Con Hacendados Progresistas y Modernización Agraria en Chile Central Claudio Robles viene a llenar una parte del vacío reinante en el que la historiografía agraria nacional se ha sumido desde algún tiempo. Tal como lo indica su título, este trabajo aborda el proyecto de una temprana modernización que el grupo dirigente de los terratenientes chilenos de la segunda mitad del siglo XIX habría intentado en torno a la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), organismo creado en 1869, en el cual estos hacendados se reconocían a sí mismos como “progresistas” y consideraban que sólo mediante su organización era posible trasformar la agricultura heredada del periodo colonial en una moderna, este cuadro de la SNA distará bastante del que dicha organización mostrará unas décadas más tarde cuando se transformará en un núcleo conservador y reaccionario, como se le conoció en el siglo XX. Mediante el análisis de las propuestas expresadas en el Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, Claudio Robles reconstruye el proyecto modernizador de la dirigencia una clase que fue representada por mucho tiempo por la historiografía nacional con cierto aire “feudalizante” y en exceso tradicionalista, especialmente producto de las diferencias ideológicas que en el siglo XX sostuvieron las ciudades con el campo al creer que el atraso en las formas de producción y de tenencia de la tierra heredadas del siglo XIX eran las causas del lento desarrollo de la sociedad industrial latinoamericana.
De acuerdo a lo planteado en la publicación, los intereses de los “hacendados progresistas” habrían estado en la implementación de una serie de reformas económicas, sociales e institucionales que permitieran el desarrollo de una moderna agricultura en Chile, partiendo por la importación y extensión del uso de las maquinarias disponibles en el mercado de ese entonces, ya fuese por la importación o la producción local hecha en fundiciones, considerando las necesidades específicas de la agricultura nacional, el rendimiento y costo de la maquinaria. Así también se planteó una serie de reformas moralizantes de los trabajadores rurales, propia de la ideología positivista que alimentaba las bases del discurso progresista de la SNA, la instalación de escuelas públicas orientada a la instrucción funcional de los jóvenes en las técnicas y tecnologías agrícolas, en vistas a tener una fuerza laboral capacitada. Otras dimensiones del proyecto consistieron en la formación de una opinión pública que abogara por la disminución arancelaria que gravaba a la importación de maquinaria, la presión por la formación de un Ministerio de Agricultura o la inmigración de trabajadores agrícolas calificados.
El origen de la mecanización agrícola se encontraría en la expansión que la agricultura nacional experimentó a mediados del siglo XIX al integrarse a la economía del mercado mundial. En este contexto la llamada “escasez de brazos” impulsó el interés de los terratenientes de integrar maquinaria en la explotación de sus tierras; hasta la década de 1840 la importación de maquinaria estuvo dada en relación a la experimentación, más que a una política de implantación de una producción mecanizada. Los ciclos cerealeros a California y Australia, breves pero intensos, de la década de 1850 y después a Inglaterra hasta 1880, habrían impulsado una incipiente mecanización del agro en circunstancias de disminución de la mano de obra producto de la reciente movilidad espacial que los trabajadores rurales obtuvieron, ya sea trasladándose a las ciudades o el norte del país para trasformarse en mineros. Esta “escasez de brazos” impulsó un aumento en el costo de los jornales de los trabajadores, cuestión que habría resultado en un mejor y mayor empleo de maquinaria para abaratar costos y aumentar la producción. La mecanización de la agricultura nacional sería, de acuerdo a lo señalado por Robles, ajustada a las posibilidades de la oferta tecnológica disponible en el mercado mundial, manteniendo un desarrollo similar en extensión y producción a las de las “viejas agriculturas cerealeras” europeas.
La profundidad y alcance de la mecanización agrícola del periodo 1850-1880 será uno de los ejes centrales de la argumentación del texto. Según Robles, se ha minimizado el rol que jugó el uso de maquinaria agrícola en nuestra historiografía, señalando acertadamente que la agricultura chilena parecía muy atrasada si se le compara con las nuevas sociedades agrarias, Estados Unidos o Australia, países que carecían de mano de obra efectiva, que extendían rápidamente sus fronteras y que desde la segunda mitad del siglo XIX dieron un fuerte impulso a la oferta de maquinaria para subsanar este hecho; pero si la agricultura chilena se le compara con el grado de mecanización alcanzado en Europa, ésta utilizó tanta maquinaria como lo hacía la agricultura europea de la época, siendo sólo un 4 a 10 por ciento de la superficie cultivable cosechada con maquinaria en Alemania, Francia o Bélgica a inicios de 1880.
El proyecto modernizador de la SNA la llevará a establecer alianzas con distintos actores en la búsqueda de la transformación agraria que impulsaban. Robles destaca los vínculos que estableció con las principales comisión house, encargadas del comercio exterior con Chile, con quienes coincidieron en un ámbito tan relevante para los negocios como era la importación de maquinaria y la presión que ejercieron para las modificaciones de las tasas arancelarias sobre las maquinas importadas. El Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura fue el medio privilegiado por el cuál la SNA intentó generar una opinión favorable a una reforma arancelaria que exentara a las maquinas de las tasas arancelarias, esta reforma fue finalmente anunciada en 1877 y promulgada al año siguiente, pero para desazón de los “hacendados progresistas” las tasas de importación de maquinarias sólo bajaron de un 25% a un 15%, indicándose inicialmente que la nueva tasa sería temporal dada la crisis en que la economía nacional se encontraba, cuestión que se extendió hasta 1884 cuando la economía nacional giró hacia la exportación salitrera.
Las ideas señaladas por Robles traen aires frescos a la alicaída historiografía agraria chilena, colaborando en un espacio que prácticamente carece de discusión y que como señala en su introducción, continúa anclado al trabajo de Arnold Bauer, sin mostrar propuestas novedosas o con mayor independencia. En este mismo sentido merece señalar que el mismo Robles, a pesar de haber realizado su tesis doctoral bajo la guía de Bauer, es capaz de mostrar distancia en alguna de las conclusiones de este último sobre la mecanización del agro chileno.
Un uso correcto de ejemplos muy bien escogidos sobre el desarrollo de la mecanización agrícola en Europa, Estados Unidos y Australia permite a Robles situar la agricultura nacional en un mejor lugar de análisis, para destacar de esta forma el grado de profundidad que alcanzó en algún momento la utilización de la maquinaria en los campos chilenos, así como también el discurso ideológico que elaboró la SNA para sustentar el proceso de maquinización. Pese a esto se hace necesario contestar algunas preguntas derivadas de lo anterior.
En primer lugar, si bien el texto versa sobre el grupo de terratenientes que se organizó en torno a la SNA, que se reconocieron a sí mismos como sujetos portadores de un proyecto modernizador y que representan a los grandes terratenientes, no es posible vislumbrar la reacción de aquellos hacendados que no pertenecían a dicha organización y que no intentaron sumarse a la maquinización del agro, que continuaron dirigiendo las labores agrícolas tal como lo habían aprendido de sus padres, que manejaban sus tierras en forma mucho más directa, cara a cara con sus inquilinos y peones, y que generalmente se encontraban más alejados de los centros modernizadores. Vinculado a esto, el énfasis que el autor pone en la introducción de la maquinaria como la vía a la modernización oscurece un tanto la exposición sobre la lenta formación de un mercado de mano de obra libre, cuestión que debería resultar útil en dilucidar, si consideramos que los hacendados progresistas se mostraron –según el texto– a favor del mantenimiento del inquilinaje como forma de vinculo laboral y personal. Finalmente Robles señala que la introducción de la maquinaria presentó variaciones regionales, pero sin profundizar en este aspecto. Dar cuenta de las ideas y reacciones de estos otros hacendados permitiría mejorar de forma más completa el cuadro general sobre el grupo propietario de la segunda mitad del siglo XIX.
Una segunda cuestión que se deriva del texto puede tener consecuencias mucho más amplias que el mero estudio sobre la modernización agraria. Las transformaciones arancelarias por las que la SNA se manifestó a favor de la exención sobre la maquinaria importada y la negativa del Estado a conceder dicha disminución nos llevan a preguntarnos sobre la constitución de la élite decimonónica chilena; por mucho tiempo esta ha sido representada en un cuadro en el cual la clase propietaria rural se superpone al Estado, haciendo que los intereses de clase de ésta sean los únicos que el aparato estatal apoyó, de esta manera la imagen de los propietarios rurales se trasladó del ámbito de lo económico a lo político donde terratenientes y Estado parecen ser inseparables. Pero la negación de una de las mayores aspiraciones del proyecto modernizador de la SNA –la exención arancelaria de la maquinaria– nos obliga a preguntarnos por las modificaciones que este proyecto experimentó y el grado de profundidad que tuvieron los intereses de clase de los hacendados en el estado y los límites de los mismos que chocaron con una razón de Estado que impidió la implementación de un proyecto nacido del seno del grupo de los principales terratenientes nacionales.
Los dos puntos señalados anteriormente nos obligan a preguntarnos por la coherencia ideológica de los proyectos de la elite y las transformaciones a los que fueron sometidos cuando se llevaban a la práctica en la ejecución de los mismos, teniendo en cuenta que están referidos en estos términos en forma exclusiva a las tensiones que experimentaron exclusivamente al interior de la misma clase propietaria, sin considerar las reacciones más amplias que el mundo popular pudo tener a las mismas. En este sentido, con Hacendados Progresistas y Modernización Agraria en Chile Central, Claudio Robles no sólo contribuye a replantear (y lo hace muy bien) un problema tan específico como fue la maquinización de la agricultura en Chile en la segunda mitad del siglo XIX, sino que también abre interesantes preguntas sobre los proyectos de la elite, sus transformaciones y el lugar que juega el Estado en ellos.
Resenhista
Julio Aguilera Ferreira – Núcleo de Estudios Históricos Regionales Comparados. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. E-mail: julioaguileraf@gmail.com
Referências desta Resenha
ORTIZ, Claudio Robles. Hacendados Progresistas y Modernización Agraria en Chile Central (1850-1880). Osorno: Universidad de Los Lagos, 2007. Resenha de: FERREIRA, Julio Aguilera. Tiempo Histórico. Santiago, n.1, p. 155-158, 2010. Acessar publicação original [DR]
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