El origen del capitalismo. Una mirada de largo plazo | Ellen Meiksins Wood
El libro El origen del capitalismo. Una mirada de largo plazo de la politóloga canadiense Ellen Meiksins Wood, tiene por primera vez su traducción al español gracias a la editorial siglo XXI y al prolífico trabajo de traducción de la socióloga española Olga Abasolo. Su publicación irrumpe a 22 años de su primera aparición en la editorial anglosajona Verso y es el quinto texto de la autora en publicarse en español2.
El texto es un dispositivo de debate y apertura de una controversia al interior del marxismo. No se detiene a discutir o contrastar fuentes, tampoco repara en la metodología de investigación ni tampoco repara en debatir con autores conservadores. La motivación, que es posible deducir de sus poco más de 200 páginas, es ajustar cuentas al interior del marxismo, pero sin perder de vista las diferentes contribuciones de quienes son aludidos o criticados.
En la introducción del texto la autora manifiesta que uno de sus intereses es problematizar la manera en que se entiende el paso del feudalismo al capitalismo, pues existiría un fuerte arraigo a pensar el capitalismo como un sistema económico nacido de la invención tecnológica constante o que se encuentra enraizado en cualquier relación basada en un intercambio mercantil desde los albores de la humanidad. La autora se propone desafiar esta naturalización del capitalismo, ya que esta solo nos guía hacia la negación de su especificidad y nos limita su propia comprensión como una forma social históricamente especifica que rompe radicalmente con formas sociales anteriores de raíz.
El corpus del texto se divide en tres partes importantes: la primera, La historia de la transición que abarca del capítulo 1 al 3; la segunda, El origen del capitalismo que contempla solo los capítulos 4 y 5; y la tercera, Más allá del capitalismo agrario, que se extiende del capítulo 6 al 9. En este sentido, reseñaré a modo general por partes, para luego ir puntualizando por capítulos los argumentos más específicos.
En la primera parte, Meiksins desarrolla un planteamiento crítico hacia la historiografía marxista o socialista que ha estudiado el origen del capitalismo pues ha caído recurrentemente en la falacia: petitio principii3. Esta falacia, que la autora ocupa de manera transversal en todo el texto, le permite plantear una cuestión de fondo: las investigaciones dan por sentado muchos de los procesos o categorías que debería explicar profundamente. En este sentido, el capitalismo, más que una serie de fracasos y aciertos de innovadores tecnológicos que habitaban en ciudades, fue un sistema de relaciones sociales que se impuso a través de un lento proceso que involucró una serie de factores y mecanismos en un contexto histórico y territorial y especifico: Inglaterra (capítulo 1).
En los capítulos 2 y 3 la autora ajusta cuentas con quienes han sostenido, directa o indirectamente, la naturalización del origen del capitalismo al fundamentar que ha estado permanentemente presente en las dinámicas humanas de intercambio, esperando de manera latente el momento preciso para surgir con fuerza. De esta forma, se bloquea la posibilidad de pensar un proceso de transición desde el feudalismo hacia el capitalismo y nos limita a pensar el origen del capitalismo como una consecuencia natural de las dinámicas comerciales cuan- do se ven libres de ataduras, de esa forma, rehúyen de explicar el cómo surgió, sin un comienzo histórico claro (capítulo 2).
Para darle un acento más profundo a su crítica, la autora continúa avanzando sobre la discusión al interior de marxismo para unificar tanto el criterio como los objetos de investigación de autores como Maurice Dobb, Rodney Hilton, E.
- Thompson y Robert Brenner para plantear que una de las formas de comenzar a comprender la especificidad del origen del capitalismo reside en comprender cuales fueron las fuerzas motrices que le impulsaron. Esto lleva a Meiksins a plantear que la fuerza motriz que dio origen al capitalismo fue el campo y la lucha de clases entre productores y apropiadores del excedente, descartando las ciudades como un territorio donde el capitalismo tuvo su surgimiento mas fuerte y también a la expansión del comercio como la dinámica económica predilecta (capítulo 3). Este polémico planteamiento es desarrollado en las dos partes restantes.
En este sentido, la segunda parte busca principalmente profundizar sus argumentos sobre la centralidad del campo por encima de las ciudades, para ello desarrolla la tesis del capitalismo agrario dentro del origen del capitalismo y la transformación de la concepción de propiedad privada. La tercera parte busca ahondar otros aspectos del capitalismo agrario, extendiendo la explicación hacia factores extraeconómicos como el rol articulador del Estado-Nación y las condiciones materiales que desarrolló la apropiación colonialista.
En específico, en la segunda parte establece que en el contexto fragmentario del feudalismo los mercados tanto de las principales ciudades como las más aisladas no generaron por sí mismas los imperativos capitalistas de la maximización de la ganancia y la competencia productiva, ya que estos solo pudieron desarrollarse cuando estos se apropiaron de la producción y distribución del bien más básico para la reproducción humana: los alimentos, lo que sentó las bases del proceso de conversión hacia el capitalismo agrario. El desarrollo de estos imperativos resultaron ser capitales pues alteraron radicalmente las relaciones productivas del campo tanto entre humanidad y naturaleza y entre productores.
Pero la autora sostiene que su asidero no residió en la voluntad de los innovadores tecnológicos o de los mercantilistas ultramarinos, mas bien en la irrupción de una nueva concepción de propiedad privada, cuyo representante político e intelectual es John Locke4. Esta nueva concepción tuvo como eje central que la propiedad sobre la tierra es de quien la hace más productiva y eficiente, con ello dándole un sustento filosófico y luego jurídico a la apropiación por desposesión5 de tierras y la incursión colonialista de Inglaterra y, de paso, extinguir el derecho consuetudinario de propiedad y justificar la imposición de imperativos del mercado y, por ende, la destrucción intensiva del medio ambiente en aras de la productividad (Capítulo 4).
De esta forma, para la autora tanto la revolución industrial como las revoluciones burguesas no gestaron el origen del capitalismo, más bien ambas fueron consecuencias y formas de la necesidad del proceso (capítulo 5).
Ya en la tercera parte es la más específica del texto, pero también es la más heterogénea y la más débil del texto, pues intenta sintetizar aspectos sobre los cuales debería explayarse más o detenerse al menos, como en el caso de rol de la marina inglesa o el caso del imperialista inglés en Irlanda. Si bien Meiksins sostiene que el capitalismo agrario fue un fenómeno especifico inglés, lo que habría conllevado a la realización de la revolución industrial, pues para el capitalismo ingles las limitaciones del mercado no inhibieron las fuerzas productivas, sino que fueron desarrolladas (capítulo 6). Una de las formas en las cuales este proceso fue encauzado fue a través de mecanismos extraeconómicos, en otras palabras, el uso organizado de la violencia a través de medios estatales: legislaciones, ejército, marina, etc. Si bien su utilización no puramente capitalista, incluso es característica de cualquier proyecto imperial, solo adquiere esos contenidos en la Inglaterra del siglo XVIII, a medida que necesita de la expansión del mercado y que sus imperativos generaron el proceso de industrialización (capítulo 7). De la misma forma, la emergencia del Estado-nación inglés obedece a la necesidad concreta de conformar un mercado nacional unificado (capítulo 8), asimismo, la modernidad como espíritu racional del capitalismo nace como una necesidad de clase de la burguesía para impulsar su proyecto tanto desde un plano cultural como administrativo, político y económico, no sin contradicciones y elementos que provenían del feudalismo (capítulo 9).
En su conclusión, el texto nos invita a pensar cómo la concepción de propiedad privada configuró la práctica de desposesión y la instalación de imperativos en el mercado y en las prácticas económicas creó las posibilidades materiales y jurídicas del capitalismo.
A modo de reflexión general, el texto es una invitación a repensar las categorías no solo para definirlas mejor o inventar nuevas, sino para poner el acento crítico en la forma que escribimos la historia y sus implicancias. Rechazar la naturalización es el ejercicio inicial de toda actividad investigativa sea desde la historiografía, las ciencias sociales o políticas. A pesar de los casi 22 años de la publicación, el texto posee una frescura inaudita en estos tiempos de incertidumbre, pues se salta la muletilla del análisis marxista normativo de cuán cercano o no se está de la palabra (literal o tácita) de los escritos de Carlos Marx o en lo que habría dicho Marx en tal o cual pasaje. No, la autora decide hacer el ejercicio opuesto sin renunciar tanto al espíritu crítico, eso refleja de manera fiel su honestidad intelectual junto a su capacidad de afrontar los tiempos de incertidumbre que fueron los noventas y los dos mil, pero que hoy, casi veinte años después, parecen repetirse ya no como una farsa hilarante sino como un profundo drama distópico.
Notas
2 A pesar de la prolífica obra de la autora, el esfuerzo de traducirla al español ha sido fragmentario y con importantes hiatos entre la publicación de cada obra: Véase Democracia contra capitalismo. La renovación del materialismo histórico, editorial Siglo XXI, México, 2000. Texto donde se expone los ejes centrales de su apuesta teórica y su debate con diferentes vertientes del marxismo. Luego se publicó El imperio del Capital, El Viejo Topo, Barcelona, 2004, donde la autora expone sobre el rasgo especifico del imperialismo como una forma de extensión y consolidación del capitalismo. Otros esfuerzos editoriales fueron De ciudadanos a señores feudales. Historia social del pensamiento político desde la antigüedad a la edad media”, Paidós, Barcelona, 2011, Una política sin clases. El postmarxismo y su legado, Razón y Revolución, Buenos Aires, 2014 y solo recientemente La prístina cultura del capitalismo. Un ensayo histórico sobre el Antiguo régimen y el Estado moderno, Traficantes de sueños, Madrid, 2018.
3 Esta falacia que se traduce de manera literal como petición de principio, es un argumento circular que retóricamente afirma premisas sin verificarlas o argumentarlas. En otras palabras, se asume una hipótesis como verdad sin verificarla o ponerla a prueba.
4 Para ir a la fuente es recomendable revisar estos argumentos presentes en John Locke, Segundo tratado del gobierno civil. Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil, Tecnos, Madrid, 2010, pp. 32-55.
5 La autora esta aludiendo, sin especificar, una tesis de David Harvey presente en tu texto La condición posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Editorial Amorrortu, Argentina, 1990, pp. 25-51. Pero que posteriormente se desarrolló en un ensayo del mismo Harvey publicado cinco años después del libro Meiksins, presente como capitulo en su libro El nuevo imperialismo, AKAL, Madrid, 2004, pp. 111-140.
Resenhista
Rodrigo Reyes Aliaga – 1 Profesor de filosofía por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación y Magíster en Historia por la Universidad de Santiago de Chile. Miembro del Centro de Investigación Políticas y Sociales del Trabajo (CIPSTRA). Puente Alto, Chile. Correo: reyesaliaga@gmail.com | ORDID: https://orcid.org/0000-0002-2396-6989.
Referências desta resenha
WOOD, Ellen Meiksins. El origen del capitalismo. Una mirada de largo plazo. México: Editorial Siglo XXI, 2021. Resenha de: ALIAGA, Rodrigo Reyes. Revista chilena de historia social popular. Santiago, v.2, n.4, jul. 2021. Acessar publicação original.