FUNARI, Pedro Paulo A.; ZARANKIN, Andrés; STOVEL, Emily. (Ed.). Global Archaeological Theory. Contextual Voices and Contemporary Thoughts. Nueva York: Kluwer Academic/ Plenum Publishers, 2005. Resenha de: GNECCO, Cristóbal. Intersecciones en Antropología, Olavarría, n.7, ene./dic., 2006.
Global archaeological theory reúne veinte artículos (además de la introducción y la discusión) teóricos sobre distintos temas y campos de intervención de la arqueología actual; nueve de ellos fueron publicados (en español y portugués) hace siete años en las memorias de la I Reunión Internacional de Teoría Arqueología en Suramérica. Si consideramos que quince de los veinte artículos fueron escritos por arqueólogos suramericanos hay que empezar por señalar que este es un libro singular (y atrevido) porque por primera vez una editorial prestigiosa y de amplia circulación internacional publica (en inglés) un libro de teoría arqueológica dominado, por lo menos demográficamente, por intelectuales no metropolitanos y no anglo-parlantes.
Puesto que las virtudes y defectos del libro son globales (como su título), es decir, de la totalidad del texto y no de la particularidad de los artículos que contiene, sólo haré alusiones generales; en cualquier caso no tendría sentido presentar los argumentos básicos de cada uno de los artículos (lo que hacen las reseñas convencionales sobre libros colectivos) porque esa tarea ya fue hecha por los editores en la Introducción. Además, mi labor de reseñista se ve limitada (y alterada, seguramente) por el hecho de que el libro ya incluye una buena reseña (la Discusiónque cierra el volumen, escrita por Matthew Johnson) que ofrece argumentos que comparto. Aunque mi lectura del libro editado por Funari, Zarankin y Stovel no escapa de los prejuicios producidos por la maldición intertextual espero discutir asuntos que Johnson no cubrió o apenas mencionó al pasar.
La importancia del libro descansa en (a) su amplitud temática y variedad de puntos de vista teóricos, lo que pone en evidencia la apertura de la arqueología contemporánea, y (b) en el hecho de que fue concebido y producido desde un lugar no tradicional de enunciación (que podemos llamar periférico). Los dos aspectos están interrelacionados porque la apertura arqueológica no sólo es disciplinaria (lo que permite interpretaciones diferentes, originales y creativas) sino también política (lo que hace posible una participación más amplia y horizontal de distintos actores en la producción, circulación y consumo de discursos arqueológicos). Este libro es producto de esa apertura; sin embargo, un texto que se auto-inscribe en el descentramiento de la producción discursiva y que se ufana de presentar «una mirada desde la periferia» debería ser sensible a los actos simbólicos. El hecho de que los artículos que preceden y anteceden a los demás (encerrándolos entre sus brazos protectores) hayan sido encargados a dos prominentes arqueólogos ingleses (Thomas y Johnson), identificados con las tendencias más críticas y reflexivas de la arqueología contemporánea, puede ser leído como una suerte de bendición que las autoridades establecidas (no importa que tan iconoclastas sean o, para ser más justo con la historia, hayan sido) otorgan, benévolamente, a la madurez de la teoría arqueológica periférica. Quizás Johnson comparta este comentario si llega a leerlo, aunque lo dudo (no dudo que lo comparta, aunque también, sino que lo lea; bien sabemos que nuestra principal desventaja -¿desventaja?- es escribir en español, un idioma apenas vernáculo en el mundo del colonialismo académico); de lo que sí estoy seguro es que comparte conmigo (aunque debería decir, mejor, que comparto con él para respetar la precedencia intertextual) la idea de que los editores hacen sobre-valoraciones indebidas que configuran un horizonte moral que no se realiza, por lo menos no en este libro.
La Introducciónresalta dos asuntos (el compromiso político y la acción crítica) que no están cubiertos por todos los artículos o que sólo son mencionados marginalmente por algunos; este hecho produce una afirmación exagerada que milita en contra de la integridad teórica y de la originalidad del libro y de su capacidad de convertirse en un punto de inflexión en la abundante literatura teórica en arqueología (cada vez más numerosa y cada vez menos original). La “posición política crítica”, que los editores presentan como una de las características más importantes de la arqueología progresista (los editores la llaman «postprocesualista » pero ese término es demasiado general, impreciso e indigno de una ortodoxia que debería garantizar, por lo menos en el generoso universo de la nominación, la sucesión crítica de una heterodoxia esperada que habría de llamarse, pedregosamente, post-postprocesualismo), no aparece en varios artículos (la mayoría) que sólo (¿sólo?) discuten asuntos disciplinarios, aunque con gran sofisticación teórica. Este hecho podría acomodarse señalando que algunos artículos son sensibles a la consciencia política y, quizás, al compromiso político (los textos de Ana Cristina Piñón Sequeira y Lúcio Menezes Ferreira, por ejemplo); el llamado post-procesualismo, después de todo, es un bazar inmenso y desigual que agrupa perspectivas variadas, muchas de las cuales no se han preocupado por la dimensión política de su discurso en el presente y el futuro aunque se hayan preocupado por la política en el pasado.
La otra afirmación exagerada es consecuencia de la primera: no entiendo el énfasis en acción y crítica, señalado por los editores como una característica saliente del libro (es decir, de los artículos que lo componen). El énfasis en acción es una herencia del materialismo histórico, incapaz de concebir la práctica por fuera de la transformación que pone en movimiento. Si por acción los editores entienden el compromiso y la conciencia política (como mi lectura de la Introducción me lleva a creer) entonces lo menos que puedo decir es que la mayor parte de los artículos hace caso omiso del horizonte praxeológico. ¿Cuál es el propósito y el sentido de hablar de acción si sólo queda enunciada? Una posibilidad, que no hacen explícita los editores, es que la idea de acción abordada en los artículos provenga de la perspectiva de agencia, tan popular en la arqueología contemporánea. Las teorías centradas en agencia recuperan (o adoptan por primera vez) la centralidad del individuo en la red de significaciones que llamamos cultura y su capacidad de transformarla continuamente. Las dos ideas son en apariencia similares (al fin y al cabo las teorías sobre agencia reconocen una deuda genealógica con el materialismo histórico) pero las separa una diferencia prominente: mientras la concepción marxista de la acción es política en el presente las perspectivas de agencia en arqueología son, generalmente, política en el pasado (es decir, política desde una perspectiva disciplinaria auto-contenida, no contextual). Algo similar pasa con la significación otorgada a la crítica. Si los artículos del libro tienen una perspectiva crítica ésta es disciplinaria en el sentido de que buscan expandir los límites de las interpretaciones arqueológicas, constreñidos por la estrechez de la mirada científica; su dimensión crítica, sin embargo, no es contextual. De cualquier manera, entonces, el énfasis en acción y crítica es exagerado o sólo enunciativo; como agenda es fundamental, como señalaré enseguida, pero no se desarrolla en este libro.
La Introducción, que expresa el propósito deliberado de los editores (y, uno podría esperar, también de los autores de los artículos, aunque este no es el caso) señala que la mirada desde la periferia, que este libro representa de una manera casi fundacional en términos de su aparición en el mundo académico metropolitano, es fundamentalmente crítica porque “las experiencias y condiciones críticas engendran pensamiento crítico”. Puesto que la afirmación no tiene solidez lógica (muchas condiciones críticas no generan pensamiento crítico; la marginalidad no siempre es sinónimo de reflexividad y de consciencia) habría que decir, mejor, que las propuestas desde la periferia deben ser críticas. ¿Por qué?; ¿cuál es el sentido de este imperativo moral? La conciencia periférica (a pesar de las críticas que pueda hacerse al modelo centro-periferia por ingenuo y poco realista en su análisis de la producción y reproducción cultural) es política y resulta básica en los procesos de descolonización. ¿Es crítica, reflexiva y contestataria la producción cultural periférica? No siempre; mucha producción periférica, como es el caso de varios artículos de este libro, no se aparta de la complacencia que caracteriza el consenso disciplinario edificado en los centros metropolitanos. ¿Debe ser crítica, reflexiva y contestataria la producción cultural periférica? Este ya es otro asunto (situado, cómodamente, en el pantanoso terreno del moralismo) y la respuesta exige un contundente sí porque la conciencia periférica debe llevar a entender (y contestar) la condición colonial contemporánea. Este libro, concebido y producido desde un lugar no tradicional de enunciación (lo que lo situaría, de entrada, en una posición privilegiada para el ejercicio crítico), poco contribuye a la descolonización de la disciplina y de las sociedades cuya historia (y con ella su identidad y su proyecto de vida) fue conculcada por el aparato cronopolítico occidental (del cual la arqueología forma parte prominente); aunque es cierto que no tendría porque haberlo hecho (no todos los arqueólogos están interesados en los proyectos descolonizadores) resulta paradójico que aparezca como un propósito de los editores.
Hasta ahora he dicho lo que el libro no es y quizás esa perspectiva pueda ser vista como malintencionada: siempre es posible esperar más de algo porque el universo del deber ser es un inmenso campo abierto en el cual cabe de todo, incluso lo menos indicado; siempre es posible esperar que algo sea como se quiere, no como realmente es. Lo que he dicho que el libro no es, sin embargo, está basado en lo que los editores señalaron como el horizonte moral de su trabajo y en mínimos esperados de una enunciación hecha desde la periferia. Hecha esta observación ahora diré lo que el libro es. Muchas reseñas terminan pareciéndose al libro de balances contables de una empresa manejada con rigor y con cierta posibilidad de éxito: las pérdidas no son mayores que las ganancias. Esta reseña no es distinta porque crea que la excepcionalidad es innecesariamente iconoclasta ante los ojos canónicos (lo que neutraliza su efecto) ni porque piense que el ejercicio crítico se ve mejor servido en la apología que en la denostación (lo que puede resultar complaciente) sino porque este libro es un objeto importante por dos razones. La primera ya la dije, pero la usé para argumentar sobre su carencia; así que la repetiré, pero mostrando su bondad: este libro contribuye a descentrar la producción de los discursos arqueológicos. Los editores del libro lo inscriben, con razón, en la tradición que inauguró la propuesta abierta y pluralista del WAC, es decir, el descentramiento disciplinario desde los centros tradicionales de enunciación (Europa occidental y Estados Unidos) hacia varios otros lugares, no sólo geográficos (como América Latina) sino también culturales (como los movimientos sociales). El descentramiento contesta la vieja idea de que las colonias producen la cultura mientras la metrópoli produce los discursos intelectuales que la interpretan, auto-asumiéndose como el único lugar legítimo de enunciación. El resultado de esa idea fue un patético colonialismo académico que devaluó las posibilidades locales de formación y de interlocución. Por eso es refrescante para la arqueología que su horizonte de producción se expanda y que aumenten las propuestas de interpretación que involucran nuevos actores. En el mundo multicultural, que organiza la sociedad en marcos de diferencia más rígidos y circunscritos que durante la modernidad, el espectro arqueológico está siendo ampliado y los lugares de su enunciación desplazados y contestados. Aunque el multiculturalismo es el signo de los tiempos el pluralismo (definido como la expresión horizontal de la diferencia) es una moneda de poco uso que debe ser construida, promovida, discutida y consensuada constantemente, muchas veces en medio del conflicto productivo; la enunciación desde la periferia (como la que hace este libro) apuesta por la utopía pluralista y por sus posibilidades de realización.
La segunda razón es de índole académica, pero no por ello menos importante. Los artículos del libro se inscriben en la batalla (que unas veces parece ganada, como cuando aparecen textos como este, y otras perdida, como cuando contemplamos la falta de creatividad e imaginación de la producción arqueológica dominante, por lo menos en términos estadísticos) entablada contra la rigidez y la predictibilidad de la ortodoxia eco-funcionalista; varios de ellos hacen propuestas inteligentes y originales que abren las fronteras de la interpretación.
Global archaeological theory debe ser leído por lo que propone, por lo que logra e, incluso, por lo que deja de hacer. No es frecuente que libros así aparezcan en la literatura arqueológica mundial. No es una ingenuidad chauvinista creer que señala un camino abierto en el cual la dominación y la arrogancia de la arqueología metropolitana sea enfrentada, cuestionada y debatida.
Cristóbal Gnecco – Cristóbal Gnecco. Departamento de Antropología, Universidad del Cauca, Colombia. E-mail: cgnecco@unicauca.edu.co
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