Impresiones de China: Europa y el englobamiento del mundo (siglos XVI-XVII)

Impresiones de China trata un tema ancho y clásico: cómo se configuró el imaginario oriental en la cultura europea entre 1550 y 1680, y en concreto, el relativo al Imperio del Centro. En aquel encuentro Europa descubrió progresivamente la lejana China, conforme sus actores ─misioneros, comerciantes, historiógrafos─ ensancharon los límites del mundo conocido. Su autora es la prestigiosa historiadora Antonella Romano, directora de estudios en el Centro Alexandre Koyré, EHSS (París), y una de las mejores conocedoras de la historia de las ciencias y los conocimientos misioneros durante la Edad Moderna. Con esta cuidada traducción al castellano de Alicia Martorell ─siempre difícil en este tipo de estudios histórico-científicos─, Marcial Pons acerca al lector hispanohablante un estudio fundamental para el conocimiento de las relaciones entre Asia y Europa, esta vez, desde el enfoque de la construcción de los saberes.

Como comenta Romano en la introducción de su libro, la existencia de China ya era conocida en Europa mucho antes de que los comerciantes portugueses o los misioneros jesuitas comenzaran sus actividades en Asia Oriental. Gracias a la continuidad geográfica del continente euroasiático, las poblaciones europeas tuvieron noticias de la lejana y mítica Catay a través del testimonio de viajeros como Marco Polo. Sin embargo, la llegada de comerciantes y los misioneros ibéricos durante los ss. XVI y XVII produjo un auténtico proceso de descubrimiento del Imperio del Centro, cuya imagen fue emergiendo y ocupando un lugar cada vez más destacado en las letras europeas. En el discurso que nos ofrece la autora, descubrir este lejano lugar significó para Europa ir más allá de los meros esbozos de conocimiento para pasar a reconocerla sobre el terreno e integrarla en sus saberes: en otras palabras, fue pasar de Catay a ‹‹la China››.

Este proceso de descubrimiento se enmarca en el ‹‹englobamiento›› del mundo, un concepto acuñado por Antonella Romano en sustitución de otros como ‹‹globalización›› o ‹‹mundialización›› para “dar prioridad a los actores en lugar de calificar con él una época” (p. I). Se trata de un término sumamente útil para describir un proceso en el que Europa fue incorporando a sus saberes a espacios como China, conforme los actores de los mundos ibéricos y del Estado pontificio ensanchaban los límites del globo. Unos actores que se esmeraron por dibujar a China en sus mapas; se interesaron por su naturaleza y sus gentes, sus lenguas y sus territorios; y que quisieron, en definitiva, producir conocimientos sobre aquel lejano lugar para incorporarlo a su idea del mundo conocido.

En esta empresa tuvo una gran importancia el contexto en el que se construyeron los conocimientos sobre China, una cuestión que Romano aborda magistralmente en este libro. Como expone la autora, el descubrimiento de China no se produjo como un proyecto de estudio por sí mismo, sino como “un objeto de investigación en la encrucijada de múltiples proyectos políticos, económicos o religiosos, movidos por instituciones de diferentes naturalezas, pero cuya capacidad de control de las redes de larga distancia está muy limitada y marcada por el sello de la contingencia.” (p. 30). De esta forma, la producción de saberes sobre el Imperio del Centro quedó supeditada en todo momento a los múltiples intereses, problemas y coyunturas de los agentes involucrados en los dos extremos de Eurasia. El caso más destacado serán los conocimientos producidos por la misión jesuita, que debían servir para promocionar y defender no solo los resultados de su evangelización, sino también sus métodos de apostolado científico ante Roma, puesto que su estrategia de colaboración con las autoridades chinas en los asuntos celestes como vía para la evangelización del reino fue duramente atacada desde dentro y fuera de la orden. Además de la Controversia de los Ritos, los conocimientos fueron construidos en contextos tan complejos como la difícil colaboración con las élites locales Ming y Qing o las turbulencias en la transición entre ambas dinastías, que fomentaron la producción de obras tan importantes para el conocimiento temprano de China como De Bello Tartarico (1654).

El libro también trata de las múltiples formas y procedimientos que los actores emplearon para producir sus saberes sobre China, puesto que en este proceso de descubrimiento no hubo un único método epistemológico prefijado: las informaciones se podían adquirir mediante el uso de textos europeos y chinos, de los encuentros y entrevistas con las poblaciones locales, de la observación directa del territorio o bien de todo lo anterior a la vez. Fue un proceso de construcción de conocimientos que requería de una labor constante de ensayo y error, de acumulación de saberes, de redefinición continua y de diálogo entre los sustratos de conocimiento preexistentes y las nuevas informaciones que se adquirían sobre el terreno. Unos conocimientos que no atendieron a las compartimentaciones actuales de las disciplinas científicas ni de las tradicionales distinciones entre trabajo de campo y de gabinete, y que se transmitieron, además, mediante auténticas operaciones y estrategias de comunicación: ya fuera mediante textos manuscritos privados o publicaciones de imprenta, o mediante cuidadas delegaciones y valiosas misivas. Por último, se trató de conocimientos que fueron más allá de los grandes centros de los saberes ─Roma, Madrid y Lisboa─, incluso más allá de sus propios ejes ─Macao, Manila o México─, puesto que las informaciones sobre China atravesaron las fronteras confesionales y con el tiempo contribuyeron a articular una primera y heterogénea red de sinología europea.

Así mismo, un aspecto destacado en el libro es el empleo magistral de las fuentes eruditas, que vertebran y dan sentido a todo el relato. Por las más de cuatrocientas páginas del estudio de Romano desfilan toda una serie de contribuciones a la construcción de la imagen sobre el Imperio del Centro, un proceso que se puede seguir detalladamente: desde los esbozos de la Catay medieval hasta la China a la que llegan con tanto interés los matemáticos del Rey de Francia a finales del s. XVII, pasando por la Historia de las Cosas Mas Notables, Ritos y Costumbres, del Gran Reyno Dela China (1585) de Juan González de Mendoza, De Christiana expeditione apud Sinas (1615) de Nicolás Trigault, o el Novus Atlas Sinensis (1655), De bello tartarico (1654) y el Sinicae Historiae Decas Prima (1658) de Martino de Martini, por nombrar tan solo algunas de las contribuciones más importantes empleadas por nuestra historiadora. Romano lo logra, además, entretejiendo las fuentes con las circunstancias e intereses de sus autores, insertando los textos dentro de las redes de conocimiento, haciendo un seguimiento de la circulación de los escritos y sus autores, examinando minuciosamente su proceso de producción y, finalmente, haciendo balance de su alcance e impacto intelectual, político y científico. De ahí que la obra sea de gran interés para cualquier historiador de la ciencia y de los conocimientos: no solo da a conocer la gran cantidad de materiales y nombres que construyeron la temprana imagen de China en Europa, sino también la forma en la que se articula y se comunica esta imagen en el proceso de englobamiento del mundo.

La metodología empleada por Antonella Romano en Impresiones de China se enmarca en las aportaciones de la historia global, especialmente de la escuela francesa y sus juegos de escalas. Su referencia a la globalidad no es la de un período, sino la de un proceso, que “tiene una historia, abordada en su dimensión procesal, localizada y discontinua, algo que describimos mediante el término ‹‹englobamiento››” (p. 25). La historiadora logra crear el propio efecto del englobamiento en su relato sin perder de vista sus complejidades y matices: la China se revela progresivamente ante los ojos del lector sin caer en la trampa de la linealidad y la homogeneidad. Por otro lado, también supone una contribución a la revisión de otros relatos historiográficos reduccionistas, de los que advierte en su capítulo introductorio y posteriormente en varios capítulos de su estudio. Un ejemplo destacado es su crítica a la visión de Virgile Pinot sobre la labor de Matteo Ricci para entrar a la corte de Pekín, que el historiador francés reduce a una simple “estratagema”: la de entregarle unos valiosos relojes al emperador Wanli. Romano pone en duda la tesis de Pinot y señala que la complejísima labor del misionero jesuita para acceder a la corte no puede ser reducida a la entrega de estos objetos. Antonella Romano critica que dichos objetos fueran simplemente “como los abalorios entregados a los indios de América para seducirlos (…)” (p. 112). El ejemplo es bastante significativo porque estas explicaciones simplistas sobre el papel de los relojes y su relación con la actitud de las élites chinas y japonesas hacia los misioneros han sido repetidas por historiadores tan prestigiosos como Carlo Cipolla en su clásico Las máquinas del tiempo. Además, el libro contribuye con creces a la tarea de la “provincialización de Europa”, así como a repensar el papel de los mundos ibéricos en la producción de los conocimientos dentro de los márgenes europeos: unos conocimientos que hasta hace bien poco quedaban “a las puertas de la ‹‹modernidad›› y de los saberes científicos en los que se basaba (…)” (p. 31). El lector encontrará, pues, un buen material de reflexión para repensar las teleologías y falacias del eurocentrismo en la historia de la ciencia y sus relatos.

En definitiva, el trabajo de Antonella Romano ofrece numerosas lecturas, todas interesantes para los estudios de historia de la ciencia y de Asia Oriental. Las múltiples dimensiones y problemáticas que aparecen en su libro lo convierten en algo más que la historia de un encuentro entre los dos extremos de Eurasia. El lector tendrá que leer despacio para captar todos sus matices, pero merecerá la pena, puesto que el Imperio del Centro irá emergiendo entre sus párrafos con el mismo empaque que emergió, siglos atrás, en las letras europeas.


Resenhista

Salvador Valera – Becario JAE, CSIC. E-mail: salvadorvalerapaterna@gmail.com


Referências desta Resenha

ROMANO, Antonella. Impresiones de China: Europa y el englobamiento del mundo (siglos XVI-XVII). Madrid: Marcial Pons, 2018. Resenha de: VALERA, Salvador. Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia. Madrid, v.73, n.2, 2021. Acessar publicação original [DR]

Deixe um Comentário

Você precisa fazer login para publicar um comentário.