Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón. Chile/1914 | Igor Goicovic Donoso
El atentado de que fuera objeto el general Roberto Silva Renard el 14 de diciembre de 1914 en la calle Viel de Santiago ha sido objeto de algunos estudios, aunque permanece más bien olvidado. En realidad, pocos saben que el oficial que dirigiera las tropas que dispararon contra los obreros congregados en la Escuela Santa María de Iquique aquella fatídica tarde del sábado 21 de diciembre de 1 907 terminó sus días sufriendo los efectos de un ataque que se originó, precisamente, en esa acción ocurrida en el norte. Desenmarañando los pormenores del ataque y del juicio que vino a continuación, lgor Goicovic logró, a través del proceso que se siguió al agresor, establecer los detalles de una historia que nos pone frente a historias de vida, procesos y conflictos que ilumjnan una parte de nuestra historia. Como en una escenografia, el autor pone en movimiento personajes, historias y situaciones.
El primer cuadro nos muestra, descarnadan1ente, un país que en el curso de su historia cometió muchas injusticias, ocultas casi siempre con velos de silencio e impunjdad. En este cuadro, el autor explica cómo se construyó la pedagogía de la subordinación que apaga sueños y obliga al mundo popular a aswnir culpas de errores que no cometió. Es la pedagogía que lo obliga a aceptar la justicia solo en la medida de lo posible y que asegura las bases de la dominación que ejercen los grupos que manejan al país. Es la pedagogía que ha convertido a la represión en el más eficiente mecanismo de control social. La contrapartida está en una situación compleja que explica muchos episodios de nuestra historia pasada y reciente. Cuando el Estado, escribe Goicovic, “es incapaz de hacer justicia o cuando el mjsmo se convierte en agente de la injusticia, los sujetos quedan liberados de sus compromisos institucionales. Si, además, no exjsten alternativas políticas capaces de ofrecer instancias paralelas de justicia, el hombre puede retomar su estado natural y reparar las ofensas a su arbitrio” (p. 24 ). o se trata de legitimar la “ley de la selva” o admitir el derecho a hacerse justicia por mano propia, tal como queda demostrado en el epígrafe que abre el libro; sino, de llamar la atención sobre un hecho que, aunque no justifica, aporta claves para entender muchos actos de violencia ocurridos en Crule en el curso del siglo XX La justicia, agrega Goicovic, es irrenunciable y a esa justicia apela para configurar el relato de los lamentables sucesos que concluyeron con el atentado al general Silva Renard.
En el segundo cuadro, el autor pone en escena la ofensa y la revancha. La ofensa ocurrió en el norte, en el Puerto Grande, y afectó a miles de trabajadores que vieron burladas sus expectativas y cegadas sus vidas. Entre los últimos, cayó uno, cuya muerte fraguó la revancha. Manuel Vaca, verudo al norte de tierras muy lejanas, pereció en el infierno de balas que desató Silva Renard cuando dio la orden de disparar. Su cuerpo quedó enterrado en !quique; sin embargo, su espíritu, recorrió miles de kilómetros para empuñar en otras manos, siete años después, la daga que atentó contra el militar que dio la orden de disparar. Eran manos familiares, atorn1entadas por un recuerdo que perturbaba la mente, apuraba el pulso y desataba la ira. Era, al fin, la venganza, justo cuando el reloj marcaba las 10 15 de la mañana de un tibio día de diciembre. El ajuste de cuentas ocurrió en una calle de Santiago, en las cercanías del Parque Cousiño, a miles de kilómetros del lugar de la ofensa. Al comienzo, los diarios informaron del hecho de manera difusa. La prensa oficial denunció un atentado anarquista y satanizó al agresor; el Despertar de los Trabajadores de Iquique, apuró una cróruca para anunciar que Silva Renard había sido “apuñalado por obreros nortinos a la salida del parque”. ¿Qué había ocurrido en realidad?”
El tercer cuadro empieza a aclarar lo sucedido esa mañana de diciembre. Y son los propios protagorustas quienes le permiten a lgor Goicovic avanzar en la búsqueda de la verdad. A través de dos hjstorias de vida empieza a configurar el trasfondo de los hechos. El general Roberto Silva Renard nació Santiago en 1855, en el seno de un hogar militar formado por un coronel de ejército que inculcó a su hjjo el cariño por las armas. Apenas concluida su formación, el joven alférez partió al norte para participar en la Guerra del Pacífico. Desde entonces, su carrera fue casi brillante. En el conflicto del 91 se separó del Ejército y se alineó junto a la Armada contra el presidente Balmaceda. Este hecho, sin duda, le permitió ir más lejos en sus aspiraciones. En 1897, fue nombrado jefe de la Primera Zona Militar y Comandante General de Armas de Tarapacá, con asiento en el puerto de !quique. De ese cargo salió por breves temporadas para asumir otras responsabilidades que consolidaron su carrera militar. Ya en J 904 ostentaba el grado de general de brigada, un año antes de contraer matrimonio en el ocaso de su vida, a los 50 años, con la hija de un importante empresario peruano radicado en Iquique. Goicovic agrega que “mientras disfrutada de su ascendente y meteórica carrera militar, Roberto Silva Renard comenzó a enfrentar la emergente Cuestión Social. Y lo hizo teniendo presente la doctrina militar en boga en la época sobre este tema. Las protestas obreras eran la expresión de w1a conspiración, patrocinada por intereses foráneos, que pretendía desestabilizar al Estado chileno -victorioso y emergente- y que, además, socavaba -con su pretendido internacionalismo-, las bases socio-culturales de la nación y los superiores intereses de la patria” (p. 45). Premunido de estas ideas, le correspondió investigar los acontecimientos que desembocaron en los motines populares de 1903 en Valparaíso, enfrentar otro al interior de Tocopilla y la llamada Huelga de la Carne de Santiago, en 1905. En 1906 viajó a Europa como presidente de la Comisión Militar de Chile en ese continente, desde donde regresó en marzo de 1907. Muy pronto retomó sus funciones en el norte, designado ahora Jefe de la Primera División de Ejército Poco antes de asumir el cargo, estalló la gran huelga de los obreros pampinos, en noviembre de ese año. Cuando se inicia el movimiento, Roberto Silva se encontraba fuera de Iquique; recién llega al puerto el jueves 19 de diciembre, a bordo del buque Zenteno, acompañado de las tropas del Regimiento O ‘Higgins. A partir de ese momento, las cosas se precipitaron. El viernes pasó raudo sin que se lograran acuerdos y amaneció el sábado junto con la orden del intendente Carlos Eastman de sacar a los obreros de la Escuela Santa María a como diera lugar. A las 15 45 horas, Silva Renard cumplió el mandato, a sangre y fuego, sin reparar en quienes caían. Del texto de lgor Goicovic se desprende que a esa hora y en ese puerto nacía el verdugo. Ese episodio, sin embargo, no mancharía su carrera militar. En 1910 fue ascendido al grado de General de División y en diciembre de 1911, nombrado Director de la Fábrica de Material de Guerra del Ejército Fue, justamente, en el cumplimiento de esas funciones que se encontró con el vindicador. La historia se aprestaba a pedirle cuentas.
Molvizar es un pequeño pueblo de Granada, que a fines del siglo XIX apenas llegaba a los tres mil habitantes. Igor Goicovic se trasladó hasta el mismo lugar para indagar más noticias del otro protagonista de esta historia: Antonio Ramón Ramón. Antonio había nacido el 13 de noviembre de 1879 en el seno de un humilde hogar de campesinos. En este transcurrió su vida, compartiendo la pobreza de sus padres con las angustias de un hogar destruido por el alcohol y las enfermedades mentales que siempre rondaron a la familia paterna. No pocas veces su padre tuvo que ser internado en la Casa de Observación de Molvizar, más conocida en el lugar como la Casa de Orates. Los estrechos horizontes que ofrecían las labores del campo y las tribulaciones familiares llevaron a Antonio a vagar primero por los pueblos vecinos y a los 23 años a emigrar a Africa, instalándose en Oran, donde se ocupó en diversos trabajos. Por esos días tuvo noticias de la existencia de un hermano, nacido de una relación extramarital de su padre con una mujer del pueblo de Lobrés. Manuel Vaca, el hermano, había crecido en su pueblo y viajado a Oran poco antes que Antonio. El encuentro marcó la vida de ambos. Goicovic dice que surgió entre ellos una amistad que hizo crecer el cariño filial, hasta convertirlos en compañeros inseparables Juntos decidieron embarcarse para América con destino a Buenos Aires, puerto al que sólo llegó Manuel. Antonio debió quedarse en Brasil, a la espera de reunir los fondos necesarios para continuar el viaje. Las cartas reemplazaron entonces las conversaciones personales. Manuel llegó a Buenos Aires y desde allí siguió rumbo a Chile para instalarse, finalmente, en las faenas de la pampa salitrera. De pronto, a fines de diciembre de 1907, las cartas se interrumpieron. Antonio, que se enteró por la prensa de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique, cruzó la cordillera para dirigirse al puerto de Iquique en busca de su hermano. Lo que supo lo sumió en una profunda melancolía las balas militares le habían arrebatado al hermano conocido en las playas de Oran Desde entonces vagó por distintos lugares, atribulado por pesadillas y alucinaciones que aumentaban la angustia. “Poco a poco, escribe Goicovic, el dolor y la congoja se van transformando en rabia y en odio, lentamente la impotencia se va trocando en ánimo de venganza. La inexplicable impunidad comienza a fraguar la vindicta personal” (p. 73).
El 14 de diciembre de 1914, casi exactamente siete años después de la tragedia de Iquique, en la calle Viel de Santiago, se encontraron el verdugo y el vengador. El segundo empuñó la daga para reclamar la reparación con la sangre del primero.
Ninguno de los dos falleció en el incidente. Silva Renard quedó marcado para el resto de sus días, mientras Antonio Ramón enfrentaba el largo proceso que se siguió en su contra. Son las escenas que aparecen en el cuadro siguiente. Goicovic señala que el proceso discurrió simultánean1ente por tres caminos paralelos: la conspiración, la venganza y la demencia. “Proceso y Castigo”, el capítulo lll del libro de Goicovic es uno de los más interesantes. La idea de la conspiración se diluyó rápidamente; la demencia, en cambio, ganó fuerzas. Médicos, abogados y juristas discutieron largamente acerca de la influencia de los desequilibrios mentales en el hecho protagonizado por Silva y Ramón. Aparecen las teorías de César Lombroso y los argumentos de los abogados defensores que se refugian en los trastornos psicológicos para exculpar al reo. Con nitidez se perfila la figura del abogado Carlos Vicuña, intelectual y político chileno, que participó activamente en la defensa de sujetos populares. Vicuña, agrega Goicovic, desliza una tesis atrevida y novedosa: Antonio “obró violentado por una fuerza irresistible, como es la pasión de la venganza que se hizo irresistible por el estado de debilidad mental y moral de que hace fe el informe médico a que me he venido refiriendo” (pp. 129-130). Sin embargo, el juicio de Vicuña no paró allí. En una larga cita que Goicovic trascribe en las páginas 130 y 131, el abogado defensor asume la voz de los ofendidos y masacrados en Iquique. Las balas disparadas en el norte fueron gatilladas en defensa de los intereses de los empresarios salitreros, que se negaron a asumir la “pérdida” de ocho millones de pesos al año para satisfacer la demanda de los obreros, en el entendido, dice Vicuña, de que los “salitreros llaman perder el verse en la imposibilidad de estafar a los humildes y desamparados esos ocho millones al año” (p. 131).
Antonio Ramón fue condenado a cinco años de prisión, debiendo recuperar su libertad en diciembre de 1919. Lamentablemente, sus pasos se pierden en ese momento; por su parte, Silva Renard falleció en Viña del Mar el 7 de julio de 1920, a los 65 años, siendo trasladados sus restos al Cementerio General de Santiago, donde fueron sepultados con los honores militares correspondientes al rango de General. Sus últimos años los pasó, sin embargo, marcado por el atentado que sufriera a manos de Antonio Ramón con un rostro desfigurado por efecto de las lesiones a ciertos nervios faciales que lo afectaron “desde la caída del párpado, hasta los labios bucales”, Silva Renard se transformó, según Goicovic, del Verdugo de Iquique en el Monstruo de la calle Viel (p. 122).
¿Qué fue, en definitiva, lo que llevó a Antonio Ramón a atentar contra el general Silva Renard? La escenografía podría cerrarse con un cuadro en el cual el propio acusado reconoce su culpa: “Yo soy el autor de las lesiones del general don Roberto Silva Renard, y las he perpetrado en venganza por haber sido el general Silva Renard quien dirigió el fuego contra los obreros asilados en la Escuela Santa María, en !quique, entre los cuales estaba mi hem1ano ilegítimo Manuel Vaca, que pereció a consecuencia de la descarga de la tropa. Este hennano era el único pariente varón que tenía y por ese motivo pensé en venganne del jefe que comandaba las tropas que lo mataron” (pp. 73-74). Esta declaración, señala Goicovic, nos obliga a “reflexionar, desde una perspectiva histórica, respecto de la díada epistemológica más significativa del siglo XX impunidad y castigo”, en un país donde algunos relativizan las matanzas, sistematizando neologismos corno desaparecidos, chupados, traslados o reasentados, y otros secuestran la memoria para impedir el castigo El nuevo modelo de dominación que se impone desde mediados del siglo XlX, capitalista según Goicovic, necesitaba defenderse de toda tentativa de restaurar el pasado oligárquico-hacenda! y garantizar el orden social imperante, bloqueando la creciente proletarización de las masas peonales. Estas circunstancias habrían derivado en el surgimiento de una ciencia que justifica las bases del nuevo ordenamiento social, considerando la externalidad de las tensiones y conflictos sociales solo desde la perspectiva del delito y/o las condiciones patológicas en las cuales se forma y desarrolla el individuo delincuente. Se instala, así, la imagen del criminal nato, del delincuente que actúa movido solo por su condición de tal, al que se debe reprimir y condenar al lugar donde debe expiar sus culpas la prisión. Esta percepción cerró las puertas a cualquier otro análisis de la violencia y la justicia y esa clausura puso un velo sobre muchos actos que nos hemos negado a discutir en toda su complejidad. “La mano que se ha levantado para ultimar a Silva Renard, señaló el Despertar de los Trabajadores en un texto trascrito por Goicovic, no es la mano de un hombre, no es la mano de un asesino, es la mano de una muchedumbre, es la mano de un gran pueblo, es la mano de la falange proletaria que le seguía un detenido proceso y hoy lo quiso concluir: SE HA HECHO LA JUSTICIA DEL PUEBLO” (p. 164)
Se podrá estar de acuerdo o disentir de las conclusiones a que arriba lgor Goicovic; sin embargo, no se puede desconocer la seriedad con que acopió información para presentar y analizar los hechos que rodearon al atentado. Su obra refleja a un historiador pulcro, incisivo, en plena madurez y, por sobre todo, consecuente con su forma de mirar la historia y entender los procesos sociales. Goicovic no escribe desde una vereda imparcial, como tampoco desde una seudo objetividad que, aún así, es tan dificil de alcanzar. Lo hace desde sus compromisos y lealtades con quienes han sido explotados, perseguidos y torturados en Chile. Por esta razón, en las páginas de su libro encontramos reflexiones diferentes, sugerencias distintas, mensajes no habituales y un tratamiento de nuestro pasado que rompe con los esquemas tradicionales. Entre el dolor y la ira se suma así a los esfuerzos hechos últimamente desde la Historia por Eduardo Devés, Gabriel Salazar, José Bengoa, Crisóstomo Pizarra, Julio Pinto, Sergio González, María Angélica lllanes, Florea) Recabarren, Leonardo León, Sergio Grez y Pedro Bravo Elizondo, entre otros, por revelar una historia social distinta. Es la historia que tan brillantemente rescatan Sergio Missana y Hemán Rivera Letelier a través de dos novelas que se refieren, la primera, al atentado de Antonio Ramón, y la segunda, a la masacre de la Escuela Santa María de Iquique. Escrito con elegancia, pluma fluida y análisis sugerentes y provocadores, el libro de lgor Goicovic está llamado a constituirse en obra de consulta obligada para quienes deseen entender los complejos procesos sociales y políticos que vivió Chile en el siglo XX.
Resenhista
Jorge Pinto Rodríguez – Universidad de la Frontera.
Referências desta Resenha
DONOSO, Igor Goicovic. Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón. Chile, 1914. Osorno: Programa de Estudios y Documentos en Ciencias Humanas; Colección Monográficos; Editorial Universidad de Los Lagos, 2005. Resenha de: RODRÍGUEZ, Jorge Pinto. Cuadernos de Historia. Santiago, n.25, p. 177 -181, Marzo, 2006. Acessar publicação original [DR]