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Lugareños, patriotas y cosmopolitas. Un estudio de los conceptos de patria y nación en el siglo XIX colombiano | Liliana María López Lopera

Liliana María López Lopera | Imagem: Universidad EAFIT

El libro de Liliana María López Lopera es, sin duda, un aporte sustancial a la comprensión de nuestro siglo xix. Su principal valor radica en cuestionar y deconstruir algunos de los presupuestos categoriales que soportan diciplinas como la Ciencia Política, el Derecho y algunas corrientes historiográficas. Más aún, por esta vía plantea una crítica profunda a las bases sobre las cuales se ha construido nuestro relato nacional.

François-Xavier Guerra1 había adelantado esta labor al demostrar que la Independencia no fue el resultado de la conciencia adquirida por identidades nacionales preexistentes. Por el contrario, la nación se situó en el punto de llegada y no en el de partida de la conformación de nuevos Estados en lo que era el imperio español. Parte del aporte de López Lopera en este libro es ubicar la formación del sentido dominante de nación —como comunidad identitaria homogénea— a finales del siglo XIX a partir de la irrupción de una sensibilidad en torno al uso de la lengua castellana, la patria literaria, que encontró en los valores hispanistas —entre estos la religión católica— los elementos factuales de una identidad nacional.

Siguiendo el hilo de estos aportes, es posible inscribir el texto de López Lopera en dos grandes apuestas intelectuales. La primera obedece a la profunda revisión de la que ha sido objeto el siglo XIX como momento constitutivo de nuestro presente. La conflictividad intrínseca al proceso de conformación de repúblicas, o de nuevas formas de legitimidad bajo la figura de monarquías constitucionales, condujo a un momento de invención y experimentación cuyo influjo, indeterminación y pasados futuros aún nos resultan presentes.

La segunda, relacionada con la anterior, obedece a los caminos que ha tomado esta revisión en el espacio hispanoamericano, marcados por las tesis de François Xavier Guerra y los estudiosos que, de alguna manera, aceptaron su llamado y, a su vez, abrieron nuevos caminos. En este sentido, resalta el lugar dado a la nueva historia intelectual latinoamericana y su apuesta por integrar la historia conceptual de lo político, los postulados de la escuela de Cambridge y, en particular para el caso del estudio de López Lopera, la Begriffsgeschichte elaborada por Reinhart Koselleck, Werner Conze y Otto Bruner.

Al camino tomado por la autora debemos agregar los que marcaron su propia trayectoria intelectual. Aquellas personas familiarizadas con sus trabajos previos, especialmente con los escritos junto a Maria Teresa Uribe de Hincapié, a quien está dedicado el libro, reconocerán continuidades en cuanto al estilo, conceptos, metáforas y preocupaciones. En un trasfondo por momentos evidente, la autora muestra su interés por la violencia política en el siglo XIX, experimentada como guerras civiles y operativa en su estudio conceptual a través del lema pro patria mori.

Los conceptos de patria y nación son de central importancia para nuestra comprensión sobre el trasegar político intelectual del siglo XIX colombiano. Esto obedece a que durante el periodo de estudio ambos conceptos resultaron fundamentales en calidad de guías del movimiento histórico y se convirtieron en nodos de las disputas tejidas alrededor de las formas que debía tomar la comunidad política en aspectos territoriales, identitarios, culturales y políticos. Por esta razón, a partir de estos dos conceptos la autora nos brinda un panorama intelectual y político del siglo bastante amplio.

Aunque el estudio aborda ambos conceptos y algunas de sus derivaciones —como patriotismo, patriota y nacionalismo—, el concepto nación domina el eje narrativo del libro. Esto se debe al lugar que tiene en la apertura y el cierre de la diacronía propuesta que nos lleva de un proceso de diferenciación a uno de homogenización.

La autora parte de considerar la nación como una forma de comunidad singular que aparece en la modernidad. Su gran novedad reside en que ahora “adquiere un sentido básicamente político y se expresa en singular” (p. 28). La nación toma para sí los atributos de la soberanía y, en el marco del proceso revolucionario, se iguala con el Estado y el pueblo soberano. Es decir, la nación se ubica como la única vía posible en la legitimación del ejercicio del poder. Este es el problema que se encuentra articulado al uso del concepto y que, en gran medida, es el problema central del siglo XIX hispanoamericano: edificar una comunidad que soporte la construcción de la autoridad política.

Frente a esa problemática, una de las tensiones que resalta la autora a lo largo del libro es la existente entre nación nacida y nación querida que, de alguna manera, nos recuerda las dos categorías del tiempo histórico planteadas por Koselleck —experiencia y expectativa—. En parte, los sentidos modernos de la nación giraron en torno a su soporte factual o proyectivo. Para la autora, “la nación, en tanto comunidad política singular, responde a determinaciones de índole factual, material, funcional u objetivas, y, de modo no menos relevante, a las determinaciones de índole ideal, imaginaria, discursiva y narrativa” (p. 33).

Es en esta tensión que podemos situar la tesis central del libro. Las élites neogranadinas mantenían un consenso alrededor de los valores republicanos, específicamente en cuanto al derecho que tienen las naciones al gobierno propio. Sin embargo, bajo este consenso, tres perspectivas se disputaron los sentidos del concepto. Una que veía a la nación en las características objetivas de la población, otra que la ubicaba en cuestiones subjetivas y emocionales, y, finalmente, aquella que procuraba construirla a partir de los efectos conseguidos por iniciativas institucionales, como la escuela.

Ese eje narrativo nos presenta tres momentos en la diacronía del estudio conceptual, los cuales corresponden con las tres últimas partes del libro —partes 2, 3 y 4—. El primero concierne a la crisis de la monarquía española, cuando los sentidos de la nación, predominantemente, remitieron a criterios políticos y sentimentales, más que a atributos étnicos, raciales o lingüísticos. En ese orden de ideas, los criollos dieron a la nación un sentido “antigenealógico” al apartarla de cualquier expresión de continuidad sobre una comunidad histórica preexistente. En consecuencia, la nación condujo a la existencia de una comunidad política circunscrita a la tierra natal, de allí que durante este periodo fuese un concepto intercambiable con el de patria y su concreción fuese a través de los adjetivos de vecino y lugareño.

El segundo momento se enmarca en la conformación de la Nueva Granada como Estado soberano tras la disolución de la Gran Colombia, determinado por el intento de conformar “verdaderos Estados modernos y soberanos” (p. 420). Sin duda, la característica fundamental de este momento es el inicio del proceso reformista de mitad de siglo, el cual procuró un Estado limitado y neutral, dando preminencia a la iniciativa individual. Adicionalmente, la comprensión de un territorio fragmentado condujo a una visión plural y múltiple de la comunidad política. En consecuencia, las élites políticas e intelectuales apelaron al concepto de patria por encima del de nación, encontrando en este y en su asociación con el republicanismo el soporte de una identidad fuertemente cosmopolita ligada a identidades políticas.

El tercer momento es el que permite observar una movilización central del concepto de nación. Este tiene su origen en la década de 1870 y tiene como principal característica la coincidencia de la nación con el Estado, movilizando la conformación de una república unitaria soportada en la homogeneidad lingüística y religiosa. Este último sentido de la nación es defendido por un nacionalismo de identidad cultural, opuesto a otro de carácter cosmopolita.

Es este nacionalismo de identidad el que logra imponer un sentido hegemónico al concepto y hacerlo operativo políticamente. De manera simultánea, la autora identifica un desplazamiento del concepto patria que pasa a designar los vínculos de la comunidad política con tradiciones históricas. El arco que dibuja este cierre conduce a un desplazamiento de orden mayor que nos lleva desde la crisis de la monarquía, cuando se asume la comunidad política como producto de voluntades, es decir, inmanente a su misma constitución, hasta el momento en que esta encuentra soporte en elementos preexistentes, es decir, en cierto sentido, trascendentes, perennes.

Este aspecto, que podríamos discutir en cuanto al momento preciso en el que aparece y si obedece al siglo en su conjunto, es el eje argumentativo del libro. Desde la primera parte, en la cual discurre por un amplio recorrido teórico que por momentos nos recuerda que el libro es producto de su tesis doctoral, la autora asume una perspectiva constructivista de la nación completamente acorde con las fuentes del periodo. Estas dan cuenta de la comprensión que tenían los actores del momento sobre la nación como una comunidad a la cual pertenecían voluntariamente, conforme a la preeminencia del lenguaje republicano.

Como lo ha planteado la corriente historiográfica en la cual se inscribe el texto, una de las principales dificultades a las cuales se enfrentó el proceso de construcción de repúblicas en Hispanoamérica fue la pérdida de una legitimidad trascendente. Para el caso del presente estudio, este solo encuentra solución cuando en el contexto intelectual se apela a una comunidad anterior a la constitución de la república, soportada en la lengua y la religión católica, elementos que, aunque pueden promoverse y cultivarse, le anteceden.

En este momento podemos introducir algunas reflexiones críticas. Lo primero que debemos cuestionar es la concepción de este recorrido como un proceso. Desde su inicio, se percibe cierto sentido teleológico de la nación, como comunidad identitaria que conduce a un nosotros en oposición a un ellos. Al pensarse la nación como un concepto identitario, cosa que para el inicio del periodo de estudio no se vislumbra aún, puede que esa lectura, más acorde a los sentidos de finales de siglo, domine parte de la narrativa diacrónica. Sin embargo, lo que conduce a esta posible teleología es el símil trazado entre la nación y la construcción del Estado moderno. En ciertos pasajes la recuperación de la polisemia, una de las características de la perspectiva conceptual, es suspendida en cuanto se enfrenta a conceptos como Estado, cuyo paralelismo con el de nación termina conjugándolos en una trayectoria similar determinada por lo que algunos estudiosos han denominado proceso de construcción del Estado moderno, cuyo propósito trazado era la república unitaria.

Otro aspecto que genera preguntas es la tensión entre dos lenguajes del republicanismo, idea que ya había expresado en Las Palabras de la Guerra. El republicanismo de los derechos —liberal— contra el republicanismo de la tradición —conservador— de alguna forma configura la tensión entre el recurso inmanente y el trascendente en la construcción de la nación. Estos lenguajes estarían presentes desde mediados de siglo y alcanzarían su resolución hacia el final con el triunfo de la segunda opción sobre la primera, y que, en términos del concepto, se materializa en las nociones de comunidad de ciudadanos y comunidad de creyentes. En cierto sentido, este dualismo, correspondiente a las lógicas partidistas, nos inserta en las lecturas decimonónicas que ven en ese siglo las disputas entre modernidad y tradición, dicotomía que, como demostró Elías Palti,2 limitó el análisis de Guerra.

Siguiendo esta crítica, más que una disputa entre pasado y futuro habría que preguntarnos por la simultaneidad de lo no-simultáneo, por la forma como en la gramática de la nación y la patria se hacen visibles estratos del tiempo comunes a las diferentes variantes del republicanismo.

Con toda seguridad, la mirada propuesta por López Lopera motivará importantes reflexiones sobre aquellos sentidos cimentados y normativizados de la nación. Sin embargo, este impacto, simultáneo al de otros historiadores que han apostado decididamente por la exploración conceptual, promete aportar de manera decidida a reconsiderar nuestras miradas de otros conceptos, como paz, república, orden, ciudadanía. Esta iniciativa intelectual no es solo un asunto de erudición sobre el pasado, es una apuesta por enriquecer la forma como interrogamos nuestro presente.

Nota

  1. François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas (Madrid: Mapfre, 1992).

Resenhista

César Nicolás Peña Aragón – Candidato a doctor en Historia Universidad Nacional de Colombia, Colombia https://orcid.org/0000-0002-6004-5687  E-mail: cnpenaa@unal.edu.co


Referências desta Resenha

LOPERA, Liliana María López. Lugareños, patriotas y cosmopolitas. Un estudio de los conceptos de patria y nación en el siglo XIX colombiano. Medellín: eafit, 2019. Resenha de: ARAGÓN, César Nicolás Peña. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Colombia, v. 49, n.1, p. 455-460, ene./jun. 2022. Acessar publicação original [DR]

Itamar Freitas

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