Este trabajo se enfoca en problemas o fenómenos históricos representativos de América Latina durante el siglo XX. Su enfoque es empírico con énfasis histórico-comprensivo, sustentado en una variedad de investigaciones, documentos oficiales, artículos de prensa, reseñas y fuentes audiovisuales y sonoras. La organización del libro está desarrollada en ocho capítulos. En la primera parte, se expone un recorrido historiográfico de las distintas representaciones sobre Latinoamérica, principalmente desde la mirada europea y estadounidense. Sus reflexiones intentan responder la pregunta acerca de: ¿cuáles son las experiencias y principales hitos en los estudios sobre América Latina? En este se intenta entender sintética y holísticamente, el contexto histórico de formación de la región, su identidad común, las raíces y orígenes genéricos de los procesos que la configuran históricamente. Algo que sobresale en la descripción, es el acervo institucional de asociaciones, revistas, congresos, programas de historia, editoriales y publicaciones, que permiten observar un acumulado importante y un cambio de representaciones e imágenes entre Europa y América.
El segundo y tercer apartado están dedicados a la historia económica latinoamericana. Aquí el autor busca comprender ciertas fases, características y tendencias de su desarrollo, a partir de la incidencia de la teoría keynesiana, el marxismo, la teoría de la dependencia, el enfoque económico neoclásico. Estas teorías y modos de caracterización tuvieron una vigencia temporal y limitada, pero por su marcado carácter generalizante, nunca lograron ser completamente explicativas de la compleja realidad latinoamericana, que debe entenderse por la misma configuración de su territorio y población. Si bien, estas naciones se vincularon fuertemente al mercado mundial a partir de la exportación de productos y la importación de capitales, su base industrial fue débil. El autor resalta el factor del flujo migratorio, que en países como Argentina imprimió su sello en la formación nacional, contrario al caso colombiano que limitó la migración a su territorio. A partir de acontecimientos mundiales como la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, se examina el comportamiento y los cambios económicos que produjeron estos sucesos en las naciones latinoamericanas, particularmente, en México, Brasil y Cuba. En esta línea argumentativa, es evidente que la Gran Depresión provocó una tendencia industrializante de carácter nacional, un mejoramiento de la manufactura nacional y la especialización de los productos agrícolas y minerales para la exportación. El autor analiza la incidencia de instituciones y programas internacionales, tales como el –Banco Mundial (1944), el Fondo Monetario Internacional (1945), el Banco Interamericano de Desarrollo (1948), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1966), la Organization for Economic Cooperation and Development (OECD) (1961)–, y el Plan Marshall (encabezado por el gobierno estadounidense), la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y especialmente, el impacto de la Alianza para el Progreso (1961-1970). La creación de estos organismos multilaterales propició mecanismos de cooperación internacional, y realzó el papel del Estado en las políticas gubernamentales y la integración económica regional.
En el tercer apartado examina el reformismo agrario y la Alianza para el Progreso. Para Ramírez, antes de que se produjera la ofensiva de la derecha en Chile y Perú, la reforma agraria tuvo tintes progresistas, que bajo el lema «tierra para quien la trabaja», en el caso chileno, intentaron desligarse de los mandatos de la Alianza para el Progreso. El autor resalta los proyectos de reformismo agrario desarrollados en México, Cuba, Chile y Perú, y la ola de la ofensiva neoliberal, la cual fue contraria a los proyectos de transformación progresista en la región, cuestión que contribuyó al colapso de no pocos países en la misma. Ramírez Bacca indica que la cuestión agraria es un problema agudo a escala continental, pues la posesión de la tierra está atada históricamente al poder y a la riqueza. El problema de la tierra es una cuestión estructural, presente en varios países de la región con características comunes, tales como el latifundismo, la falta de tecnificación del campo, la articulación de sus economías a las necesidades del capitalismo global, las relaciones sociales atrasadas, entre otras. Para el autor, los proyectos reformistas recayeron en la distribución de la tierra y el mejoramiento de la economía de subsistencia, pero no siempre solucionaron los problemas de desarrollo e integración. Precisamente, la debilidad argumentativa del autor estriba en que no se detiene a examinar las relaciones de propiedad predominantes en la región, que no han propiciado transformaciones profundas de la estructura agraria, es decir, su análisis económico se queda en el examen unilateral de las relaciones de distribución. Su análisis se ubica en los proyectos legislativos, que intentaron algunas transformaciones sociales en el interior de los países latinoamericanos.
En otra sección, se trabaja el concepto de populismo histórico. Para el autor, el populismo es uno de los fenómenos sociopolíticos más significativos de Latinoamericana en el siglo XX, aunque reconoce que no se trata de un fenómeno originario de la región. Si bien acepta el carácter polisémico del concepto, el autor caracteriza y contextualiza históricamente lo que diferencia esta noción de lo que pudo suceder antes o después de determinadas fases históricas y de su propia instrumentalización política. En síntesis, reconoce que el «populismo histórico» encierra algunos rasgos comunes como:
cierto nacionalismo con miras a la protección del mercado nacional, el papel autónomo del Estado respecto a las clases dominantes, con un liderazgo carismático personalizado, el rechazo a los partidos tradicionales, el intento de representar los intereses de las masas populares, y la búsqueda de una alianza de clases antagónicas, por ejemplo, entre trabajadores y empresarios. Para el autor, el caso paradigmático de «populismo histórico» latinoamericano se concentra en la figura de Juan Domingo Perón, o en lo que devino en llamarse «peronismo». Una cuestión sugestiva que se deriva de su definición es que este concepto podría abarcar otras experiencias políticas similares, por ejemplo, la del gobierno de Rojas Pinilla, que compartió rasgos políticos e ideológicos comunes con el peronismo, tales como: la movilización de masas, el liderazgo personal, el autoritarismo contra sus contradictores políticos, entre otros. Posiblemente, la propuesta del autor apunta a que se analice el fenómeno de forma más amplia, ampliando su análisis a otros casos de la época, con la intención de identificar sus distintas manifestaciones y contextos.
En la sección dedicada a las dictaduras militares en la región, se dilucida que el siglo XX estuvo cargado de un sinnúmero de regímenes abiertamente represivos y de excepción, y que coartaron las libertades individuales. La justificación de estas fue la lucha contra el «comunismo internacional», la seguridad nacional y continental. Se hace énfasis en que las dictaduras de derecha fueron una respuesta a los desafíos originados por la Revolución Cubana (1959), y que la unificación ideológica y política de las élites se dio a partir de la lucha contra el comunismo. De ahí que se pusiera en marcha la Doctrina de Seguridad Nacional, la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), y la campaña de represión política del Cono Sur, denominada Plan Cóndor. El autor reconoce la dificultad de una definición del concepto de dictadura, no obstante, plantea que las dictaduras de derecha comparten rasgos comunes, como el modo pragmático en cuanto a lo económico, las políticas de reducción de la intervención estatal directa, el interés por atraer capitales extranjeros, el aumento de la exportación, la cimentación de un modelo neoliberal, y la alianza con el gobierno de Estados Unidos para combatir cualquier intento de transformación revolucionaria en la región.
En el segmento dedicado al análisis de las revoluciones, el autor orienta su disertación en la respuesta a la pregunta: ¿qué momentos podemos considerar revolucionarios y cuál es su trascendencia continental o mundial? Inicia por reconocer que la Revolución Mexicana (1910-1919) puede considerarse como un mojón en la historia latinoamericana y universal, pues su impacto en la tenencia de la tierra (la nacionalización de la tierra) es considerable. Este acontecimiento se convirtió en un referente para la lucha del movimiento insurreccional campesino en América Latina, el cual puede evidenciarse a lo largo del siglo XX en distintos países de la región. No obstante, plantea que el hito revolucionario con mayor incidencia en la región fue la Revolución Cubana, que inspiró otros movimientos de liberación nacional en Latinoamérica. Para Ramírez, son destacables los avances sociales de la Revolución Cubana en materia de salud y educación, aunque reconoce las dificultades de la Isla al estar sometida a los bloqueos y presiones capitalistas internacionales.
Finalmente, en lo concerniente a la sección sobre relaciones internacionales, se examinan las tendencias de las ideas panamericanistas de la –Doctrina Monroe– y el bolivarianismo (de Simón Bolívar) en el siglo XIX. De igual manera, se describe el papel protagónico de EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial. En esta línea de argumentación, sobresalen las contradicciones de las doctrinas de solidaridad y soberanía en el ámbito continental, hecho que adquiere otras dimensiones en el marco de la OEA. Esencialmente, el autor se concentra en el caso de la OEA, para observar las relaciones entre los países latinoamericanos y EE. UU.; las tendencias y los lineamentos generales de las ideologías y doctrinas del sistema de relaciones interamericanas, desde su aparición en el siglo XIX hasta la conformación de esta institución en 1948.
Definitivamente, es necesario reconocer que en ocasiones los manuales de historia, como este, pecan en las imprecisiones, como aquella de mencionar a ‘Sendero Luminoso’ como una organización de orientación guevarista (p.168), cuando en realidad fue un partido político de orientación maoísta, cuya orientación no tuvo nada que ver con el guevarismo, y cuyo verdadero nombre fue Partido Comunista del Perú. Otra imprecisión es la fecha de creación del Banco Interamericano de Desarrollo, ya que primero se reseña el año 1948 (p.77), luego, se reseña el año 1959 (p.80), esta última sería la fecha correcta. Tal cuestión no es de poca monta, pues lamentablemente la disciplina histórica se ha acostumbrado a las imprecisiones de distinto tipo, cuestión que debe corregirse. En lo concerniente a la Revolución Cubana, si bien hay un intento por caracterizar el fenómeno revolucionario, no existe una adecuada problematización del concepto «socialismo», cuestión que lo lleva a sobredimensionar el caso cubano como el modelo revolucionario de la región, cuando más que una revolución socialista, la revolución cubana llevó a la instauración de un capitalismo de Estado, que para nada es incompatible con la nacionalización y estatización de los recursos de un país. De igual forma, no se problematizó la dependencia cubana con el sociaimperialismo soviético, en la que no se rompió con el capitalismo y se mantuvo una dependencia estructural, específicamente, en el intercambio del azúcar cubano por el petróleo soviético y que Cuba vendía en el mercado internacional. Incluso, cuando se describió la rápida expansión del sector turístico cubano, no se cuestionó lo que los mismos cubanos solían decir sobre Castro y su propia versión de la perestroika −la «turistroika»−, que aceptaba y racionalizaba la sórdida práctica del turismo sexual en la isla. Una categoría que hubiera podido ser aplicable para entender la atadura del gobierno cubano al gigante ruso, es la de socialimperialismo, es decir, un Estado que representaba el socialismo de palabra, pero que era imperialista en los hechos (ya que, en Rusia, desde 1956, se había iniciado un proceso de restauración capitalista). Esto hubiera permitido analizar el papel de Cuba como un instrumento político soviético decisivo en los países del Tercer Mundo, especialmente en el hemisferio occidental.
Por último, faltaron miradas analíticas sobre algunas experiencias como la de la influencia del proceso revolucionario de China en América Latina, que tuvo un impacto considerable en países como Colombia, México, Brasil y Perú, entre otros. Por otra parte, quizás este volumen inspire la posibilidad para un segundo trabajo, que aborde los vacíos, reconocidos por el autor, para reflexiones sobre asuntos importantes en Latinoamérica como: la corrupción, las economías del narcotráfico, la minería ilegal, el medio ambiente, los grupos ilegales, entre otros. Incluso, sobre las cuestiones aludidas, se necesita una reflexión sobre cómo ensamblar una síntesis de Colombia en estas situaciones y dinámicas regionales. No obstante, pese a los problemas señalados, es un texto digerible, amplio para diversos públicos y un instrumento interesante y útil −incluso, en la escuela básica y media− para acercarse al conocimiento de la historia latinoamericana del siglo XX.
Resenhista
Aldo Fernando García Parra – Estudiante del doctorado en Historia. Magister en Historia por la Universidad Nacional de Colombia. E-mail: aldo.garcia@uptc.edu.co https://orcid.org/0000-0003- 3425-3412
Referências desta Resenha
BACCA RAMÍREZ, Renzo. Introducción a la historia de América Latina del siglo XX. Pereira: Editorial Universidad Tecnológica de Pereira, 2020. Colección Maestría en Historia-Colección Ensayos. Resenha de: PARRA, Aldo Fernando García. Historia y Memoria. Tunja, n. 26, p. 389- 395, ene./jun. 2023. Acessar publicação original [DR/JF]
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