La vejez en el Porfiriato (1876-1910). Representaciones en prensa y literatura mexicana | Juan Pablo Vivaldo Martínez
Como muchas investigaciones históricas, el libro que nos ocupa nace de preocupaciones del presente, vinculadas en este caso con el progresivo envejecimiento de la población mundial y con la situación, tanto material como de status, de los ancianos en la sociedad. Aunque la reflexión sobre la posición histórica de la población vieja no es nueva, la historia de la vejez en tanto campo historiográfico específico data mucho más recientemente de las décadas de los años ochenta y noventa del siglo pasado, gracias al impulso acordado a estos temas por historiadores de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y, en menor medida, por otras historiografías europeas. La emergencia de este campo derivó en parte de los estudios de población, en particular la demografía, pero también de la historia de la familia, con su interés en las etapas de la vida humana como la niñez y la adolescencia y, de manera más tardía, la vejez. El retraso de los estudios históricos sobre vejez con respecto a las más convocantes historias de la infancia o de la juventud resulta más evidente en la producción latinoamericana en la que los estudios sobre el particular son aún muy escasos e incipientes.
Esta sucinta evolución, sumada a las dificultades heurísticas, metodológicas y teóricas del estudio histórico de la vejez, tempranamente destacadas por Simone de Beauvoir en su obra pionera La vieillesse (París: Gallimard, 1970), permite contextuar adecuadamente el principal mérito del trabajo de Juan Pablo Vivaldo Martínez, que es contribuir a instalar un objeto nuevo de investigación en el caso latinoamericano en general y mexicano en particular.
El libro, fruto de una tesis doctoral, persigue un objetivo básico: reflexionar sobre las representaciones de la vejez en la ciudad de México durante el Porfiriato (1876-1910), a través del análisis de diversos corpus de fuentes históricas, en particular la prensa y la literatura. Como todo estudio abocado al análisis de representaciones, ese objetivo general supone discriminar y sopesar las valoraciones, definiciones, ideas y concepciones respecto de las personas envejecidas vigentes en un determinado momento histórico, pero cuya presencia excede con creces la delimitación temporal elegida. La vastedad de este objetivo es recortada mediante la focalización en un espacio específico pero a todas luces central por su importancia y por su peso poblacional, la ciudad de México, y por la prioridad otorgada a los sectores populares.
Además de la introducción y las conclusiones de rigor, el libro se estructura en tres capítulos consagrados secuencialmente a la explicitación del marco conceptual del estudio de la vejez, los viejos y el envejecimiento, tres dimensiones claramente interrelacionadas pero también diferentes; el análisis de la prensa periódica y, por último, las representaciones emergentes de la literatura de la época.
La vejez en el Porfiriato tiene un conjunto de méritos que conviene enfatizar. El primero y básico es el de afrontar el desafío de proponerse un esfuerzo de indagación en un tema que la propia Simone de Beauvoir calificó como una “historia imposible” por la mayor invisibilidad de los viejos en las fuentes históricas, por el carácter transhistórico de la vejez, es decir la existencia de reflexiones más o menos constantes sobre esa etapa de la vida y, sobre todo, porque los viejos no han constituido hasta fechas más recientes un actor colectivo, un sujeto histórico organizado y activo, como lo han sido otros grupos sociales.
En segundo lugar, la elección de un enfoque teórico-metodológico inscrito en la historia social y cultural y, por tal razón, necesariamente tributario del aporte interdisciplinario y del análisis de un amplio conjunto de fuentes dispersas. Si bien este trabajoso proceso de reconstrucción de un corpus heurístico es una tarea constitutiva de la ciencia histórica, la misma adquiere mayor relevancia en el estudio de clases o grupos definidos por criterios de edad.
En tercer término, debe destacarse el análisis de un periodo corto (las poco más de tres décadas del Porfiriato), sin duda un reto importante ya que la historiografía europea abocada a la vejez ha priorizado el análisis de periodos largos, con frecuencia de duración plurisecular, que dan lugar a la acumulación de un mayor número de fuentes y registros pero sobre todo permiten apreciar mejor los cambios en las representaciones simbólicas, de ordinario más lentos e imperceptibles. La elección del Porfiriato como ventana de entrada a los estudios históricos de la vejez en México, se justifica además por las peculiaridades sociopolíticas de ese visitado periodo histórico, pero también por cierta eclosión en la aparición de los viejos y ancianos en las fuentes, mayor frecuencia que en sí misma constituye un indicio claro de la preocupación de las élites por esa clase de edad. De modo análogo a lo ocurrido en otras latitudes, el Porfiriato coincide con el periodo de consolidación de la burguesía y con la revalorización, típica de esa clase, de la familia y el anciano como garantes del orden familiar y social.
Por último, merece destacarse también una perspectiva más militante de combatir el viejismo, es decir los estereotipos negativos hacia ese grupo de edad, perspectiva reforzada por el interés de construir una historia desde abajo, atenta a las subjetividades de los viejos de sectores medios y populares de la ciudad de México. Ambas preocupaciones derivan también de la influencia de la geriatría y la gerontología, dos disciplinas que permean los estudios históricos sobre la vejez, los viejos y el envejecimiento a pesar de que los objetivos y marcos teóricos de esas disciplinas no remiten centralmente al estudio de la vejez en el pasado.
Entre los principales resultados del libro se destaca, ante todo, la heterogeneidad de la vejez, que lleva al autor a hablar de vejeces en plural, toda vez que esta etapa de la vida se declina en múltiples variantes y alternativas en función de criterios sociales, ocupacionales, de género y de localización espacial, siendo esencial en este último punto la decisiva contraposición entre las vejeces urbanas y rurales, si bien estas últimas, como ha sido dicho, no forman parte de la indagación. Si bien la heterogeneidad de las clases definidas por criterios etarios es un hecho conocido, adquiere mayor importancia en la vejez que en otras etapas de la vida en función de su mayor indefinición (una prueba de ello es la ausencia de ritos de pasaje claros, especialmente antes de la emergencia y la generalización de los sistemas de jubilación y retiro) y, sobre todo, de su extensión temporal, lo que otorga importancia a aspectos clave como la salud.
La evolución de la salud, en particular de uno de sus corolarios estadísticos más significativos como la esperanza de vida al nacer, del orden de los 30 años a principios del siglo xx, permite al autor inclinarse por un umbral de inicio de la vejez —tema clásico de los debates de este campo— de 50 años para el caso mexicano, es decir un umbral más bajo que los 60 años que, con mayor frecuencia, han concitado el acuerdo de los especialistas. Este umbral de cincuenta años permite acotar una población del orden del 7.5 % de la población total de la ciudad de México hacia fines del siglo XIX. Se trata de una estimación general que debería completarse teniendo en cuenta las diferencias de edad de inicio de la vejez entre hombres y mujeres que, según el autor, eran considerablemente más tempranas en estas últimas.
Los principales hallazgos del libro remiten, como ha sido anticipado, a las representaciones sobre la vejez, reconstruidas a partir de fuentes cualitativas como la prensa y la literatura, pero también otras de gran interés como los diccionarios y las publicaciones relativas a los saberes médicos. La hipótesis central del texto en este plano es que no habría existido una unidad o consenso en las representaciones sino un conjunto complejo y contradictorio de valoraciones positivas y negativas, ambivalencia destacada también por Simone de Beauvoir como una de las dificultades del estudio de esta etapa de la vida. La ambivalencia no impide sin embargo postular dos grandes formas de nominar y, en un plano más significativo, de valorar a la población añosa: el viejo y el anciano. Según el autor, el término anciano estuvo asociado con los sectores de mayor nivel socioeconómico y educativo, y por ende con dosis más altas de respeto y deferencia, mientras que el vocablo viejo se vinculó sobre todo con la población pobre, con discapacidades e incluso con defectos de orden moral. Esta diferenciación habría sido específica de fines del siglo xix, en particular del Porfiriato y no habría existido en etapas previas como el periodo colonial o el mundo prehispánico. La preocupación por las formas de denominar a la población estudiada va acompañada de una voluntad de evitar el uso anacrónico de términos como adultos mayores, tercera edad, y tantos otros que podrían deslizarse fácilmente debido a la intensidad con que circulan en el presente, tanto en el lenguaje común como en la sociología de la vejez y la gerontología.
Otra hipótesis bien analizada del libro postula que los diarios y revistas de la ciudad de México constituyeron herramientas de gran importancia por su capacidad para proyectar a sus lectores la imagen de ancianos, en ocasiones excepcionales, lo que aumentó la visibilización de la vejez durante el Porfiriato. Un agente importante de este proceso fueron los saberes médicos, tanto científicos como pseudocientíficos, distinción desde luego más evidente en la actualidad que en la época, que suministraron estereotipos positivos y negativos sobre la vejez y postulados performativos sobre las formas del buen envejecer. Al igual que en otros contextos, las mujeres recibieron una atención particular, por razones sociodemográficas como el mayor peso de las viudas que los viudos en la población añosa, por rasgos inherentes a las sociedades patriarcales, pero también por aspectos específicos como la menopausia y la desaparición de la capacidad de procrear.
Los balbuceantes saberes científicos de la época sobre el envejecimiento psicofísico de las personas coexistieron (o incluso fueron una razón esencial de su surgimiento) con un mercado de consumo orientado a la venta de productos contra el envejecimiento, tanto masculino como femenino, desde aquellos de naturaleza más puramente cosmética hasta los orientados a revertir problemas de salud de mayor envergadura. Esta preocupación de larga data se potenció durante la segunda mitad del siglo XIX como lo testimonia a escala global la emergencia de la geriatría y la gerontología en los albores de la centuria siguiente. Se trata de un punto a destacar ya que la vejez como mercado de consumo o, mejor aún, los viejos y ancianos como consumidores, constituye un tema que ha recibido mucha mayor atención para periodos actuales que históricos.
Por último, el análisis pormenorizado de nueve escritores (Guillermo Prieto, Manuel Payno, José Tomás de Cuéllar, Justo Sierra Méndez, Laura Méndez de Cuenca, Manuel Gutiérrez Nájera, Luis Gonzaga Urbina, Federico Gamboa y Ángel de Campo) ratifica el interés acordado durante el Porfiriato al registro de una cultura popular de la cual la vejez era una parte constitutiva. Aunque resulta difícil indagar las percepciones de una época a partir de autores particulares, el texto muestra bien las conexiones entre los prejuicios y estereotipos, tanto positivos como negativos, de la época y la creación individual. La literatura aparece así como una ventana indirecta y problemática, pero también insustituible, para la reconstrucción de una época histórica y para el acceso a las subjetividades que la informan. Ello implica reconstruir aspectos tales como las trayectorias personales, el momento en que escriben (la juventud o la vejez, por ejemplo), la posición social de los autores y el género literario en que se inscriben. Según el autor, el registro literario es el que permite percibir con mayor claridad la diferencia entre las representaciones sobre los viejos y los ancianos.
Cabe preguntarse, sin embargo, si la mayor presencia de esta dicotomía en el discurso literario no remite más a una visión puramente performativa del deber ser de la vejez que imaginan sectores de la élite que una distinción efectivamente interviniente en las prácticas y el lenguaje de las personas de la época. En sentido análogo, las múltiples imágenes relativas a la vejez (la condición de abuelos bondadosos, el viejo verde, el solterón, la chismosa, la soledad, la decrepitud, la fealdad, el vicio y un largo etcétera), muy negativas en general pero sobre todo con las mujeres, constituyen tópicos del canon literario universal de larguísima data, copiados en tanto tales de época en época, lo que no deja de presentar un problema metodológico importante al momento de predicar sobre las características de un periodo histórico particular.
Como toda obra exploratoria que busca balizar un terreno aún no explorado, La vejez durante el Porfiriato abre múltiples preguntas para futuros estudios sobre las especificidades de la vejez durante el periodo abordado, cuya elucidación exigiría, por ejemplo, un mayor recurso a fuentes de naturaleza estadística, más atentas a la situación real de los ancianos y no sólo a las representaciones sobre ellos por parte de sectores de la élite. Siempre con el objetivo de cernir más claramente la especificidad del periodo, el estudio invita también a una comparación más sistemática con las etapas precedentes, en particular la historia colonial, y con los cambios derivados de la Revolución, ya que, como lo muestra la literatura, los momentos de convulsiones sociales masivas y transformaciones políticas profundas, han producido también alteraciones significativas en el lugar simbólico de los ancianos, como lo ilustra el caso, sin duda límite, de revalorización de su figura durante la Revolución Francesa.
Se trata, en suma, de un libro que aborda un periodo muy visitado como el Porfiriato pero desde un ángulo específico y original y que, al mismo tiempo, abre una cantera fértil en la historia social que, huelga decirlo, no sólo remite a clases sociales sino también a clases de edades y etapas de la vida. Sería deseable que el carácter exploratorio de la propuesta promueva nuevas indagaciones sobre México y sobre otros casos nacionales, contribuyendo de tal suerte a la historia de la vejez en Latinoamérica.
Resenhista
Hernán Otero – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina). Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales. E-mail: hernan.otero@conicet.gov.ar https://orcid.org/0000-0001-5180-3987
Referências desta Resenha
MARTÍNEZ, Juan Pablo Vivaldo. La vejez en el Porfiriato (1876-1910). Representaciones en prensa y literatura mexicana. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2020. Libro electrónico. Resenha de: OTERO, Hernán. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n. 65, p. 264-269, ene./jun. 2023. Acessar publicação original [DR/JF]