantea una cuestión delicada, al mencionar de forma explícita un proceso de acabamiento. Pero ¿de qué tipo de “ocaso” está hablando Marcos Larriba? Desde las primeras páginas, en su “introito”, el autor señala que su interés estribaba en comprender “[…] su jubilación y su etapa de decadencia física, es decir, su ocaso profesional y personal” (p. 8). Al mismo tiempo, este “ocaso” se puede entender como una alegoría que representa el declinar de la herencia material del científico, la inexplicable y paulatina pérdida de un legado. El joven investigador muestra su sorpresa —y, bajo mi punto de vista, deja a las claras ese otro sentido de “ocaso”— desde la primera página, e indica que “el germen de este libro surgió en la plaza del General Vara del Rey de Madrid, en pleno Rastro, una mañana de domingo del año 2016” (p. 7), cuando presenció cómo parte de la biblioteca y todo tipo de objetos que pertenecieron a Cajal se vendieron en ese famoso mercado al aire libre. Una alegoría, quizá también, de la historia de España, de la mejorable gestión del patrimonio de nuestros personajes más ilustres con la que venimos conformándonos en nuestro país.
Aparte de la introducción, el libro se divide en siete capítulos. El primero, titulado “Cajal ante la jubilación”, sitúa al lector ante un Cajal aparentemente conforme con tal tesitura. Sin embargo, Larriba señala que don Santiago tenía deseos de continuar con la docencia. A través de variados documentos (cartas, entrevistas, etc.) transitamos por algunos de los actos homenaje en honor a Cajal (la Junta para el Homenaje a Cajal, la publicación de sus Trabajos escogidos, la Medalla Echegaray, su nombramiento como Rector Honorario de la Universidad Central…). La presentación de Larriba es una estrategia textual inteligente, ya que comienza con el deseo del premio nobel de que tales actos sean discretos, para finalmente explicar por qué Cajal solo asistió a la entrega de la Medalla Echegaray: estos festejos simbolizaban su entrada en la senectud.
“Cajal jubilado: cueva y microscopio” se denomina el segundo capítulo, en el que, a partir de diferentes referencias -por ejemplo, algún texto inédito editado por García Durán, el testimonio de su secretaria Enriqueta Lewy y una obra literaria como El mundo visto a los ochenta años-, Larriba reconstruye la rutina cajaliana en su “cueva” de la calle de Alfonso XII. De sumo interés resulta la indagación que se hace sobre algunos de los libros de la biblioteca de Cajal, de los que se publican imágenes inéditas. Larriba indica que “Cajal no se limitaba a leer los volúmenes que conservaba en su Cueva, sino que, pluma en mano, rebatía muchas de las opiniones de los autores” (p. 22), y repasa las anotaciones que se encuentran en los ejemplares de Memoires d’ un astronome de Flammarion, ¿Qué es la eugenesia? de Leonard Darwin o La ectoplasmia y la clarividencia de Gustave Geley. Respecto a este último, Larriba sugiere que tales anotaciones pudieran darnos algunas pistas del texto perdido sobre hipnotismo y espiritismo escrito por Cajal.
La tercera parte, “Cajal frente a la muerte”, arranca con el fallecimiento de su mujer, doña Silveria, y permite a Larriba hacer un repaso de las opiniones de diversos autores sobre la actitud de Cajal ante la muerte de miembros de su familia, conectando el debate con una serie de aforismos sacados de Charlas de café. El autor es hábil al enhebrar tales reflexiones con “[…] el proceso personal de adaptación y aceptación del fin inexorable” (p. 74), lo cual provoca opiniones divergentes a lo largo de su obra. El lector también puede disfrutar de las anotaciones de Cajal a una edición francesa de los pensamientos de Schopenhauer. Larriba transcribe una elocuente afirmación: “La naturaleza es indiferente a la muerte del hombre y animales. Insecto, pez, pájaro” (p. 78). Larriba también se adentrará en los problemas que tuvo Cajal con algunos comerciantes que, aprovechando su soledad, intentaron explotar el nombre del sabio. Finaliza el capítulo con un repaso a sus últimos días.
“El sentimiento religioso de Cajal” es el cuarto capítulo. Para pergeñarlo, el investigador se centra en los diversos testamentos que firmó Cajal, en los que se aprecia un cambio hasta llegar a pedir, en su última voluntad, un entierro laico. Larriba se sirve de un repaso crítico de las opiniones vertidas por familiares y estudiosos de la obra cajaliana, y redondea este episodio con las dudas científicas ante los dogmas que se encuentran en las anotaciones a libros tales como Un tanteo en el misterio del Marqués de Santa Ana, la Historia de la Filosofía del padre Zeferino González y la Sagrada Biblia traducida por Félix Torres Amat.
El quinto capítulo tiene el siguiente título: “El legado material de Cajal”. Al igual que en el capítulo precedente, Larriba analiza los diferentes testamentos, y este análisis muestra interesantes diferencias a la hora de repartir Cajal sus bienes. En especial, Larriba se detiene en los premios destinados a buenos estudiantes que se debían crear con el tercio de libre disposición, en la preocupación que tuvo Cajal por hacer llegar a estudiantes sobresalientes una obra como sus Reglas y consejos y en el destino que se le deparó a su “botica espiritual”, su biblioteca personal. Este último punto permite a Larriba establecer una cronología del caos que ha rodeado al cuidado y la pervivencia de los bienes materiales de Cajal. Larriba detalla los esfuerzos de muchos investigadores por solventar tal situación, pero retoma el punto de partida de este monográfico y narra la vergonzosa situación que se produjo en 2017, cuando no se salvó el palacete de la calle de Alfonso XII en el que vivió Cajal, y la posterior puesta en venta de gran parte de los libros de la biblioteca cajaliana en el Rastro. Larriba, respecto a estos libros, cuenta cómo “afortunadamente, una gran mayoría de ellos fueron adquiridos por admiradores de la obra de Cajal, que evitaron su desaparición y su dispersión” (p. 137).
La sexta parte continúa este examen de la herencia cajaliana, aunque, como indica el título, “El legado docente y científico de Cajal”, se centra en cómo transmitió su conocimiento el genio de Petilla de Aragón. Primero, Larriba, a partir de la idea expresada por Cajal de que la enseñanza es una labor social, desentraña sus estrategias docentes: la división de la clase en una primera parte de preguntas sobre las lecciones anteriores y una segunda en la que explicaba nueva materia. También, a partir de diversos testimonios, se muestra la capacidad del maestro de fascinar a los alumnos con los dibujos histológicos hechos en la pizarra. Después, se muestra la preocupación de Cajal por su escuela histológica, los problemas derivados de que los hombres de ciencia no quisieran leer artículos en español, y se hace un repaso de los discípulos (Jorge Francisco Tello, Pío del Río Hortega, Nicolás Achúcarro, Fernando de Castro, Domingo Sánchez, Gonzalo Rodríguez Lafora, Rafael Lorente de Nó, Jorge Ramón Fañanás, Antonio Pedro Rodríguez Pérez y José María Villaverde). Larriba termina este apartado con un breve repaso a la historia del Instituto Cajal, y se mencionan recientes novedades respecto a la posible aparición de un Museo Cajal.
Finalmente, el séptimo capítulo, “Cajal en los 85 años tras su muerte” funciona a modo de recapitulación de lo contado anteriormente, al valorar el impacto de Cajal en su disciplina, su eco en las revistas científicas mediante los indicadores bibliométricos o, incluso, la valoración no solo científica, sino estética y artística de sus dibujos, llegando a ser estos expuestos en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.
En definitiva, esta obra de Marcos Larriba es un notable esfuerzo para reivindicar la dimensión histórica de Cajal, y pone de manifiesto que el “ocaso” de este gran hombre de ciencias y letras fue del todo resplandeciente. Ahora bien, el sintagma “dimensión histórica” puede dar pie a varias interpretaciones. Si se recurre a un método tan útil, aunque cada vez más en desuso, como la consulta en el Diccionario de la lengua española, pronto advertimos que el término “dimensión” se refiere a la relevancia de un suceso o de un personaje en la historia, pero si se amplía la búsqueda al sustantivo “historia” las posibilidades que se infieren se multiplican: la dimensión de un personaje como Cajal es tal que su paso por la tierra podría entenderse como un acontecimiento digno de recordarse en la memoria universal, como un conjunto de hechos sociales y culturales que afectaron al pueblo español en particular, o como parte consustancial de una determinada disciplina del saber. Esta triple dimensión de Cajal (universal, nacional y gremial) se complementa con aquello que no está a la vista, pura intrahistoria unamuniana, lo que explica que muchos de los estudios de tema cajaliano recurran al rastreo biográfico. En parte, esto se explica por el propio Cajal, autor de una autobiografía que, en su lectura, puede hacernos pensar en una conceptualización de la historia en la que para contarla hubiese que estar dentro de ella. Idea que se relaciona con la definición de “historia” que, años después de Cajal, encontramos en las páginas de Américo Castro en España en su historia: “Concebimos la historia como una biografía, como una descripción llena de sentido de una forma de vida valiosa”. Ese es el tipo de rastreo que nos encontramos en este pequeño libro, un rastreo, además, que aporta nueva información de relevancia sobre el legado y el ocaso de Santiago Ramón y Cajal.
AGRADECIMIENTOS:
Esta reseña se inscribe en el marco del contrato de formación de profesorado universitario FPU18/05636, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades
Resenhista
Julio Salvador Salvador – Instituto de Historia (CSIC) – Facultad de Filología (UCM). E-mail: julio.salvador.salvador@cchs.csic.es
Referências desta Resenha
LARRIBA, Marcos. Ramón y Cajal. El ocaso de un genio. Madrid: Editorial Amarante, 2020. Resenha de: SALVADOR, Julio Salvador. Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia. Madrid, v.73, n.2, 2021. Acessar publicação original [DR]
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