En su libro Anti-Dühring, Engels argumentó que, con Hegel, la filosofía había llegado a su fin, y que, para la filosofía, que había sido expulsada de la naturaleza y de la historia por las ciencias naturales y sociales, “sólo queda el reino del pensamiento puro, en lo que aún queda en pie de él: la teoría de las leyes del mismo proceso de pensar, la lógica y la dialéctica”. Engels enumeró tres “leyes de la dialéctica” en Dialéctica de la naturaleza: (1) “La ley de la transformación de la cantidad en calidad y viceversa”, (2) “La ley de la interpenetración de los opuestos” y (3) “La ley de la negación de la negación” (Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, ed. Grijalbo, 1961, p. 41, citado en Kangal, p. 168). Esto puede parecer un poco intimidante, pero en realidad las ideas básicas de la dialéctica no son difíciles de comprender.
Consideremos por un momento esas misteriosas leyes dialécticas. Como buenos materialistas, postulamos que al principio existía la realidad objetiva, el mundo material. Pero luego, después de 13.800 millones de años de evolución, el universo dio a luz no sólo a la vida, sino a una especie como el homo sapiens, con el potencial sin explotar de pensar un poco. Por lo tanto, tenemos que postular la existencia de algo separado y opuesto a (pero al mismo tiempo parte de) la realidad objetiva, a saber, un sujeto potencialmente inteligente, lo que en la jerga filosófica se denomina una determinación o negación del primer postulado, la realidad objetiva libre de un sujeto. En el proceso de intentar dar sentido al mundo exterior para sobrevivir y desarrollarse, ese sujeto a su vez niega esta negación, produciendo una representación subjetiva de la realidad objetiva, que es en sí misma contradictoria y sujeta a cambios con las circunstancias cambiantes tanto de los objetos como del sujeto. Este conocimiento, a su vez, se produce y almacena en su cerebro, lo que presupone la existencia de leyes físicas, químicas y biológicas, pero no es reducible a ellas, de la misma manera que los sonetos de Shakespeare no son reducibles a la gramática inglesa–en otras palabras, presupone la existencia de una serie de saltos cualitativos. Una cosa es, por supuesto, entender los conceptos básicos de la dialéctica y otra completamente diferente tratar de entender los escritos en los que Hegel utiliza el método dialéctico para construir su sistema filosófico, a saber, Phänomenologie des Geistes, Wissenschaft der Logik y Enzyklopädie der philosophischen Wissenschaften, preferiblemente en el original alemán, ya que la transición de una categoría a otra en el sistema hegeliano a menudo se realiza mediante un juego de palabras en alemán. Entonces llega la noche oscura del alma. En una carta a Engels fechada el 16 de enero de 1858, Marx argumentó que “si alguna vez vuelvo a tener tiempo para este tipo de trabajo”, tenía la intención de explicar el método dialéctico, “que Hegel ha descubierto, pero al mismo tiempo mistificado”, en un folleto de 50 páginas. Marx, sin embargo, encontró un uso más productivo para su tiempo, involucrándose en una polémica de 200 páginas con alguien llamado Vogt, por lo que no nos queda otra alternativa que internarnos en esa Casita del Horror con la esperanza de salir de alguna manera vivos, cuerdos y en posesión de esas 50 páginas de sabiduría. Sin embargo, no toda esperanza está perdida. Podemos ver el método dialéctico en acción en las ciencias sociales en El capital de Marx, donde guía su análisis de la dinámica de la sociedad capitalista, desde las categorías más abstractas de la economía política (el carácter dual del trabajo productor de mercancías) hasta las más concretas (la lucha de clases por la plusvalía). Y luego están los escritos de Engels, en particular su intento inconcluso de mostrar cómo las leyes de la dialéctica se revelan en las ciencias naturales. El origen, la recepción y la exégesis de esta serie de manuscritos, reunidos en un solo volumen bajo el título Dialéctica de la naturaleza, son el tema del libro de Kangal. Aporta las citas relevantes de Engels sobre la naturaleza de la empresa que estaba emprendiendo, a saber, “la labor de sacar de la lógica hegeliana la médula que encierra los verdaderos descubrimientos de Hegel en este campo, y de restaurar el método dialéctico despojado de su ropaje idealista, en la sencilla desnudez en que aparece como la única forma exacta del desarrollo del pensamiento” (Engels, “Reseña de Karl Marx. Contribución a la crítica de la Economía Política”, agosto de 1859, citado en Kangal, p. 107). Cualquiera que haya pasado por la experiencia de leer sistemáticamente los escritos de Hegel sabe lo agradecidos que debemos estar con Engels por intentar dicha empresa, aun si no fue capaz de concluirla. Kangal es un estudioso erudito que puede leer alemán, ruso, chino, inglés, turco y toda una serie de otros idiomas, y que proporciona una descripción sumamente rica de los debates en torno a la dialéctica de Hegel, tanto antes como inmediatamente después de que la redacción de los manuscritos de Engels (1873-1886). Kangal también describe en detalle las sucesivas ediciones de Dialéctica de la naturaleza y los debates en torno al libro desde su publicación inicial en 1925. Así aprendemos, por ejemplo, acerca de las opiniones de Trendelenburg, Hartmann y Paul Barth sobre la dialéctica hegeliana, así como acerca de los primeros debates socialistas sobre el tema que involucraron a Eugen Dühring, Friedrich Albert Lange, el socialista revolucionario ruso Jaim Zhitlovskii, Eduard Bernstein, Karl Kautsky, Max Adler y, sobre todo, Plejánov, de quien Kautsky dijo en 1896: “Es nuestro filósofo, ciertamente el único entre nosotros que estudió a Hegel” (Kangal, p. 51). Kangal también nos informa acerca de la controversia en torno a Lukács, quien primero rechazó la idea de que la dialéctica se aplica a las ciencias naturales y luego rechazó su rechazo y, más significativamente, sobre los debates soviéticos en torno a Engels en las décadas de 1920 y 1930 en revistas como Pod Znamenem Marksizma (“Bajo la bandera del marxismo”), Vestnik Kommunisticheskoi Akademii (“Boletín de la Academia Comunista”), Bolshevik y Dialektika v Prirode (“Dialéctica en la naturaleza”), particularmente los debates entre Abram Deborin (un ex-menchevique y discípulo de Plejánov) y sus discípulos y la “escuela mecanicista” (Kangal, págs. 60- 67). Entre otras cosas interesantes, Kangal recuerda que, “En 1924 Bernstein le pidió a Albert Einstein su opinión [sobre los manuscritos de Engels]. Einstein creía que los manuscritos no tenían ningún mérito desde la perspectiva de la física contemporánea, pero que proporcionaban información interesante sobre la biografía intelectual de Engels” (Kangal, p. 57; la opinión de Einstein sobre la Dialéctica de la naturaleza de Engels está disponible en línea en < https://einsteinpapers.press.princeton.edu/vol14-trans/295>.)
Un excurso sobre la relación entre política y filosofía, y particularmente sobre la función de la teoría y el papel de los intelectuales en el movimiento obrero, también contiene muchas observaciones interesantes, así como esta reveladora cita de Engels: “Las revoluciones burguesas del pasado no pidieron a las universidades más que a abogados, como la mejor materia prima para sus políticos; la emancipación de la clase trabajadora necesita, además, médicos, ingenieros, químicos, agrónomos y otros expertos, porque debemos asumir el control, no sólo de la maquinaria política, sino de toda la producción social, y en ese caso lo que se necesitarán no serán bellas palabras, sino conocimientos bien fundamentados” (Carta de Engels al Congreso internacional de estudiantes socialistas, en L’étudiant socialiste, no. 8, 1894, citado en Kangal, págs. 101-102).
La parte teóricamente más densa del libro de Kangal es el quinto y último capítulo dedicado a la exégesis de “Dialéctica en la Dialéctica de la naturaleza”, donde Kangal discute la contraposición que hizo Engels entre el materialismo y el idealismo, por un lado, y entre la dialéctica y la metafísica, por el otro, a través de un análisis detallado los escritos de Aristóteles, Kant y Hegel sobre estos temas. La primera dificultad que enfrentan los lectores contemporáneos para encontrar su camino en estos debates es la terminología, que no coincide con el significado cotidiano de esos términos. En su obra Metafísica, Aristóteles escribió: “Hay en los entes cierto principio acerca del cual no es posible engañarse, sino que necesariamente se hará siempre lo contrario, es decir, descubrir la verdad; a saber: que no cabe que la misma cosa sea y no sea simultáneamente, y las demás afirmaciones que encierran en sí mismas una oposición semejante.” (Aristóteles, Metafísica, ed. Gredos, 1998, libro XI, 5). La dialéctica, por el contrario, sostiene que los contrarios polares, tales como el sujeto y el objeto, la causa y el efecto, la libertad y la necesidad, etc. son partes componentes de lo que Hegel denominó el concepto (Begriff), conformado por una unidad de determinaciones contradictorias, y que esta contradicción (Widerspruch) es el elemento dinámico de los procesos naturales e históricos. Hegel, y Marx y Engels después de él, nunca afirmaron que el “principio de no contradicción” de Aristóteles, o la ley de identidad del cual se deriva (A = A), son absolutamente falsos, sino que sólo tienen validez relativa. Un ejemplo ilustrativo tomado de la física a este respecto sería la transición de fase, cuando una sustancia cambia de un estado sólido, líquido o gaseoso a un estado diferente: toda sustancia puede pasar de una fase a otra si se da cierta combinación específica de temperatura y presión, pero conserva un estado dado siempre que permanezca dentro de dichos parámetros. Lo mismo ocurre con las ciencias sociales: un político socialista, incluso uno con tendencias fuertemente oportunistas como Kamenev, sigue siendo un político socialista, hasta que se pasa al enemigo de clase para convertirse en un ministro burgués, como Millerand, o en un fascista, como Mussolini. En otras palabras, nunca fue el propósito de la dialéctica descartar la metafísica como completamente falsa, sino mostrar que es válida sólo dentro de ciertos parámetros, así como el marco más amplio dentro del cual opera, al igual que la teoría de la relatividad de Einstein no considera que la ley de la gravedad de Newton es absurda, sino válida sólo dentro de ciertos límites, más allá de los cuales deja de serlo y debe ser integrada en un marco teórico nuevo y más amplio. Una vez más, Kangal proporciona las citas relevantes de Engels, quien, contrariamente al intento de Feuerbach de simplemente descartar a Hegel, argumentó que “para liquidar una filosofía no basta, pura y simplemente, con proclamar que es falsa”, sino que ésta tiene que ser “suprimida y conservada” o “superada” [aufgehoben] “en el sentido que ella misma emplea, es decir, destruir críticamente su forma, pero salvando el nuevo contenido logrado por ella” (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, citado en Kangal, p. 113). Este proceso, desde una perspectiva materialista, no sólo está impulsado por el “autodesarrollo” del pensamiento, sino, en palabras de Engels, por “la influencia de la actividad del ser humano en su pensamiento”: “el fundamento más esencial y más inmediato del pensamiento humano es, precisamente, la transformación de la naturaleza por el hombre, y no la naturaleza por sí sola, la naturaleza en cuanto tal, y la inteligencia humana ha ido creciendo en la misma proporción en que el hombre iba aprendiendo a transformar la naturaleza.” (Engels, Dialéctica de la naturaleza, ed. Grijalbo, 1961, p. 196, citado en Kangal, p. 172). Se necesitaría un reseñador mucho más versado en la historia de la filosofía para hacer justicia a los argumentos de Kangal, particularmente a lo que él denomina las “ambigüedades filosóficas de Engels” (Kangal, p. 125), y para determinar hasta qué punto estos supuestos problemas fueron la razón que impidió a Engels terminar y publicar su Naturdialektik. Quizás la tarea que se propuso simplemente excedía las posibilidades de cualquier individuo. Marx asumió la tarea de criticar dialécticamente una sola ciencia, la economía política, para descubrir la “ley del movimiento” (es decir, del desarrollo y de la decadencia) del capitalismo. Para ello tuvo que escribir una historia de la disciplina en tres volúmenes (Teorías de la plusvalía) y, aun así, no pudo completar el proyecto y dejó a Engels la tarea de editar el segundo y el tercer tomo de El capital. Es difícil ver cómo la deducción de las leyes de la dialéctica de la historia de las ciencias naturales puede ser llevada a cabo sino es a través de un equipo de científicos activos en la investigación en los campos de la física, la química, la biología, las matemáticas, etc., y al mismo tiempo suficientemente familiarizados con la historia de la filosofía, así como de sus propias disciplinas. A esto habría que agregar el hecho de que, dado que estamos hablando de ciencia y no de religión, no se trata simplemente de confirmar que las leyes de la dialéctica operan en el mundo natural, sino de revisarlas críticamente y determinar en qué medida deben ser modificadas o reemplazadas a la luz de los avances de las ciencias naturales. En la medida en que un profano puede discernir estos procesos, las ciencias naturales contemporáneas parecen estar plagadas de lecturas idealistas de las teorías físicas, desde la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, que atribuye el colapso de la función de onda a la intervención de un observador consciente, hasta las lecturas creacionistas del big bang, mientras que alternativas de inspiración más materialista, como la “gravitización de la mecánica cuántica” de Roger Penrose y su modelo de “cosmología cíclica conforme”, que intenta explicar lo que sucedió antes del big bang, reciben poca atención. Pero nos hemos alejado demasiado de nuestras aguas territoriales, las ciencias sociales y la filosofía, donde el olor a idealismo se convierte en un hedor. No mucho antes de que Engels comenzara a trabajar en su proyecto inconcluso, Darwin se había inspirado en la economía política para explicar la evolución por selección natural, al margen que eligiera una rama particularmente miserable de esa ciencia para hacerlo. Hoy en día, ningún científico natural en su sano juicio buscaría inspiración en esa versión particularmente tóxica de la apologética burguesa conocida como economía, y la mayoría de los científicos sociales ha interiorizado este estado de cosas hasta el punto de ni siquiera darse cuenta de que sus disciplinas, tan pronto como intentan elevarse por encima del nivel de una monografía, han sido prácticamente arrasadas por la decadencia capitalista. Familiarizarse con los debates que describe la obra de Kangal tendría una influencia beneficiosa para ambos. Nota para los lectores de Hegel en castellano: La mejor manera de aproximarse al método dialéctico de Hegel es comenzar con el manual que escribió para sus alumnos en la universidad, la Enciclopedia de las ciencias filosóficas [1830], de la cual existe una excelente edición crítica bilingüe en español de Ramón Valls Plana, publicada por Abada Editores (Valls Plana también escribió un Comentario integral a la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de G.W.F. Hegel (1830), editado por Abada en 2018). La Enciclopedia de las ciencias filosóficas se divide en tres partes, la primera de las cuales es un resumen de la Ciencia de la lógica (pp. 153-441). En cuanto a la Ciencia de la lógica misma, en castellano existe un problema, al menos temporalmente: Félix Duque, el principal especialista en Hegel en la academia de habla hispana, ha traducido el libro, pero por algún motivo decidió traducir la primera parte de la Lógica Objetiva, la Doctrina del Ser, de la primera edición de 1812 y no de la edición revisada de 1831 (las otras dos secciones del libro, I. La Lógica Objetiva. 2. La Doctrina de la Esencia y II. La Lógica Subjetiva. 3. La Doctrina del Concepto, corresponden a la edición standard). Duque planea editar una versión española de la Doctrina del Ser basada en la segunda edición standard; es de esperar que su proyecto sea completado a la brevedad y que sea tomado como base para editar una versión bilingüe de la edición standard de la Ciencia de la lógica, que es el principal libro de Hegel. En cuanto a la Fenomenología del espíritu, existe una excelente edición bilingüe en castellano, realizada por Antonio Gómez Ramos y también publicada por Abada Editores. Aunque cronológicamente la Fenomenología del espíritu fue publicada antes de la Ciencia de la lógica y de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, no es conveniente comenzar el estudio de Hegel con ella, ya que constituye una suerte de introducción a su sistema filosófico, que creció hasta transformarse en una obra independiente desmesurada y de muy difícil lectura. En ella, Hegel intenta trazar el camino de lo concreto a lo abstracto que le permitiría luego, en la Ciencia de la lógica, emprender el camino opuesto, de los conceptos más abstractos (el ser, la nada y su unidad dialéctica, el devenir) al más concreto—el cual, en el sistema idealista de Hegel, es la idea absoluta. Este último, como vimos, fue el camino seguido por Marx en El capital, desde una perspectiva teórica diametralmente opuesta, es decir, materialista. La mejor descripción de la manera en que Marx utilizó el método dialéctico en su crítica de la economía política es el ensayo de Isaak Illich Rubin, “The Dialectical Development of Categories in Marx’s Economic System (1929)”, en Richard B. Day y Daniel Gaido (eds.), Responses to Marx’s Capital: From Rudolf Hilferding to Isaak Illich Rubin, Leiden: Brill, 2017, pp. 728-817.
Resenhista
Daniel Gaido – CONICET. Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Referências desta Resenha
KANGAL, Kaan. Friedrich Engels and the Dialectics of Nature. London: Palgrave Macmillan, 2020. Resenha de: GAIDO, Daniel. Revista Izquierdas, 50, 2021. Acessar publicação original [DR/JF]
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