En enero de 2018 tuvo lugar, en El Colegio de México, el coloquio Hacia una NuevaHistoria de la Vida Cotidiana. En Donde Todos Tenemos Algo que Decir, organizado por elSeminario de Historia de la Vida Cotidiana que la misma institución alberga. Alencuentro concurrió una veintena de estudiosos de la cotidianidad: algunos, los más,habituales del seminario -y de sus publicaciones-; otros, los menos, participantesesporádicos en las actividades del grupo, estudiosos del pasado cuyos trabajos pueden,con cierta facilidad, englobarse en la temática general del seminario. Las conferenciasdictadas, repartidas en seis mesas, terminaron por integrarse en un volumen más de losque, desde hace tres décadas, edita el seminario;1 a la par, Pilar Gonzalbo -cabeza del grupo desde susprimeros momentos de existencia y coordinadora del coloquio- decidió tomar nota de laspreguntas formuladas por los asistentes, agregar las que, regularmente, llegaban a ellavía correo electrónico y redes sociales, y dar respuesta a todas a través de un librodonde, de paso, le permitiera presentar los conceptos que, en términos generales, rigensu quehacer historiográfico. El resultado de sus afanes es Hablando de historia.Lo cotidiano, las costumbres, la historia, al que se dedican estas breveslíneas.
Gonzalbo parte de un par de preguntas simples, con base en las cuales organiza loscontenidos de su texto: 1) ¿cómo hacer frente a las mil y unavicisitudes que aparecen al estudiarse la vida cotidiana desde una perspectivahistórica?; 2) ¿cómo hacer, entonces, la historia de la vida cotidiana?Son preguntas metodológicas. Preguntas que sitúan al estudioso, desde el primer momento,frente a frente con las aristas prácticas de su quehacer, con las dificultades propiasde delimitar un problema de investigación en tiempo y espacio, establecer un conjunto desujetos a estudiar, definir un corpus de fuentes en particular e idear un modo plausiblede escribir lo que resulte de la pesquisa. Entender que el libro tiene un fundamentometodológico resulta de interés en varios sentidos. Primero, porque impide pensarlo comoun texto de carácter teórico -uno que estaría organizado en torno a preguntas como “quées la historia de la vida cotidiana”, o quizá “cómo puede pensarse la historia de lavida cotidiana”- y, por ende, evita formularle preguntas en este mismo sentido. Segundo,porque deja ver con claridad el porqué de sus contenidos, sus alcances e incluso lapoética que lo rige. Tercero, porque da pie para inscribirlo en la órbita del textoredactado por la misma autora hace algunos años,2 lo que permite ver en qué áreas su pensamiento se hatransformado, en cuáles permanece más o menos estático y en qué otras los cambios hansido más bien marginales.
La obra se divide en ocho capítulos. Tres de ellos -los primeros- abordan cuestionesrelacionadas con la conformación de la representación histórica y los alcances de lainterpretación; el papel del lenguaje en la construcción del conocimiento histórico y laimportancia que la perspectiva conceptual asumida por el estudioso del pasado tiene enel tipo de preguntas que se realice -y, por supuesto, en las explicaciones que construyaa partir de ellas; finalmente, los alcances y los límites de las fuentes históricas y larelación que guardan éstas con la objetividad. Aun cuando, en principio, podría parecerque esta tercia de capítulos se dedica a abordar, de forma más o menos profunda, asuntosde corte teórico, lo cierto es que la argumentación termina por recalar en los yamencionados terrenos de la metodología, del quehacer concreto, del ejemplo que ilustra,pero que queda atrapado en sí mismo. No sobra decir que esta misma preeminencia delmétodo sobre otros asuntos determina que los grandes conceptos que estarían ligados a latemática general de la obra -historia, vida cotidiana, historia de la vida cotidiana,incluso historia cultural, campo al que la autora remite sus afanes- sean abordados enapenas unas pocas líneas, lo que suscita algunos problemas, dado que deja en el vacío yel sobreentendido lo que, para una cabal comprensión del texto, debiera ser explicadocon cierta profundidad.
El lado metodológico de la obra se ve con claridad en el resto de los capítulos que laintegran. Todos, sin excepción, poseen una estructura similar, en la que la revisión delos asuntos amplios y complejos es seguida por la exposición de las materias concretasque la práctica historiográfica ha englobado, con el paso del tiempo, en la historia dela vida cotidiana. De esta forma, el cuarto capítulo de la obra aborda la conformaciónde lo íntimo y lo privado y la relación de ambas instancias con la cotidianidad, para deahí reflexionar sobre los distintos modos en los que es posible historizar lossentimientos en general y los miedos en particular. En tanto, el quinto capítulo hablade lo cotidiano como una expresión de la cultura y a continuación ubica, dentro de esamisma cultura, manifestaciones como los modales, el lujo o el vestido. Por su parte, elsexto capítulo expone la condición cotidiana de lo público y lo lleva a la esfera de losmedios, las prácticas religiosas e, incluso, el conflicto y la violencia. El séptimocapítulo, a su vez, se refiere a lo doméstico, lo que tiene lugar dentro de los muros dela casa, lo que se relaciona con la familia y los diferentes modos de aproximarse a suestudio desde la perspectiva de la vida cotidiana. Para cerrar, el octavo capítuloestudia las relaciones entre la cultura, lo popular, el folclor y lo cotidiano, lo quefaculta a la autora para hablar, a vuelapluma, lo mismo de la cultura de masas que delos medios y la tecnología o del lenguaje popular y la identidad.
La organización dada a los contenidos de la obra le permite a la autora hilvanarexplicaciones de manera ágil, sencilla, con buen lenguaje, a fin de que su ulteriorlector tome nota de los obstáculos que aparecen en el camino de cualquiera que se decidaa estudiar la cotidianidad y tenga herramientas para deshacerse de ellos. El tono de losargumentos es íntimo, personal, como si se tratara de una charla amistosa sostenida enun café, lo que con toda probabilidad contribuirá a la buena recepción de lo que laautora sostiene por parte de un lector no particularmente avezado en la materia, sino alque, más bien, se asume como novato en esas lides. Ahora bien, el asunto a dilucidarreside en cómo se consigue esta familiaridad, esta cercanía, esta llaneza del lenguajeque será el vehículo ideal para la transmisión del conocimiento. La respuesta es simple:hablando siempre en primera persona, desde la experiencia propia, desde lo que eltrabajo paciente y constante le ha enseñado a Gonzalbo acerca del quehacerhistoriográfico en general y de la construcción de historias de la vida cotidiana enparticular. Más allá de los conceptos, o incluso los ejemplos, que pudieran proporcionarlas fuentes indicadas en el aparato crítico de la obra -sucinto, incluso exiguo, aunquepreciso-, lo que comunica el texto es aquello que la autora sabe, aquello en lo quecree; aquello que, a lo largo de los años, ha extraído de la madeja informe del saber yha separado luego de encontrarlo correcto, útil y adecuado.
A partir de lo mencionado, resulta de interés preguntarse con quién dialoga PilarGonzalbo a lo largo de los capítulos que dan forma a su libro, si es que tal cosa -eldiálogo con un sujeto ausente, presente sólo a través de la palabra que ha quedadoestablecida en el texto y que puede entenderse, e interpretarse, de muy distintasformas- es posible. O, para decirlo de otra forma, con quién es que,historiográficamente, discute las cuestiones centrales de su texto, los asuntos queconstituyen lo cotidiano, los métodos susceptibles de emplearse para el estudio de lahistoria, las posibilidades que brindan los vestigios del pasado de los que es posibleechar mano. A simple vista parecería que esos interlocutores, esos individuos a los quepor igual interpela o de quienes toma ideas que permitan apoyar sus argumentos, son losque se encuentran consignados en las notas a pie de página, donde desfilan nombres depeso y prosapia como Foucault, Elias, Heller, Chartier o Benjamin, entre varios más. Esoparecería obvio y, además, le conferiría a la obra una solidez considerable; sinembargo, al leer con detenimiento el texto y, sobre todo, al analizar por dónde semueven los argumentos de Gonzalbo -o sea, las respuestas a las preguntas que le han sidoformuladas en diferentes contextos-, sale a la luz el hecho de que no existe talinterlocutor. O, más bien, existe, pero no es quien podría pensarse en primerainstancia. El aparato crítico cumple con su función retórica habitual de convencer allector de que, más allá del escrito, existe un argumento probado y autorizado quelegitima lo que ahí se ha expuesto. No obstante, lo que de modo formal aportan loscontenidos de las notas a pie de página es escaso: se trata sólo de títulos y autoresposeedores de un peso incuestionable, pero que no terminan de conectarse con las ideasvertidas en el texto por la simple razón de que no funcionan como fuente deexplicaciones de cualquier clase -sean amplias y profundas o incluso elementales-, sinoúnicamente como un conjunto de nombres a los que el lector dota de significado e integraa su lectura en la medida en que le dicen algo y lo remiten a un supuesto o una idea,pero no porque ese supuesto o esa idea resuenen en lo mostrado por Gonzalbo. Ellos,entonces, no son los entes con los que dialoga la autora, no son con quienes discute, noson el referente, el punto de arranque o el objeto de la discusión. Por ende, es posibleafirmar, sin demasiadas complicaciones, que la interlocutora, la persona con la quedialoga Pilar Gonzalbo, es ella misma, con base en su configuración como autoridad y enel peso específico que ha adquirido dentro del campo de estudio en el que se mueve.
Al observar el modo en el que la autora se remite a los libros que ha editado -con elconcurso de los participantes del Seminario de Historia de la Vida Cotidiana- y, enparticular, a los temas que ha abordado, a las preguntas que se han realizado, a lasfuentes que ha consultado y a los procedimientos que ha empleado para dar salida a todoello y convertirlo en explicaciones históricas, es perceptible que todo está organizadode forma tal que parecería que sus posiciones historiográficas no han variado a lo largodel tiempo. En este sentido, se trata de un diálogo que es todo congruencia, todoarmonía, todo diafanidad. No hay asperezas en él, no hay contradicciones, no hay virajesbruscos o siquiera cambios de rumbo sutiles: cualquier texto del pasado permite darrespuesta a las preguntas que, en el presente, se hace la autora, o le hace alguien más,porque las ideas son las mismas. Como si el diálogo no tuviera lugar de forma diacrónica-lo que implicaría la existencia de diferencias entre el pasado y el presente- y, enlugar de ello, se estableciera en lo sincrónico, donde no hay ninguna dificultad almomento de considerar las ideas expresadas en textos más o menos antiguos porque, al finy al cabo, son las mismas que se defienden en el presente. Este proceder dota decongruencia a la explicación y le resta asperezas quizá innecesarias, dado que eliminala necesidad de explicar las transformaciones sufridas por el propio pensamiento a lolargo del tiempo. Sin embargo, son precisamente estas explicaciones las que el lectorinteresado en la materia estaría esperando, más aún si se trata, como se comentó en suoportunidad, de alguien que se inicia en las lides del quehacer historiográfico y quieresaber -necesita saber- cómo es que se construyen los conceptos desde los que trabaja elhistoriador, qué es lo que puede llegar a modificarlos, qué implicaciones tiene -en elcorto y el mediano plazos- esta alteración de lo que se piensa en relación con el pasadoy con el modo en el que se encara ese pasado. Cómo es, en suma, que se verifica eltránsito intelectual de alguien que, si bien centra sus esfuerzos en la dilucidación deun conjunto más o menos específico de problemas históricos, no tiene, en todo momento,la misma perspectiva en relación con eso a lo que se enfrenta.
Notas
1 Pilar Gonzalbo Aizpuru (ed.), La historia y lo cotidiano, México, El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos-Seminario de Historia de la Vida Cotidiana, 2019.
2 Pilar Gonzalbo, Introducción al estudio de la vida cotidiana, México, El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 2006.
Resenhista
Alfredo Ruiz Islas – Departamento de Historia-Universidad Iberoamericana. México. Correo: aruizislas@gmail.com https://orcid.org/0000-0002-6285-5595
Referências desta Resenha
GONZALBO AIZPURU, Pilar. Hablando de historia. Lo cotidiano, las costumbres, la cultura. México: El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 2019. (La aventura de la vida cotidiana. Historia–teoría y método, 7). Resenha de: ISLAS, Alfredo Ruiz. Nuevas (y no tan nuevas) aproximaciones a la historia de la vida cotidiana. Historia y Grafía, n.55, p.167-172, 2020. Acessar publicação original [DR/JF]
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