En el centro de la ciudad de México (en la calle de Venustiano Carranza) se encuentra el imponente edificio que fue la casa de Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués del Jaral de Berrio y su esposa Ana María de la Campa Cos, condesa de San Mateo de Valparaíso. Su fachada de cantera gris (chiluca) y tezontle con detalles de Talavera no pasa desapercibido. 1
Se pensaría que los fondos para construir tal palacio provenían de la minería o el comercio internacional, aunque en realidad el dinero salió de la venta de ganado en varios mercados, como la ciudad de México, en específico el rastro de San Antonio Abad (hoy una parada de metro). Además, en otras ciudades abastecía de insumos, por ejemplo, a Querétaro llevaba lana. Si bien el modelo del minero-comerciante fue establecido por Brading (2004) desde 1971, y había advertido que una de las inversiones era en la tierra y posteriormente él mismo se centró en los hacendados de la región de León (1988), no hubo interés propiamente en el destino de la producción de estas unidades, aunque tampoco era su objetivo.
Los San Mateo de Valparaíso y los Jaral de Berrio eran ganaderos de carne ovina, una inversión más estable que la minería, como lo muestra Ana Guillermina Gómez, quien hace un estudio sobre el papel empresarial de esta familia de la élite, que incluye las unidades de producción y su organización, el transporte de ganado y las redes establecidas con una serie de agentes. Muestra que los marqueses y condes se preocupaban en hacer prosperar sus negocios, para lo cual se valían de una extensa red de colaboradores.
Al ser unos personajes ya abordados por la historiografía, sobre todo por Frédérique Langue (2005a y 2005b) quien hizo sendos análisis de las redes de sociabilidad y clientelismo de los Campa y Cos, además de otros autores que los mencionan ¿Qué se podía aportar de nuevo? Una nueva mirada desde la historia empresarial: dueños de haciendas, preocupados por sus ganancias y que devinieron unos verdaderos empresarios. Por tanto, la consulta de varios archivos e intentar entenderlos no desde sus estrategias familiares sino desde las económicas, hace la diferencia. La autora consultó sobre todo los archivos Histórico Banamex, fondo Marqueses de Jaral de Berrio, e Histórico de la Ciudad de México, entre otros, que le ofrecieron varias evidencias sobre el abasto de ganado.
En el capítulo uno, además de los antecedentes de la familia, nos enteramos de que el segundo marqués del Jaral de Berrio, Miguel de Berrio y Zaldívar, murió en 1779 y su esposa Ana María vivió hasta 1804, es decir 25 años más. Según Gómez Murillo, Ana Campa debió aprender de su marido que las haciendas debían tener una efectiva administración, lo cual hizo con exactitud, además que era una gran conocedora de la normatividad. Al morir su esposo, muchas de las decisiones de la familia recayeron sobre de ella. No actuó sola, tuvo una serie de asesores, entre quienes estaban los maridos de sus nietas y otros agentes de cierto peso, como un procurador del número en la Real Audiencia, un miembro del Consulado, los administradores de sus haciendas, etc. Una perspectiva de género quizá hubiera contribuido a poner el foco de atención en la condesa y describir más sus actividades como hacendada y sus vínculos, sobre todo clientelares. La pareja tuvo una hija, Mariana.
Mariana heredó el mayorazgo y se casó con un italiano estafador y embaucador. El matrimonio mandó construir un palacio para Mariana y su esposo, el palacio del Jaral hoy conocido como de Iturbide, oficinas de Banamex. Tuvieron cinco hijos (dos murieron) y fue el hijo menor, Juan Nepomuceno, quien heredó el vínculo y los títulos de la familia. Llama la atención que Juan Nepomuceno se casó con una muchacha que no llevó dote alguna. Otra de las hijas de Mariana, Guadalupe, aportó 600 mil pesos al matrimonio y el marido nada. De la tercera nieta no se específica en qué términos se casó, quizá los dos primeros eran tan ricos que podían permitirse casarse sin exigir dote del cónyuge. Para cerrar la genealogía las hijas de Guadalupe se unieron en matrimonio con los hijos de Juan Nepomuceno (sus primos), lo que nos indica una estrategia endogámica para mantener lo más unido posible el patrimonio familiar.
Entonces se comprende que fue a través de la institución del mayorazgo que se vinculó la tierra y otras propiedades, cuestión a la que Ana Gómez le dedica varias páginas. Muestra además que algunas de sus prácticas para hacerse de tierras de los indios no siempre eran honestas.
En el capítulo dos describe el sistema de haciendas, situadas en Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro y Estado de México, productoras de ganado ovino, caprino y vacuno. En internet se lee una historia que dice que Miguel de Berrío había tenido 99 haciendas y que su nieto Juan Nepomuceno, al tener 99 hijos ¡había podido darle una hacienda a cada uno!2 En el corazón de las haciendas estaba la llamada Jaral, en Guanajuato, desde donde se enviaban carneros a la ciudad de México en un viaje que duraba 13 días. Las propiedades estaban dispersas, pero, al mismo tiempo, todas hacían parte de un mismo entramado, de tal forma que sería posible regionalizar a partir de estas propiedades, como una hipótesis a demostrar, en palabras de van Young (1997). La misma Ana Gómez menciona que se le quedó como un tema pendiente estudiar el uso de los recursos naturales en las zonas de explotación ganadera, pudiéndose perfectamente hablar de una región económica de los Mateo de Valparaíso y Jaral de Berrio.
La autora demuestra un hecho relevante: que el marqués también proveía otras haciendas hacia el norte, como la de Santiago de Avino, en Pánuco, Durango, propiedad de Manuel Aldaco, por lo que la ruta del ganado no sólo era bajar a la ciudad de México sino también subir hacia el norte.
El capítulo tres está dedicado al abastecimiento de carne. En Nueva España les encantaba la carne y era más barata que en España, así que quienes la vendían para sacar provecho debían hacerlo en grandes cantidades. El sistema de venta de carne funcionaba a través de una figura llamada obligado, es decir la persona que obtenía el monopolio sobre el abasto (por compra), como privilegio también tenía el estanco de sebo, aunque el sebo era mucho más difícil tenerlo controlado, pues se podía vender ilegalmente. Por ejemplo, el primer conde de San Mateo de Valparaíso – Fernando de la Capa y Cos, padre de Ana María-fue obligado de la carne en el cabildo de la ciudad de Zacatecas casi 20 años, esto a principios del siglo XVIII, y hacia la década de 1730 ya se observa su participación en el rastro de san Antonio Abad. Así que dejó el camino allanado para sus sucesores. En ciudad de México había varios obligados, dada la vastedad del mercado. El segundo conde, Miguel de Berrio, empezó a participar en la década de 1750. Existía gran competencia por conseguirse un lugar ahí y por controlar las tablas de carne. A partir de la década de 1780 hubo cierta crisis en el abasto de México pues los intermediarios y regatones (quienes compraban de mayoreo y vendían al menudeo) aumentaron, así como el abuso en el despacho de la carne, al servir de menos, así que el marqués buscó otros mercados en Guanajuato.
Entendemos que las ediciones universitarias no permiten ningún lujo, ni el árbol genealógico, ni el mapa, ni el esquema de relaciones del conde y la marquesa son legibles, lo cual es una verdadera lástima, porque nos perdemos los vínculos familiares y las redes, que debieron costarle a la autora varias horas de trabajo. Tampoco fueron incluidos los apéndices de documentos que se prometen en algún momento. Aunque la serie de retratos, por razones obvias de presupuesto y permisos, tampoco están, pueden ser consultados por internet, y en la página del Foro Valparaíso es posible realizar acercamientos al retrato de la condesa Ana María de la Campa Cos: la exquisitez de los encajes de su vestido y la belleza de las joyas nos deja pasmados. 3 Así que primero a leer el libro de Ana Gómez, y luego, a la primera oportunidad, a visitar el foro, la que fue la casa de la otra Ana.
Notas
1 Hoy convertido en el Foro Valparaíso y en donde se puede admirar un magnífico retrato de doña Ana.
3 https://www.banamex.com/valparaiso/index.html
Referencias
Brading, D. (1988). Haciendas y ranchos del Bajío, León 1700-1860 [1978]. México: Grijalva-Enlace.
Brading, David (2004). Mineros y comerciantes en el México Borbónico (1763-1810) [1971]. México: Fondo de Cultura Económica.
Langue, F. (2005a). «¿Estrategas o patriarcas?», Nuevo Mundo Mundos Nuevos, BAC – Biblioteca de Autores del Centro, Langue, Frédérique. http://journals.openedition.org/nuevomundo/630
Langue, F. (2005b). Los grandes hacendados de Zacatecas: permanencia y evolución de un modelo aristocrático, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, BAC – Biblioteca de Autores del Centro. http://journals.openedition.org/nuevomundo/631
Van Young, E. (1997). Haciendo historia regional. Consideraciones metodológicas y teóricas. En P. Pérez Herrero (comp.), Región e historia en México (1700-1850). Métodos de análisis regional (pp. 99-122). (Antologías Universitarias). México: Instituto Mora.
Resenhista
Laura Machuca Gallegos – Centro de Estudios Superiores en Antropología Social-Unidad Peninsular, México. E-mail: laurama@ciesas.edu.mx https://orcid.org/0000-0002-0179-3212
Referências desta Resenha
MURILLO, Ana Guillermina Gómez. Ganaderos novohispanos del siglo XVIII. Los condes de San Mateo de Valparaíso y marqueses del Jaral de Berrio. Jalisco: Universidad de Guadalajara, 2019. Resenha de: GALLEGOS, Laura Machuca. Secuencia. Reseñas, 2022. Acessar publicação original [DR/JF]
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