Los archivos. Papeles para la Nación | Juan José Mendoza
Así como un archivo generalmente se compone de diferentes piezas agrupadas en un conjunto coherente, los libros que versan sobre este fenómeno también parecen constituirse en sí mismos como archivos. En un gesto que podría considerarse metatextual, el tema en cuestión se ofrece en su amplia heterogeneidad como un material propicio para ser abordado desde diferentes perspectivas que generan múltiples puertas de acceso y se cristalizan en un repertorio de textos que componen una colección de piezas de un sistema. El libro Los archivos, papeles para la nación de Juan José Mendoza sigue esta prerrogativa y compila una serie de textos pertenecientes a diferentes géneros (como el ensayo, la entrevista y la crítica literaria, entre otros) para dar cuenta de la plural y heterogénea problemática del archivo.
¿Qué es un archivo? ¿Qué conserva? ¿Por qué se guarda y para qué? Estas son algunas de las preguntas que guían el trabajo de Mendoza sin necesariamente conducirlo a una conclusión estable. Una posible respuesta es pensar el archivo como una cápsula temporal, un modo de salvaguardar una experiencia de las arenas del tiempo que todo lo destruyen. De esta manera, el archivo se transforma en un talismán que al contacto permite recuperar, aunque sea ilusoriamente, algo de esa experiencia en fuga y brinda un efecto de contemporaneidad con el entorno original de esa pieza guardada. Sin embargo, señala Mendoza, no siempre el tiempo es el agente destructor y la pulsión por archivar que caracterizó al siglo XX es la otra cara de la moneda de la pasión por el desastre que culminó con la solución final y la explosión de la bomba atómica.
En el siglo XXI el fenómeno responde a otro factor que es el ingreso de internet a nuestras vidas, o más bien al revés, el ingreso de nuestras vidas a internet. La red es un gran archivo y consiste precisamente en un entramado global de sistemas de computadores que permite la accesibilidad virtual a documentos alojados de manera remota. Una práctica como la investigación de archivos, que antiguamente estaba reservada para los especialistas e involucraba un desplazamiento espacial y temporal hasta el lugar donde se encontraban las fuentes, se volvió masiva e instantánea con la masificación de internet. El archivo pasó a estar a un clic de distancia y todo lo que antes había permanecido alojado en anaqueles juntando polvo se volvió disponible para quien quisiera accederlo. Al mismo tiempo, esa disponibilidad generó una interferencia temporal, ya que puso en pie de igualdad la ubicuidad de los documentos de antaño con los contemporáneos, poniendo en suspenso toda distinción entre pasado y futuro. De esta manera, internet pasó a extenderse como un eterno presente. Al respecto, uno de los aspectos sobre los que se enfoca Mendoza es en la supuesta virtualidad del archivo, una idea enfatizada por el vocabulario propio de la red que ubica todo en una “nube”, como si internet fuera algo completamente intangible. A esta idea, Mendoza contrapone la materialidad de los servidores, enormes máquinas e infraestructuras alojadas en espacios invisibles para la mayoría que, al ritmo de los sistemas de ventilación que permiten su refrigeración, garantizan el funcionamiento de internet.
No obstante, no todos los archivos están disponibles en internet y eso obedece a las políticas particulares de cada nación. El archivo, en tanto responsabilidad estatal como salvaguarda de la memoria nacional, se transfigura en una forma de asentar la historia de sus actos. La conservación de ciertos documentos (y la desidia por otros), dirige la mirada de un país y establece su horizonte. En este sentido puede pensarse la importancia de un libro como Nunca más, que asienta un conjunto de documentos ineludible e irrefutable para pensar el destino de la Argentina y su relación con el pasado y la memoria. Lamentablemente, como señala Mendoza, la ineficiencia de los estados latinoamericanos a la hora de resguardar sus archivos es una realidad, y allí es donde ingresan las entidades extranjeras o privadas, más específicamente las universidades estadounidenses y, particularmente, la Universidad de Princeton y su Firestone Library, donde se aloja uno de los archivos más ambiciosos de América Latina. El énfasis está puesto en la literatura de la región y allí se pueden encontrar los papeles de escritores como Alejandra Pizarnik, Ricardo Piglia o Mario Vargas Llosa, disponibles para ser consultados para quien se aventure hasta la costa este de los Estados Unidos.
La relación del archivo con el afuera es siempre compleja, especialmente cuando enmascara una relación de poder entre un estado hegemónico y otro subordinado. En este sentido, el robustecimiento del archivo latinoamericano de la Universidad de Princeton remite al colonialismo de América por parte de las potencias Europeas durante el Renacimiento, cuyo afán por archivar el “nuevo” continente significó también su desguace. Está en manos de los estados latinoamericanos reconquistar esas piezas si es que alguna vez consiguen vislumbrar su valor.
A propósito de las cajas que guardan los manuscritos de los escritores en la Firestone Library, Mendoza se pregunta por la función de los archivos en relación a los estudios literarios. Desde esta perspectiva, su lectura permite ver de qué está hecha una vida literaria, el entretelón de una escritura en movimiento y en desarrollo, y brinda material para reconstruir, como un detective, la historia de una obra literaria. Uno de los ejemplos que propone Mendoza es el Cuaderno de bitácora de Rayuela, el trabajo hecho por Ana María Barrenechea sobre los papeles de Julio Cortázar. Allí se pueden consultar anotaciones, descartes y otros materiales iniciales que sirvieron para la preparación de una de las novela-monumentos de la literatura argentina. En todo caso, el archivo literario lo que hace es correr el velo (entre lo público y lo privado) para poder ver qué hay detrás de la literatura en un intento por captar ese gesto fugitivo que es la escritura, desplegando a partir de documentos, que funcionan como pequeñas instantáneas, un movimiento congelado en el tiempo.
La conservación de archivos literarios, de todos modos, no es común a todos los escritores, como así tampoco lo es para todas las editoriales. Tal es el caso de Jorge Álvarez, el hombre detrás de algunas de las publicaciones más importantes de los años 60 y 70 en la Argentina, como las de Manuel Puig, Germán García o Rodolfo Walsh. En la entrevista que le hizo Mendoza, Álvarez se muestra reticente a la existencia de un archivo de su fondo editorial, algo que puede sorprender dada su importancia histórica. Uno de los argumentos que utiliza es la importancia que le da en su trabajo al tiempo presente (la única instancia vivible, lo demás es trabajo con los muertos) y el archivo solo puede ser pensado en términos de pasado y futuro. En su entrevista, Claudio Golombek subraya la importancia que tiene la conciencia documental a la hora de pensar un archivo, ya que necesariamente implica conectar con una instancia futura en la cual esa pieza va a cobrar otro valor, imprevisible y diferente al que tiene en su contexto original. La ejecución del archivo en su relectura futura lo devuelve a la vida y tiene una función explicativa del pasado, ayuda a comprender en retrospectiva el tiempo de su aparición y además, como afirman Lía e Isaías Lerner, es la memoria de la cultura.
La reticencia de figuras como la de Jorge Álvarez es mucho más común que la actitud de Golombek o los Lerner, y eso genera espacios alternativos para el alojamiento de los archivos que nunca llegan a conformarse como tales. En principio Mendoza menciona las librerías de usados, uno de los destinos más dignos que pueden tener las colecciones personales descartadas una vez que muere su antiguo dueño. Lamentablemente, muchas veces el destino es un viaje de ida a la basura o, en el mejor de los casos, la vereda, provocando el revoloteo de transeúntes atentos que puedan reconocer el valor de esa pieza descartada antes de que se lo lleve todo el camión de la basura. Este fenómeno lleva a Mendoza a reflexionar sobre la relación con el libro como objeto, su vida útil (siempre y cuando sea leído) y las formas de su descarte, como las máquinas trituradoras de excedentes editoriales.
Así como la acumulación en el formato físico es su condena, en el formato virtual se convierte en la promesa de un infinito disponible y del archivo total. El giro digital introducido por la revolución tecnológica y la masificación de internet llegaron para resolver dos de los grandes problemas del archivo: su ubicación y el espacio ocupado. Se pasó de una materialidad tangible, anclada en una ubicación determinada y voluminosa, a una pura virtualidad, ubicua e imperceptible. Si bien la digitalización de archivos democratiza su acceso gracias a la disponibilidad que le brinda internet, el ideal de una totalidad al alcance de la mano se revela como una quimera. Tal como señala Roger Chartier en su entrevista, el volumen (virtual) es tal que cualquier lector entra en estado de desasosiego. La tarea de quien investiga un archivo, antaño específica y acotada por sus propias limitaciones, se vuelve en un acto sin fin ante la enorme (e inabarcable) sobreabundancia de información.
El giro digital incorporó a las ciencias humanas (como todo aquello que puede ser absorbido por una computadora) al mundo de los números, donde todo se vuelve una combinación de ceros y unos susceptible de ser cuantificada y analizada. En un devenir imprevisible de los acontecimientos señalado por Mendoza, las humanísticas se vuelven más exactas y duras (y cercanas al método científico que siempre reclamaron) y, en la misma instancia pierden aquello que siempre las caracterizó: el factor humano. Las posibilidades de análisis que brinda la matemática puede ser útil para disciplinas como la histórica o antropológica, entre muchas otras, pero ¿de qué sirven para la literatura? se pregunta Mendoza. Podemos revisar la relevancia de tópicos, personajes o palabras al medir su insistencia, pero ¿qué relevancia puede tener esa clase de información?
Diferente es el caso al invertir los términos y revisar el efecto que tuvo el giro digital en la literatura producida después de su introducción. Por un lado, es innegable que el acceso a internet revalorizó la lectura y la escritura como dos tareas esenciales para permanecer en órbita, devolviéndoles la vida a dos actividades que la televisión parecía haber condenado a la extinción. Por el otro lado, internet pasó a desempeñar funciones que antes eran de la literatura, ya que se convirtió en una máquina constructora de relatos y mundos imaginarios. La difusión y el contacto con los lectores dejaron de depender del libro como medio y del mercado editorial como demiurgo. Sin embargo, se pregunta Mendoza: ¿qué queda allí, en los llamados “cibertextos”, de lo literario, de la literariedad o “literaturnost”, como la llamaban los formalistas rusos? Si todo es narración, ¿cuál es la especificidad de lo literario y cuáles de sus aspectos sobreviven en la nueva era?
Si bien internet propone con sus innovaciones una modificación y ampliación de la idea de “lo literario”, la pulsión de archivo que se halla en su centro neurálgico definitivamente tiene puesta la mirada hacia atrás. Esta nueva ubicuidad del pasado, la misma que genera el efecto de eterno presente, produce un bucle retrospectivo donde lo nuevo del futuro acaba por hallarse en la revisión de la historia. En este punto Mendoza se acerca a la propuesta teórica de Raúl Antelo, cuya “archifilología” postula el hallazgo del porvenir en una nueva visita (de diferencia y repetición) del pasado. Desde esta misma perspectiva se pueden revisar las vanguardias “post-internet”, herederas de lo que Arthur Danto llamó “el fin del arte” en sentido histórico. La vida en internet (es decir la vida en el archivo) clausura necesariamente cualquier idea clásica de progreso y la reemplaza por un continuum de tiempos que se superponen y conviven. De esta manera hoy nos encontramos inmersos en un océano de remakes, revivals, retornos que no son tales, sino más bien pura presencia del nuevo (o antiguo) orden temporal.
Resenhista
Martín Villagarcía – Universidad de Buenos Aires – Universidad Nacional de La Plata. Argentina. E-mail: martinvillagarcia@gmail.com
Referências desta Resenha
MENDOZA, Juan José. Los archivos. Papeles para la Nación. Villa María: Eduvim, 2019. Resenha de: VILLAGARCÍA, Martín. Revista Pilquen. Sección Ciencias Sociales, v.24, n.4, p. 113-115, oct./dic. 2021. Acessar publicação original [DR/JF]