Experimentamos un tiempo de incertidumbre, marcado por lo que algunos han denominado un cambio sin precedentes. La situación condicionada por problemas de precariedad económica, conflictos raciales y el ascenso de las nuevas derechas exige una constante reformulación de las formas bajo las cuales “observamos” los pasados y las circunstancias que nos impelen a interactuar con ellos en términos éticos y activos.
En lo siguiente me interesa examinar algunos puntos que el reciente libro de Claire Norton y Mark Donnelly, Liberating Histories puede tener para las operaciones historiográficas. Dichas cuestiones, estimo, pueden dar pie a pensar desde el reciente giro ético1 en las distintas interacciones sociales con los pasados y las formas en las cuales se “comunica” o “concibe”. Y, al mismo tiempo, también a considerar las consecuencias ideológicas y políticas que las formas de escribir la historia tienen en función de la distinción entre el pasado histórico (la “representación” del pasado elaborado por los historiadores) y el pasado práctico (el pasado empleado de forma diaria, práctica o ética) que Hayden White (El pasado práctico) introdujera a partir de Michael Oakes-hott (Sobre la historia y otros ensayos).
Si tuviéramos que examinar en general las consecuencias que el pasado práctico tiene en la operación historiográfica, quizá podríamos decir que la principal sería la de observar la puesta en escena de la pluralidad de los pasados y aquellas formas de “presentar la realidad” que se alejan de las convenciones marcadas por la sociogénesis de una investigación histórica y de una evaluación en términos de verdad o falsedad. White nos impela a situar en un principio de simetría a la pluralidad de recuperaciones, prácticas de archivación y figuraciones que otros “campos” hacen del pasado como algo “usable”.
La noción whiteana de “pastología” -esto es, lo que excede al registro del pasado histórico o la amplia variedad de representaciones sociales y colectivas de los pasados- puede recuperarse al momento de examinar, en términos de Norton y Donnelly, las prácticas históricas que sujetos y colectivos sociales emplean al momento de enfrentar sus problemas políticos y sociales inmediatos e, incluso, programáticos. Esta noción, que forma parte de un “metalenguaje” situado en lugar fuera del registro historiográfico, incluye problemas e implicaciones como “contradicciones, exploración de posibilidades contrafactuales, disolución del sujeto de enunciación, simultaneidad y multiplicidad temporal”.2
Lo anterior puede sustentarse, en términos teóricos, en la medida del agotamiento de lo que puede denominarse un “paradigma” representacionalista o esencialista; y, en cuyos límites, pueden encontrarse -señala White- las recurrencias a las perspectivas coherentistas en la búsqueda de justificar las “descripciones históricas”. Dichas perspectivas constituyen un interesante problema al momento de examinar las dimensiones indexicales y figurativas de los “protocolos” en la elaboración de las descripciones. Como White señala, si tales protocolos tienden a ser cada vez más relacionales y simbólicos, una descripción histórica puede ser comprendida en “términos de un sistema de símbolos compartidos por una comunidad dada para la dotación de significado de cosas”.3
Esto no excluye la perspectiva de narrar una lectura efectuada desde el registro institucional del pasado (el histórico) bajo los valores epistémicos de objetividad o verdad y la heurística del archivo. Si, como señalara Alun Munslow, la persona del historiador emplea una forma de lectura válida según el campo y la operación historiográfica donde se inserte, por consiguiente, el historiador es autor de la figuración de un pasado, el histórico.4 Al elegir el pasado práctico como una forma de figurar el pasado, debemos tener el cuidado reflexivo sobre nuestras enunciaciones. En este tenor, teóricos como Chris Lorenz,5 Kalle Pihlainen,6 María Inés La Greca, Berber Bervenage o Jonas Ahlskog7 han examinado las consecuencias y los problemas de la distinción que White recupera del ensayo escrito por Michael Oakeshott, Sobre la historia y otros ensayos; distinción que tiene consecuencias distintas para White y el filósofo político.
Una de ellas remite a las cuestiones de “lo histórico” en las narraciones como Austerlitz de W. G. Sebald e, incluso, en los relatos con contenidos autobiográficos –Apegos feroces y El romance del comunismo americano, ambos de Vivian Gornick-. Estos ejemplos pueden fungir como contrapunto crítico a las posturas que desplazan la intersección de los diferentes tipos de pasados en la escritura. Pues en las escrituras que, como menciona White, tienden a borrar la línea entre el “discurso fáctico” y el “discurso de ficción”, hay concatenaciones distintas en la historicidad y los límites de la “representación” del evento histórico. El lenguaje natural mismo tiene, según White, una dimensión moral que le confiere un estado particular a las descripciones históricas. Lenguaje que, dicho sea de paso, compartimos tanto en la “historiología” como en lo vernáculo del pasado práctico.
Norton y Donnelly, ambos académicos de St. Mary’s University, plantean una distinción que, justo, converge con la diferencia entre el pasado práctico y el pasado histórico. Esta diferencia consiste entre lo que podemos denominar historias institucionalizadas e historias vernáculas. El primer tipo de historias pueden entenderse, a grandes rasgos, por su carácter fijo y autorizado. Son parte de una “tradición” y una “autoridad” que les confieren legitimidad. Las historias “académicas” y “curriculares”; los archivos, museos o, en general, la historia producida al amparo de instancias gubernamentales y estatales ilustra la producción del pasado histórico: un pasado “singular, verdadero” que “corresponde a lo que realmente pasó” (p. 14).
Por otro lado, las historias vernáculas -o lo que los autores denominan “past-talk”- engloban aquellas representaciones o “actos de referencia” insertos en discursos sobre el pasado con “producciones y consumos” alejados de una autoridad interpretativa. Van más allá de la autoridad y, por lo general, son observadas como “opinión” o stories. No obstante, es a partir del carácter vernáculo de estas historias donde podemos observar cómo son empleadas frente a los problemas sociales y políticos.
Con base en lo anterior es pertinente identificar y problematizar el pasado vernáculo de las personas y de los colectivos. Pues, a decir de la problemática que Wendy Brown señala en Politics Out of History, necesitamos pensar en las diversas formas de construir los pasados una vez que los conceptos -soberanía- o el tiempo -progreso- que fundamentaban al pasado histórico (el pasado leído, figurado y construido por el aparato de la historia moderna) entraron en crisis por diversos motivos durante la segunda mitad del siglo XX. Así, junto a la pregunta kantiana por el qué hago o qué debemos hacer, es posible señalar que las derivas del pasado vernáculo en las cuestiones mencionadas al principio pueden cristalizarse en la dimensión performativa del pasado, esto es, lo que las personas hacen con el pasado (en distintas iteraciones con diversos efectos) por medio de intervenciones sobre figuras de panteones nacionalistas, “filmes, canciones, eslogans, performances, arte en las paredes, periodismo, blogs, wikis…” y en estrategias fundadas en marcos de acción horizontales que difieren de las formaciones políticas tradicionales (p. 9).
Lo anterior no sólo nos invita a reconsiderar las observaciones sobre los “usos y abusos públicos de la historia”, junto con las correcciones elaboradas desde el pasado histórico a dichas recuperaciones. Se trata de examinar la separación que, según White, se suscita a principios del siglo XIX entre un pasado histórico y un pasado práctico, donde este último funciona como “espacio de experiencia” para la toma de decisiones sociales, políticas y éticas que, como señalan Norton y Donnelly en su recuperación de Hayden White, responden a los retos de la “contemporaneidad” y se ajustan a programas políticos cuyos horizontes intentan establecer nuevas pautas en el imaginario o en el pensamiento político.
Hablo, por señalar algunos casos, de las estrategias contenciosas -según estudiara Sydney Tarrow en The Language of Contention– o de solidaridad recuperadas del lenguaje tercermundista por Black Lives Matter; y de las prácticas “vernáculas” de archivación que activistas cercanos al Occupy Wall Street emplearon como una forma de recuperar el pasado práctico, vernáculo. En ambos casos, las prácticas culturales (el jamming) o la elaboración de remixes8 pueden ser consideradas instancias de lo que los colectivos hacen con el pasado práctico en agendas políticas que trastocan lo que puede denominarse -por hablar como Rancière- la distribución de lo sensible.
La formación de nuevas genealogías de la protesta a partir de archivos vernáculos cuestiona la identidad del pasado, ya sea como un concepto autosuficiente o como una entidad identificable en el transcurso temporal. Pues, ciertamente, valdría introducir un nuevo problema en las reconsideraciones que el pasado práctico tiene en nuestra forma de pensar el tiempo y la historicidad fuera de los modos lineales o contextuales al situar los eventos y procesos. Las recuperaciones, en cuyos casos no siempre son precisas según las pautas del campo historiográfico, tienden a jugar con los estratos del tiempo con su propia voz.
Los pasados, según señalan Norton y Donnelly, pueden ser situados con libertad en compromisos políticos, en narrativas políticas e, incluso, en demandas por un “reconocimiento ontológico” (la búsqueda de identidad). Las figuraciones del pasado giran en torno al pasado práctico y a las historias prácticas con distintas consecuencias políticas que pueden ir allende de aquellos conceptos que sostienen el pasado histórico.
En un contexto difícil como el mexicano, marcado por situaciones de violencia y precariedad, el pasado práctico adquiere mayor complejidad al mostrarnos recuperaciones (que no por fuerza son o pueden ser las históricas) en conjunto con problemas de alcance global o transnacional. Pues, por cierto, una pregunta ética se nos presenta al momento de “encontramos con atrocidades, ciclos de extrema violencia y la destrucción de esperanzas por un mejor futuro” (p. 176). Así, como mencionan Norton y Donnelly, debemos interrogarnos autorreflexiva y autorreferencialmente: “¿Qué podemos escribir, que historias podemos contar, qué imágenes podemos mostrar?” (p. 176).
Cabe señalar que, para Norton y Donnelly, la historia institucionalizada no se encuentra “aislada” del contexto social ni tiene algún estatus jerárquico. Antes bien, señalan ambos autores, tanto la historia institucionalizada como la historia vernácula son “contingentes” y se encuentran posicionadas de cara a las “expectativas” que pueden generar en una sociedad. En ambos tipos de historias, las convenciones o formas narrativas que tejen el entramado temporal del pasado participan de igual forma en el plano de contingencia.
De ahí que, según se muestra en Liberating Histories, una premisa para la vida ética de los historiadores sea la de revisar críticamente los parámetros de verdad y las reglas del arte que fundamentan la operación historiográfica bajo una mirada que reconozca la potencialidad de las diferentes historias para participar, de una u otra forma, en términos políticos (p. 2). De este modo, al colocar en simetría las lecturas históricas del pasado con las formas vernáculas de hablar sobre el pasado podemos abrir espacios de interlocución que orienten al pasado histórico como una manera práctica de construir contrahegemonías en momentos de crisis o de peligro.
Tales parámetros pueden ser una condicionante de la participación política que los historiadores hacen en la medialidad pública y, podemos añadir, de la potencialidad que las historias (institucional o vernácula) tienen en los movimientos sociales contemporáneos. Pues, como apuntan Norton y Donnelly, los pasados pueden movilizar y ser movilizados por los reclamos en búsqueda de justicia social, niveles de autonomía y dignidad:
we think that the best prospects for connecting past-talk to progressive or emancipatory political projects are to be found in its vernacular and heterogeneous forms. Writing academic histories about an ever-widening range of people and groups has little impact on subjects’ claims to political justice. Instead, we need to recognize the potentially liberating effects of the ways that people summon the past for their own purposes, and to evaluate how they do so in terms of political consequences and not in relation to the norms of institutional historiography (p. 11).
En suma, la potencialidad crítica de los efectos liberadores de las historias vernáculas nos conduce a pensar en dos apreciaciones generales hacia una imaginación política desbordante del realismo capitalista. Uno: la reconsideración en torno al agonismo de los conceptos con los cuales el historiador opera frente a los problemas actuales: éticos, políticos y ambientales. Pues, a decir de la propuesta de Liberating Histories, los debates sobre la justicia y la reparación en los contextos poscoloniales o en torno al esclavismo son claras ilustraciones del espacio liminal en la que el historiador se mueve. Dos: la conciencia de que no hay una condición a priori que indique el grado de corrección -en términos de jerarquía- entre las formas de configurar los pasados. Esto, además de conllevar lo que Norton y Donnelly señalan como modestia epistémica respecto de las matrices disciplinares que sustentan las operaciones historiográficas, implica la necesidad de democratizar las historias y reconocer su capacidad de producir efectos políticos en la constitución de lo común.
Notas
1 Por “giro ético” entendemos las discusiones y reflexiones recientes en la teoría de la historia en torno a las responsabilidades y obligaciones de los historiadores en la configuración del pasado histórico. Al respecto, puede consultarse a Verónica Tozzi y Omar Murad, “La carga ética de la figuración histórica”, en la versión en español de Hayden White, El pasado práctico, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2014; y Jonathan Gorman, “Historians and Their Duties”, en History and Theory, vol. 43, núm. 4, 2004, pp. 103-177.
2 Verónica Tozzi y Omar Murad, “La carga ética de la figuración histórica”, op. cit., p. 17.
3 Hayden White, “Contextualismo y verdad histórica”, en El pasado práctico, Argentina, Prometeo Libros, 2018, p. 107.
4 Alun Munslow, The Aesthetics of History, Nueva York/Londres, Routledge, 2019.
5 Chris Lorenz, “It Takes Three to Tango. History between the ‘Practical’ and the ‘Historical’ Past”, Storia della Storiografia, vol. 65, núm.1, 2014, pp. 29-46.
6 Kalle Pihlainen (ed.), Futures for the Past, Nueva York/Londres, Routledge, 2018.
7 Jonas Ahlskog, “History as Self-Knowledge: Towards Understanding the Existential and Ethical Dimension of the Historical Past”, en História da Historiografia, vol. 12, núm. 31, 2019, pp. 82-112.
8 Anne Garland Mahler, From the Tricontinental to the Global South. Race, Radicalism and Transnational Solidarity, Durham/Londres, Duke University Press, 2018.
Resenhista
Daniel Medel Barragán – El Colegio de México México. Correo: dmedel@colmex.mx https://orcid.org/0000-0001-9431-3283
Referências desta Resenha
NORTON, Claire; DONNELLY, Mark. Liberating Histories. Nueva York/Londres: Routledge, 2019. Resenha de: BARRAGÁN, Daniel Medel. De lo institucional a lo vernáculo: pasados que liberan. Historia y Grafía, n.57, p.325-332, 2021. Acessar publicação original [DR/JF]
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