Historia, memoria y olvido del 12 de febrero de 1818. Los pueblos y su declaración de la independencia de Chile
Reexaminar la historia de la Independencia implica un enorme desafío. La historiografía sobre este periodo ha quedado presa en tradiciones y convenciones impuestas por historiadores del siglo XIX; a ello se puede atribuir que por décadas este tema no despertó gran interés en generaciones posteriores. La emancipación americana fue revisitada con mayor atención en los años del centenario y sesquicentenario, aunque buena parte de los textos producidos en esas fechas poseían un tono conmemorativo y pocos de ellos aportaron nuevas interpretaciones, por lo que ayudaron a reforzar los hechos distintivos del periodo y a exaltar la heroicidad de sus protagonistas.
La historia de la Independencia ha tenido una utilización política al considerarse que dicho proceso demarca el nacimiento de las naciones americanas. Muestra de ello es que, desde mediados del siglo XIX, los textos escolares se usaron como instrumentos para conformar la identidad de los ciudadanos, al inculcar valores patrióticos emanados por los padres de la patria en sus actos políticos y bélicos. Dichas enseñanzas raras veces fueron objetadas. En ese tipo de lecciones podría rastrearse la apatía que muchos sienten por estudiar la historia, pues gracias a esa narrativa caló la idea errónea de que esta consiste en memorizar biografías y batallas.
Como herencia de la historia fundamentada en héroes y acontecimientos político-militares, la Independencia y la memoria asociada a ella perduraron sin ser problematizadas ni incluidas en un análisis que considerara que tales hitos formaban parte de un proceso histórico mayor.
El libro de la historiadora Lucrecia Enríquez tiene como objetivo enfrentar ese desafío. Por ello, está dedicado a revisar el proceso de Independencia de Chile para darle una mirada innovadora que cuestione la historiografía sobre el tema e interpele sus principales acervos documentales. En particular, verifica el grado de precisión con que los historiadores estudiaron y analizaron las fuentes consultadas y cómo sus interpretaciones respondieron a intereses ideológicos. Al respecto, Eric Hobsbawm advirtió a los historiadores sobre el ejercicio actual de su disciplina, en la cual una tarea primordial tendría que ser “la deconstrucción de mitos políticos o sociales disfrazados de historia”.1 Para desentrañar los problemas que motivan este libro, la autora nos muestra diferentes aspectos de la intrincada relación entre historia y memoria, a partir de un método que establece un diálogo entre sus componentes y enseña sus mutuas contribuciones.
En apariencia, el libro de la profesora Enríquez está dedicado a estudiar el 12 de febrero de 1818; sin embargo, la intención no es simplemente analizar lo ocurrido en aquella —ya olvidada— fecha en que se declaró la Independencia de Chile en nombre de los pueblos. Al contrario, la autora realiza una investigación completa sobre el proceso, a través de un ejercicio de intertextualidad. Así, el lector aprende aspectos históricos del periodo, al tiempo que es informado sobre la totalidad de la bibliografía existente, los métodos utilizados para escudriñar documentos de archivo, los debates historiográficos en dos siglos de estudios y las tendencias políticas que determinaron la memoria y el olvido históricos. De esta forma, a partir de los acontecimientos, de lo escrito y del recuerdo —y del olvido— del 12 de febrero, se establece una tensión entre documentos históricos, historia, historiografía y memoria.
Es posible hallar un vínculo entre la obra de Enríquez y el libro La memoria, la historia y el olvido del filósofo francés Paul Ricoeur.2 La similitud más clara está en los métodos que se emplean: la “fenomenología de la memoria”, que permite proponer un diálogo entre dos opuestos: la memoria y el olvido; la “epistemología de la historia”, es decir, los principios, fundamentos y métodos del conocimiento histórico, y la “hermenéutica de la condición histórica”, que se refiere a la interpretación de textos (documentales o bibliográficos). La autora se inspira en el método propuesto por Ricoeur para explicar el olvido histórico del 12 de febrero como el día de la declaración de independencia y aclarar las razones que llevaron a la omisión de una parte fundamental de la historia de Chile, vinculada con esa fecha. Para ello, la autora aborda las confrontaciones entre el “discurso de la memoria” y el “discurso de la historia” desde tres niveles: el documental, el explicativo y el interpretativo.
De acuerdo con el consenso historiográfico, el proceso independentista se inició con la invasión napoleónica en España en 1808. La captura de Fernando VII produjo un vacío de poder que estimuló el movimiento de juntas en América; en este contexto, cobran importancia los cabildos como centros de autoridad local. El cabildo abierto de la ciudad de Santiago de Chile conformó su Primera Junta Nacional de Gobierno el 18 de septiembre de 1810, en la cual la élite criolla declaró la soberanía del pueblo y su fidelidad al rey cautivo. Todo ello, basado en la tradición jurídica que otorgaba derechos políticos a los municipios hispánicos, así que la Junta gobernaría en nombre del monarca mientras existiera el ilegítimo reinado de José Bonaparte en la península.
Durante la conmemoración del 18 de septiembre de 1812, José Miguel Carrera, como presidente de la Junta —cargo que asumió después de dar un golpe de Estado—, emprendió un plan que la autora denomina “sustitución de la memoria” (p. 50). Por medio de una serie de simbolismos, Carrera logró dar al 18 una nueva interpretación, tras adjudicarle un carácter liberal e independiente, rasgos que no había tenido en su momento. De esta forma, se estableció una nueva memoria de los hechos sucedidos en 1810.
Esta demostración de conciencia histórica tal vez fue común en otros contemporáneos del proceso independentista, y un indicio de ello podría ser la forma metódica de gestionar y conservar la documentación que dejaban para la posteridad. El caso de Carrera es paradigmático, pues indica su comprensión del momento histórico que vivía y su percepción de que el pasado dialogaba con el futuro. Así que, en su manipulación de la construcción de la memoria —el inicio de la invención del 18 de septiembre—, él era consciente de que el pasado podía cambiarse.
El 12 de febrero de 1818, primer aniversario de la batalla de Chacabuco, fue la fecha elegida por el director supremo, Bernardo O’Higgins, para que los pueblos de Chile promulgaran la declaración de Independencia. De acuerdo con los documentos consultados por la profesora Enríquez (firmas y libros de registro), O’Higgins obró con cautela para asegurarse de que los vecinos de ciudades y villas dieran su consentimiento a la Independencia, primero por escrito y luego de forma presencial, en la ceremonia sincrónica del 12 de febrero, la cual recogía los emblemas de las juras reales, solo que en esta ocasión sería el pueblo soberano quien le diera legitimidad al acto. Este sería el inicio del Estado chileno independiente.
Hasta 1837 existió en Chile la conmemoración del 12 de febrero como Día de la Independencia. ¿Qué sucedió para que dejara de celebrarse? La fecha llegó a convertirse en una instancia de enfrentamiento entre facciones políticas, pues se vinculaba con la reivindicación de la figura de O’Higgins, caído en desgracia y exiliado desde 1823. Entre tanto, el gobierno conservador, instalado en 1830, inconforme con que en cada 12 de febrero los seguidores de O’Higgins reclamaran su regreso, logró deslegitimar aquella celebración. En efecto, los detractores de O’Higgins cuestionaron la validez del Acta de Independencia de 1818, pues no había sido respaldada por un congreso constitucional y la calificaron como un acto personalista propio de un régimen dictatorial. Así, el 12 de febrero cayó en el olvido y sus contenidos ideológicos fueron traspasados al 18 de septiembre, la cual ya existía como una fecha festiva, lo que se reforzó desde el ambiente político con la significación de la Independencia. De esta forma se construyó una nueva tradición.
Este es un buen ejemplo de una manipulación de la memoria: en la narración histórica se declaró el olvido de un acontecimiento (12 de febrero) y se impuso la rememoración de una efeméride inventada (18 de septiembre). En este caso, el enfrentamiento entre “pelucones” (conservadores), “pipiolos” (liberales) y “o’higginistas” (liberales moderados y terratenientes) fue el escenario en el que se forjaron las memorias para la construcción del futuro de la nueva nación, a partir de la elección de cuáles serían las tradiciones que se querían fomentar y las representaciones del pasado que debían permanecer.
El historiador chileno Luis Valencia Avaria defendió que el Acta de Independencia se habría firmado en la ciudad de Concepción el 1 de enero de 1818 y no en Santiago el 12 de febrero de 1818. A pesar de que los postulados de Valencia Avaria hicieron carrera entre algunos historiadores, la exhaustiva pesquisa documental de Enríquez sacó a la luz que el autor se había basado en escasos documentos que tenían contenidos inciertos e imprecisos, en tradiciones orales más bien dudosas y en las memorias escritas de personajes que no estuvieron allí ni se habían referido al hecho. Esta demostración del uso y abuso de la historia para la falsificación de una tradición histórica con intereses políticos —en la que Valencia Avaria corrió con menos suerte que José Miguel Carrera— constituye un riguroso ejercicio de investigación y reinterpretación de los documentos históricos.
Historia, memoria y olvido del 12 de febrero de 1818 tiene los elementos para animar una nueva senda de estudios sobre la Independencia, una que controvierta y problematice las tradiciones y las memorias que a lo largo de los años han sido replicadas y reforzadas por gran parte de la historiografía, que en su momento no evaluó la veracidad de las fuentes o la intención de los actores históricos e historiadores. Este es el tipo de historia revisionista a la que exhorta la autora, una que no solo polemice las interpretaciones, sino que también verifique los datos de los archivos históricos. Dados todos los alcances de esta obra, además del evidente interés que representa para los lectores chilenos, por su metodología y contenido amerita una divulgación mayor a otros contextos historiográficos.
A partir de la investigación sobre el olvido del 12 de febrero y la construcción de la tradición del 18 de septiembre, la profesora Lucrecia Enríquez abarcó diversos temas, cuyo trasfondo fue el análisis de la relación entre historia y memoria. Puede encontrarse aquí un llamado a los historiadores a rebatir en su labor la forma en que los poderes políticos han usado los hechos para consolidar la conciencia histórica de los pueblos o para declarar el silencio y el olvido sobre el pasado. Según la ideología dominante, se olvida aquello considerado indigno de ser rememorado en la posteridad, mientras que se premia con la memoria lo que se cree merecedor de ser recordado en el futuro.
La complementariedad de los enfoques históricos, historiográficos, documentales y memorísticos de este libro expresa la complejidad y actualidad de este tema. Con frecuencia los historiadores hispanoamericanos se han detenido en la memoria de unas cuantas fechas conmemorativas. Ello ha impedido ver el problema de la Independencia como un proceso en el cual la élite dirigente, que tenía conciencia de los hechos que protagonizaba, fue capaz de establecer su hegemonía a largo plazo, al tener la capacidad de construir para el futuro tradiciones y memorias que formarían la identidad colectiva de los ciudadanos de las nuevas naciones.
Notas
- Eric Hobsbawm, Sobre la historia (Barcelona: Crítica, 1998) 268.
- Paul Ricoeur, La mémoire, l’histoire et l’oubli (París: Seuil, 2000).
Resenhista
Mauricio Alejandro Gómez Gómez – Profesor de la Universidad de Antioquia.
Referências desta Resenha
ENRÍQUEZ, Lucrecia. Historia, memoria y olvido del 12 de febrero de 1818. Los pueblos y su declaración de la independencia de Chile. Rosario: Prohistoria Ediciones, 2018. Resenha de: GÓMEZ, Mauricio Alejandro Gómez. Trashumante. Revista Americana de Historia Social, n.18, p.292-295, jul./dec. 2021. Acessar publicação original [DR]