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La Reconquista. Una construcción historiográfica (siglos XVI-XIX) | Martín F. Ríos Saloma

El libro de Martín Ríos Saloma es una investigación que fue realizada como trabajo de doctorado. Está dividido en cinco capítulos que recorren de modo cronológico la escritura de numerosos historiadores, desde el siglo XVI hasta el XIX. El análisis va de la Crónica de España, Florián de Ocampo (1553), a la Historia general de España, (trabajo coordinado por Antonio Cánovas del Castillo), que vio la luz en 1892 (por cierto, fecha muy significativa). El autor rastrea con minucia, en el acontecimiento de la batalla de Covadonga y en el héroe de esta batalla, Pelayo, la manera como se construyó una epopeya heroica: Pelayo vencía a los musulmanes con la ayuda divina (la virgen de Covadonga que realizó milagros en favor de quienes rechazaban la invasión). Lo que el autor analiza son los conceptos con que se configuró retóricamente este evento. Así vemos aparecer los términos restauración, recuperación y reconquista.

La construcción del acontecimiento arriba mencionado se forjó muy tarde en el XII y comenzó a denominarse “restauración” o “recuperación”. Tomaría una dirección única en el siglo XIX cuando se difundió con el nombre de “Reconquista”. Hoy, esta palabra, nos dice el autor, por lo general se usa entrecomillada. ¿Por qué tanta tinta para defender o estigmatizar esta denominación? También nos lo responde su texto: lo que estaba en juego no era un simple término, sino el origen de una entidad con cualidades esenciales y que derivaría en lo que hoy es España. Es decir: la nación española surgía como aquello caracterizado por rasgos particulares (universales y ahistóricos) y que se desarrollarían de varias maneras a través del tiempo, pero la cualidad esencialista y primera nunca se perdería. Parecería que sólo evolucionaba con la sociedad en nuevas formas; en términos aristotélicos, todas las variaciones serían meros “accidentes”, formalizaciones inherentes, propias de su misma evolución histórica.

El trabajo erudito que Ríos Saloma recorre, para rastrear estos términos, en las crónicas de la época, le muestra que, hacia 1646, el concepto reconquista es utilizado por primera vez en una crónica del jesuita Alonso de Ovalle, titulada Histórica relación del Reyno de Chile y de las misiones y ministerios que exercita la Compañía de Jesús. Escrita en un contexto distinto pero procedente del mismo mundo cultural, la obra habla de cuando se reconquistó el reino de Chile; en ese sentido, nos dice, la acuñación del término está ya 150 años antes de que apareciera en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Aunque no será hasta 1796 cuando se incluya en la obra de José Ortiz Sanz, Compendio cronológico de la historia de España.

En el siglo XVI, en el contexto del reinado de los monarcas católicos, Isabel y Fernando, y posterior al marco postridentino, la historia se ve obligada a reescribirse en nuevos términos: la validación de la monarquía hispánica como unificación de los reinos de la península. El presente, como en toda historia, marcaba las pautas. Nos sabemos de memoria la lección: la historia siempre se escribe desde el futuro del pasado, es decir, cuando los hechos ya están consumados (se habían recuperado todos los territorios que estaban en manos musulmanas). El marco providencialista engarzaba toda la historia medieval y moderna, el presente iluminaba el pasado: el triunfo estaba de parte de la verdad única: la monarquía católica que había expiado los pecados y gozaba de la bienaventuranza divina. Eventos como la toma de Granada, la expulsión de los judíos, el descubrimiento de América, avalaban esta mirada. La construcción de estos relatos, nos dice el autor, se hacía conforme a los cánones humanistas: se utilizaban fuentes de primera mano y se acudía a los viejos cronicones medievales, pero todavía era una historia llena de “yuxtaposiciones”. Hacía falta una buena pluma para anudar la labor de distintos historiadores en una historia general. El largo proceso que unía la fundación de la monarquía católica con los tiempos renacentistas.

Sólo me detendré en unos nombres que, según nuestro autor, son los más significativos en la reconstrucción de la pesquisa.

Juan de Mariana, un jesuita toledano (1535-1624), fue quien montaría, en una Historia general de España (1602), la historia de la monarquía desde sus orígenes. La obra está escrita bajo el marco providencialista y con la evidente realidad de la consolidación de toda la península en una sola monarquía (Portugal inclusive, era parte de ella desde 1580; Mariana no habría de ver la separación de ésta en un nuevo reino: Portugal). El jesuita comienza su historia basando el poblamiento de la península con el mítico Túbal, personaje que remitía a los tiempos bíblicos, en una época posterior al diluvio. En esta historia, Mariana, quien posee la mejor pluma de su tiempo, así como la mejor formación intelectual (retórica) de la época, traza un relato sin fisuras, continuo y sustentado, con descripciones geográficas, alabanza de la fertilidad de su suelo, de sus riquezas y de sus habitantes: los cristianos. El origen de la monarquía queda fundado en el relato de Pelayo, quien antes de la batalla de Covadonga es elegido rey de “España” (p. 73).1 De ahí partía toda la epopeya fraguada desde la causalidad religiosa. El reino se había perdido por los pecados de los godos (lujuria, avaricia, etcétera). Al seguir la lógica circular de pecado-castigoredención (p. 72), y sufrido el castigo –la pérdida del reino y la profanación de las iglesias–, la redención del mismo se hacía con la lucha expiatoria de los reyes cristianos y su acción se reflejaban ahora en el nuevo orden: la unificación de la península en manos cristianas ¡800 años después! Con la restauración de la monarquía y de la Iglesia católica en todo el territorio: “Dios manifestaba su contentamiento” (p. 75). Mariana subrayaba la continuidad de la monarquía, desde la batalla de Covadonga, con aquellos que se fueron adhiriendo a la causa. La supremacía de los monarcas asturianos quedaba como fundamento, para la posteridad, de todos los reinos subsecuentes (Castilla) (p. 73).

Las historias regionales contribuyeron a llenar el espacio historiográfico con novedades, noticias, extrapolaciones, leyendas, etcétera. que daban cuenta de cómo los otros reinos también habían contribuido a esta restauración (cronistas aragoneses, granadinos, moriscos y catalanes; estos últimos hacen toda una reivindicación, también en términos providencialistas, de sus orígenes y de su papel en la restauración, y la hacen tanto en castellano como en catalán). Todos estos relatos están escritos como “historias verídicas y humanísticas gracias al filtro de la erudición, de la depuración de fuentes, de la eliminación de las leyendas y fábulas y de la utilización de una gran cantidad de documento originales encontrados en los archivos hispanos e italianos” (p. 82). Como afirma el autor, en el título de su primer capítulo: “Un viejo mito para nuevos tiempos”.

En los capítulos 3 y 4 recorre con toda erudición y paciencia a los escritores más importantes de los siglos XVII y XVIII. En el siglo XVII se hace una “actualización barroca” del mito de Pelayo como “fénix católico” (p. 101). Otros escritores no hacen más que llenar lagunas con leyendas (p. 98), novedades, discursos puestos en boca de los protagonistas y debatiendo, no la veracidad de los relatos sobre Pelayo, su historicidad o los milagros, sino su verdadera cronología, ciertos detalles como la introducción de nuevos personajes y anécdotas (el honor de las mujeres nobles violadas por ambos bandos), si Pelayo fue coronado antes o después de la batalla, si era visigodo o no. Pero la idea de nación basada en la continuidad dinástica (de sangre entre el rey asturiano y la dinastía Habsburgo nunca se puso en duda). Sin embargo, nos dice el autor, España como patria de todos los españoles, y ya no sólo como un conjunto de reinos, comienza a transformarse. Esto se refleja en que la palabra natio, como grupo que posee una lengua, va cambiando a una significación moderna de naturaleza política (p. 99). Los debates también se centran en la antigüedad de los pobladores: unos dicen celtas, iberos, fenicios, godos; otros, romanos por conquista, etcétera (p. 105).

Los debates que se dieron a fines del XVIII se focalizan en la crítica constructiva de la obra de Mariana: aceptó noticias falsas como verdades (en el evento que analiza el autor es la aceptación de los juicios sobre los pecados de Witiza). La verdad radica en la “investigación y el empirismo”, nos dice Ríos Saloma. Uno pensaría que finalmente hay una crítica, que si se dice en términos racionalistas, correspondería a algo parecido a lo que un historiador hace hoy, pero no, la palabra racionalidad –razón, ciencia– nos vuelve a jugar una trastada. La razón del siglo xviii no es nuestra razón. Así que el Dr. Ríos nos vuelve a sorprender mostrándonos todo lo que los hombres del siglo XVIII entendieron como verdadero: la visión providencialista, la apropiación del mito original y la adaptación de éste a otras regiones (catalanes, virgen de Montserrat, Wilfredo el Velloso, etcétera).

Tampoco la extinción de los Habsburgo dejó en duda la continuidad dinástica, ahora puesta en ¡una cabeza Borbón! (1700). El encadenamiento dinástico, de sangre real, entre la dinastía Habsburgo y la francesa, queda intacta ante la certeza del destino glorioso del “pueblo” español. (Su imperio transoceánico sigue indemne). Sin embargo, el autor sí percibe un cambio: el protagonista ya no es nada más el estamento real; ahora es todo el pueblo el que libera el “territorio” español del yugo musulmán.

Hacia 1796, José Ortiz Sanz, quien fue un “polígrafo valenciano” (p. 147), relata la historia de la España visigoda recreando la línea maestra del discurso sobre “la pérdida y restauración de España”. La novedad que detecta el autor es que, glosando de nuevo el lamento de Isidoro Pacense, nos cuenta cómo se completó la conquista de España: “la pena de ver la patria perdida y sobre todo, la Religión y los favores del cielo, los animó a pensar no sólo en defenderse sino también en reconquistar la patria [énfasis del autor] de mano del enemigo”; esta reconstrucción se hace “utilizando fuentes musulmanas” y “método histórico”. El objetivo de Ortiz, según Ríos, no es historiar la reconquista, sino “[cómo] los reinos de Asturias, León y Castilla, hoy reinos de España […] quedaron unidos [con] el de Aragón, Granada y Navarra [todo] por la mano de Dios” (p. 150).

A partir de ese momento, la historia se hace desde la Academia “para liberarla de sus contaminaciones” (p. 125). La historia se vuelve “verdadera” en términos contemporáneos. Esto significa que quienes la escriben la convierten en una historia verosímil, es decir, todo lo milagroso o mágico es transformado por una causalidad racional, pero la historia continúa con su objetivo: dar cuenta del destino y de la identidad de lo español.

De una historia escrita en “claves humanistas” se había pasado, poco a poco, en el siglo xix a una historiografía en “claves románticas y nacionalistas”. El siglo XVIII vio la aparición de instituciones de renombre como la Academia de Historia, la Escuela Superior de Diplomática, el Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, en 1858; el Archivo Histórico Nacional en 1866, y es que una nueva realidad emerge: la nación moderna, y el autor lo tiene muy presente, pues a lo largo de su libro menciona a Benedick Anderson con su concepto de nación como “comunidad imaginada” (comunidad construida socialmente, es decir, imaginada por las personas que se perciben a sí mismas como parte de este grupo). También hace uso del libro de Hobsbawm y de su concepto de nación, que no emerge, como hoy la entendemos, hasta 1884.

Ríos Saloma rastrea tres corrientes ideológicas en los trabajos históricos de fines de siglo XIX: la corriente liberal-moderada (encabezada por la historia de Modesto Lafuente, que culmina con el proyecto de Cánovas del Castillo); la liberal progresista de Emilio Castelar, Pi Margal, Morayta y Sagrario, entre otros, en donde el pueblo es el verdadero protagonista, aunque la Iglesia y la monarquía tienen su lugar; y la conservadora integrista, cuyo miembro más destacado es el omnipresente Menéndez y Pelayo. La tónica de estas historias era su laicización. El acento se cargaba más hacia el patriotismo de los españoles. En las dos primeras, la idea de nación estaba puesta ya en una monarquía parlamentaria (del tipo inglés), ya en una forma republicana. Las historias conservadoras hacían más énfasis en el catolicismo y en la monarquía como pilares de la nación. La cuestión que compartían era el racionalismo. En ellas se destacaban los mismos hechos que se relataban en las crónicas del siglo XVI, pero ahora eran convertidos en los eventos milagrosos mediante explicaciones “naturales”: al portento de las flechas que se vuelven “milagrosamente hacia los mismos musulmanes” que las disparan, se le encuentra una explicación: son las mismas laderas de los montes Auseva las que las rechazan y hieren de muerte a los musulmanes; y el aplastamiento de los moros no ocurre porque la virgen hiciera caer sobre éstos rocas y árboles, sino que había sido una tormenta la que provocó que toda la ladera de los montes se despeñara aplastando a los invasores, quienes murieron ahogados o prensados.

Fue la Historia de Modesto Lafuente (el primer volumen salió en 1850) la que, según nuestro autor, produjo la inflexión. La invasión napoleónica a la península originó que se proyectara de modo retrospectivo este acontecimiento a los del siglo viii. Lafuente, historiador de Palencia, extirpó del todo los elementos sobrenaturales e inverosímiles, pero conservando el mito e inventando una tormenta ¡de la nada! También hubo una reconsideración del número de combatientes: se quitan tres ceros al número de las crónicas y ¡se resuelve la cuestión! Se trataba de respetar la cronología “verídica”. Su Historia general de España será un punto de referencia obligado para todo historiador. Su lectura, en términos nacionalistas y patrióticos, se volverá indispensable para las historias subsecuentes. La Historia de España coordinada por Cánovas del Castillo convoca y concentra a los especialistas del momento (hombres de academia, cercanos al poder, de las instituciones y al gobierno restaurador) para escribir la memoria nacional. La historia oficial y las academias sancionan el término reconquista y los otros: restauración, y recuperación. Además de consolidar con criterios positivos la verdad de la historia original –Pelayo, la batalla de Covadonga, la reconquista del territorio, etcétera–, ahora es una “gesta nacional” la que resuelve de tajo los problemas de identidad del pueblo español. Ya no hay duda sobre sus orígenes y sobre su destino en el concierto de las naciones de fines del siglo XIX…

Hasta hoy lo que se llama “hipercriticismo” no ha venido a cambiar los términos básicos y muy poco la “esencia” de lo español.2 No podemos aspirar ya, como añoraba Ranke, a “conocer únicamente cómo sucedieron los hechos”. No es la absoluta negación de ellos lo que debe imperar en una sana crítica, pues la huella de ellos persiste en la escritura. De nuevo insistimos: sólo tenemos las trazas de los acontecimientos.

El hipercriticismo no es otra cosa que el positivismo llevado hasta sus últimas consecuencias y éste no permeó las historias de España de estos cuatro siglos. Esta postura llega a negar los acontecimientos mismos. Lo que constata el autor, al contrario, es la consistencia y el peso de estas huellas en todo el recorrido que hace por los autores que analiza.

Para finalizar, Martín Ríos hace su historia desde su presente; éste con que, como diría Michel de Certeau, de manera paradójica comienza su investigación. Justo es en ese presente, que está expresado con toda claridad en el último párrafo de su obra, donde el autor ve que en la actualidad las esencias de lo español se diluyen. Vuelve a aparecer la multiculturalidad, el pluralismo étnico, la multiplicidad de credos, el surgimiento del ateísmo… Entonces, ¿podemos seguir hablando de “esencias nacionales”? Es evidente que las amenazas de nuevos integrismos (el Estado islámico aparece como una amenaza latente) están enfrente, en aquel Al Andalus que Pierre Guichard definió como una realidad ajena a todo lo que se había dicho de la “España musulmana”.

En realidad no se es “más científico” que en otros tiempos. Lo que se ve es un desplazamiento en donde lo científico indica otra cosa, es decir, hay un cambio de paradigma que el libro de Martín no quiso tocar (su obra por demás es muy extensa). Él se ha enfocado más a la cuestión ideológica, cuestión importantísima desde luego, además de ser un excelente comienzo. Sin embargo, si decidiera continuar en esta línea Martín Ríos Saloma nos podría aclarar más el contexto de producción de las obras que analiza: qué es “ciencia” en estos siglos, las posibilidades discursivas de este saber, las prácticas que llevan a cabo los historiadores en cada época, los lugares de producción que “autorizan” y sus criterios de verdad. En palabras de Michel de Certeau: “considerar la historia como una operación […] comprenderla como la relación entre un lugar (un reclutamiento, un medio, un oficio, etc.), varios procedimientos de análisis (una disciplina) y la construcción de un texto (una literatura)”.3


Notas

1 Las citas directas e indirectas a la obra objeto de la reseña se indican entre paréntesis dentro del texto.

2 Ignacio Olagüe, La revolución islámica en occidente, Madrid, Guadarrama, 1974. Es un libro que explica de otra manera (también positivista) los acontecimientos. Nunca fue aceptado por los académicos; es más, se creó un silencio total en torno a él. A últimas fechas se ha publicado de nuevo y circula con amplitud en internet. Sin embargo, su lectura está hecha desde el fascismo. Se le tacha de racista y se hace referencia a él con todo tipo de apelativos negativos. Sin embargo, no se le cuestionan sus argumentos, que tocan fibras muy sensibles del “mito español”. También es leído por los musulmanes españoles, en especial conversos y sectores nacionalistas andaluces. Para un análisis más equilibrado habría que tomar en cuenta la historicidad del acto de leer.

3 Michel de Certeau, La escritura de la historia, México, Uia-Departamento de Historia, 1993, p. 68.


Resenhista

Norma Durán R. A. – UAM-Azcapotzalco México.


Referências desta Resenha

RÍOS SALOMA, Martín F. La Reconquista. Una construcción historiográfica (siglos XVI-XIX). México: UNAM-IIH; Marcial Pons, 2011. Resenha de: A., Norma Durán R. Identidades de España: el concepto de Reconquista visto en la historiografía de los siglos XVI al XIX. Historia y Grafía, n.45, p.215-224, 2015. Acessar publicação original [DR/JF]

Itamar Freitas

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