Política y religión en el Mediterráneo antiguo. Egipto, Grecia, Roma | Marcelo Campagno, Julián Gallego, Carlos G. GArcía Mac Gaw

Sería lógico pensar que los campos que actualmente identificamos con el nombre de “religión” y “política” en nuestro universo simbólico son esferas diametralmente opuestas, dado que el imaginario colectivo contemporáneo asume que la dimensión que abarcan una y otra son asuntos totalmente distintos, en tanto a la primera le conciernen cuestiones vinculadas con el mundo de “lo sagrado”, “lo trascendente” y la espiritualidad del ser humano, mientras que la segunda se inclina a asuntos netamente terrenales conectados grosso modo con las acciones que tienen lugar en la esfera pública y afectan por tanto la vida de una determinada sociedad. Sin embargo, la experiencia histórica demuestra que la política y la religión han coincidido en varios aspectos, así como también tejido numerosos vínculos y construido escenarios comunes, al punto de confundirse y llegar a semejar un único plano de la realidad, desdibujándose de este modo la línea entre lo espiritual y lo terrenal. En efecto, las relaciones entre lo religioso y lo político han marcado de manera diversa, abigarrada y compleja la trayectoria de las más variopintas culturas a lo largo de la historia. Para bien o para mal, las prácticas y representaciones de la religión interactuaron con las prácticas y representaciones de la política a lo largo de diversos contextos espacio-temporales, dando por resultado una suerte de trasvase de actitudes, comportamientos, sentimientos, aspiraciones, ideas, referencias, imágenes, significaciones y concreciones. Indudablemente, este tipo de argumentaciones puede aplicarse al mundo antiguo, una de cuyas principales características radica en el hecho de que el conjunto de sus formas de ejercicio del poder, instituciones, prácticas económicas, modos de sociabilidad, costumbres rituales y percepciones se ve afectadas – de un modo directo y profundo – tanto por las dinámicas producto de la religiosidad como por aquellas que se originan en el ámbito político, aunque sus respectivos alcances no siempre son fácilmente discernibles, ya que ambas esferas definían una realidad inextricablemente unida y no una simple interconexión o superposición de capas, como parecen demostrar la articulación entre las costumbres rituales y las prácticas institucionales, el rol del templo y la religión en el ejercicio del poder, o la amalgama entre el universo simbólico y las dinámicas políticas. En consecuencia, la escisión entre ambos aspectos es acertada sólo en términos analíticos cuando el objetivo pase por comprender cómo operaban la política y la religión en la estructuración y funcionamiento de las sociedades antiguas.

Aunque se ha escrito mucho sobre las estrechas relaciones entre el poder político y el poder religioso en las culturas de la antigüedad, suelen ser pocas – cuando no escasas – las producciones latinoamericanas dedicadas a abordar este conjunto de problemas inherentes a la Antigüedad. Frente a este particular diagnóstico, una de las contribuciones bibliográficas más reciente en esta orientación historiográfica es el libro Política y religión en el Mediterráneo antiguo. Esta compilación surge como corolario de las actividades grupales de docencia, investigación y extensión coordinadas por los historiadores argentinos Marcelo Campagno, Julián Gallego y Carlos G. García Mac Gaw en el marco del Programa de Estudios sobre las Formas de Sociedad y las Configuraciones Estatales de la Antigüedad (PEFSCEA) con sede en la Universidad de Buenos Aires (UBA), pero más específicamente emerge en tanto concreción editorial de las discusiones y conclusiones alcanzadas en el 1er Coloquio Internacional PEFSCEA, llevado a cabo en el auditorio del Convento Grande de San Ramón Nonato de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a principios de septiembre de 2007. Se trató de un importante evento académico en el que participaron destacados especialistas del Antiguo Egipto y del mundo greco-romano y se debatieron varios trabajos que presentaban renovadas líneas de discusión historiográfica y ejes de análisis relativos a las múltiples formas en que se articularon política y religión en las civilizaciones antiguas. En consecuencia, el volumen que tiene el lector entre manos reúne un conjunto de trabajos que, en términos prácticos, expresan la pluralidad de temáticas, enfoques y reflexiones que caracterizó tal encuentro, como la configuración de la autoridad y los dispositivos de influencia, movilización y control social, o a la articulación de mecanismos simbólicos a partir de los cuales los diferentes grupos constituyen y/o diputan los espacios de poder, a la vez que se definen como tales a través de la interposición de dichos espacios, de cara tanto a sus competidores inmediatos como a los grupos subordinados; y una obra que, en términos espacio-temporales, hace alusión a un arco amplio y heterogéneo que nos conduce desde la emergencia del Estado en el Antiguo Egipto a finales del IV milenio a. C. hasta las experiencias del mundo bizantino en los siglos VI y VII y del reino visigodo durante el siglo VII de la era cristiana, atravesando distintos momentos de la historia egipcia así como por la evolución de las poleis griegas en las épocas arcaica y clásica y la configuración del poder romano en lo que tradicionalmente se conoce como las etapas del Alto y el Bajo Imperio.

La primera parte del libro contiene artículos dedicados al antiguo Egipto. La sección se abre con un trabajo de Antonio Loprieno titulado “Lengua, política y religión en el Antiguo Egipto” y basado en la conferencia inaugural del Coloquio. Este destacado egiptólogo alemán propone la interesante hipótesis de repensar la política lingüística como una cuestión que, en una sociedad como la egipcia, se vinculaba tanto con la organización social en su conjunto y también con la estructura religiosa. Mediante un recorrido teórico e historiográfico sobre las diferentes etapas por las que pasó la escritura egipcia, complementado con una serie de imágenes y fotografías que documentan dicho proceso, el autor pone de manifiesto la multiplicidad gráfica del lenguaje egipcio de acuerdo a los múltiples contextos sociales, culturales y religiosos y, a partir de esto, discute la supuesta universalidad del camino que lleva a la humanidad de la logografía al alfabeto.

El segundo capítulo de la sección, “Horus, Seth y la realeza. Cuestiones de política y religión en el Antiguo Egipto”, escrito por Marcelo Campagno, examinando testimonios vinculados con los avatares políticos de las Dinastías II (ca. 2775-2650 a. C.) y XX (ca. 1190-1075 a. C.) que involucraban centralmente a estas dos entidades míticas fuertemente conectadas entre sí y con la institución de la monarquía faraónica, sostiene que es en el ámbito de la religión donde los antiguos egipcios encontraban los dispositivos de simbolización específicos y necesarios para explicar las diversas situaciones, cambios o alternativas políticas ocurridas en el valle del Nilo.

En “El Rey ritualista. Reflexiones sobre la iconografía del festival de Sed egipcio desde el Predinástico tardío hasta Fines del Reino Antiguo”, tercer acápite del libro, Josep Cervelló Autuori analiza los distintos motivos que componen el ciclo iconográfico de este festival así como sus vínculos recíprocos para comprender el sentido tanto de las ceremonias que cada uno ilustra como del festival en su conjunto durante la primera fase de la historia egipcia (ca. 3300-2200 a. C.), señalando cómo la permanencia de ciertos caracteres tradicionales coexiste con diversas alteraciones e innovaciones en el ritual, como el traslado del escenario nilótico al terrestre. Asimismo, este investigador español busca identificar los mecanismos de la función ritualista del faraón y sus implicaciones en la regeneración de la realeza y, con ella, del cosmos entero, demostrando con esto que tal evento es una excelente ilustración de la indistinción entre actos políticos y religiosos cuando lo importante no sólo era contribuir al mantenimiento del orden del universo, sino también concertar las relaciones entre el mundo sobrenatural y la comunidad humana para beneficio de ésta.

En una línea analítica compatible con el anterior capítulo, el trabajo de Alicia Daneri Rodrigo titulado “Realeza, rito y tradición en el Egipto Antiguo” centra su indagación en la ideología de la monarquía divina en el marco de la cosmología egipcia, considerando que la misma fue una construcción lenta que cristalizó en el arquetipo del rey-dios, producto de las tempranas contradicciones de la organización de un modelo de Estado y de su adecuación al medio geográfico y humano. La egiptóloga argentina señala que el discurso mítico de la realeza faraónica, a pesar de haber sufrido diversas alteraciones e innovaciones respecto de la representación inicial, perduró a lo largo de la historia egipcia gracias a ciertas prácticas cultuales que legitimaban el gobierno de los faraones y actualizaban el vínculo entre la esfera de lo divino y el orden de lo creado, entre las que sobresalían el culto a los antepasados dinásticos, la fundación de los templos (o su reconstrucción y/o ampliación), el ritual de la ofrenda diaria, la participación en los festivales y la celebración de los misterios de las divinidades patronales.

Bajo el título de “Presentando y discutiendo deidades en el Reino Nuevo y el Tercer Período Intermedio en Egipto”, la contribución de John Baines retoma y amplia algunas problemáticas contendidas en anteriores publicaciones y propone evaluar cómo Egipto pudo, si es que lo hizo de algún modo, influir en las ideas religiosas que terminaron por cristalizar en el monoteísmo israelita de la Biblia hebrea siendo que esta suerte “correlación explicativa” adolece de dos fallas: que la sociedad egipcia era profundamente politeísta y que el episodio religioso de Amarna en el siglo XIV a. C., la fase durante la cual las cosas podrían haber sido distintas, resulta cronológicamente distante respecto de la emergencia del monoteísmo en Palestina a mediados del I milenio a. C.. El autor afirma que si existió algún tipo de vínculo entre la religiosidad egipcia y la formación del monoteísmo hebreo, éste debe leerse en el marco más amplio de un “fermento de discusión sobre la naturaleza de las deidades” originado a partir de la reforma de Akhenatón que, si bien fallida, dejó trazos culturales en el milenio siguiente y pudo haber tenido algún tipo de proyección sobre las etapas formativas del monoteísmo bíblico durante los siglos VIII y VII a. C., tema sobre el que es necesario seguir ahondando.

Inaugurando la sección dedicada al mundo griego, Domingo Plácido presenta un artículo denominado “Los espacios religiosos de los orígenes de las comunidades arcaicas” en el que aborda el vínculo existente entre la política y la religión en las sociedades helénicas de la época arcaica. El artículo focaliza en la adecuación que experimentan los lugares y prácticas de culto – y concomitantemente los imaginarios religiosos – ante el advenimiento de la polis, condensando en pocas páginas las claves que permiten no sólo entender el complejo tránsito desde los oráculos locales hasta los santuarios citadinos y panhelénicos sino también identificar aquellas actividades que operaban ora como catalizadores de las identidades comunitarias emergentes, ora como modos de legitimación ideológica de las nuevas circunstancias sociales y políticas que resultan del nuevo paradigma de organización estatal y cultural.

Seguidamente, Miriam Valdés presenta un estudio titulado “Decreto del Pritaneo y política délfica: exégesis religiosa en la democracia de Pericles”, en el que analiza la política imperialista implementada por Atenas en el siglo V a. C., el rol que desempeñó el oráculo de Delfos y el accionar que evidenciaron tanto los demócratas como Pericles como aristócratas con opiniones políticas más conservadoras como Cimón en aquella coyuntura política, variables analíticas que le permiten demostrar las complejas interacciones que se enhebraban entre las tradicionales prácticas religiosas y las actividades políticas que se configuraban en la capital del Ática.

A su vez, Pierre Bonnechere en “Los oráculos griegos y la gran política. Un contra-ejemplo. El oráculo de Dodona y la ‘Guerra de las lágrimas’ en Eutresis 368/7 a. C.” discute las versiones historiográficas que conceptualizan a la mántica como recurso provechoso para la crítica histórica, al verificar en su investigación que una misma sociedad puede creer una cosa y proceder de un modo distinto: no consultar el oráculo, pero estar convencida, algunos meses o años más tarde, independientemente de las circunstancias sociales y políticas, de que ha sido menester recurrir al mismo cuando se lo hizo.

De la mano de Ana Iriarte, quien escribe “Leyes sacras en el escenario político de Antígona”, nos introducimos en el universo de la tragedia griega, particularmente en aquella obra escrita por Sófocles que permite vislumbrar, como pocas, el conflicto que en la Grecia clásica implicaba percibir aisladamente el orden sacro y la innovación política incluyendo a una mujer en el ámbito de polémica política del que habitualmente está excluida, ubicándola además en la primera línea del enfrentamiento desde una perspectiva de género que le permitiera perpetuar – paradójicamente – el distanciamiento de las mujeres del auténtico poder ejecutivo.

Continuando con el análisis de este tipo género teatral, Elsa Rodríguez Cidre postula en “Degollaciones inapropiadas: el sacrificio impío en las tragedias troyanas de Eurípides” que uno de los temas recurrentes en diferentes episodios de Andrómaca, Hécuba y Troyanas es la sensación de impiedad que despiertan los degollamientos en el marco de sacrificios impíos, que aparece con características diferentes en cada una de esas construcciones poéticas trágicas.

Por su parte, en “El envés de un agotamiento político. Epifanías de Dionisio en el teatro ateniense de fines del siglo V”, Julián Gallego sostiene que la presencia de esta antigua divinidad griega, personificación de la alteridad, sobre el escenario de su teatro en la Atenas del fin de siglo supone la puesta en escena de cuanto pueda decirse respecto de la precariedad de la condición humana y de la mutabilidad de las propias estructuras de la polis.

La última sección de este libro aglutina otros cinco acápites de importantes historiadores especializados en distintas temáticas de la antigüedad romana y tardía. Inicia este apartado “El gobernador provincial, de Cicerón a Plinio el Joven”, un artículo de Pedro López Barja de Quiroga cuyo objetivo es poner en tela de juicio aquella lectura “minimalista” del rol que jugó Roma en los diferentes espacios conquistados e incorporados al imperio, concluyendo que el denominado proceso de “romanización” adquirió características particulares a lo largo de las distintas regiones conforme al momento en que se llevó a cabo la anexión político-militar y las características demográficas, aunque también advierte la existencia de un elemento común a las diferentes experiencias que consistía en el papel desempeñado por el tribunal del gobernador en la sede del conuentus como espacio de articulación entre los representantes imperiales y las elites locales.

En “La Conferencia de Cartago del 411: política y justicia secular en la resolución del conflicto donatista”, Carlos G. García Mac Gaw se preocupa por hacer inteligible los factores políticos que condujeron a las autoridades romanas a resolver definitivamente el cisma que dividió al cristianismo africano durante un siglo a través de un examen detallado de los distintos consensos y polémicas de la mencionada conferencia.

En un registro de análisis similar, pero avanzando en el tiempo, Héctor R. Francisco indaga en los vínculos entre la caída de la dominación romana en la primera mitad del siglo VII y los desacuerdos teológicos que la enfrentaron en siglos anteriores. La conclusión de su contribución, titulada “¿Cómo ha sido que la fiel ciudad de Sión se ha convertido en prostituta? Apuntes sobre la tipología imperial en la historiografía anticalcedoniana”, señala que el lenguaje de la disidencia se configuró asentándose en un criterio alternativo pero no esencialmente opuesto, que empleaba el discurso ascético como la metodología para construir un principio de legitimidad de una elite en competencia por el monopolio de lo sagrado.

Analizando una de las obras hagiográficas más significativas de la historia de Roma en “Estrategias de conversión religiosa en Simeón el loco de Leoncio de Nápolis”, Pablo A. Cavallero presenta un meticuloso trabajo en el que determina que la vida de este particular personaje resulta altamente moderna en tanto destaca la posibilidad del logro de la santidad en el mundo, sin anacoresis.

Cierra la sección – y la compilación – “El sacerdote, el rey y el recuento del pasado. Las tensiones en la Historia Wambae de Julián de Toledo”, un artículo elaborado por Eleonora Dell’Elicine con el propósito de esgrimir que, independientemente de las divergencias que existen entre los filólogos e historiadores sobre la datación de la obra de Julián Toledo, es factible sostener que dicha obra refiere a un suceso histórico, la campaña militar encabezada por Wamba, sugiriendo también que, por tratarse indudablemente de un texto construido para una elite letrada determinada, integrada principalmente por clérigos y laicos, esta Historia operó como un dispositivo simbólico nutrido de un arsenal de enunciado enigmáticos que elogian al tiempo que exhortan, advierten y emplazan a la Corona a golpes de palabra sagrada.

Esperamos haber dejado la impresión al futuro lector de que Política y religión en el Mediterráneo antiguo es un libro que logra compaginar un interesante conjunto de trabajos que reflexionan, desde distintos referentes empíricos, sobre las complejas y diversas articulaciones entre los campos de la política y la religión en las sociedades antiguas del ámbito mediterráneo, ya mediante el análisis de las instituciones y prácticas o bien a partir del estudio de las formas de conciencia social o representaciones imaginarias, todos escenarios que inducen a advertir la centralidad que lo político y lo religioso han poseído en la estructuración y funcionamiento de ciertas experiencias histórico-culturales. En cada uno de los trabajos, entonces, esas articulaciones entre lo religioso y lo político aparecen documentadas de manera diferente, lo que implica además conjugar múltiples maneras de construir enfoques, metodologías e interpretaciones acerca de la problemática en un único volumen, otro de los propósitos que los compiladores han concretado con gran éxito a través de esta novedosa compilación. No dudamos al afirmar que las aportaciones del libro son más de las que se reseñan aquí. Sin embargo, no queremos dejar de explicitar una virtud en particular: como producto de lo desarrollado en el I Coloquio Internacional del PEFSCEA, constituye un eslabón sólido en el afianzamiento de un campo de estudios e investigaciones interdisciplinarias sobre las culturas antiguas en Latinoamérica, una vía posible para que los distintos grupos especializados en que se mueven en la primera línea del campo de la historia antigua a nivel regional logren superar el aislamiento respecto de los centros especializados de prestigio mundial y puedan sumar sus producciones historiográficas.


Resenhista

Horacio Miguel Hernán Zapata – Docente-Investigador da Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) / Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAus) / Instituto de Formación Docente “Profesor Agustín Gómez” (IFDPAG), Argentina. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

CAMPAGNO, Marcelo; GALLEGO, Julián; GARCÍA MAC GAW, Carlos G. (Comps.). Política y religión en el Mediterráneo antiguo. Egipto, Grecia, Roma. Buenos Aires: Miño y Dávila Editores, 2009. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Politeia: História e Sociedade. Vitória da Conquista, v. 16, n. 1, p. 169-174, 2016. Acessar publicação original [DR]

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