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Fragmentos de un mundo en tránsito entre América y Europa. Experimentos desde Chile / História Unisinos / 2019

Fragmentos de un mundo en tránsito entre América y Europa. Experimentos desde Chile1

El 21 de julio de 1773, en la fragata Venus, que navegaba desde Manila, Filipinas, arribó a Cádiz un pequeño elefante enviado por Simón Pérez de Anda y Salazar –gobernador general de las Islas– al rey Carlos III. La carta de recepción escrita en Cádiz daba cuenta que todas las “incidencias” de su transporte “por mar y tierra” estaban en la secretaría de Marina. Después de cuatro meses, el 22 de noviembre de ese mismo año, desde San Lorenzo, se manifestaba “gratitud” por el obsequio. Lo mismo sucedió, el 2 de mayo de 1778, cuando la fragata Juno, proveniente de la bahía de las Tablas, partió hacia Cádiz llegando el 28 de julio. Esta vez, sin embargo, los obsequios eran más numerosos y diversos: otro elefante; cuatro corzos o “venaditos”; una paloma; un pájaro muerto, “pero bien conservado”; tres cajones de conchas y caracoles. El elefante y los venados llegaron vivos, mientras que los demás animales estaban embalsamados (AGI, Filipinas, 390). Esto que, a primera vista, parecían agasajos materiales al rey, hoy se estudian a través del paradigma de circulaciones de objetos y curiosidades de la naturaleza hacia Europa. Tal proceso historiográfico nos ha permitido repensar de manera muy distinta la relación que se estableció desde los primeros años del siglo XVI entre el mundo europeo (y la Península Ibérica en primer lugar) y América a través de las rutas que se construyeron en relación con dinámicas imperiales y coloniales conflictuales, donde España, Portugal, Francia, Holanda, Inglaterra intentaban apropiarse del mundo (Cañizares-Esguerra, 2007; Bleichmar et al., 2008; Yun Casalilla, 2019). Y como muchos estudios lo han subrayado, dentro de tales procesos, entre América y Europa existía también Asia (Padron, 2004, 2016; Romano, 2002, 2008; Yun Casalilla, 2019).

Desde esta perspectiva, los espacios de circulación de objetos y animales, seres humanos y artefactos no son solo fragmentados y discontinuos, sino también se trazan a medida que el historiador tiene que identificarlos para aproximarse al sentido de tales objetos en los lugares y los actores que estudia (Romano y Brevaglieri, 2013). Así, por ejemplo, los primeros elefantes indios (los africanos ya hacían parte del Imperio Romano como nos lo recuerdan los frescos de Ostia, el puerto de su capital) que llegaron del mundo ibérico a Roma en 1514 eran parte de una embajada portuguesa de obediencia al nuevo papa, León X, y, con ellos, el mundo natural europeo y sus saberes zoológicos, botánicos, minerales, basados en los Antiguos y sus interpretaciones, se estaban transformando radicalmente (Bedini, 1997; Burucúa y Kwiatkowski, 2019). Para seguir tal proceso de producción de saber, el historiador tiene que apoyarse en una documentación estructural, general y burocrática que, por su cantidad y amplitud, definía la importancia científica, política y cultural para la Península Ibérica, así como también el conocimiento que se esperaba de ellos. Sin duda, en ese proceso hay que individualizar los diferentes saberes en el tiempo y en los lugares donde se producían (Bleichmar y Mancall, 2011; Bleichmar, 2012; Portuondo, 2009).

Desde el siglo XVI, se organizó por parte de las varias metrópolis europeas la “medida” del mundo, así como su domesticación y dominación. Y, en ese sentido, España mandó sus cuestionarios a través de todas las tierras que colonizaba o quería colonizar con este propósito (Pardo-Tomas, 2014, 2016). En ese sentido, se apoyó en el trabajo de sus administradores y misioneros que tomaron un papel fundamental en el englobamiento del mundo (Castelneau et al., 2011; Palomo, 2014, 2016; Romano, 2016; Gaune, 2016; Wilde, 2011). Con la Ilustración, y atrás de una leyenda negra que ha sido nuevamente discutida, el trabajo no se terminó. Por solo nombrar algunos documentos que siguen a la expulsión de la Compañía de Jesús, se encuentra, por ejemplo, la pionera Real Cédula del 10 de mayo 1776, firmada en Aranjuez, que solicita “recoger y dirigir para el Gabinete de Historia Natural [fundado en 1771] las piezas curiosas que se encuentren en los distritos de su mando”2; siendo leído dicho documento en Lima el 31 de octubre de 17763. Otro texto importante es la “Instrucción para la remisión a España de los ejemplares del reino vegetal o mineral”, firmada en San Ildefonso el 27 de agosto de 1788, que reafirmaba lo expresado en la Real Cédula de 1776. Del mismo modo, la “Orden circular”, enviada el 21 de marzo de 1779, seguía las instrucciones del importante catedrático y director del Real Jardín Botánico de Madrid (fundado en 1755), Casimiro Gómez de Ortega (1741-1818) (Gómez de Ortega, 1795; Colmeiro, 1858; Nieto, 2000; Schiebinger y Swan, 2005) de cómo se debían “recoger, encajonar y remitir plantas vivas con el fin de que se propaguen en esta península las muchas útiles de América”:

Merece especial cuidado al piadoso ánimo del Rey, siempre atento al beneficio de sus vasallos, la adquisición y multiplicación en España de los árboles, arbustos y plantas útiles de sus vastos dominios de América, e Islas de Filipinas, considerando S.M. este asunto como un objeto, no solo de loable curiosidad y ornato, sino también de manifiesta importancia para los progresos de la enseñanza en sus jardines botánicos, de la medicina, de la agricultura, y en general de muchas artes, y ciencias físicas.4

En Chile, y en sintonía con ese espíritu de los tiempos, el obispo de Concepción, fray Pedro Ángel de Espiñeira, el 7 de junio de 1777, exteriorizaba la misión de “escoger, preparar y remitir las curiosas producciones de la naturaleza” para el Gabinete de Historia Natural de Madrid, en una carta enviada al gobernador de Chile, Agustín de Jáuregui. El obispo, además, nos entrega una importante pista de investigación que dice que él, junto a “sus curas”, debían ocuparse “en esta curiosa colección de las particulares especies que se hallen en el obispado”5 . Lo mismo realizó, desde Copiapó, el vicario Pedro de Fraga, que enviaba piedras de oro a la península, informándole desde Aranjuez, el 1 de junio de 1791, “haberse mandado colocar en el Gabinete de Historia Natural”6. O bien, en marzo de 1793, se comunicó que llegaron a Cádiz “cien piezas de madera de luma de Concepción”, remitidas a través del virrey del Perú, para construir un palacio en Madrid por la dureza del material y las descripciones científicas asociadas a la remesa (AGI, Indiferente General, 1546).

América, en esa documentación burocrática, se fragmentaba en un gran puzle que debía reconfigurarse en la Península Ibérica a través de detallados manuales de instrucción para encajonar y remitir correctamente fragmentos de mundo, tal como indicaba la “Instrucción” de 1788:

Se ha experimentado, que muchas cosas pertenecientes a Historia natural, y otras curiosidades, que en virtud de reales ordenes se conducen a esta corte de las indias orientales y occidentales, vienen confundidas unas con otras, sin bastante expresión de cualidades, y sin el cuidado necesario a su integridad y conservación (AGI, Indiferente General, 1544).

Recoger, encajonar y remitir, nomenclatura utilizada en los documentos y en las grandes empresas naturalistas europeas post-buffonianas, se estableció en el siglo XVIII en una política del conocimiento que sustentó el gran movimiento de expediciones científicas con sus variados administradores, marineros, viajeros, dibujantes y botánicos que redefinieron los espacios americanos. Se completó así el proceso de conocimiento de los espacios interiores (Calatayud, 1984; Safier, 2016; Figueroa, 2016), convirtiendo a dichos actores, siguiendo a Juan Pimentel, en “testigos del mundo” (2003). Sin embargo, como ha demostrado Arndt Brendecke, el “saber soberano”, la “corte epistémica” y el “dominio colonial” a partir de objetos y “prácticas de adquisición de saberes” se sistematizaron en los tiempos de Felipe II y su reforma de poseer “entera noticia” del mundo (2012).

En la misma dirección analítica, José Ramón Marcaida (2014) y Juan Pimentel (2008) vinculan en sus investigaciones dos términos que parecían historiográficamente un oxímoron: “ciencia” y “barroco” en la cultura de la posesión de objetos en el siglo XVI y XVII. De este modo, muchos trabajos en la encrucijada de una nueva historia de las ciencias e historia del arte, siguiendo la línea de reflexión abierta por Krzysztof Pomian, nos han permitido descubrir e integrar en nuestros análisis el papel de las colecciones privadas y públicas en donde se cruzan pinturas, objetos naturales, mapas, curiosidades (Pomian, 1987); así que, para nosotros, el coleccionismo está incluido en ese proceso de producción de los saberes. Las colecciones no solo eran de la nobleza, sino también de gentes de saber, como el boloñés Ulisse Aldrovandi, que lo demuestra a través de sus herbarios y correspondencias que delineaban al mundo desde su gabinete (Olmi, 1992; Findlen, 1994).

Los múltiples intentos que se encuentran entre los siglos XVI y XIX para encajar todo el mundo (una totalidad que cambiaba continuamente) poseen muchas rupturas, geografías, actores, discontinuidades y pluralidades de sentido, como demuestran los casos estudiados por nuestra parte. Por ejemplo, el jesuita Alonso de Ovalle, que, en 1641, fue enviado como Procurador de la Viceprovincia de Chile de la Compañía de Jesús para que participara de la Congregación General de la Orden. El objetivo de los procuradores era informar en Roma sobre el desarrollo misionero e institucional de los jesuitas en las Indias Occidentales y Orientales. Asimismo, debían conseguir recursos económicos y nuevos misioneros dispuestos a viajar y sacrificar sus vidas por la conversión religiosa más allá de los límites fronterizos europeos. Los viajes de los procuradores en el caso americano, en un segundo plano, eran la oportunidad para enviar todo tipo de documentos a Europa. El procurador, en ese sentido, se convirtió en un pasador de documentos, en un mediador de información y un negociador de saberes entre América, España y Roma. Ovalle, una vez instalado en Roma, publicó en 1646 su Histórica relación del reino de Chile, en castellano e italiano, con la finalidad de dar a conocer Chile a los novicios italianos que no tenían mayores referencias de la región. Aparte de publicar ese libro, Ovalle dio algunas lecciones sobre Chile en el Colegio Romano. Uno de los asistentes a esas charlas fue el joven jesuita italiano Nicolás Mascardi –alumno del gran erudito Athanasius Kircher–, quien escuchó atentamente a Ovalle. Empujado por la convicción misionera que exteriorizó en su carta indipetae y, sobre todo, incentivado por las palabras de Kircher, decidió viajar junto con Ovalle a Chile. Con una carta del alemán y diversos artefactos científicos, emprendió el viaje que lo llevaría al fin del mundo, en donde encontró la muerte martirizado en 1674 en el Lago Nahuelhapi (Acuña, 2014). Sin embargo, hasta su muerte, envió sistemáticamente a Roma descripciones del cielo de Chiloé, piedras y caracterizaciones de la cordillera de los Andes para que su maestro sistematizara dicha información que, posteriormente, fue utilizada para sustentar las teorías generales sobre el mundo que Kircher construía desde su taller y museo del Colegio Romano (Findlen, 2004).

Lo anterior es solo un pequeño fragmento, o más bien una astilla, de los viajes, mediadores, objetos y saberes del mundo que confluían y transitaban desde América a Europa, produciendo movimientos constantes y duraderos. En ese sentido, en este dossier analizamos esos fragmentos a través de varios paradigmas, entre los cuales podemos mencionar los de apropiación y clasificación (Foucault, 1968; Baudrillard, 1969; Perec, 1986; Blom, 2013) para seguir el tránsito entre Chile, América y Europa de trozos de mundo. A través de estos tránsitos se negociaban saberes y conceptos entre actores e instituciones, entre saberes establecidos y saberes mundanos. Se apropiaban objetos resignificados por mediadores, iniciando así procesos de apropiación y desposesión, abriendo deslegitimaciones y nuevas legitimidades de uso y sentido. Más aún, nos remiten a la generación de un conocimiento objetual y con pretensiones “científicas” que ha marcado el tránsito y las relaciones históricas entre Europa y América.

Este dossier propone además hacer un estudio histórico del tránsito de objetos, artefactos e ideas como problema histórico vinculado a los estudios de la cultura material que señalan el interés de estas huellas de la historia y los consideran verdaderos agentes sociales (Dant, 1999). El significado de los objetos es construido socialmente y está modelado por las interacciones entre los sujetos y los objetos. Los objetos no están solo materialmente hechos por una cultura, sino culturalmente significados por ella. Ann Brower Stahl incluso argumenta que el estudio de la cultura material proporciona tanta o más información que los testimonios escritos, ya que los objetos son modificados por las personas, pero, al mismo tiempo, transforman el contexto en el que la vida social se sitúa (2010). En los estudios de cultura material se ha hablado de la agencia que tienen los objetos inanimados (Gell, 1998), es decir, se les da una cierta voluntad propia. Los objetos, en este contexto, tendrían poder sobre los humanos y sus vidas a través de sus propiedades transformativas. Esta idea no es nueva: está en las cosmogonías de muchos pueblos y es la base de las ideas de Marx respecto a la importancia de las condiciones materiales de la vida humana para comprender los modos en que se comporta la sociedad. La propuesta, entonces, hará un seguimiento a los derroteros de objetos y artefactos americanos que nace, de alguna forma, de la inspiración proporcionada por las ideas de Arjun Appadurai (1986). Este postula que los objetos, al igual que los sujetos, tienen una vida social. Y el valor de estos objetos está modelado por el juicio que emiten los sujetos en torno a ellos. Esto significa que el valor de los objetos no es algo inherente a ellos, sino que varía en el tiempo y en el espacio y según el sujeto que se relacione con el objeto. Esta premisa es la que motiva la pesquisa de los escenarios, actores, prácticas y condiciones que permiten y alientan la circulación de objetos y grupos de objetos. Appadurai, en ese sentido, habla de hacer esta pesquisa en diferentes regímenes de valor. Y como una conjetura preliminar a este respecto, veremos que las valoraciones serán heterogéneas, tanto en términos espaciales como temporales. Tomaremos, además, las categorías espaciales y escalas que, según Daniel Miller (1998), constituyen una de las bondades de los estudios de la cultura material, pues ayuda a resolver las contradicciones entre los conceptos de lo local y lo global.

Otra categoría de análisis fundamental para esta propuesta es “tránsito de objetos”. Tim Dant nos proporciona también algunas ideas útiles para los efectos de este proyecto (1999). Sostiene que hay algunos objetos que son mediadores, pues transportan mensajes a través del tiempo y el espacio, haciendo circular ideas, información, emociones, transformándose en verdaderos protagonistas de la interacción social. Los objetos propios de la alteridad normalmente se colocan en espacios de exhibición, como consecuencia de la dificultad de nombrarlos, utilizarlos y darles sentidos. Desde sus vitrinas se muestran como vestigios del pasado y por tanto mediadores en el tiempo; o bien, como curiosidades de otras culturas y, por lo tanto, mediadores espaciales. Algo similar es lo que nos aporta George Stocking (1985), quien argumenta que los objetos exhibidos en los museos han sido tradicionalmente aquellos pertenecientes a “los otros”. Estos objetos son recontextualizados y resignificados en el espacio museal, por lo que su significado es problemático e inadecuado (Handler, 1985). Respecto a esta descontextualización, Richard Handler alude a los postulados de Frans Boas al referirse a la inadecuada contextualización de los objetos que suele hacerse en los museos. La considera artificial, así como otros postulan que la descontextualización del marco original altera características y usos.

Por último, los artículos de este dossier se enmarcan en los parámetros historiográficos de una historia cultural y global de la ciencia (Romano; Schaffer, 2015) que estudia la circulación modelada por el intercambio global y los vínculos culturales entrecruzados (cross-cultural) (Secord, 2004; Aram y Yun-Casalilla, 2014). Al interior de esta perspectiva, es importante subrayar que la historia de la ciencia de las últimas décadas se ha reconfigurado alrededor de la categoría “historia de los saberes” con el objetivo de “descentralizar” un modelo eurocentrista de reflexión. De este modo, se analizan las dinámicas de negociación entre actores de varios grupos sociales y diversos espacios, para finalmente rechazar el modelo difusionista vinculado con la hegemonía de producción de “ciencia” desde un centro o una metrópolis (Van Damme, 2015). Así, con “fragmentos de mundo” nos referimos a espacios pluricentrados (Kontler et al., 2014) y epistemológicamente plurales que permiten examinar las intersecciones, la pluridireccionalidad y la multidimensionalidad de las producciones de saberes cuando transitan (Werner y Zimmermann, 2006).

Para efectos de este dossier, proponemos algunos experimentos desde Chile en relación con algunas partes del mundo. Es así como el Hospital San Juan de Dios en el siglo XVIII, en Santiago, se posiciona como un espacio no sólo de control social y control de enfermedades, sino también en un lugar de producción de imágenes sobre dimensiones históricas de la santidad. La imagen como objeto permite conjurar el dolor de los pacientes, transmitir un mensaje de salvación, pero también constituir a un hospital como un espacio en donde circulan imágenes que, a su vez, traducen matrices europeas y americanas de santidad (M. Cordero). Del mismo modo, el Gabinete de Historia Natural de la Real Academia de San Luis, entre 1790 y 1810, se transforma en el primer espacio público para la producción del saber científico natural en Chile, luego de un frustrado envío de remesas de un conjunto de minerales del reino de Chile que debían ser enviados a Madrid. Así, en este artículo se estudian las prácticas de clasificación y los saberes científicos que posicionaron a Chile en una empresa global de la historia natural europea (D. Serra). Asimismo, el tránsito en la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo, de nuevas manufacturas derivadas de procesos productivos como los venenos, permite complejizar los vínculos entre circulación de objetos y emociones (temor y fascinación), así como las relaciones de fuerza entre justicia y ciencia y entre cultural material y práctica científica en los espacios urbanos de Santiago (M.J. Correa).

Otros tipos de circulación, lugares y actores se producen durante el siglo XX que tensionan, al mismo tiempo, el largo tránsito del siglo XIX. Esto se evidencia, particularmente, en la construcción a inicios del siglo XX de un observatorio astronómico en Santiago de Chile que replicaba un observatorio en California. La constitución de un observatorio gemelo en diferentes hemisferios permite establecer y analizar los vínculos entre la producción de conocimientos, la circulación de objetos científicos (espejos y espectrógrafos) y las similitudes geográficas, sin olvidar la dimensión política intrínseca a dicha circulación (B. Silva). Del mismo modo, otro tipo de circulación, vinculada al tránsito de ideas entre Europa y Chile, se instala, por ejemplo, con las resignificaciones, traducciones y usos del hispanismo que se instalará en el pensamiento conservador y en la dimensión política durante la segunda mitad del siglo XX. Transmitido por textos, actores e instituciones, el hispanismo se convertirá en pieza clave del conocimiento entre las iglesias europeas y americanas (R. Sagredo). A partir de la etnohistoria y de la categoría “objetos poderosos”, se analizan los cruces culturales híbridos europeos-andinos de cajas de madera dedicadas a San Antonio de Padua (caja de santo) en la localidad de San Pedro Estación (norte de Chile), así como los universos simbólicos y las vidas sociales de dichos objetos (C. Odone).

Referencias

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Rafael Gaune – Instituto de Historia / Pontificia Universidad Católica de Chile. E-mail: rgaune@uc.cl

Antonella Romano – Centre Alexandre-Koyré / École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris. E-mail: antonella.romano@ehess.fr


GAUNE, Rafael; ROMANO, Antonella. Apresentação. História Unisinos, São Leopoldo, v.23, n.2., maio / agosto, 2019. Acessar publicação original desta apresentação

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DR

Itamar Freitas

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