La América española: entre el Pacífico y el Atlántico. Globalización mercantil y economía política/1580-1840 | Mariano A. Bonialian
Es una tarea especial reseñar un libro cuya génesis he podido observar de forma más o menos continua. Con esto no quiero sugerir que tenga algún mérito en el desarrollo de las ideas y en los logros de la investigación que Mariano Bonialian presenta en su más reciente obra, La América española: entre el Pacífico y el Atlántico, que muestra una nueva ampliación y profundización de las preguntas e inquietudes que lo están guiando desde su primer libro. Aparte de algunas discrepancias puntuales, como son necesarias para poder entrar al debate, ha habido una coincidencia fundamental en nuestras ideas sobre la necesidad de concebir la historia latinoamericana, en particular su época colonial, no como un proceso cerrado sino caracterizado por su inserción en sus relaciones al exterior, tal como lo propone, por ejemplo, la historia global. Entre los vínculos externos y los desarrollos internos, variables en el tiempo y en el espacio, hubo una interdependencia dialéctica que dio origen a una historia rica y polifacética.
Bonialian se concentra en las conexiones mercantiles que enlazaban a la América española con el mundo. Lo hace enfocándose en el comercio que desde América atravesó el Pacífico, una conexión a la que la historiografía solía atribuir una importancia secundaria frente a las grandes rutas comerciales de la época, si no es que se señala su relevancia para el abastecimiento de China con plata. Bonialian no aporta nuevas series cuantitativas (si bien presenta un sólido cuerpo de números para sostener su argumento) y no sostiene que en el Pacífico hubieran circulado mayores valores que en las rutas transatlánticas o en la del Cabo de Buena Esperanza. Lo que a Bonialian le interesa no es la cuantificación. El mérito del libro es que intenta definir la función del intercambio en el Pacífico hispanoamericano, tanto en el contexto imperial español como en el del desarrollo de la globalización temprana. Logra mostrar de forma contundente que fue este sistema, manejado por los grandes comerciantes de las metrópolis hispanoamericanas, el que determinó, entre el último cuarto del siglo XVI y mediados del XVIII, la inserción de la América española en el incipiente orden global. En parte son ideas ya esbozadas en las publicaciones anteriores del autor. En el presente libro amplía el periodo de observación de 1580 a 1840, es decir, incluye la transición a la independencia y las primeras décadas de la vida republicana de los estados hispanoamericanos: profundiza el análisis y lo enmarca en una periodización. Entre otras cosas, esto le permite intensificar el diálogo con los temarios de la historia global.
Bonialian parte de la hipótesis de que con la conquista de América por las monarquías ibéricas empezó una nueva fase de la historia global, la globalización temprana. El autor es muy cuidadoso en aceptar a la América española como polo a nivel global, pero deja claro que la posición de los territorios americanos se distinguió por una amplia autonomía frente a los intereses de la metrópolis europea. La base de esta posición eran los metales preciosos, los que capacitaron a las élites americanas para participar en los circuitos mercantiles de la época con agencia propia. Es verdad que la corona española realizó enormes y continuos esfuerzos para controlar las salidas de plata y las entradas de mercancías a los territorios americanos. Pero, además del omnipresente contrabando, fue sobre todo el Pacífico el ambiente que eludió la supervisión real. Con él, los americanos controlaron durante más de siglo y medio un espacio mercantil autónomo, lo que les ayudó a evadir muchas de las restricciones impuestas desde Europa, a tal grado que la ruta de abasto oficial del virreinato de Perú, vía Portobelo y Panamá, dejó de funcionar. Su elemento clave fue la nao de China, que después de 1570 transportaba mercancías asiáticas y plata americana entre los puertos de Manila y Acapulco, convirtiéndose este último en centro de una amplia navegación a lo largo de la costa occidental del continente americano.
El desarrollo de este sistema, Bonialian lo divide en tres fases, periodización que intentaré resumir, aunque forzosamente simplificando la riqueza del argumento. La primera abarca el periodo de 1580 a 1640. El sustento del comercio pacífico lo formó, sobre todo, la plata peruana procedente del Cerro Rico de Potosí. Con la plata potosina, los comerciantes peruanos compraban no sólo mercancías chinas en Acapulco, sino crecientes porciones de productos europeos que habían llegado a la Nueva España por las rutas transatlánticas. De esta manera, la ciudad de México se estableció como centro de redistribución continental, pues su gran comercio no sólo controlaba la distribución de las mercancías importadas en el virreinato, sino también el tráfico del galeón de Manila y las salidas de la mayor parte de la plata novohispana (en esta época considerablemente menos que la peruana). De forma paralela a esta estructura, los llamados peruleros cruzaban en persona el Atlántico para comprar directamente en Europa. En su conjunto, todo esto debilitó enormemente el comercio oficial español con Portobelo. Los intereses metropolitanos lograron parar las actividades de los peruleros en el Viejo Mundo, pero la amplia autonomía que los americanos gozaban en el Pacífico les posibilitó manejar a su favor las prácticas del comercio en el Atlántico (aunque no las normas). Bonialian habla de un “Pacífico indiano” y de la subsecuente “pacificación del Atlántico”.
La segunda fase (1680-1740) se puede describir como un reacomodo de la primera, debido a la crisis de Potosí a partir de mediados del siglo XVII. Llegó así la hora de la plata mexicana gracias al gran auge de las minas novohispanas. Aun así, los peruanos seguían acudiendo a Acapulco. Disponían de menos plata que antes, pero lo recompensaron con una gama de productos exportables más amplia, entre los que destacaba el cacao de Guayaquil. El definitivo derrumbe de la ruta oficial de los galeones a Portobelo favoreció la conexión novohispana.
En la tercera fase, de 1740 a 1840, la autonomía del Pacífico indiano se empezó a desmoronar. La producción de la plata siguió creciendo como nunca, pero en la década de 1740 la corona abrió la navegación directa entre España y la costa occidental sudamericana por el Cabo de Hornos. Los barcos españoles trajeron productos de todo el mundo y avanzaron hasta las islas Filipinas para regresar con cargas asiáticas a América. Con esta ruta se regularizó también la comunicación de España con Buenos Aires, que se hizo independiente del suministro desde Lima, mientras que expandió su propio hinterland mercantil hasta el Alto Perú. Este nuevo tráfico apenas llegó a la Nueva España, pero constituyó una seria competencia al comercio del galeón de Manila, al disminuir las compras de los comerciantes peruanos en Acapulco. Además, los barcos españoles también empezaron a adquirir crecientes cantidades de cacao de Guayaquil, el que antes se habían destinado a México. De esta suerte disminuyó el intercambio entre la Nueva España y Sudamérica y, con él, el mercado para los productos que traía la nao de China se restringió. Otras reformas borbónicas reforzaron el debilitamiento del Pacífico indiano. En 1778 fue decretado el Reglamento de Libre Comercio con América, extendido en 1789 a la Nueva España; y durante las guerras de finales del siglo XVIII, se legalizó “el comercio neutral”, que permitía a barcos de Estados Unidos entrar en los puertos hispanoamericanos. De esta manera, también el antes insignificante suministro de productos asiáticos a través de Veracruz creció con vigor. En suma, llegaron más barcos y más productos a América, lo que imposibilitó el control de la oferta, de los precios y de las tasas de ganancia, que había ejercido el comercio por medio de su representación corporativa, el Consulado, debilitado además por la autorización de organizaciones consulares en muchas provincias del imperio.
Al mismo tiempo se produjeron profundos cambios en el orden multipolar de la globalización temprana. Mientras que China y su economía entraban en una crisis, se dio el crecimiento flamante de las economías europeas, sobre todo de la británica, con el inició de la industrialización. Con sus productos, el resto del mundo cada vez menos podía competir. Así, los textiles británicos penetraban a Hispanoamérica en crecientes cantidades, haciendo a un lado las sedas chinas y los algodones hindúes, y también los tejidos más sencillos de los obrajes americanos, que tanto tiempo habían sido protegidos por los costos del transporte y las reglas del comercio monopólico. Los productos ingleses entraron a América por el comercio español, por el comercio de neutrales y por el contrabando. Bonialian nos muestra, por ejemplo, el vigor de la ruta entre Jamaica, Panamá y la costa del Pacífico novohispano. Y destaca la omnipresencia de barcos balleneros británicos y estadounidenses en el Pacífico, que llegaron llenos de mercancías para vender en los puertos hispanos. Estamos en una época de transformación del orden global clave: la imposición de la monopolaridad occidental liderada por Gran Bretaña. Hispanoamérica perdió el control de su comercio exterior y de las salidas de sus metales preciosos y, se podría agregar, después de la independencia, también el control sobre su producción minera, de la que se apoderaron compañías extranjeras. Como consecuencia, se dio una creciente fragmentación de los espacios mercantiles americanos, pues ya no eran los poderosos grupos de los comerciantes de las viejas metrópolis coloniales, Lima y la ciudad de México, los que manejaban el comercio exterior y la distribución en el interior, sino que muchas regiones se crearon su propio enlace al mundo, con puertos como San Blas, Mazatlán, Guaymas, Tampico o Campeche. Los cambios que entonces se daban en el Pacífico -Bonialian los resume como la “atlantización del Pacífico”- ilustran la transición al nuevo orden global monopolar impulsado desde Europa.
Todo esto está ampliamente documentado y es convincente. Se podría reconsiderar el papel del Consulado de México, que Bonialian ve como pieza clave en el orden operante en las dos primeras fases del estudio (p. ej. pp. 155 ss.), y ver si no conviene más buscar la agencia americana en los grandes comerciantes y sus redes, los que realmente manejaban los negocios. Es curioso que al tratar el comercio peruano no se le asigna la misma importancia al Consulado de Lima y se destacan las actividades de los comerciantes y peruleros (p. 22).
Sin duda, para seguir desarrollando el argumento convendría buscar la cooperación de historiadores de China y otras partes del Oriente y Suroriente de Asia; y se podría encontrar valiosa información en archivos británicos, estadounidenses o franceses, para mencionar sólo los que lingüísticamente suelen ser accesibles. Con cada vez más datos, se podría seguir pensando sobre la agencia hispanoamericana en los procesos de la globalización temprana y repensar si ésta era un desarrollo bipolar (Europa y China) (pp. 15 ss., 28) o multipolar (Europa, China, la América española, pero también la India). Pareciera que Bonialian ofrece muchos elementos en favor de la segunda opción, pero no la quiere aceptar del todo, insistiendo en el orden colonial que promueve la corona (pp. 58 ss.). Pero la multipolaridad de la globalización temprana, si se acepta, no impide considerar la situación americana como colonial. Los territorios americanos y la masa de su población nativa, negra y mestiza, fueron sometidos a un orden económico traído de afuera. Pero sus nuevas élites, los ricos comerciantes, instrumentalizaron este orden en su propio favor y beneficio. Con la plata en la mano intervinieron en los procesos globalizadores y en la construcción de las relaciones que los constituían, dejando una impronta en la globalización temprana, la que sin los metales americanos hubiera sido otra. Las medidas de la corona para controlar el comercio y restringir la producción en América sólo reforzaban las ganancias de la élite mercantil, y se puede sospechar que fue por esto que el sistema colonial fue apoyado; con la apertura de la estructura económica y la independencia, la agencia autónoma -tanto de las élites como de las economías hispanoamericanas- dentro del orden de la globalización menguó. Está aquí una de las discrepancias mencionadas al principio que vale la pena seguir discutiendo.
Sea como sea, éste es un libro sumamente importante para entender mejor el desarrollo que llevó al establecimiento del dominio global de Occidente y el papel que tenía América Latina, y en especial México, en este proceso. Es un libro que debería reformar nuestra comprensión de la historia global, que no se puede entender con enfoques eurocéntricos o sinocéntricos, pues se muestra que espacios tradicionalmente considerados marginales han impactado en el desarrollo del mundo, el cual a la vez les dejó su impronta. En fin, el sentido de la investigación no es cerrar el debate sino abrir espacios para ello, lo que el libro de Mariano Bonialian cumple con creces. Del debate nacerán nuevos libros, así que espero ya su siguiente publicación.
Resenhista
Bernd Hausberger – El Colegio de México.
Referências desta Resenha
BONIALIAN, Mariano A. La América española: entre el Pacífico y el Atlántico. Globalización mercantil y economía política, 1580-1840. Ciudad de México: El Colegio de México, 2019. Resenha de: HAUSBERGER, Bernd. Historia Mexicana. México, v.72, n. 3 (287), ene./mar. 2023. Acessar publicação original [DR/JF]