Las transformaciones relacionadas con las fiestas, diversiones y espectáculos en el siglo XIX bogotano dan cuenta de las transformaciones políticas, sociales y urbanísticas de la ciudad. Este postulado se encuentra en la base de la mirada que desarrolla el libro de Jorge Humberto Ruiz, Las desesperantes horas de ocio, tiempo y diversión en Bogotá (1849-1900), investigación que propone una apertura hacia un entendimiento tanto de los procesos políticos como de los fenómenos de sociabilidad que los conforman y acompañan.
Desde su inicio, el libro aborda lo cultural y lo político buscando una comprensión amplia de sus dinámicas y, aunque el autor no lo plantea en estos términos, es posible identificar en su propuesta el holismo con el que la antropología nos ha enseñado a entender lo social. Se puede entender, en efecto, como una mirada a la cultura del espectáculo, el divertimento y las festividades, como expresiones mediante las cuales los individuos, en sus diversas pertenencias, le dan sentido al mundo en el que viven. También se puede tomar como una mirada a la política (sus ideologías, valores, intereses y percepciones), entendida como las maneras de vivir juntos que se instalan y promueven en las sociedades a través del tiempo. En el vasto horizonte de la política y de la cultura así entendidas, el trabajo de Ruiz habla de las transformaciones y de las innovaciones en la manera de divertirse de los habitantes de la ciudad de Bogotá, en el periodo que va de las reformas liberales de mediados del siglo XIX, al inicio de la Guerra de los Mil Días.
El autor parte de la siguiente constatación:
Al finalizar el siglo XIX el ambiente lúdico en Bogotá había variado con relación al que se podía observar desde tiempos de la Colonia: las corridas de toros ya no se realizaban en las plazas públicas de la ciudad […], la ópera aparecía en escenario y las carreras de caballos y de velocípedos imprimían un toque de velocidad a la vida bogotana. (p. 23)
y examina, en cinco capítulos, las transformaciones de las fiestas religiosas y patrias, de los espectáculos públicos, de los teatros y escenarios de diversión y esparcimiento, de las plazas, parques y jardines públicos, así como de los ritmos de vida capitalinos. El autor aborda estos aspectos de cambio recurriendo a una amplia documentación de prensa (artículos, relatos, cuadros de costumbre, propaganda); informes oficiales (en particular de policía) y de diferentes publicaciones para el gran público, como los almanaques, sin olvidar los relatos de viaje, tan abundantes en la época, textos que dan cuenta —a su manera— de las diversiones bogotanas y de las expectativas que las conformaban. Con Ruiz podría decirse “dime cómo te diviertes y te diré quién eres”, pero también cuándo y dónde vives, pues sus preguntas buscan entender cómo se transforma históricamente una enraizada “causa de alegría” (social, política, económica, cultural); lo que en definitiva remite a la manera como se configura el goce en una sociedad.
Con relación a la perspectiva adoptada, esta investigación se ubica explícitamente en la corriente de una historia cultural bien establecida y se posiciona en la línea del renovado interés por la historia política que ha caracterizado los estudios académicos en historia en las últimas décadas. A su vez, el planteamiento general del libro se sustenta en dos referencias teóricas mayores, la del historiador Roger Chartier y la del sociólogo Norbert Elias (p. 24). Hacemos explícita esta doble referencia teórica, porque es a este nivel (de método, teoría y coherencia en la mirada), donde aparecen ciertas contradicciones en la propuesta que trae el libro. Anotaré dos con el ánimo de alimentar la reflexión crítica que necesita toda ciencia social para crecer en sus diálogos.
La primera anotación tiene que ver con la dimensión económica de los procesos sociales descritos. A pesar de expresar la voluntad de dar una mirada que comprenda configuraciones y tensiones de poder, el análisis se acantona en las explicaciones ideológicas. En la comprensión propuesta por el autor lo económico queda sistemáticamente relegado. Si bien hay abundantes referencias en las fuentes citadas (ver pp. 55, 75, 115, 122-129 y 174) y lo económico es nombrado y en ciertos puntos descrito, no tiene ninguna incidencia ni consecuencia a la hora de indicar lo histórico o sociológicamente significativo. Es lo que ocurre con la dimensión empresarial del mundo del espectáculo, que aparece descrita como una evidencia en varios pasajes, por ejemplo, cuando se habla del “ámbito específico de los espectáculos” (p. 149); o cuando se describe la importación de velocípedos, que se articula al mercado desarrollado en Europa y que llega de manera simultánea a las jóvenes repúblicas latinoamericanas (pp. 157-159); o cuando se habla del protagonismo de ciertos “agentes económicos” (p. 156). Ninguno de estos aspectos repercute en la explicación y análisis que propone el autor, centrados básicamente en valores culturales o intereses políticos. Insistimos en el hecho de que las fuentes dejan ver que no se trata de otro tema, ni resulta un asunto al margen que las diversiones se conviertan en actividades lucrativas, en negocios. Tampoco se puede obviar el que un particular ethos económico se instale en la base de la percepción del tiempo como “bien escaso”, tema con el que el autor cierra y reúne los diferentes aspectos de su escrito.
La segunda anotación tiene que ver con el concepto de “representación” que debe servir para abordar los temas tratados. El autor parte, como ya lo indicamos, de la propuesta del historiador Roger Chartier (p. 25); dice claramente que busca una mirada atenta a las tensiones de poder, a los “sentidos del mundo” que incluyen discursos, prácticas, sentimientos y pensamientos. No obstante, la visión configuracional que propone el concepto de “representación” de Chartier se desdibuja a lo largo del texto, esto tanto por el uso que se le da como sustituto de la palabra “idea”, como por el tipo de análisis que, para dar cuenta de las distancias y de los procesos culturales, recurre a una serie de categorías y oposiciones sociales que le impiden salir de un discurso dual y lineal. Las explicaciones se organizan así en oposiciones bien conocidas y prestablecidas: colonia vs. república; élite vs. pueblo; ideología vs. prácticas; liberal vs. conservador; Europa vs. América, entre otras; aplicando justamente el tipo de análisis del que la propuesta de Chartier quiere distanciarse.1 El desfase entre la mirada propuesta en la introducción y el manejo de temas particulares a lo largo del texto aparece igualmente cuando la misma palabra “representación” es tomada a partir del entendimiento de otro autor, Henri Lefebvre, cuyo uso reitera y reinstala la clásica oposición entre “ideas” y “prácticas” (p. 183).
Tanto lo indicado en la primera como en la segunda anotación lleva, finalmente, a que el autor construya una historia sin sujetos, una historia de categorías. La dimensión de “reorganización de las relaciones sociales” (p. 183), de la que se habla de manera general, no llega a ocuparse de vínculos sociales efectivos entre personas. Tomemos, por ejemplo, las interdependencias entre individuos que implicó la transformación de ciertas diversiones calificadas de populares, coloniales o rituales. En un artículo fundador de la historia social colombiana, Germán Colmenares ya señaló cómo la pronunciada jerarquía social colonial se establecía en una íntima convivencia cotidiana, en una cercanía vital que encontraba lógica expresión en sus celebraciones.2 Con la diferenciación y separación de las diversiones decimonónicas que describe Ruiz, se estaría entonces instalando una tensión entre, de un lado, una marcada distinción social, vivida en la proximidad y, de otro, una generalizada retórica de igualdad ciudadana en la que ciertas actividades acentuarían las distancias en las vivencias entre las personas. Siguiendo este mismo razonamiento también cabría preguntarse si las distancias físicas que se describen para las nuevas diversiones no implicaron una acentuada distancia entre diversiones convenientes para hombres o para mujeres, para jóvenes o para adultos. Los indicios que aparecen en la investigación de Ruiz3 llevan a pensar que algo en este sentido merecería ser explorado.
Una mirada a las maneras de divertirse que se asumieron y promovieron en Bogotá durante el siglo XIX nos pone frente a los valores que estas actividades vehicularon, nos ubica en la lenta y relativa transformación de expectativas y sensibilidades, de “sentidos del mundo” que necesariamente se resignifican a través del tiempo. Aparece como una evidencia que el juego, la fiesta y los encuentros sociales no son importantes porque permiten hablar de lo político o de lo económico; sino que son importantes porque hablan de lo humano, porque hacen parte de los códigos y de las convenciones de toda sociedad, porque las personas entienden, participan y expresan sus emociones, sus intereses, sus relaciones y contradicciones a través de ellas. Si bien el trabajo de Ruiz se mantiene dentro de los cánones de una hegemonía de lo político y de las “ideas” en el análisis, tiene la virtud de activar tensiones que nos llevan a problematizar unos valores que tenemos bien integrados. Un estudio sobre los orígenes decimonónicos del espectáculo, sobre lo que se promociona públicamente, sobre lo que se compra y se vende, es sin duda un estimulante aporte a la reflexión en torno a la gestación de unos procesos de los que aún hoy en día somos arte y parte.
Notas
Resenhista
Pilar López Bejarano – Investigadora asociada cerma-ma (ehess-París), Francia. E-mail: pilarlb@uniandes.edu.co https://orcid.org/0000-0002-8975-6626
Referências desta Resenha
PATIÑO, Jorge Humberto Ruiz. Las desesperantes horas de ocio: tiempo y diversión en Bogotá (1849-1900). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2021. Resenha de: BEJARANO, Pilar López. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Colombia, v. 50, n.1, p. 442-445, ene./jun. 2023. Acessar publicação original [DR/JF]
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