Decía con elocuencia Walter Benjamin:
hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad.2
Este fragmento muy citado del conocido filósofo de la historia antecede nuestra reflexión no solo por la compleja y crítica descripción de los avances de las sociedades humanas, sino porque la narración envuelve a los despedazados por la tormenta e introduce las huellas de ese desastre. Justamente la memoria individual y colectiva, producto de guerras, represión y dictaduras, constituye una de las materias por excelencia que desde hace un tiempo convoca a historiadores y otros cientistas sociales, y también a artistas, periodistas, militantes y muchos más, involucrados de lleno en los rastros traumáticos impresos en las víctimas. Desde hace más de veinte años, la justicia y las reparaciones para los que sufrieron la violencia en América Latina se instalan como parte del análisis a través de los museos, memoriales y sitios de conmemoración, donde esas ausencias dolorosas encuentran espacios y narraciones.
La representación y usos de la memoria se han expandido en los últimos treinta años en diversos países del mundo y con ellas sus análisis interdisciplinarios. Como parte de este proceso, proliferaron lugares para contenerla, como museos, monumentos y sitios. Estos dispositivos constituyen espacios donde materializar el pasado que, si bien acompañaron la modernidad, en los últimos años han profundizado en una gran diversidad de contenidos: el adoctrinamiento nacionalista o colonialista, la historia de los “pueblos sin historia”, los museos étnicos y comunitarios o los de los pasados traumáticos, referidos a las violaciones de derechos humanos.
Los pioneros, en este sentido fueron aquellos dedicados a la memoria del Holocausto, surgidos en Europa, Estados Unidos e Israel desde los años sesenta, pero con mayor fuerza entre los ochenta y noventa. Estos museos, muy diversos entre sí, afianzaron el hecho histórico del genocidio judío como un tropo universal, que permitió que esa memoria
se aboque a situaciones específicamente locales, lejanas en términos históricos y diferentes en términos políticos respecto del acontecimiento original. En este movimiento transnacional de los discursos de la memoria, el Holocausto pierde su calidad de índice del acontecimiento histórico específico y comienza a funcionar como una metáfora de otras historias traumáticas y de su memoria.3
De forma paulatina, el deber de la memoria en torno al destino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial se ha extendido por todo el mundo, llegando en los años más recientes a países latinoamericanos y asiáticos. Ese compromiso, al ingresar en el campo de las memorias locales interactuó con otras narrativas de victimización. Pero también, en el movimiento transnacional de los discursos de la memoria, el Holocausto como construcción memorial se ha visto desafiado como índice del acontecimiento histórico específico, y en algunos casos se convierte en una metáfora de otras historias traumáticas y de su memorial.
En este sentido toman relevancia los análisis sobre América Latina. La construcción de estos museos se desarrolla en países que presentan particularidades interesantes en torno a la violencia social y estatal. En estos casos también se evidencia lo que Didi-Huberman planteó en torno al Holocausto: hay una dificultad de la representación y un fragmentario y complejo acceso al pasado por lo que sus representaciones contienen múltiples desafíos.4
La importancia de recuperar las experiencias de estos museos tiene que ver con que refleja los modos de hacer, decir y ver de la cultura latinoamericana del siglo XXI. El despliegue de las representaciones variadas nos muestra que no existe una única forma de representar el pasado, ni de construir las memorias. Cada espacio interpela de diferente manera a los y las espectadoras, respondiendo no solo a las necesidades del presente sino a las de cada pueblo en el cual se inserta. Se pone en relevancia entonces lo local y regional.
En este Dossier se buscó visibilizar el desarrollo de investigaciones que analicen el proceso social por el cual se desarrollaron sitios de memoria, algunos emplazados en los mismos espacios donde ocurrieron las masacres y violaciones de derechos humanos, y otros que representan esos hechos. De acuerdo con Jelin y Langland, los lugares y las marcas territoriales cumplen un rol fundamental, son canales que permiten transmitir la memoria.5Su importancia ha sido planteada por autores denominados “clásicos” y, a la vez, controvertidos, como Maurice Halbwachs6 y Pierre Nora.7 En el desarrollo actual de este cruce, la representación en los sitios de memoria o museos implica un desafío en constante movimiento. Los numerosos ejes para analizar hacen que este campo diverso siga en desarrollo: desde los actores, las políticas de memoria,8 las marcas en el territorio, el rol del Estado, la representación, los usos y sus análisis, el rol de los organismos de derechos humanos, entre otros. Estas formas de gestionar el pasado establecen disputas o conflictos.9 Son entonces memorias en tensión y distintos actores acuerdan y se asocian en virtud de una agencia en común, pero también debaten y hasta presionan para decir y hacer sobre ese pasado traumático.
Tal cuestión se visualiza en la potencia y multiplicación de las investigaciones en torno a estos lugares. Como ejemplos significativos de una vasta producción, Beatrice Fleury y Jacques Walter pusieron el acento en los ensayos sobre los lugares de detención y masacre en diversos lugares del mundo, desde Auschwitz hasta un monumento en Montreal y un museo en Vilna o una estela en Argel, entre otros.10 Anne Huffschmid y Valeria Durán reunieron en Topografías conflictivas otra serie de trabajos en torno a las memorias, los espacios y las ciudades en disputa.11 La compilación incluye experiencias latinoamericanas, de México y Argentina, y europeas, con foco en la ciudad de Berlín.
Han pasado diez años de esta última recopilación y la producción en revistas de ciencias sociales ha crecido de manera exponencial, incluyendo nuevos ejes de análisis como el género, la cuestión indígena, los desaparecidos en democracia, entre otros. Y, además, espacios donde sufrieron las víctimas, como la Casa de la Moneda en Santiago de Chile, el Valle de los Caídos en la Sierra de Guadarrama o las innumerables fosas donde se encuentran los restos de militantes fusilados a uno y otro lado del Océano, recuperan ahora otro significado, al ser abordados de manera conjunta.12
Una referente en la temática es Katherine Hite, quien evidenció el fenómeno de la memorialización de los últimos treinta años, en relación con el arte, la representación y la política en Latinoamérica y España, evidenciando los conflictos, las tensiones y las luchas latentes hasta el presente. En una perspectiva comparada, los casos de Argentina, Chile, Perú y España emergen como experiencias disímiles entre sí, y a la vez, con problemas y debates similares en la construcción de memoriales.13
La dictadura chilena, una de las más largas y sangrientas en el Cono Sur ha sido eje de los trabajos de Nelly Richard en los que reflexiona sobre los lenguajes donde dialogan el arte, la crítica cultural y la literatura, entre otros medios de transmisión.14 Evidenciando la lucha conflictiva entre memoria y desmemoria, se analizan las construcciones memoriales en la transición chilena a la democracia y el proceso que denomina redemocratización política y cultural. En tal sentido, es interesante observar la función crítica de la memoria, su desgaste y borramiento e incluso, sospechar sobre su abusiva comercialización, los usos exagerados o su simplificación.
El impacto de determinados gobiernos progresistas fue una de las razones que impulsó nuevas búsquedas, en particular desde Argentina, vinculadas a los Centros Clandestinos de Detención y la materialización del trauma. Tal es el caso de Juan Besse y Cora Escolar en relación con las políticas y lugares de memoria,15 o de Luciana Messina y Dolores San Julián, quienes describen y categorizan sitios y lugares de memoria erigidos en antiguos centros del horror y la tortura, como los predios apodados Quinta Seré, el “Olimpo”, la Ex ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), el sitio de “Automotores Orletti” y otros muchos más. Estos aportes avanzan sobre la singularidad de los dispositivos institucionales de gestión, las prácticas militantes y los saberes de los expertos. Claudia Feld y Marina Franco evidencian que el estudio de un sitio de memoria aborda mucho más que lo que allí sucedió en el tiempo específico del terrorismo de Estado; en tal sentido el lugar específico da pie para reflexionar sobre el proyecto en sí mismo del modelo represivo, que buscaba perpetuar a sus protagonistas. De esta manera, los sitios de memoria y ex Centros de Detención no serían solo espacios cerrados al resto de la sociedad, sino que permiten observar las estrategias económicas, la circulación de bienes y de personas desde y hacia el resto de la comunidad, con fronteras muy porosas.16 La perspectiva de género es central para abordar, también, la rutina de estos espacios de detención, con su enorme carga de violencia física, sexual y psicológica sobre las detenidas. Y al mostrar a los visitantes las pequeñísimas habitaciones donde se llevaba a las mujeres embarazadas a parir, o las oficinas para “regeneración” de las guerrilleras, se hacen más cercanos los horrores de la dictadura, con el robo de bebés y niños y la desaparición de personas.17
En otras naciones, los golpes de Estado o la represión de las instituciones públicas o paraestatales proporcionan la base histórica para la reflexión. En Uruguay y México, Eugenia Allier Montaño explora tanto el tropo global de la memoria como su intervención en la historia local de los emprendedores, quienes, a través de sus acciones y conexión con diferentes agencias, resignificaron las memorias de los gobiernos autoritarios uruguayos y de los sucesos ocurridos en 1968.18 Junto a Emilio Crenzel hicieron también foco en la puja de diversos actores por constituir su interpretación en la representación hegemónica de lo acontecido en las diferencias experiencias de violencia.19
Los museos, esas elusivas y hace ya un tiempo detectadas también maquinarias demarcadoras de la cultura occidental, o productoras de identidad nacional, constituyen un ámbito preferente para exhibiciones sobre lo que no debió suceder, la no-humanidad, para rememorar el horror y si acaso, hacerle frente. En ese desplazamiento, los museos del Holocausto, de la memoria, la tolerancia, la verdad, los derechos humanos o la justicia (y muchas otras denominaciones), no hay ya obras de arte o científicas que materialicen la belleza, la innovación o tantos otros valores culturales, sino que ponen en la mirada los aspectos excluidos del juego democrático, donde no existen la solidaridad, el respeto por la diversidad o la convivencia pacífica. Y también los monumentos, como formas efectivas de recuerdo de hechos traumáticos, rememoran esas imágenes dolientes de torturados, desaparecidos, exiliados y tantos más frente a una justicia que no supo sobre su ejercicio, y que años después de los hechos, a veces persiste ciega, sorda y muda.
En este sentido, y para evidenciar el crecimiento de las producciones académicas, este dossier intentó actualizar las producciones sobre esta temática, incluyendo trabajos que describen procesos memoriales de diferentes puntos de América Latina. Como una ola que rompe cada vez más lejos, los museos y sitios se multiplicaron en el subcontinente, no sin debates, contradicciones y negacionismos, en el ámbito público ya que la evidencia de un avance de ideologías reaccionarias no cesa de imprimirle al pasado una impronta paradójica (pero a la vez, palpable) de permanente actualidad.
Así, en esta compilación pueden identificarse aportes en común, y no es solo su pertenencia al estudio sobre y en América Latina. Todos ellos reflexionan desde distintas especialidades (históricas, pero también artísticas o jurídicas), y teorías producto del análisis sobre la represión y la violencia, las formas de expresión, estética, la politización y el género, entre muchas más, sobre el significado del trauma. El desafío parte en muchos de ellos en cómo exponerlo en el territorio, materializarlo en objetos concretos, hacerlo palabras, conmemorarlo año tras año, abierto (o no) a la sociedad y a sus nuevas heridas. La misma definición del concepto obedece a un aspecto ciertamente negativo, a una huella de un hecho de cuya encarnadura es preciso rememorar de manera colectiva, aunque muchos de los supervivientes estén determinados a olvidarlo, por esa potente y nociva carga en la memoria.20
La selección de textos obedece a varias cuestiones: en primer lugar, a presentar museos y conmemoraciones de varios casos nacionales, e incluso en diferentes regiones y provincias, a lo largo de Latinoamérica. En segundo lugar, a poner bajo la mirada de otros especialistas esta diversidad tanto de espacios conformados para recordar los hechos lúgubres por entidades estatales y públicas o por emprendedores, agrupaciones y asociaciones privadas y/o populares. En tercer lugar, prestar atención al registro de las propias memorias de los perpetradores, que también desgranan una serie de argumentos en los museos forjados para materializar sus reivindicaciones corporativas o nacionalistas. Y, finalmente, a destacar la influencia extralatinoamericana en varias de las instituciones que aquí se analizan, tanto a partir de la compleja noción de genocidio que enmarca los casos de violaciones a los derechos humanos, como por la labor de organismos jurídicos internacionales.
Como se observa en los textos de este Dossier, tanto en Brasil y Argentina, como en Colombia, México y Perú, el abanico de aportes sobre los espacios y monumentos traumáticos no cesa de crecer, y en esta selección asumimos una responsabilidad que es tanto académica como política para dar cuenta tanto de su calidad como de la diversidad de voces. En un amplio arco, los trabajos abarcan desde análisis sobre museos y conmemoraciones de conquistas para engrandecer la nación con la eliminación de sus poblaciones originarias en el siglo XIX, a la forma de exposición del Holocausto Judío del siglo pasado, con una carga que no excluye la exhibición en pos de un reconocimiento social. Y analizan también las flamantes y a veces lujosas instalaciones sobre los crímenes más recientes de fuerzas de seguridad latinoamericanas que, con el esfuerzo de asociaciones o de emprendedores, afloran bajo representaciones artísticas, donde se trazan los ejes de la militancia en el recuerdo del espanto.
A esta variabilidad se le agregan conceptos imprescindibles, como las nociones de “patrimonio oscuro” para determinar a los lugares de memoria sensible, que Yussef Daibert Salomão de Campos y Deborah Neves utilizan en el estudio del Luis de Fora (Minas Gerais). En ese espacio, sede militar desde donde se inició el golpe militar que dio inicios a la dictadura brasileña en 1964, fue también un sitio donde víctimas como la expresidenta Dilma Roussef testificaron torturas sistemáticas, físicas y psicológicas. Por lo tanto, constituye no solo un ámbito significativo para quienes sufrieron de manera directa los embates represivos sino también como prueba concreta de futuros juicios de los responsables efectivos de las violaciones a los derechos humanos. El edificio en concreto es una prueba de la existencia del sufrimiento de aquellos perseguidos por el terrorismo de Estado, dado que, en Brasil, como en otras muchas naciones, la dictadura eliminó archivos y documentos. Ese derrotero donde emerge el dolor de las víctimas, no se salda con la “conciliación” propuesta en la legislación de amnistía, que envuelve tanto el olvido como la incomodidad, sino que requiere asumir la legitimidad del reclamo por la verdad y la justicia.
Los sectores represivos también hacen uso de una representación del pasado, donde se retoman los tropos clásicos respecto a una exposición banal de la nacionalidad, con su acopio de banderas, armas y otros símbolos de la lucha. Con el argumento de la defensa de lo propio se construye a los enemigos de la patria y de la libertad, no solo como los muy lejanos “otros”, sino también como los inhumanos, bestiales, sumidos en el desorden ideológico o la barbarie social. En Colombia y en la Patagonia Argentina, los museos militares y policiales subrayan con notas heroicas la labor en pos de la eliminación de la izquierda o con exitosa supresión de las poblaciones originarias, dos conjuntos sociales opuestos a la verdadera ciudadanía, según esta visión ortodoxa, esquemática y sesgada.
Así, en el examen de Gina Catherine León Cabrera del Museo Militar de Colombia y el Museo Naval del Caribe, se dibuja el período de la violencia colombiana a la luz de los afanes castrenses por exponer los conflictos Este-Oeste y el impacto en la nación de las guerras entre comunistas y anticomunistas en territorios allende los mares. La lejanía de esas operaciones beligerantes no fue óbice para proponer al peligro “rojo” como el enemigo interno al que era preciso extinguir. Dado que Colombia no tuvo, a diferencia de otras naciones latinoamericanas, un golpe de Estado que coartara formalmente la democracia, en el texto se explica el papel de los actores militares en permanente tensión frente los esfuerzos civiles y su convencimiento del ejercicio en la lucha contra otros posibles disolventes de la nacionalidad (el narcotráfico, las organizaciones guerrilleras).
La Conquista al Desierto es casi un oxímoron porque significó enaltecer la incorporación al territorio argentino de áreas sin población ni recursos, fungió como una estrategia doblemente exitosa para las élites: por un lado, expandió la frontera y el mercado de tierras captadas para la producción de commodities; por otro, al eliminar las etnias indígenas autónomas, amplió bajo un esquema positivista la nación. El artículo de Pilar Pérez se concentra en la elaboración del discurso triunfalista de las fuerzas policiales encargadas en la Patagonia en enaltecer ese momento histórico como parte de su propia narrativa. Tanto en las provincias de Neuquén como en Río Negro y Santa Cruz, en la celebración de los “lugares de la memoria” adquiere un peso diferente: incluso hasta el presente, en museos, comisarías y hasta monumentos conmemorativos de la gesta militar de exterminio se articulan los relatos sobre los “caídos” en el combate, que no son los otros que las mismas fuerzas de seguridad.
Recordar y olvidar, como indicó magistralmente Ricoeur, no son siempre actos voluntarios.21 Y si se trata de una comunidad como la de los judíos, golpeada por razones ideológicas, raciales y religiosas, lo notable es la generación de una verdadera ortodoxia de la memoria sobre los terribles hechos del Holocausto. Sara Sánchez del Olmo se dirige a analizar el Museo de la Memoria y la Tolerancia, en México, construido a partir del esfuerzo de “emprendedores” en un sitio gentrificado, sede de actividades sociales. En una exposición que, según la autora, utiliza recursos teatrales que bordean la recreación morbosa, el genocidio judío se une a otros constatados como tales por organismos internacionales (Ruanda, ex Yugoslavia, Guatemala, Camboya y Dafur). Y se olvida del presente de México, donde las muestras de muerte y tortura no cesan de aparecer. A la vez, alerta sobre el uso de objetos clichés que modelizan tales exposiciones sobre la muerte y son parte de una “pedagogía de la consternación”.
Las imágenes para exponer la ausencia y el dolor en grados extremos son difíciles de seleccionar, dado que significan una profunda reflexión sobre qué registros pueden admitirse como alegorías visuales y sensoriales. Melisa Lío Flores destaca que ese “encuentro con la atrocidad” puede adquirir sentido y pertenencia a través de las apropiaciones artísticas, tanto de perfomances como de registros estáticos que incorporen la reparación y la denuncia social. Las difíciles formas del decir sobre el horror y la violencia estatal aparecen con representaciones artísticas para provocar en el espectador no solo goce estético, sino más bien empatía frente a las víctimas; y, a su vez vez, evitar la rutinización o saturación en los museos y otros espacios conmemorativos del terrorismo del Estado, para invertir la lógica de los vencedores y focalizar los rostros de las innumerables resistencias.
Las mujeres han sufrido y sufren una enorme carga debido a las pérdidas familiares; debieron soportar antes y ahora múltiples torturas, vejaciones y desapariciones tanto por parte de las fuerzas de seguridad como de otros sectores, debido a la persistencia de la sujeción patriarcal. Por ello, tal y como relatan Andrea Mejía Pérez y Álvaro Acevedo Tarazona, la Casa de la Memoria y los Derechos Humanos en Barrancabermeja habilita un espacio de reflexión y contribución a los “sentidos colectivos” de las luchas femeninas a través de las expresiones artísticas. El conflicto armado que dejó miles de víctimas en Colombia desde el siglo XX a la fecha es el telón de fondo de esta Casa, donde el apoyo de organizaciones populares permitió materializar la resistencia de género en pos de la reparación y la justicia.
Las representaciones de hechos aberrantes a través de monumentos escultóricos no siempre reciben el apoyo de toda la ciudadanía, antes bien, constituyen el eje de disputas sobre quiénes tienen derecho a ser víctimas y su legitimidad en tanto tales. Tal situación se refleja en el artículo de Leticia Machado Haertel sobre “El Ojo que llora”, una obra erigida en Lima para conmemorar a cerca de setenta mil fallecidos a finales del siglo XX en todo Perú. La querella por este lugar de la memoria incidió de tal manera que desconocidos vandalizaron e intentaron destruir el monumento, evitando que los nombres de los caídos de las organizaciones guerrilleras compartieran el espacio con los otros muertos (supuestamente, víctimas “legítimas”). La intervención de la Corte Interamericana de Derechos Humanos obligó a tomar partido para que la Pachamama representada en la piedra pudiese derramar su dolor por todos los peruanos, incluyendo a los abatidos por el terrorismo de Estado, aunque se trata de una reparación simbólica que está lejos de ser aceptada por la ciudadanía en su conjunto.
Hay momentos en que la recarga del pasado sobre el presente se concentra mucho más que en otros, o quizás, es nuestra percepción de que el pasado no termina nunca de pasar. Y de que somos capaces, como especie, de repetir los errores e injusticias, aun conociéndolos a todos y cada uno, una y otra vez. Las alas de ese ángel exterminador, quien a su pesar e inconscientemente va abatiendo todo a su paso, no se detienen salvo con la reflexión colectiva sobre el significado profundo del trauma y su experiencia en supervivientes y familiares. A la vez, anida en el resto de una sociedad que, al decirse democrática, sin embargo, ha destruido los empeños de esos y de otros, hacia el futuro, en una deuda que es como un bucle sin retorno. La reflexión histórica, que presentamos en este Dossier, es una vía (y, por supuesto, no la única, y tampoco quizás la más importante) para, si no impedir su repetición, al menos comprender por qué y cómo podemos tropezar tantas veces con las mismas piedras.
El presente dossier forma parte del proyecto “Territorios de la memoria. Otras culturas, otros espacios en Iberoamérica. Siglos XX y XXI” (PID2020-113492RB-I00), Ministerio de Economía y Competitividad, España y del Proyecto Instituciones, Actores y Políticas en La Pampa: procesos, escalas, temporalidades y espacialidades en debate (siglos XIX al XXI). Código: 229202001E00031CO. KS. RESOL-2020-1672- APN-Directorio conicet, Argentina.
Notas
Organizadores
María Silvia Di Liscia – Universidad Nacional de La Pampa, Argentina, Argentina. Universidad Nacional de Educación a Distancia, España, España. https://orcid.org/0000-0002-0555-0285
Wanda Wechsler – Universidad Nacional Arturo Jauretche, Argentina, Argentina. Núcleo de Estudios Judíos y Grupo de Investigación “Lugares, Marcas y Territorios de la Memoria”, Instituto de Desarrollo Económico y Social, Argentina, Argentina. https://orcid.org/0000-0002-1040-5971
Referências desta apresentação
DI LISCIA, María Silvia; WECHSLER, Wanda. Editorial. Museos y traumas en América Latina. Avances comparativos, propuestas y fronteras desde la historia. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Colombia, v. 50, n.1, p. 13-24, ene./jun. 2023. Acessar publicação original [DR/JF]
Décima sexta edição. Esta edição foi publicada em 2023 visando o ajuste de publicações em…
Décima sétima edição. Esta edição foi publicada em 2023 visando o ajuste de publicações em…
Vigésima segunda edição. N.03. 2023 Edição 2023.3 Publicado: 2023-12-19 Artigos Científicos Notas sobre o curso de…
Publicado: 2024-06-19 Artigo original A rota dos nórdicos à USPnotas sobre O comércio varegue e o…
Quem conta a história da UFS, de certa forma, recria a instituição. Seus professores e…
Publicado: 2023-06-30 Edição completa Edição Completa PDF Expediente Expediente 000-006 PDF Editorial História & Ensino 007-009…
This website uses cookies.