MATOS, Sérgio Campos. Iberismos. Nação e Transnação, Portugal e Espanha, c. 1807-c. 1931. Coimbra: Imprensa da Universidade de Coimbra, 2017, 362 pp. Resenha de: GÓMEZ, Hipólito de la Torre. Ler História, v.74, p. 277-280, 2019.
1 Hoy ya no puede decirse que la historia de la relación entre Portugal y España en la época contemporánea sea asignatura pendiente de la historiografía peninsular. En poco tiempo, los libros de Juan Carlos Jiménez Redondo, José Miguel Sardica, César Rina, el coordinado por Sergio Campos Matos y Luis Bigotte Chorão, el que viene de editar en formato digital Luis Fernando de la Macorra y, en fin, éste que aquí se comenta –por no referirme a artículos y actividades de investigación colectiva– demuestran precisamente todo lo contrario. La historia de lo ibérico ha dado en el último lustro un salto muy notable, no solo en el conocimiento empírico, sino también en la renovación de enfoques y de perspectivas metodológicos.
2 Conociendo el fuste intelectual del profesor Matos, y su familiaridad con los estudios sobre cultura e imaginarios del nacionalismo portugués, la temática iberista le viene como anillo al dedo. Captar el Portugal y la España contemporáneos interactuando en sus percepciones e interpretaciones del otro, en sus proyectos para el conjunto –conservadores, correctores o superadores del dualismo político peninsular– tal es el meritorio empeño de esta importante obra. Su resultado es un dibujo amplio, rico y bien matizado de un flujo de pensamientos y prospectivas, transversales a todas las corrientes políticas (p. 315), sobre la naturaleza y las posibilidades convergentes de las entidades nacionales de la península ibérica. Eso, que se llamó y llamamos iberismo, tan manido y en apariencia tan simple en sus contornos intelectuales, cobra compleja vida en el inteligente y detallado análisis de sus variantes, como el que Sérgio Campos Matos lleva cabo en esta obra.
3 No pasó el iberismo al terreno de las realizaciones nacionales, como aconteció por ejemplo en Italia, porque carecía, explica el autor, de “base social, carácter orgánico y unidad programática”. No fue tanto un nacionalismo, como una “constelación de idearios relacionados con diferentes tendencias nacionalistas” (p. 18). Sirve, a mi juicio, en su incapacidad de realizarse, para mostrar la solidez de la construcción histórica portuguesa. Y sirve, en positivo, a un retrato de la historia del pensamiento y de los imaginarios nacionales peninsulares. O sea, a una mejor comprensión de las sustancias intelectuales, y hasta emocionales, de las naciones peninsulares. Incluyendo, con indudable acierto, la perspectiva temática, cuando rebasaba los marcos cronológicos dominantes, éstos se le imponen al lector con facilidad, y en todo caso facilitan la labor de reseñar un estudio tan rico y plural como lo es éste. Hay una alta edad contemporánea, de fuerte densidad iberista, que culmina en las décadas de 1850-1870; vienen luego, desde los años de entresiglos, un decaimiento y reformulación del iberismo ortodoxo; y sigue, en fin, un periodo, de tensión política y político-internacional entre los dos países que refuerza el nacionalismo hispanófobo de Portugal, y solo refluye –aunque aún provisionalmente– en la década de los años veinte.
4 El periodo de construcción liberal de los Estados asiste a un apogeo de los postulados iberistas que diríamos clásicos, bien en su vertiente unionista, bien en dimensión federal. Monárquicos los primeros; republicanos, los segundos. Se inscriben ambos dentro de la cultura liberal imperante, revolucionaria, que fundamenta las realidades nacionales sobre la libre expresión de las poblaciones, y muestra, en las unificaciones de Italia y Alemania, ejemplos atrayentes de grandes realizaciones estatales. Del lado de España, el iberismo no ofrece dificultades de monta porque agranda y fortalece siempre su entidad nacional. Precisamente por eso, en Portugal es mucho más problemático, y tiene como resultante el refuerzo de un nacionalismo teñido de prevenciones frente a las propuestas unionistas del vecino. La realidad acontecida demuestra la fragilidad social y política de la marea iberista. D. Fernando II rechazando el ofrecimiento del trono español vacante por la revolución de 1868; La Comisión 1º de Diciembre (grupo de presión, con significativos vínculos personales al poder, a la que el profesor Matos dedica una treintena de páginas muy bien documentadas) levantando la bandera del nacionalismo reactivo portugués.
5 En el último tercio del siglo, la polémica iberista decae de forma manifiesta. Nada puede extrañar, porque la revolución, dentro y fuera de la Península, había llegado a su término y, con ella, la pleamar del iberismo. Era el tiempo de una gobernanza realista (Cánovas; Fontes), y de un proyecto colonial que, en sus propias dificultades, internas e internacionales, canaliza desde fin de siglo un nacionalismo lusíada, tan exacerbado y popular, que arrastró –y hasta acabó por colocar en su vanguardia– al propio republicanismo. Decae, sí, el iberismo clásico, pero la cuestión ibérica se reformula. Hay que leer con atención las páginas sobre la generación del 70 para apercibirse de la crisis iberista. Pero hay que leer sobre todo el magistral estudio que el autor dedica a Oliveira Martins para captar esa reformulación en toda la hondura y alcance. Imposible reconstruir los atinados análisis del profesor Matos sobre tantos temas capitales como suscita el pensamiento de Oliveira Martins: la naturaleza polémica de la nación “española”; la especificidad de Portugal dentro del conjunto hispánico; la discusión sobre el apogeo y decadencia peninsulares –sus momentos históricos, sus factores.
6 Y, para evaluar el significado de cuanto defiende el insigne polígrafo portugués, siempre la oportuna referencia del profesor Matos a las coordenadas intelectuales externas: al concepto de civilización, extendido fuera (de Voltaire a Guizot) y dentro (Eugenio Tapia, Morón, Menéndez Pelayo, Altamira) de la Península; a la inextinguible leyenda negra, especialmente arraigada en el mundo anglosajón (W. Prescott, H.T. Buckle). Oliveira Martins –explica el autor– distanciado del providencialismo histórico y de la teleología positivista, fue “o primeiro historiador a adotar o conceito de uma civilização ibérica, correspondente ao todo peninsular” (p. 182). Y, apelando a grandes figuras del ensayismo lusitano del XX, puede afirmar que “foi mais longe do que qualquer outro autor português na sua indagação acerca de Portugal” (p. 183). Podría añadirse, sin exageración, que la fórmula del iberismo martiniano representó un antes y un después en las relaciones peninsulares: acabó por resolverlas.
7 Antes, las suspicacias que genera el célebre encuentro republicano de Badajoz (1893), las episódicas y epidérmicas repercusiones de solidaridad generada por las crisis del 90 y del 98, o la más que sospechosa campaña española de “armonía ibérica” (1917), apenas si revelan la defunción de la ortodoxia iberista. De sobra justificada por las iniciativas anexionistas de la España alfonsina en el escenario de la crisis interna portuguesa y la gran crisis mundial (1907-1919). España es el “peligro español”. Pero, entre tanto, la huella del pensamiento martiniano se hace patente en el avance de una metamorfosis de indudable calado, que tendrá su momento de arranque en la inmediata posguerra y constituirá política oficial de la dictadura del general Primo de Rivera. Los conceptos –aireados ya desde fines del XIX– de panhispanismo, hispanoamericanismo, iberoamericanismo recogen, y amplían al mundo de estirpe portuguesa y española, la poderosa herencia del concepto de una civilización ibérica transcontinental (aunque en Portugal, João de Barros o Bettencourt Rodrigues postulasen la marca propia de panlusitanismo).
8 Y, sobre todo, esa reformulación martiniana halla su mejor expresión en la alianza peninsular de António Sardinha: dos naciones políticas, unidas en una proyección internacional común, como reflejo de identidad de civilización. El peninsularismo de António Sardinha, imbuido, como su propio autor, de ideología contrarrevolucionaria, tendría fraternal acogida entre sus homólogos españoles de la futura e influyente Acción Española. Cuando la contrarrevolución se hiciera realidad política en Portugal (tras el derrumbe de la democracia liberal) y en España (bajo la dictadura de Primo de Rivera, y más tarde, en el franquismo); cuando se liquidara el periodo de regímenes antagónicos que siempre estuvo en el origen de la desavenencia peninsular, la fórmula aliancista de Oliveira Martins, retomada en clave ideológica por Sardinha, tendría asegurado definitivo éxito. Resultó también muy importante que los autores de esa fórmula fueran portugueses, y no cualesquiera, sino portugueses ilustres convertidos por largas estancias en España (tanto Martins como Sardinha) y estrecha relación con intelectuales españoles “à lareira de Castela”.
9 No sé si, en la atracción fatal que inspiran tantas y tan complejas cuestiones como suscita este interesantísimo libro de Campos Matos, no habré dejado ya, con mi involuntaria huella, algunas observaciones críticas. Voy a ello. Pienso por ejemplo que hubiera valido la pena resaltar más los encuadramientos históricos –internos e internacionales– de la Península, porque son ellos los que condicionan y motivan en gran medida la intensidad de las pulsiones y la naturaleza de los planteamientos iberistas. Tampoco acabo de explicarme por qué el profesor Matos se detiene en 1931, en vez de abordar toda la década de los años treinta, que interrumpe, en el antagonismo político-ideológico de los respectivos regímenes, la fórmula de entendimiento descubierta por Oliveira Martins, y reforzada, con estratégicas y oportunas dosis de ideología conservadora por António Sardinha. Incluso veo el final de esta historia en el triunfo del franquismo, que reúne a mi juicio esas condiciones fundamentales de paz política peninsular, sintonía ideológica contrarrevolucionaria y homologación (desde 1945) de ambos países en un mismo sistema internacional.
10 Y ya un interrogante final. ¿Por qué no mantener iberismo, en vez de iberismos? En singular, como siempre se dijo, el término sugiere una sustantividad que en plural se pierde, tornándose circunstancial. Ahora bien, lo sustantivo es la persistencia del objetivo unionista final, que da sentido a sus variantes, vías estratégicas puntuales (ideológicas, económicas, políticas, etc.) generadas en la circunstancia histórica. El término iberismo debe entenderse, por tanto, como marco referencial finalista de todas y cada una de sus variantes (iberismos), a las que presta un norte conceptual y un recorrido de larga duración. Que es precisamente lo que hace el autor, contemplando con indudable maestría en cada árbol el conjunto del bosque. E incluso, si la terminología resultase problemática, ¿por qué no expresarla con el título de Iberismo(s)?
11 Nada de esto reduce en lo más mínimo el valor de este sobresaliente libro de Sérgio Campos Matos, no solo muy bien documentado en la abundancia de títulos, de fuentes archivísticas y hemerográficas, sino –lo que suele ser menos frecuente y desde luego mucho más complicado– escrito con erudición e inteligencia interpretativa. El resultado es una obra de altura, que reconstruye con éxito un capítulo fundamental de la historia intelectual portuguesa y española: la que reflexiona sobre el “ser” propio y del otro, mirando a una definición retrospectiva y prospectiva de cada uno y de los dos en el marco conceptual de lo ibérico.
Hipólito de la Torre Gómez – Universidad Nacional de Educación a Distancia, España. E-mail: htorre@geo.uned.es.
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