A diez años de la publicación en inglés de The Forgoten Peace. Mediation in Niagara Falls, 1914, del embajador Michael Small aplaudimos el lanzamiento de su versión en español. Los editores de Huitzils para su tiraje en castellano acertadamente recuperan en el título el acrónimo del ABC, (Argentina, Brasil y Chile) y juegan con el estribillo usado en el mundo editorial para señalar un texto que introduce a un tema. Considero que el trabajo de Small cumple sobradamente el propósito de presentar una narración esclarecedora, al tiempo que encuentra un nuevo acercamiento a las conferencias de Niagara Falls.
Se trata de un libro que viene a contribuir a la historia diplomática de la Revolución Mexicana en uno de sus acontecimientos menos atendidos. Niagara Falls fue un pretendido espacio de diálogo, impulsado por Argentina, Brasil y Chile y avalado desde Washington, en un esfuerzo de mediar en el “conflicto internacional” entre México y Estados Unidos, que había desembocado en la ocupación del puerto de Veracruz por parte de la flota estadounidense la primavera de 1914.
En buena medida, si Niagara Falls y sus conferencias fueron un tanto olvidados, se debe a que las negociaciones no alcanzaron ni remotamente los objetivos planteados por sus auspiciantes; ya que no consiguieron poner frente a frente al gobierno estadounidenses con las facciones beligerantes de la revolución, ni lograron obtener un armisticio en México, ni solventaron el incidente naval en el Golfo de México y su respectivo desagravio, es decir, concluyeron en un completo fracaso o para plantearlo en términos más diplomáticos, no alcanzaron las metas trazadas. En los círculos de la historia diplomática, ello pesó para quedar en las sombras, las negociaciones exitosas dan lustre a la disciplina y proyectan las carreras de los involucrados. Operaciones malavenidas no brindan reconocimiento a los nombres de los intermediarios y el episodio ha sido tratado por un reducido número de interesados. No obstante, estas frustradas entrevistas marcaron en buena medida los lineamientos y la estrategia a seguir por parte de la diplomacia revolucionaria. En una relación asimétrica y desigual con Estados Unidos, cuando el constitucionalismo se vio obligado a sentarse a la mesa con la potencia continental y los estadounidenses pretendieron aprovechar la oportunidad para intervenir en el curso de la revolución, lo mejor para defender la soberanía nacional fue limitar los acuerdos. Venustiano Carranza repitió la experiencia de Niagara Falls, apenas un par de años después, en las pláticas de Atlantic City de 1916, convocadas a causa del ataque de Francisco Villa a Columbus, aunque esos encuentros ameritan su obra particular y su reseña aparte.
Retomo el tema de Niagara Falls. Cuando el embajador canadiense Michael Small arribó a la ciudad de México en la década de los años noventa del siglo XX, una de las actividades correlativas a su encargo fue compenetrarse de la historia del país. Al documentarse en el tópico de la revolución, su sorpresa fue mayúscula al toparse en un par de párrafos alusiones a Niagara Falls. Los deberes laborales solamente le permitieron llevar la referencia en la alforja durante el recorrido por diversos países de Latinoamérica; Brasil, Costa Rica y Cuba. Small hizo una pausa en su periplo diplomático en 2003 para realizar una estancia en la Universidad de Harvard, sitio donde pudo volver a indagar sobre Niagara Falls. Así se gestó el libro del que en esta ocasión se realiza su glosa.
La investigación se propuso poner el énfasis en la perspectiva canadiense, una diplomacia en ciernes en los albores del siglo XX que también daba sus pasos iniciales y aprendía sus primeras letras. De hecho, en 1914 Canadá carecía de red de embajadas, aparato consular y la política exterior del país se conservaba bajo la tutela de la Foreign Office del imperio británico. Seguir el filón canadiense permite adentrase en el tema con atención especial en el escenario y formular otros cuestionamientos: ¿Cuál fue el papel desempeñado por Canadá y cuáles las repercusiones en el ámbito diplomático de ser la sede de las conferencias? El autor reconoce que la participación canadiense fue la de actor incidental, a la pregunta ¿por qué en Niagara Falls? la respuesta no es cómoda, principalmente para un canadiense, después de escudriñar en los recovecos diplomáticos se presenta la explicación contundente; se eligió ese lugar por descarte. No podía ser en México, la Casa Blanca no reconocía al régimen de Victoriano Huerta, no podía ser en Estados Unidos, impensable recibir emisarios formales de un gobierno que no era reconocido. Ante la negativa británica a facilitar alguno de sus territorios, finalmente se eligió Canadá y en particular Niagara Falls, localidad en la frontera con Estados Unidos.
El gobierno del Canadá se enteró por la prensa que la misión diplomática se dirigía hacia su demarcación para instalarse en el hotel Clifton. Small recupera la queja de los funcionarios canadienses: “Informes de prensa indican que los delegados sudamericanos designados para mediar entre México y Estados Unidos proponen conducir sus negociaciones en Niagara Falls, en territorio canadiense, aun cuando no hemos recibido información oficial del asunto” (p.78). El embajador Small apunta “parece que ni las partes ni los mediadores creyeron necesario obtener la aprobación oficial de Canadá antes de seleccionar ubicación y reservar habitaciones” (p.78). Tanto así que no hubo formalmente una representación local y la función de anfitriones corrió a cargo de los mediadores del ABC, aunque los canadienses terminaron involucrándose de otras maneras en el transcurrir de las negociaciones.
El estudio de Small devela la ubicación precisa de las locaciones, la logística involucrada alrededor del evento, los entretelones de los acontecimientos en Canadá, las vicisitudes cotidianas del encuentro, tanto de los que se hospedaron en el hotel Clifton y los que no, a saber, la delegación estadounidense que cruzaba el puente peatonal sobre el río Niagara en cada ocasión necesaria, los emisarios carrancistas que se mantuvieron cerca de las cascadas ante cualquier posible contingencia y el mismo Félix Díaz, quien también se presentó en Canadá para ver cómo podía sacar provecho de la ansiada caída de Huerta.
Por otra parte, con las habilidades del internacionalista, Small hace un atinado desglose de las posturas diplomáticas de Woodrow Wilson y su espíritu de profesor universitario por aleccionar en los principios democráticos a las naciones del continente; como fue el hecho de no aceptar el gobierno de Huerta, marchando a contracorriente de ciertas prácticas de la diplomacia estadounidense y de los consejos del Departamento de Estado de reconocer a todo gobierno de facto. Small explica, desde la perspectiva de la diplomacia ortodoxa, los embrollos políticos en los que se inmiscuyó Wilson debido a su obcecación de lograr el desplazamiento de Huerta del gobierno mexicano y cómo ello complicó y acotó las labores de su cuerpo diplomático, con lo que arroja luces sobre el papel adjudicado y los alcances de enviados extraordinarios, encargados de negocios, representantes personales y otra clase de agentes informales, como los que mantuvieron las líneas de comunicación con el carrancismo. Empero, Small también nos presenta al Woodrow Wilson que en ocasiones se omite bajo el velo del manto democrático, aquel con afanes intervencionistas en la Revolución Mexicana y protector de los intereses norteamericanos al sur del río Bravo.
Este es un ensayo que pone el foco en los senderos diplomáticos, no obstante, como apunta Pablo Yankelevich, que en su momento reseñó la publicación en inglés, “Small no se detiene en las carreras políticas y profesionales de los mediadores, de haberlo hecho seguramente hubiera encontrado otras explicaciones sobre el sentido y suerte de la aventura diplomática, por ejemplo el embajador argentino (Rómulo Naón) y sus aspiraciones políticas, sobre esto existe abundante documentación en el Archivo Histórico de la Cancillería Argentina” (Yankelevich, “Small, The Forgotten Peace”, Foro Internacional, 2010, p.869). La consulta de La revolución intervenida de Berta Ulloa (1971), La diplomacia chilena y la Revolución Mexicana de Sol Serrano (1986) y por supuesto al propio Yankelevich en Diplomacia imaginaria, Argentina y la Revolución Mexicana (1994), le hubiera permitido valorar otros elementos en juego en ese tablero diplomático.
Small presenta un logrado cuadro del secretario de Estado, William Bryan, para entender más claramente las diferencias entre Wilson y su gabinete. Empero, no hace lo mismo con Huerta y sus funcionarios de los que zanja el tema con una línea “tuvo 6 secretarios de Relaciones, no los nombro para no confundir.” Esta amplia cantidad de ministros se explica por el complicado intento de consolidación del régimen huertista en medio de la revolución, primero acompañado de los conspiradores de la ciudadela, con los que el Pacto de la Embajada (estadounidense) comprometió la convocatoria a comicios presidenciales que allanaran el ascenso al poder de Félix Díaz. Huerta tuvo que desprenderse primero del sobrino del antiguo dictador. Al tiempo vinieron las presiones desde Washington para forzar elecciones, con Federico Gamboa, el nuevo secretario de Relaciones, como el hombre en la mente de la Casa Blanca para garantizar la transición en México. Gamboa realizaba las gestiones para el reconocimiento del gobierno de Huerta, mientras se dejaba seducir por el canto de las sirenas que entonaban la melodía -tú puedes ser el presidente-; obviamente el autor de Santa debió abandonar su puesto.
Pero aun con estas puntuales ausencias, el texto que hoy se comenta es un avance en el estudio de los meandros diplomáticos que llevaron a la invasión de Veracruz en abril de 1914, también en el análisis de la manera en que esgrimiendo una supuesta “pedagogía democrática” Woodrow Wilson y Estados Unidos pretendieron intervenir el curso de la revolución e inmiscuirse en asuntos que correspondían exclusivamente a los mexicanos, presionando con la ocupación del puerto y la retención de impuestos aduaneros. Para el público hispanohablante en Canadá, es una lograda ventana para vislumbrar la construcción de las relaciones de ese país con el resto del continente. Con un texto bien escrito y documentado, fino en el escrutinio de las fuentes y archivos consultados, doy por seguro que despertará la curiosidad de los lectores que lo tengan a la mano, tal como le sucedió al embajador Small al encontrarse con la mención de unas singulares conferencias de paz celebradas a un costado de las siempre majestuosas cataratas del Niagara.
Resenhista
Pavel Navarro Valdez – Instituto Nacional de Antropología e Historia. Museo Nacional de las Intervenciones, México. E-mail: pavelnavarro@gmail.com
Referências desta Resenha
SMALL, Michael. El ABC de una paz olvidada. Tiempo de mediación en Canadá, 1914. Ontario: Huitzils, 2019. Resenha de: VALDEZ, Pavel Navarro. Sur y Tiempo. Revista de Historia de América, v.1, n.2, p. 158-161, jul./dic. 2020. Acessar publicação original [DR]
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