Pasión de enseñar | Gabriela Mistral
Si el lector diera por azar con alguna de las páginas que componen esta obra, reaccionaría de inmediato, estando o no implicado con sus fines. La lucidez y la vitalidad del pensamiento mistraliano cuestionan la esencia de la pedagogía y trascienden a su tiempo de escritura por la vigencia plena de su reflexión crítica y testimonial sobre el sentido poético de la educación, lectura que al más indiferente hará despertar de algún letargo o prejuicio.
La compilación, diseñada y diagramada cuidadosamente por el equipo de la Editorial de la Universidad de Valparaíso, que ya nos tiene habituados a una delicada estética de la edición, se enriquece con testimonios de poetas y profesores como Rosabetty Muñoz, Patricio Felmer, Ana María Maza, Angélica Edwards y Floridor Pérez e ilustraciones de pinturas en acrílico de la artista Roser Bru, cada una de las cuales antecede las secciones a modo de sugerente invitación a la lectura para concluir con grabados de aves chilenas en el colofón que Cristián Olivos proyectó para el cierre, además de fotografías de Patricia Novoa y Vinka Quintana. Todos ellos conciben el legado de una Mistral que expresan a su modo, aunque sus contribuciones convergen en una lograda apuesta por interpretarla.
El conjunto recupera los textos mistralianos sobre educación que Roque Esteban Scarpa recopiló en 1979 para la Editorial Andrés Bello cuando los editó en el volumen Magisterio y Niño, clásico compendio que se reorganiza íntegro en esta versión actualizada y vigorizada con otros textos, algunos de ellos provenientes del tesoro mistraliano inédito, que la Biblioteca Nacional de Chile recibió en 2007 de Doris Atkinson, sobrina de Doris Dana, quien heredó el valioso material y lo ofreció a todos los chilenos como parte del patrimonio cultural y espiritual del país; generosidad que ha traído consigo valiosas publicaciones póstumas de poemarios como Almácigo y Baila y Sueña: rondas y canciones de cuna inéditas; de prosas en Caminando se siembra o el revelador epistolario Niña Errante, todas reunidas por Luis Vargas Saavedra.
De dichas fuentes bibliográficas, en particular de aquellas referidas a temas educativos, se originan las primeras cuatro de las seis secciones que estructuran la muestra: Poética de la educación, Visión rural y humanista, Íntima, Experiencias pedagógicas, Testimonios sobre Gabriela Mistral y Cronología pedagógica de Gabriela Mistral.
De todas ellas, comenzaré por la última parte que, a mi juicio, reúne antecedentes fundamentales para comprender la fuente formadora e inspiradora del pensamiento humanista y religioso que motiva las sentencias, teorías y reflexiones pedagógicas de Mistral.
Elaborada por Pedro Pablo Zegers, la cronología pedagógica de la autora propone un recorrido que nos trae de vuelta a Lucila Godoy Alcayaga (1889-1957), hija y hermana de profesores, que ya en 1892, a los tres años, acompañaba a la maestra rural Emelina Molina Alcayaga en sus clases en la escuela de Montegrande, espacio natural en el que la Nobel aprendió a leer y a escribir para luego nutrirse de sensibilidad, paisaje y palabra poética; sin olvidar los referentes bíblicos del Antiguo Testamento, que poblaron su imaginario lírico, y que oyó de su abuela bajo la sombra de un árbol en las tardes ventosas de su infancia en Vicuña.
Más tarde, en 1904, comenzará una infatigable trayectoria laboral docente en la Escuela de la Compañía Baja, en la que -según apunta Zegers- impartió clases a los niños durante el día y a los obreros durante la jornada vespertina de trabajo, a la par que ya enviaba contribuciones a revistas y periódicos locales como El Coquimbo, La Voz de Elqui, El Tamaya, Penumbras, La Reforma y La Tribuna, no sin despertar la dañina animadversión en los que concebían sus artículos publicados como textos provocadores, por lo revolucionarios y reivindicativos de su factura “e inaceptables en pluma de mujer”.
Fue inspectora en La Serena, maestra de Educación Básica en La Cantera y en Cerrillos (Coquimbo), profesora en la Escuela de Barrancas, hoy comuna de Pudahuel; profesora de dibujo, higiene y economía doméstica en Traiguén, inspectora general y profesora de historia, geografía y castellano en Los Andes; profesora de castellano y directora de los liceos de Punta Arenas, Temuco (época en la que conoció a un joven Pablo Neruda) y del Liceo Nº6 de Niñas de Santiago, para proseguir “su vagabundaje” de proyección internacional tras asumir uno de los principales y activos liderazgos de la reforma educacional que la llevó a educar incluso a campo abierto a hombres y mujeres campesinos del México de la década del veinte del siglo pasado, la invitación que recibiera del destacado ministro de educación y maestro mexicano José Vasconcelos y de su entrañable amigo el expresidente de Chile Pedro Aguirre Cerda, también profesor.
Tras concedérsele el título de profesora de castellano por la Universidad de Chile en 1924, Mistral ofreció cursos y conferencias en diversas universidades de América y Europa, asumiendo -continúa Zegers-, entre otros cargos diplomáticos, la delegaduría de Chile y Ecuador en el Congreso de Mujeres Universitarias realizado en Madrid y en el Consejo Administrativo del Instituto de Cinematografía Educativa en Roma, ambos en 1928. De ahí en adelante, la poeta continuará compartiendo su visión educativa como profesora visitante, conferencista y divulgadora de las tradiciones culturales latinoamericanas, empeños en los cuales compartió su verdadero “oficio lateral” al de poeta: la pasión de enseñar.
Los prologuistas Zegers y Warknen coinciden en que en esta obra “hay una dimensión poética y estética en el pensamiento pedagógico de Gabriela Mistral, pero también un sentido práctico, con los pies en la tierra, de las urgencias de su tiempo” (Mistral: 2017, 15), urgencias que, en muchos casos, aún perviven: la conciencia del propio desempeño pedagógico, la necesidad de una formación profesional de calidad de los profesores, la urgencia de políticas públicas centradas en lo educativo con criterio y visión de futuro, la precarización en la que suele pervivir el profesorado, por mencionar solo algunas; lo que prueba una y otra vez que la propuesta escritural del conjunto de ideas pedagógicas no solo orientan el desempeño de los profesores, sino que permiten tomar conciencia del sentido de la profesión, es decir, saber qué se debe y qué se está haciendo en materia educativa, condición sin la cual no es posible avanzar ni cumplir a cabalidad con el derecho a la educación de los niños y niñas.
La serie reunida se presenta en diversos formatos escriturales que superan el artículo académico en cuanto estructura se refiere, alternándolo, por un lado, con escrituras fragmentarias contenedoras de la confesión -referenciales al decir de Leonidas Morales- como la carta, el diario íntimo, la entrevista y el testimonio; y, por otro, mediante la sentencia, el decálogo o el discurso público, variedades textuales que confirman la preocupación constante y expresa de Mistral por asuntos pedagógicos a lo largo de su vida.
No es antojadizo que el primer texto tenga por nombre Ama, imperativo esencial para ejercer la pasión en todo ámbito, en especial cuando se enseña. Este llamado no debe entenderse tampoco desde una óptica intimista ni con afectación. Ella misma lo aclara cuando interpela: “Sin amor, tu inteligencia da monstruos o da muertos; y tu fe quema, y tu trabajo es brutal servidumbre”.
Para Mistral “no somos aprendices sino de amor”. Si no se ama, nada cobra sentido, menos la vocación pedagógica de profunda responsabilidad social, porque “si no puedes amar mucho, no enseñes niños”, sin ignorar la noble y paciente tarea de “enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”, ya que -prosigue- “cuando descuidas tu lenguaje, robas algo a la verdad que enseñas: le robas atractivo sobre los niños, le robas dignidad”. Es importante, continúa en Palabra a los maestros, que “no te conformes con ser claro, sé, si puedes, elegante en tu palabra” sin caer en “la pedantería magisterial [que] ha cumplido su primera barbaridad y se quedó rota la cosa única que había para mantener íntegra desde el primer día de escuela: la confianza”.
La palabra define al ser humano y, en ella, la herencia cultural transmitida y compartida en todo acto educativo y en toda clase amena, a la que ella siempre invita, dada en el contexto de una escuela democrática, consciente de que “muchas de las cosas que hemos menester tienen espera: el Niño, no”. Una escuela en que la Gracia aliente a quien enseña y maraville a quien aprende. Gracia acompañada del arte de contar porque quien educa lo logra al narrar con donaire: “Si yo fuese Directora de Normal, una cátedra de folclor general y regional abriría en la escuela. Además -insisto-, no daría título de maestro a quien no contase con agilidad, con dicha, con frescura y hasta con alguna fascinación”, dado que “contar es la mitad de las lecciones (…); contar es encantar, con lo cual entra [el niño] en la magia”.
A través del despliegue de las ideas, Gabriela Mistral formula una rica variedad de nociones, sugerencias, consejos, orientaciones y críticas acerca la escuela, la educación, los profesores y el niño, eje articulador de la pasión de enseñar: “el niño ha de ser lo más vivo y urgente en los afanes y lo más elevado en las esperanzas de una colectividad moderna”. Abundan afirmaciones que estimulan la reflexión sobre el arte de educar en todo tiempo y lugar, centro de toda ocupación pedagógica: “Estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas; pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia”.
Desde su condición de maestra, denuncia y critica la realidad (“…los educadores deseamos para nuestra raza una niñez campesina que no conozca la miseria, pues esta resulta absurda en tierra americana” o cuando sostiene que “nuestro mundo moderno sigue venerando dos cosas: el dinero y el poder…); sugiere la lectura de los clásicos y los modernos (Léanse ustedes la Vida de Don Quijote y Sancho, de Unamuno… (…) y a Darío), escribe cartas a sus exalumnas (“Ustedes son inteligentes y fervorosas, eso que para mí es la fuente de las más altas cosas: el fervor, la pasión, pero en el puro sentido de la palabra”); propugna, además, la instrucción de la mujer en una época en la cual no impera la equidad de género (“Instrúyase a la mujer; no hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre”); sostiene, amparada en su creencia religiosa, la importancia del impacto social del ejercicio docente (“Creo en Jesús, el pedagogo de pies desnudos, que parecía sembrador sólo para Judea y estaba sembrando para el mundo”) valorar la lectura como pasión porque “lo que no se hace con pasión en la adolescencia se desmorona hacia la madurez relajada”; y sobre todo no despreciar la belleza, búsqueda y hallazgo de todo arte: “Esta, la escuela, es, por sobre todo, el reino de la belleza” porque “la Pedagogía tiene su ápice, como toda ciencia, en la belleza perfecta”.
Refiere también otros aspectos asociados a la innovación educativa centrada en lo humano, que permita repensar las prácticas educativas; cuya base, en su caso, proviene de la influencia que en ella tuvieron las ideas pedagógicas de Rousseau, Pestalozzi y Decroly, para hacer consciente el decir y el hacer pedagógicos, de modo tal de integrar el conocimiento a la vida, comenzando por amar el oficio como condición para ejercerlo sin imposiciones. Así, se podrá dignificar y valorar la profesión docente, reconocer y enfrentar la necesidad de la educación rural, técnica y pos escolar, dando valor al trabajo conjunto: “La obra colectiva es la poderosa, la individual lleva vida mezquina, helada y cae al primer golpe. Yo, sin ustedes, no sería sino una mano trémula y ansiosa”.
Más adelante expresa la necesidad de incorporar autoras y autores latinoamericanos en el currículum escolar, revalorizándolos en su esencialidad para la construcción identitaria de América, con el propósito de acercar a los niños la obra de los “hacedores de la cultura” propiamente americanos: “Léele uno de tantos cuentos insulsos que corren por allí y léele después el cuento A Margarita, de Rubén”. Certeras son las menciones a Martí, Sarmiento, Darío, entre otros.
Sumado a lo anterior, recomienda ya en 1923 una visión constructivista: “amenizar la enseñanza con la hermosa palabra, con la anécdota oportuna y la relación de cada conocimiento con la vida”. Destaca, por ejemplo, a la maestra argentina Marta Salotti y al español Samuel Gili Gaya cuando de reivindicar la palabra criolla y española se trata.
En definitiva, Gabriela Mistral hace al lector partícipe de sus reflexiones y lo invita a reaccionar ante el desafío de fundar la nueva escuela: lo interpela, lo compromete, lo sorprende, lo conmueve, lo emociona. Basta mencionar, a modo de síntesis esta vez, la exhortación del Decálogo de la maestra, que bien puede proyectarse a otros oficios o profesiones como acciones que mantienen viva la pasión de educar: “Ama, simplifica, enseña con intención de hermosura, sé fervoroso, vivifica tu clase, cultívate, acuérdate de que tu oficio es servicio divino, mira tu corazón, piensa en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana”.
Resenhista
Cristián Basso Benelli – Departamento de Educación Básica Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.
Referências desta Resenha
MISTRAL, Gabriela. Pasión de enseñar. Santiago de Chile: Universidad de Valparaíso, 2017. Resenha de: BENELLI, Cristián Basso. Contextos – Estudos de Humanidades y Ciencias Sociales. Santiago, n.38, 2017.