Los esfuerzos de investigación para desentrañar las múltiples facetas de la Historia Social Chilena en el último tiempo, han tenido un estimulante crecimiento. Basta recorrer algunas librerías y revisar catálogos para darse cuenta de que la historiografía de nuestro pasado, remoto y no tan remoto, ha experimentado un significativo avance no solo en el número de obras editadas, sino también en la calidad de éstas. Los nombres de Gabriel Salazar, Julio Pinto, María Angélica Illanes, Sergio Grez, Leonardo León y tantos más; se han hecho cada vez más conocidos por desarrollar un esfuerzo sistemático y permanente de escrutinio de las décadas y siglos precedentes. Por supuesto, y es estimulante apreciarlo, sus aportes no se han quedado solo en sus escritos, sino que éstos han sido capaces de motivar a generaciones más nuevas a escribir, reescribir e incluso cuestionar algunos planteamientos de los citados autores. Y es que ese es el dinamismo, y capacidad de crear y recrear situaciones pretéritas, que uno espera de la historiografía profesional, de aquella que no debe, o no debiera, crear referentes o modelos absolutos, sino siempre estar dispuesta a dialogar con el pasado interpretando y reinterpretando episodios, coyunturas o estructuras conocidas y desconocidas. Si tratáramos de visualizar esta tarea como la de armar un puzzle, los historiadores deberíamos siempre tratar de buscar la mayor cantidad de piezas posibles para hacer inteligible al menos una parte del total. Y es eso efectivamente lo que ocurre con la mencionada Historia Social, que abordada desde lo político, lo económico, lo cultural, las mentalidades, el género o la microhistoria, puede volverse más comprensible y cercana para quienes no son especialistas en un tema. He ahí también un desafío: el de ser capaces de traspasar las barreras estrictamente profesionales, a veces verdaderos guetos, y llegar a las personas comunes y corrientes. Es entregarles un encantamiento con el pasado que, en el plano cotidiano, existe solo cuando se les habla de cosas que son significativas para sus recuerdos y su entorno inmediato.
En el caso del libro que comentamos, no puede negarse que existen aspectos del Catolicismo Social que no siempre han sido recogidos de manera clara por la historiografía social, lo cual ayuda a complementar la visión general del problema. También se debe reconocer que la lectura de esta obra puede estimular los recuerdos de quienes descienden de los principales protagonistas del período 1880-1920, configurando así un aspecto más de la identidad personal y familiar de la elite política y religiosa que aparece en sus páginas. Sin embargo, llama la atención el desconocimiento de los avances historiográficos y de la producción editorial en esta misma línea, que el autor demuestra al momento de plantear los propósitos del libro, de sostener la argumentación de algunos acápites y de elaborar la bibliografía final. Lo expresado no es solo un afán preciosista que considera que una monografía debe citar todo lo existente y volverse casi una enciclopedia, sino una consideración que hace patente que muchos de los juicios sostenidos, catalogados por el propio autor de “originales y novedosos”, no lo son, pues ya habían sido planteados y desarrollados por otros investigadores. Así, más que una crítica a una formalidad o búsqueda de exhaustividad bibliográfica, lo que deseamos dejar establecido es que un trabajo realizado con cierta seriedad es más que un acopio de fuentes, libros o antecedentes de diversa naturaleza, sino también un esfuerzo por dialogar con los lectores y hacer comprensible una época demostrando sinceridad y humildad al momento de plantear una o varias ideas; lo que se traduce en reconocer que lo que se está narrando no siempre es nuevo ni definitivo.
De acuerdo con Valdivieso, el propósito de este libro, que originalmente fue su tesis doctoral defendida en Alemania, es “documentar las condiciones socioeconómicas y políticas que inspiraron el esfuerzo, los modelos y las experiencias internacionales que hicieron una contribución, y, muy especialmente, las consecuencias del proceso indicado para el desarrollo de un Chile más humano, solidario y justo” (pág. 13). A través de tres capítulos, referidos “a los procesos de transformación económica y social que dieron lugar a un movimiento de reforma social, cuyo resultado fue un modelo de políticas sociales”; al “origen y los contenidos del programa de reforma social en el catolicismo chileno”, y a demostrar que “el período 1880-1920 constituye la fase inicial de un moderno proceso de reforma social y política en Chile, y que el catolicismo hizo una contribución particularmente importante”; el autor busca desentrañar las raíces intelectuales y las propuestas concretas de un programa de reforma social cuyos principales impulsores serían figuras de la Iglesia Católica (Juan Ignacio González Eyzaguirre, Martín Rücker, Carlos Casanueva, etc.) y miembros del Partido Conservador (Abdón Cifuentes, Manuel José Irarrázaval, Juan Enrique Concha, etc.), inspirados por las enseñanzas sociales de los católicos europeos del siglo XIX.
Para establecer los vínculos entre las ideas del viejo continente y su recepción en Chile, el autor dedica el primer capítulo, titulado el “Malestar en la sociedad chilena”, a la descripción del panorama económico-social del período, estableciendo primero una comparación entre el liberalismo en Europa y en nuestro país (págs. 45-62), para después concentrarse en temas específicos como la población y el mercado laboral, los salarios y el mercado, el mundo del trabajo y la cuestión social, la pobreza y el desamparo, y las acciones de protesta. Este capítulo es el que más se resiente por las carencias bibliográficas antes señaladas. Para un lector que recién se aproxima al tema, de seguro esta parte podrá parecerle muy documentada y hasta novedosa, al abordar los inconvenientes de vida de las clases más desposeídas, su constante riesgo social y fácil manejo por parte de quienes deseaban politizar sus necesidades. Sin embargo, no existe la más mínima mención a las publicaciones de los últimos años de Salazar, Illanes, Pinto, Grez, Mario Garcés, Jorge Rojas, Juan Carlos Yáñez y tantos otros que sería largo de nombrar y que, por supuesto, no forman parte de la pobre discusión bibliográfica que entrega el autor al comienzo del libro (págs. 23-38). Si bien se citan los estudios de Luis Alberto Romero y de Armando de Ramón, de otros historiadores sociales solo se registran sus trabajos más antiguos. Nada se dice de la Historia Contemporánea de Chile, de Salazar y Pinto, editada por LOM hace algún tiempo y que serviría para complementar muchos de los acápites mencionados. Los trabajos más recientes de Angélica Illanes (“En el nombre del Pueblo, del Estado y de la Ciencia”. Historia social de la salud pública. 1880/1973 y Chile Des-centrado; por nombrar solo dos) tampoco son citados. Se omite por completo el estudio de Sergio Grez (De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890)), cuya primera parte tiene directa relación con los temas que reconstruye Valdivieso, al menos hasta fines del siglo XIX. La misma omisión se comete con Jorge Rojas Flores (Niños cristaleros), y Juan Carlos Yáñez (Estado, consenso y crisis social. El espacio público en Chile. 1900-1920), que dicen relación con el trabajo infantil, las condiciones sociales y políticas de comienzos del siglo XX y el papel de los sectores conservadores sobre el tema de la cuestión social. Todos estos aspectos son revisados por Valdivieso en este capítulo, sin considerar los aportes hechos con bastante anterioridad por los autores ya citados. Lo que se puede reconocer de esta parte, pues no existe mención a otra fuente primaria ni menos a la prensa, aunque se diga que se la usa cuando es necesario (pág. 15), es la revisión pormenorizada del Boletín de la Oficina del Trabajo, que le ayuda a documentar algunos juicios y a construir algunos de los gráficos sobre remuneraciones, salarios diarios, accidentes laborales, ingresos y gastos de familias obreras, y temas similares que allí se presentan (págs. 63-160).
Un segundo capítulo, dedicado a la “Palabra, Acción y la Renovación”, buscar estudiar la recepción de las ideas del catolicismo social en Chile a través de los viajes, la creación de instituciones, de asociaciones y de publicaciones destinadas a difundir el nuevo ideario. En un principio, Valdivieso aborda el origen de la Doctrina Social de la Iglesia y retoma nuevamente el concepto de cuestión social, examinando sus características europeas y viendo su evolución hasta la redacción de la encíclica Rerum Novarum (págs. 163-198). Luego, revisa el panorama político y social chileno, concentrándose después en las vías de difusión antes citadas, los contenidos del catolicismo europeo, sus principales autores y las experiencias desarrolladas en Chile antes y después de la mencionada encíclica. Sería después de este texto pontificio, cuando comenzaría a tomar forma un programa de reforma social en el catolicismo chileno, a través de debates sobre los derechos y deberes de los trabajadores, los empresarios, el papel del Estado, la Iglesia y los laicos (págs. 199-261). Toda la argumentación del capítulo se sustenta, en primer orden, en el uso ya conocido del concepto de cuestión social restringido a las décadas en las que se concentra esta obra. Ya en la recopilación de textos sobre este tema, realizada por Sergio Grez hace más de diez años (La “cuestión social” en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902), Santiago, 1995), se ampliaba dicho concepto a todo el siglo XIX, pudiendo proyectarse también al XX, para dar cuenta de una realidad de miseria y marginación que ha acompañado la vida de los sectores populares durante nuestra vida republicana. Por ello, no basta con circunscribirla a fines del siglo XIX y principios del XX. En segundo lugar, el autor, si bien puede realizar una buena reconstrucción de las ideas sociales que circulaban en ciertos sectores del clero y de la elite política, olvida que dichas ideas también están vinculadas a prácticas y representaciones. Nada se dice, más allá del discurso o de las buenas intenciones, de cuál era el grado de compromiso que tenían los actores involucrados con los sectores populares. No sabemos cómo percibían los pobres, aquellos a los que iban dirigidas estas nuevas ideas, a las autoridades de la Iglesia y del Partido Conservador. Si solo siguiéramos de cerca los estudios de Maximiliano Salinas (Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900, Santiago, 1992; y Maximiliano Salinas C, Daniel Palma, Christian Báez y Marina Donoso. El que ríe último… Caricaturas y poesías en la prensa humorística chilena del siglo XIX, Santiago, 2001), la imagen obviamente sería negativa y, en ese caso, existiría un abismo entre la retórica reformista y las necesidades reales de la población, punto al que Valdivieso ni siquiera se aproxima. Por otro lado, y volvemos a lo comentado más arriba, la omisión de estudios sobre Fernando Vives, y de numerosos artículos aparecidos en el Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, publicación que el autor solo revisa hasta comienzos de la década de 1990; le permitirían explorar las dimensiones antes señaladas.
El tercer y último capítulo, dedicado a la “Reforma y política social en Chile”, es una suerte de esquema explicativo de los principales temas desarrollados en dicho programa de reforma. Los contenidos concretos como la vivienda, las adicciones, las enfermedades, las epidemias y la mortalidad, el ahorro, la educación, el trabajo en la industria, la población rural, la inflación y el distanciamiento de las clases sociales (págs. 269-337), son revisados a través de una repetitiva pauta que indica los problemas, causas y consecuencias, así como las respuestas e impacto de cada una de las temáticas abordadas. Tal manera de exponer la argumentación del capítulo se asemeja más a la exposición de una clase de aula que a una interpretación que busca establecer vínculos entre las diferentes posturas y problemáticas que surgen de la discusión del programa de reforma social. No hay un cuestionamiento, solo una exposición o descripción, de las ideas desarrolladas por Manuel José Irarrázaval, Francisco de Borja Echeverría, Juan Enrique Concha y otros más; sin llegar a plantear hasta qué punto las necesidades recogidas y difundidas por estos personajes, haciendo eco de lo que ocurría en Europa, representaban en realidad al grueso de la población nacional. ¿Cómo se establecieron las necesidades al momento de diagnosticar los problemas? ¿Qué acercamientos tuvieron ellos y los miembros de la Iglesia con los sectores obreros que no compartían su manera de pensar? ¿Hubo conflictos de intereses en temas como el del control del alcoholismo, en circunstancias que una parte de los congresistas eran dueños de viñedos? Nada de eso siquiera se insinúa.
Por otro lado, el autor olvida que muchas de las leyes sociales que cita (Ley de Habitaciones para Obreros, de Descanso Dominical, de la Caja Nacional de Ahorro, de Protección a la Infancia Desvalida, de la Silla y de Accidentes del Trabajo), que demuestran, según él, que “el Partido Conservador disponía de un verdadero programa de reforma social y política” (pág. 336), fueron fruto de negociaciones políticas y del mismo convulsionado ambiente de huelgas y manifestaciones populares que demostraban la necesidad de presionar al sistema para encontrar una respuesta a sus legítimas demandas. En otras palabras, dicha legislación no es solo el fruto de la preocupación y de las buenas intenciones de los conservadores y del clero cercano a las ideas del catolicismo social, sino parte de un proceso más amplio y complejo que no puede simplificarse solo para concitar simpatías al momento de publicar un trabajo. Esta es una cruda, triste, pero cierta realidad.
Si bien la investigación comentada permite conocer una perspectiva no siempre bien profundizada para abordar la problemática de la cuestión social, destacando el papel de los congresos, semanas sociales, patronatos, conferencias de San Vicente de Paul y las acciones en colegios católicos y universidades, no puede negarse que el tema todavía requiere mejores interpretaciones y un conocimiento más acabado del período en todos sus matices, nos gusten o no. Solo de esa forma una monografía puede, más allá de su recopilación documental y bibliográfica, transformarse en una guía que permita explorar no solo un tema en particular, sino proponer a la vez nuevas vías de acercamiento al pasado. Eso es lo que le da vida a un libro, lo que le permite dialogar con sus lectores, como decíamos al principio de este comentario, y lo que lo saca de lo meramente académico y academicista para encontrarse con ese intrincado tejido social y humano que los historiadores de profesión buscamos desentrañar.
Resenhista
Marco Antonio León León – Universidad Arcis.
Referências desta Resenha
F., Patricio Valdivieso. Dignidad humana y justicia. La Historia de Chile, la Política Social y el Cristianismo, 1880-1920. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2006. Resenha de: LEÓN, Marco Antonio León. Cuadernos de Historia. Santiago, n.29, p. 163-166, Septiembre, 2008. Acessar publicação original [DR]
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