Necromáquina. Cuando morir no es suficiente | Rossana Reguillo
Un día del mes de noviembre del 2011 “apareció” el cuerpo desmembrado de una periodista. Su cabeza estaba colocada en una maceta, formando parte de una instalación macabra que incluía un teclado de ordenador, el mouse, unos altavoces y en su cabeza, como una diadema, habían colocado unos audífonos. El mensaje era claro: esto es lo que le pasa a quién informa sobre el crimen organizado en México. Este escabroso hallazgo, se sumó a incontables otros. Tan solo ese 2011, a lo largo de la geografía mexicana, se encontraron varias “narco-fosas” en diversos estados del país; se arrojaron 35 cuerpos desmembrados en las calles de Boca del Río, Veracruz; 50 personas fueron calcinadas en el “narco-incendio” del Casino Royale de Monterrey; otros dos cuerpos aparecieron colgando de un puente en Nuevo Laredo, Tamaulipas…. Todos estos son ejemplos de lo que la antropóloga mexicana Rossana Reguillo llama “violencia expresiva”, idea central para entender el funcionamiento de lo que llama la “Necromáquina”, concepto inspirado en el de “necropolítica” del post-foucaultiano Achille Mbembe (2011) y nombre con el que titula este libro, que nada más publicarse ha tenido una cierta repercusión en los círculos intelectuales mexicanos. La investigadora tapatía [natural de Guadalajara] traza una línea entre las violencias “expresivas” y las “utilitarias”. Las primeras se caracterizan por codificar “la exhibición de un poder total e incuestionable” (Reguillo 2021: 59) frente a la violencia utilitaria que es “aprehensible para la experiencia” (Ibidem), en tanto se busca la obtención directa de una ganancia a través del ejercicio de la misma (robo, secuestro, intimidación, etc.). La violencia utilitaria (dividida a su vez en violencia “estructural” e “histórica”) es distinta de la expresiva (igualmente de dos tipos: “disciplinante” y “difusa”), en tanto la primera provendría de las Instituciones, mientras la segunda sería la característica de la Necromáquina (o simplemente “la máquina”) cuya definición no es clara, pero entendemos que se trata de aquel conjunto de fuerzas que ejercen una violencia ilegítima, es decir, paraestatal o lo que en México se conoce genéricamente como “El Narco”. La máquina, en tanto “poderes paralelos al Estado” (Ibidem: 15) genera, a su vez una “paralegalidad” con códigos, normas y rituales propios que “ignoran olímpicamente a las instituciones” (ibidem: 34). No sabemos dónde comienzan, pero en este punto nodal, se materializan una serie de dificultades teóricas de esta obra, que amenazan, si tiramos del hilo, con llevarse consigo toda la madeja. Para Rossana Reguillo, el paradigma biopolítico no alcanza para explicar el “exceso” de maldad, con el que se expresa la violencia cotidiana en México, de ahí que considere que lo más adecuado sea hablar de “lo necropolítico”. Para nuestra autora, “la necromáquina” excede todo sentido lógico, de ahí esta asunción de que la violencia en México es irracional, estética, y de ahí su carácter eminentemente “expresivo” y a-lógico. La antropóloga, ante la excesividad semiótica de la violencia mexicana, se resiste a su explicación, haciendo de su obra un monumento al paroxismo intelectual. Tomando de manera literal el concepto schmittiano de “estado de excepción” (1931), para Reguillo, solo basta “una visita cotidiana por la prensa latinoamericana” para “desestabilizar la idea de “excepcionalidad”” (2021: 33) en clara referencia al concepto que Giorgio Agamben (2003) retoma de la obra de Carl Schmitt. En este punto, da la impresión de que Reguillo toma el concepto “estado de excepción” en su más burda literalidad y lo entiende de manera contraria al sentido dado tanto por Schmitt como por Agamben. Para empezar, la revisión analítica que hace del concepto mismo se detiene en Giorgio Agamben, sin profundizar en su artífice Carl Schmitt (1922, 1931) mucho más cáustico en las consecuencias políticas que tiene el estado de excepción, en el marco de los Estados que se autodefinen como “democráticos”. Para Agamben, los sujetos son incluidos en el derecho civil a través de una ciudadanización [sujetos de derecho] que paradójicamente los excluye en tanto vidas desnudas [nuda vida]. Es decir, la nuda vida del sujeto pasa a ser una categoría del poder político que puede ser “reclamada” por el Estado como parte de sus atribuciones. Con el estado de excepción la administración eleva su poder para la constitución de un “dispositivo biopolítico de primer orden” (Costa y Costa, 2004: 07). El estado de excepción trascendería su estatus de técnica de gobierno excepcional para posicionarse como el paradigma constitutivo de un orden jurídico cuyo núcleo es esencialmente extra-jurídico (Agamben, 2003: 30-32). De esta manera, los estados modernos, en ese extraño ouroboros que es el estado de excepción pueden suspender las garantías democráticas con el objetivo de “salvar a la propia democracia” y por lo tanto, contienen en su ADN el germen del totalitarismo (Schmitt,1931). Agamben, releyendo a Carl Schmitt, llega a la conclusión de que “una democracia protegida” deja de ser automáticamente una democracia (2003: 46-47), abriendo paso al surgimiento de un oxymoron que podría llevar el nombre de totalitarismo democrático, ya que como lo explica sucintamente Rossiter: “Ningún sacrificio es demasiado grande para nuestra democracia, y menos que menos el sacrificio temporario de la propia democracia” (1948: 314). Es decir, que contrario a cómo piensa Reguillo, el estado de excepción no es “excepcional” sino constitutivo de los Estados modernos en tanto democracias totalitarias. Es a partir de una mala lectura de Agamben que a nuestra autora se le sobrevienen una serie de problemas conceptuales que impregnan esta obra. A pesar de toda una artillería teórica deleuziana, foucaultiana, benjaminiana… La Reguillo no deja de plegarse a ciertos lugares comunes incorrectos, incluso políticamente peligrosos, expresados en una serie de pares binarios desplegados: signo/materialidad, violencia expresiva/violencia utilitaria, paralegalidad/legalidad, Narco/Estado, Necropolítica/Biopolítica. No tengo espacio para tratarlos todos, me centro en uno, el que considero más lesivo. Se trata de la retórica dominante que explica el narcotráfico en México como producto de un “Estado Fallido”1 y del cual emanarían la paralegalidad, la violencia expresiva y en última instancia, la llamada “necromáquina”.
Son pocos los periodistas e intelectuales que no se han plegado a la narrativa que tan fácilmente explica que el Narco ha venido a llenar el lugar ausente del Estado. La excepción ha sido Oswaldo Zavala y su altamente provocador “los cárteles no existen”. Que no los engañe el título, más que un ejercicio de fantasmagoría posmoderna lo que nos viene a explicar Zavala es que los cárteles como entidades separadas del resto de intereses económicos y políticos, ya no solo del Estado mexicano, sino del marco geopolítico, no es más que un ejercicio de reificación. Los traficantes “no tenían ni la capacidad histórica ni el deseo político de disputar la soberanía del Estado” (Zavala 2018: 21). Ni paralegalidades ni mandangas. En referencia al Narco, lo que hay es un tejido extraordinario de intereses que alcanza al Estado mexicano, e incluso a Estados Unidos y Canadá, países que, en el marco del TLC, estaban deseosos por desplegar proyectos extractivistas en México (minería e industria energética, sobre todo) y para conseguirlo había que garantizar la seguridad a sus empresas. Esto se consiguió con una militarización de facto, con el casi absoluto consenso de los mexicanos, gracias al formidable relato de unos criminales sobrehumanos, en el contexto de “la guerra contra el narco” (ver Zavala 2018: 9- 27). Esto no quiere decir que los maleantes sean un chivo expiatorio. Pero están más cerca de ser empleados del Estado que héroes antisistema. En el barrio donde crecí, en el sur de la ciudad de Guadalajara, de donde soy originario al igual que la Dra. Reguillo, la policía detiene con suma frecuencia a los dealers, pero para vigilar que vendan la mercancía correcta; es decir, la policía se encarga de vigilar que nadie compre cocaína más que al dueño de “la plaza”, en un sistema que funciona como las franquicias de comida. En cierta medida, tanto el narcomenudista como el policía trabajan para el mismo patrón ¿Dónde está aquí la “paralegalidad” cuando funcionarios y narcos trabajan para los mismos? En cierta medida, al Narco, en tanto empresa ultra-capitalista, desde cierto lugar común para la izquierda, se le explica de la misma manera que al Capitalismo, como producto del retroceso del Estado. David Harvey ya nos advertía que se trataba de una “idea ridícula” que contradice la evidencia de que “el Estado-Nación está en la actualidad más dedicado que nunca a crear un clima de negocios benigno para la inversión” (2000:26). Pues algo parecido pasa con el narcotráfico. A pesar de sus deficiencias teóricas, no estamos frente a una obra menor, ya que el corazón de este libro, basado en entrevistas y trabajo de campo, nos ayudan a dibujar un fresco dramático de como la violencia ha impregnado cada aspecto de la vida cotidiana en México. Mientras más etnográfico es el tono más se crece esta obra. No sería extraño que, a pesar de todo, se convierta en un clásico sobre el tema.
Nota
1 En una entrevista con El País, presentando el libro que nos ocupa, la Dra. Reguillo lo deja esto aún más claro: https://elpais.com/mexico/2021-12-01/rossana-reguillo-en-mexico-estamos-ante-un-estado-fallido.html Referencias Agamben, G. (2003) Estado de Excepción, Homo Sacer II. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. 2004.
Costa, F. y Costa, I. (2004) Introducción a Estado de Excepción, Homo Sacer II. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. Mbembe, A. (2011) Necropolítica. Madrid: Melusina. Harvey, D. (2000) “La reinvención de la geografía”. En Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. Madrid: Akal. Reguillo, R. (2021) Necromáquina. Cuando morir no es suficiente. Guadalajara, México: NED Editores. Rossiter, C. L. (1948) Constitutional Dictatorship. Crisis Government in the Modern Democracies. New York: Harcourt Brace. Schmitt, C. (1922) Carl Schmitt, teólogo de la política (edición de Héctor Orestes Aguilar). México: Fondo de Cultura Económica. 2001. Schmitt, C. (1931) La defensa de la constitución. Madrid: Tecnos. 1983. Zavala, O. (2018) Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México. Barcelona: Malpaso.
Resenhista
Horacio Espinosa – Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU).
Referências desta Resenha
REGUILLO, Rossana. Necromáquina. Cuando morir no es suficiente. Guadalajara. México: NED Editores. 2021. Resenha de: ESPINOSA, Horacio. El lenguaje cotidiano de la violencia y su gramática abyecta. Revista Izquierdas, 51, 2022. Acessar publicação original [DR/JF]