Este expediente es en memoria de Hayden V. White, quien falleció del 5 de marzo de 2018, a los 89 años. Autor importante en más de un sentido para la reflexión historiográfica, colaborador en varios números de esta revista y persona querida y respetada en el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana, al cual asistió en diversas ocasiones, en 1998 y 2008. Ésta es sólo una pequeña muestra de reconocimiento por parte de algunos de los miembros cercanos de la revista, si bien hay más integrantes del grupo nuclear de Historia y Grafía –Alfonso Mendiola, Ilán Semo, Luis Vergara– que han estado por años siguiendo personal o escriturísticamente la producción del profesor White.
Pocos autores han irritado más a la comunidad de historiadores que Hayden White a lo largo de los más de 40 años posteriores a la publicación de su Metahistory en 1973. Específicamente, las polémicas estallaron en las décadas de 1980 y 1990, ya que antes no era un autor muy conocido, sobre todo en Europa. La mayor parte de los argumentos de estos primeros contendientes se concentran en los problemas de la “narrativización”. En esta primera etapa, encontramos críticas como la de Peter Burke, quien acusó a White de tener una prosa “privada” difícil de comprender.1 También aquí se encuentra la primera embestida al “relativismo” de White, lanzada por Louis Mink.2 A él y a Marilyn Robinson Waldman, White consagró una réplica en forma de ensayo, titulado “The Narrativization of Real Events”, publicada en Critical Inquiry, en el verano de 1981. En ese ensayo, White aclara cómo él no niega la existencia de “acontecimientos reales”, un argumento que repetirá una y otra vez en las controversias en que se ve inmerso.3 Otros debates de esta etapa son los que White tuvo con Fredric Jameson, Arthur Marwick, Gabrielle Spiegel y Alfred Louch, quienes le imputaron haber eliminado el “hecho” real.4
Pero probablemente la polémica sobre el problema de la representación de la Shoá –a partir del libro de Saul Friedlander Probing the Limits of Representation– se convirtió en la etapa de los ataques más virulentos contra White. Figuras del calibre de Paul Ricœur y Carlo Ginzburg discutieron el modelo de White en lo que toca al problema de la “realidad del pasado histórico” desde la noción de “testimonio”. White respondió con la sugerente pero aventurada propuesta de que el “acontecimiento límite” sólo podrá ser representado testimonialmente, es decir, como lo caracteriza Ricoeur, de un modo “más terapéutico que epistemológico”.5
Si bien aquí no hay lugar ni capacidad para que pueda esclarecer semejante madeja de argumentos y contraargumentos, sólo destaco cómo las contribuciones de White en la revista Historia y Grafía son realmente interesantes para la discusión. Particularmente traigo a colación las “Cuatro preguntas a Hayden White” que el profesor Roger Chartier publicara en el número 3, en 1994, a las que White respondió en el número 4 con “Respuesta a las cuatro preguntas del profesor Chartier”, en 1995. En este breve formato de pregunta-respuesta se consigue una claridad que no es tan fácil de seguir en otro formato.
A la primera pregunta sobre si es “contradictorio” utilizar a un mismo tiempo un “determinismo” teórico al “invocar” una cierta teoría del lenguaje y proponer una libertad que se concede a “poetas y otras categorías de escritores creativos”, él responde: “no veo ninguna contradicción entre la idea de que los códigos (lingüísticos o de cualquier otro tipo) en circulación en una cultura dada ponen límites a lo que uno puede decir y la idea de que las opciones entre los códigos pueden hacerse con más o menos libertad, con más o menos plena conciencia”.6
En cuanto a la segunda pregunta, en la que Chartier cuestiona si White ha “abordado un modelo específico de tropología como si fuera inherente a la imaginación de la cultura occidental”, la respuesta es:
Utilicé esta teoría como un modelo para caracterizar diferentes estrategias empleadas por los historiadores decimonónicos, con el propósito de describir, estructurar narrativamente, discutir y, finalmente, dotar de valores sociales y políticos específicos a aquellos acontecimientos del pasado que les interesaban. Más aún, analizaba yo los escritos de los historiadores, no las relaciones entre sus vidas o sus libros y sus contextos específicos.7
La tercera interrogante se refiere al problema de la “realidad” y la “ficción” en el discurso histórico, a lo cual la réplica es: “Uno no puede transformar algo ‘real’, un acontecimiento, una persona, un proceso o una relación o lo que se tenga como función de un discurso, sin ‘novelarlo’, con lo cual quiero decir ponerlo en ‘figuras’ (figurating). La traducción de la sustancia de la realidad en la sustancia del discurso es novelar”.8
Por último, en la cuarta pregunta se entra en el delicado problema del “relativismo” y la “exigencia moral de verdad”, asunto que se agrava cuando se hace trata de los “crímenes perpetrados por las tiranías o, más aún, cuando se refieren al holocausto”,9 a lo que White responde: “Pienso que una actitud consistente respecto al relativismo –por el cual entiendo un relativismo que se aplicaría tanto al propio conocimiento de uno mismo como a los conocimientos de los demás– es el instrumento más efectivo para cultivar la tolerancia. No creo que un relativismo responsable conduzca al nihilismo”, y afirma que se considera un “relativista cultural”.10
Detrás de las preguntas y respuestas que hace ya casi 25 años se esgrimieron podemos observar una parte nodal de lo que ha sido la discusión sobre el estatus del conocimiento histórico y de la disciplina de la Historia. A saber: el problema de la referencialidad y el “realismo ingenuo”, acerca del primer cuestionamiento; la pertinencia de explicitar una teoría desde la cual se analicen las estrategias discursivas de los propios escritos historiográficos para también contextualizarlos e historizarlos en congruencia con lo que es historiar, en el segundo; el problema de la “realidad” y la “ficción” en el discurso histórico, y la necesaria “ficcionalización” de todo discurso, en el tercero; y la crítica de la ciencia –como crítica de la Modernidad– y su supuesta “objetividad” trans-subjetiva, que conlleva a una neutralidad moral, en el cuarto.
White tuvo que pagar el precio de todo pionero: ataques, malentendidos, los propios titubeos y caminos aporéticos, o sea, todo lo que implica abrir brecha. A White le tocó ser “posmoderno” cuando la crítica a la Modernidad apenas se iniciaba abiertamente, y dedicó su larga vida académica a aclarar con gran honestidad sus pasos y retrocesos. Y en este homenaje cabe justamente reconocer su transparente honestidad, pues nunca dudó en reconocer públicamente cuando observaba algún error o falta de claridad en sus propuestas. En ese mismo texto afirma:
No me sorprendí de que los críticos fueran capaces de encontrar incongruencias en mi presentación, algunas contradicciones teóricas e incluso algunas equivocaciones de hecho. El tema, después de todo, es amplio y vehementemente controvertido. Más aún, los hallazgos tenían la intención de que se tomaran como provisionales y sujetos a revisarse por medio de la reflexión o a la luz de la crítica.11
Ahora bien, los tres artículos que integran este expediente, de algún modo inciden en cómo situar y apreciar el trabajo de White hoy, a casi medio siglo de su ya legendaria Metahistory, en este nuevo entorno epistemológico y social.
El texto de Guillermo Zermeño, con el que, por su carácter contextual, abrimos la discusión, presenta un mapeo para ubicar en el presente, a partir de su historia, la obra de Hayden White, con el propósito de explicar la compleja recepción de ésta a partir de la crisis del historicismo de los años sesenta. “Este ensayo trata básicamente de la transformación teórica de la historiografía. Versa sobre los cambios ocurridos a partir de 1960 en la autocomprensión de la historia académica sobre sí misma”, nos dice. Partiendo de un amplio panorama, muestra cómo White va adelantándose a su época en la debridación de diversos problemas. A saber: la necesidad de reconocer el aspecto “metahistórico” de la escritura de la Historia, “sin el cual no son pensables en la historiografía los estilos en el modo de trazar las conexiones explicativas entre el pasado y el presente”. Los límites disciplinarios a los que habían llegado las tradicionales Humanidades, y cómo “la reflexión historiográfica de White busca situarse en un lugar intermedio (entre los extremos), intenta abrir un espacio transdisciplinario (ni puramente historiográfico, ni puramente literario, ni puramente histórico ni puramente filosófico), para pensar y reconceptualizar la historia”. Otro punto, especialmente relevante en el trabajo de Zermeño, es el de la explicación del repudio de muchos historiadores a partir de una simplista adscripción de White a “lo que se conoce no sin equívocos como ‘giro lingüístico’. En algunos casos, llevado al extremo de ubicarlo con sentido peyorativo en el campo del posmodernismo como amenaza para la defensa de las virtudes epistémicas del paradigma ‘científico’ de la historiografía”. Por último, cabría resaltar el revuelo que White ha despertado en la academia de los historiadores, debido a su constante reclamo, frente a la “asepsia” científica demandada por muchos, de la necesidad de aceptar la subyacente postura moral y política que está en la base del discurso. En palabras de Zermeño: “Algunas de las dificultades de su recepción se deben a su espíritu polémico, pero, sobre todo, a la complejidad de su planteamiento y ambición intelectual en vistas a esclarecer la naturaleza del discurso de la historia, desde el punto de vista epistemológico, ético, político-ideológico y lingüístico”.
El artículo de Fernando Betancourt se ocupa justamente de insertar la propuesta de White en un constructivismo ya muy afinado, concretamente en el desarrollado por Niklas Luhmann. Muestra cómo White abrió un camino hacia la “autorreflexividad” de la disciplina histórica. “El envite de White –nos dice– conduce a considerar que la propia investigación de hechos es finalmente historiografía porque está determinada por la operación que la gesta, mientras que lo que la tradición ha denominado ‘historiografía’ consiste en la necesaria función de autorreflexividad llevada a cabo sobre el conjunto operativo y sobre las observaciones que produce”. Desde un sugerente ángulo, retoma “la condición irónica como compensatoria al proyecto de describir la historia como productora de conocimientos objetivos. La tesis central afirma que la actitud irónica es un camino que permite observar lo inobservable de la operación historiográfica y dotarla de un valor reflexivo que, a su vez, le permite reproducir sus estructuras cognitivas”. Así, más allá del “giro lingüístico”, este autor afirma que White, al “recurrir a una cierta teoría literaria como marco para replantear de manera más adecuada los asuntos teóricos de la historia y dirimir sus formas discursivas específicas, se encuentra animado por el filo constructivista”, mismo que define a lo largo de su trabajo.
En mi artículo toco el problema del papel moral de la Historia al dejar supuestamente de ser magistra vitae en favor de su calidad de Historia Ciencia a lo largo del siglo XX, a partir de los cuestionamientos que al respecto hace White en su libro The Practical Past. Enfrentando las categorías de “pasado práctico” y “pasado histórico”, nos explica cómo la Historia perdió su función social de guía de la acción. Pero lo más novedoso e inquietante es que la recuperación del sentido ético de la escritura de la historia contemporánea se basa en el ejemplo de la novela modernista, sobre todo en la novela posmoderna. Tal como lo señalo en el artículo, este tipo de novela ha conseguido la representación de la realidad actual de un modo que la historiografía no ha logrado. No puedo resistir citar aquí nuevamente a Jameson, a su vez referido por White para dar cuenta de este fenómeno: “[L]a novela es el género modernista polivalente por excelencia, el género en el que, a diferencia del romance, el ‘entramado’ muestra la imposibilidad en la historia de una ‘trama’ simple, de alcance global, coherente y comprehensiva, o de un ‘significado’ totalizador”. 12 El “pasado práctico” de los habitantes del mundo actual estaría inserto en un intransparente e impenetrable Presente, con el cual habría de bregar la Historia para recuperar su papel de auxiliar en el otorgamiento del sentido de la vida de los contemporáneos.
Queda, por supuesto, abierta la pregunta de si alguna vez ha sido el Presente para quien lo habita de otro modo, o sea, menos intransparente e impenetrable de lo que nosotros suponemos con nuestros ojos de historiadores.
Notas
1 Cfr. Peter Burke, “Metahistory”, History, 60, núm. 198, 1975, p. 83.
2 Cfr. Louis O. Mink, “Philosophy and Theory of History”, en Georg G. Iggers y Harold Talbot Parker (eds.), International Handbook of Historical Studies, Westport, Greenwood Press, 1979, pp. 17-28.
3 Cfr. Keith Jenkins, “On Hayden White”, en Why History? Ethics and Postmodernity, Londres, Routledge, 1999, pp. 93-98.
4 Cfr. Richard T. Vann, “The Reception of Hayden White”, History and Theory, vol. 37, núm. 2, mayo de 1998, pp. 153-157.
5 Cfr. Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 340.
6 Hayden White, “Respuestas a las cuatro preguntas del profesor Chartier”, en Historia y Grafía, núm. 4, 1995, p. 317.
7 Ibidem, p. 318.
8 Ibidem, p. 320.
9 Ibidem, p. 321.
10 Ibidem, pp. 322-323.
11 Ibidem, p. 323.
12 Hayden White, The Practical Past, Illinois, Northwestern University Press, 2014, p. 96.
Organizadora
Perla ChinChilla – Departamento de Historia-Universidad Iberoamericana México. Correo: perla.chinchilla@ibero.mx
Referências desta apresentação
CHINCHILLA, Perla. Preliminares. Historia y Grafía, n.55, p.9-16, 2020. Acessar publicação original [DR/JF]
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