La Democracia Cristiana y el crepúsculo del Chile popular | Rodolgo Fortunatti
Desde el punto de vista formal, el texto se divide en cinco capítulos, a lo cual debemos agregar una presentación, perspectiva y un apéndice muy interesante con algunos textos, declaraciones y referencias a titulares del diario La Prensa de los últimos meses del gobierno de Salvador Allende.
En las primeras líneas, el autor se pegunta ¿cuánto de verdad y mito existe sobre el rol jugado por la Democracia Cristiana en el golpe de Estado de 1973?. Aquello es visto por Fortunatti sobre la tensión que se da entre la historia y la memoria, es decir, los recuerdos y evocaciones y los datos de la realidad sometidos e interpretados conforme a un método (pág. 10).
Pero dicha tensión se plasma en lo que fue el comportamiento o actuar de la DC en los meses previos al golpe de Estado, específicamente, desde el 4 de marzo al 11 de septiembre de 1973. Espacio cronológico que viene a constituir el aspecto central del libro.
Ahora ¿Por qué elegir este momento?, el autor responde, porque durante esos meses “aparecieron las condiciones definitivas del proceso de cambios”, en otras palabras entre marzo y septiembre se desencadenaron o precipitaron una serie de acontecimientos, por ejemplo, la elección parlamentaria de marzo, la renovación de la directiva de la DC a mediados de mayo, la colaboración sediciosa de elementos de ultraderecha en la insubordinación militar del 29 de junio, la distribución de armas internadas en el país, el (fallido) diálogo entre Patricio Aylwin y Salvador Allende en agosto y la proliferación de mecanismos institucionales alternativos al golpe de Estado en septiembre de 1973. Por lo tanto, dar una mirada de conjunto a estos hechos, al momento histórico y al accionar del partido Demócrata Cristiano, requiere necesariamente de una memoria viva y no petrificada, de esa memoria que anula y relega al olvido aquello que no la confirma y que se ve como una amenaza (pág. 14).
El capítulo uno “El ambiente revolucionario del 73” (pág. 15 a 42), se sitúa en aquello que el autor denomina “El Chile de la revolución”, un país que se está sacudiendo por un intenso sismo político. Un programa, el de la Unidad Popular “que trastoca las estructuras sociales y amenaza la estabilidad de las instituciones, es una revolución real, la ruptura intensa de los modos regulares de formación de la política” (pág. 15).
De ahí que, las revoluciones pasan a constituirse en rupturas que se expresan y representan de diversas formas, por ejemplo, en la convivencia colectiva, en el accionar de los movimientos sociales o se trastorna el Estado de derecho. En ese contexto, se desarrollará la elección parlamentaria del 4 de marzo de 1973, la cual fue planteada como un verdadero plebiscito. “Así lo entendió el Gobierno, la oposición y el líder indiscutido de la jornada, el ex Presidente Eduardo Frei Montalva” (pág. 19).
El resultado de aquella elección, para el caso de la DC “aunque captó menos votos, y logro sacar menos parlamentarios que en 1969, se consolidó como la colectividad más gravitante de la política. Eduardo Frei, asimismo, se impuso con la más alta mayoría parlamentaria al capturar más de 391 mil sufragios” (pág. 20). ¿Qué significó tener estos resultados, que lectura y proyección se hizo de dicha elección?. La oposición, al no lograr los 2/3 para acusar constitucionalmente a Salvador Allende, pensó –por lo menos un sector de ellos– en presionar para convocar a un plebiscito, dar la batalla desde el Congreso. Mientras que la UP, celebró la votación, sosteniendo que con ese apoyo, si bien minoritario, impediría la remoción de Salvador Allende.
Lo cierto es que tras dicha elección y citando a Fortunatti, “las cosas parecían haber quedado congeladas en un virtual empate cuya decantación pendía de la definición estratégica de un actor político que, como la Democracia Cristiana, había sido puesto por el país en la primera línea de la contienda” (pág. 21).
Transcurridas las elecciones parlamentarias, algunos de los máximos dirigentes de la DC, señalaban que Chile experimentaba una pérdida de autoridad del Ejecutivo; en palabras de Eduardo Frei, se estaba en un “camino hacia el totalitarismo de tipo marxista”, una “institucionalidad de trinchera”, situación que fue haciéndose eco en las mentes de la militancia democratacristiana. Asimismo, la alianza electoral con la derecha se había terminado pasadas las elecciones de marzo, por lo tanto, ahora venía la tarea de buscar en medio de la incertidumbre y desconfianza un “consenso mínimo” con la UP, “sobre la base de los planteamientos programáticos formulados por ambos en 1970” (pág. 33). Con el transcurrir de los días, la tensión entre la DC y Allende se agudizó, pero también al interior del partido se experimentaba dicha tensionalidad; por ejemplo, respecto a la conducción de la mesa, liderada por Renán Fuentealba (pág. 42).
El capítulo dos, “El ajuste estratégico” (pág. 43 a 59) analiza como la Junta Nacional del 13 de mayo comenzó a delinear el camino a seguir hasta el golpe de Estado. Las opiniones de Frei, Aylwin y la derrota de Fuentealba van a definir el escenario (pág. 53-54). Sin embargo, faltaba un actor, no menos importante a la hora de las definiciones: las Fuerzas Armadas. La opinión del partido, fue expuesta por Juan de Dios Carmona, quien tras el golpe de Estado, paso a colaborar con la dictadura (pág. 57-58).
En capítulo tres, “Decantación y elaboración de la crisis” (pág. 60 a 82), aborda el accionar militar del 29 de junio conocido como el Tanquetazo, la presencia de armas en manos de militantes y simpatizantes de izquierda y la radicalización de dichos sectores. A propósito de aquello, importante es la referencia que expone el autor de una columna de opinión de Genaro Arriagada publicada en el diario La Prensa de julio de 1973, la cual se intitula: “las tres vías: la política, la económica y la violenta”, tres vías o tres etapas en la construcción del socialismo de aquellos años (pág. 67).
Por aquellos mismos días, el presidente Allende, entendiendo el momento de trance que se estaba viviendo y aprovechando un acto con los dirigentes de la CUT, hizo un llamado al entendimiento entre los diversos sectores políticos del país (cita p. 71).
El capítulo cuatro, se adentra en la “Agonía del Chile popular” (pp. 83 a 121), es decir, había llegado la hora y el momento de buscar aquel “consenso mínimo” para superar la crisis institucional. La reunión de Aylwin con Allende se llevó a efecto, contó con el respaldo del cardenal Silva Henríquez. No obstante aquello, el diálogo fue breve. Salvador Allende ofreció formar comisiones para dilucidar los puntos en los cuales no había acuerdo, pero la DC señaló que aquello era simplemente una táctica dilatoria para ganar tiempo y no resolver los problemas (pp. 83 a 85).
Fracasado el dialogo, Salvador Allende nuevamente recurre a los militares para formar un gabinete cívico-militar denominado de “Seguridad Nacional”. Cual fue la respuesta de la DC, “la actitud del partido seguía una trayectoria dual: se les halagaba cuando su gestión coincidía con los intereses de la oposición; se les reprochaba cuando parecían alineadas con los intereses del gobierno” (p. 94). En concreto, la DC solicitaba el retiro de las FF. AA. del gabinete de “Seguridad Nacional”, ya que veía que el gobierno las estaba instrumentalizando con sus propósitos totalitarios, sin embrago, como señala el autor “al promover el retiro de las Fuerzas Armadas del Gabinete, la Democracia Cristiana privaba al Ejecutivo de una herramienta indispensable para controlar la crisis, cuando, simultáneamente, le negaba los canales de diálogo. La consecuencia de una política semejante, no podía ser otra que la de un gobierno atado de manos y a merced de quienes exaltaban la autonomía de funciones de las Fuerzas Armadas” (pág. 104).
El acuerdo de la Cámara de Diputados del 22 de agosto, se constituyó en uno de los elementos más importantes para dar legitimidad al golpe de Estado. Luego vino la renuncia del General Carlos Prats a la Comandancia en Jefe del Ejército. Radomiro Tomic envió una carta al renunciado General, solidarizando con su persona; sin embargo, su postura o sus palabras no fueron compartidas por el partido y otros dirigentes, en una clara señal de la tensión que por aquellos días vivía en la colectividad (pág. 107-108).
La directiva del partido declaraba que el acuerdo de la Cámara de Diputados “fue adoptado a proposición de los comités democratacristianos y de otros partidos de la oposición en cumplimiento de una decisión unánime del Consejo Nacional de nuestro partido y recoge los planteamientos que la Democracia Cristiana ha venido formulando reiteradamente al país y al propio Presidente de la República” (pág. 115).
En el último capítulo, “El fin” (pág. 122 a 140), el autor comienza señalando que la DC cometió errores en su relación con el gobierno de la UP y con las Fuerzas Armadas, “pero, a diferencia de las derechas, se resistió a su derrocamiento y a conspirar con los subversivos” (pág. 122). Su error fue no comprender que era el eje de la política nacional, una fuerza dotada de poder, legitimidad y autoridad, con capacidad para conducir la crisis. Lo anterior significó ser parte, entrar en el juego de una estrategia política que carecía de control, la cual en el fondo era manejada o era funcional a los sectores minoritarios de la oposición, léase Partido Nacional o en un caso más extremo a Patria y Libertad. El tránsito por este camino le significó “llegar exhausta, sin injerencias real y, con el mayor costo para una agrupación política, como es perder todo el poder que había acumulado y detentado” (pág. 122).
Llegamos a los días previos al 11 de septiembre, momento en el cual el Consejo Nacional “acordaba impulsar una acusación constitucional contra todos los ministros responsables de los desbordes institucionales”, además, promover “una reforma que facultara al Congreso para convocar a plebiscito” (pág. 127). Con esto se daba por enterrado la posibilidad del “consenso mínimo” para salir del trance institucional. En palabras del Rector de la Universidad de Chile, Edgardo Boeninger, el plebiscito era el mecanismo que se debía emplear para zanjar el conflicto. (pág. 129-130).
Finalmente, llegó el martes 11 y aquí nuevamente volvemos a las primeras líneas del libro, cuando el autor se pregunta ¿cuánto de verdad y mito existe sobre el papel jugado por la Democracia Cristiana en el golpe de Estado?. A la luz de lectura, pensamos que bastante, tanto por su calidad y responsabilidad de ser el mayor partido de Chile, por su alto respaldo popular (apoyo transversal), por el liderazgo e importancia de sus dirigentes, por el capital político de Eduardo Frei y por la tensión permanente que experimentó el partido durante los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular.
Al respecto, qué nos dicen –como diría Fortunatti– las fuentes. Mientras la Directiva Nacional expresó su confianza en las Fuerzas Armadas, “le dio su respaldo a la Junta Militar de Gobierno, señalando que esta interpretaba el sentir del país y que, por ello, todos debían contribuir con su patriótica colaboración”, que además, la colectividad había agotado sus esfuerzos para alcanzar una solución institucional. Sin embargo y en una clara señal de aquella tensión interna, un grupo de democratacristianos emitió una declaración pública repudiando el golpe de Estado. En consecuencia, “las dos visiones democratacristianas sobre el golpe de Estado, venían a coronar las dos opciones que habían intervenido en la dialéctica de partido. Una, la de Eduardo Frei, Patricio Aylwin y Juan Hamilton. Otra, las de Radomiro Tomic, Bernardo Leighton y Renan Fuentealba”.
En conclusión, si bien la memoria es remembranza, evocaciones (parcializadas) del pasado, constituye una práctica social que elabora recuerdos a partir de vivencias individuales y colectivas, viene a constituir junto con la historia dos formas de representación del pasado que están conectadas; por ello, a 40 años del golpe de Estado, siempre es bueno volver nuevamente la mirada crítica sobre nuestra historia y memoria reciente. Es ahí uno de los méritos del presente trabajo.
Resenhista
Danny Monsálvez Araneda – Doctor en Historia. Académico de Historia Política de Chile Contemporánea en el Departamento de Ciencias Históricas y Sociales, Universidad de Concepción. Esta reseña corresponde a la presentación del libro realizada el 28 de agosto de 2013 en la sala Federico Ramírez de la Ilustre Municipalidad de Concepción.
Referências desta Resenha
FORTUNATTI, Rodolfo. La Democracia Cristiana y el crepúsculo del Chile popular. Santiago: Editorial Cuadernos de la Memoria, 2012. Resenha de: ARANEDA, Danny Monsálvez. Tiempo Histórico. Santiago, n.6, p. 163-167, 2013. Acessar publicação original [DR]