Deconstruyendo el archivo/Historia y Grafía/2012

“¿Por qué reelaborar hoy día un concepto del archivo?” Con esta pregunta Jacques Derrida comienza un ensayo muy particular en el horizonte de los desastres que caracterizaron el fin de siglo xx, a los que llamó archivos del mal. 1 La característica de este horizonte implicó más interrogantes, tales como preguntar por los archivos disimulados, prohibidos, destruidos, desviados o reprimidos; así como los cuestionamientos por los modos de tratarlos en el contexto de guerras civiles e internacionales; además de la pregunta por el poder sobre el documento, su posesión, su retención y su interpretación.

El horizonte en el que se enmarcó dicho ensayo no ha cambiado. De ahí que el expediente de este número esté dedicado a la cuestión del archivo. La pregunta que se hace Derrida está destinada a ser apropiada por nosotros los historiadores, y podemos hacerlo desplazándola hacia otra interrogante: ¿es posible pensar históricamente el archivo? La respuesta afirmativa tendría como condición de posibilidad asumir el reto que Derrida nos hace a los historiadores: distinguir el archivo de aquello a lo que se la ha reducido con demasiada frecuencia: la memoria y el retorno al origen. Reto que podemos asumir si la cuestión del archivo la tomamos no ya como un depósito de la memoria que salvaguarda una identidad añorada, interrogada o perdida, ni como el lugar que resguarda los documentos como testimonios garantes del acontecimiento, sino a partir de reflexionar sobre los modos en que nos relacionamos con el archivo al momento de trabajar sobre el documento y escribir libros de historia.

Los artículos que conforman este expediente, y en general todo el número, responden de distintas maneras a este reto. Todos asumen de alguna forma que pensar históricamente el archivo implica dar cuenta de los modos en que el acontecimiento se sustrae siempre entre el juego del olvido y la memoria.

En “De viaje tras el encuentro entre archivo e historiografía”, Guillermo Zermeño se interroga acerca de la posibilidad de saber si la transformación política que dio lugar al nacimiento de México como Estado nación, trajo aparejada también una transformación semántica del archivo. De este modo, Zermeño se plantea como hipótesis que al haber líneas de continuidad entre el antiguo régimen y la naciente república, las formas o estructuras del archivo tradicional sufren una mutación dada a partir de una desacralización de la relación con la política, y la necesidad de generar un nuevo lenguaje jurídico/científico que permita validar y legitimar el nuevo funcionamiento del archivo. La consecuencia que plantea no se deja esperar, pues propone que se dará un reforzamiento de la fusión entre historia y archivo no tan acentuada en el régimen anterior.

Por otra parte, en “La parábola de la Bibliotheca”, Martín Morales nos muestra cómo la bibliotheca jesuítica aparece como un archivo en el que la convivencia de impresos y manuscritos testifican tanto el paso de una cultura de la oralidad al impreso, como el paso de una escritura que, una vez plasmada en libro, llega a ser concebida como la fijación de contenidos que funcionarán como sustitución de la memoria. En este sentido, Morales observa a la bibliotheca jesuítica como una parábola que se construyó como espacio disciplinado en relación con los saberes, en donde la ambigüedad de la escritura ya no podrá ser identificada con la memoria, ni con los archivos como su lugar.

En “El mal de archivo en la escritura de la historia” presento un trabajo que propone una reflexión acerca de las consecuencias historiográficas implicadas en una deconstrucción del concepto de archivo inaugurada por el filósofo francés Jacques Derrida. Este escrito parte de la pregunta de hasta dónde es posible pensar históricamente el archivo, para mostrar, desde esta interrogante, cómo los distintos modos de tratamiento del archivo nos convocan a establecer nuevos modos de relación con éste, ahí donde un mal lo atraviesa: borrarse para preservarse. De este modo el historiador estaría llamado a trabajar sobre las huellas del borrado de todo acontecimiento.

Por otro lado, en “El Archivo Negro. Operaciones penitenciarias y archivísticas en el Palacio de Lecumberri”, William Brickman-Clark elabora una propuesta muy interesante en torno de una pregunta: ¿es posible que el discurso rector y las consecuencias espaciales de la penitenciaría moderna y el archivo (éste en tanto depósito físico de la memoria), sean similares? A partir de un análisis del espacio y de las operaciones de organización, nominación y clasificación entre lo que fue el Palacio de Lecumberri y lo que es hoy el Archivo General de la Nación, Brickman-Clark trabaja una respuesta posible, aquella que, a partir de los trabajos de Foucault y Derrida, enuncia que en sus dos momentos este espacio ha sido habitado por eso que Derrida llama un mal de archivo.

Es de resaltar aquí que también los dos textos que aparecen en la sección de “Ensayos” de este número, así como la reseña que se presenta, están en estrecha relación con el tema del expediente. Alfonso Mendiola, en “Historizar la teología y los dogmas de la Iglesia: el compromiso de Michel de Certeau”, pone en contexto el desarrollo de la obra del historiador jesuita francés; de esta forma muestra las operaciones historiográficas en las que él estaba inmerso, así como el modo en que mantuvo una relación con el archivo a partir de su esfuerzo por pensar históricamente la teología y los dogmas de la Iglesia. Se trata de un Michel de Certeau que, como un viajero, atraviesa fronteras y saberes hacia el lugar del otro. En esta misma dirección, pero con una particularidad interesante, se ubica el trabajo de Andrés Freijomil, “La práctica de la lectura en la obra de Michel de Certeau. Archivo, documento y lectura”. Su ensayo demuestra, a partir de un estudio de las prácticas de lectura de De Certeau, que leer implica tiempo y materialidad en tanto interacción textual material y corporalidad gestual del lector. De esta forma, lo que se puede leer en este ensayo es cómo enfrentarse con el archivo, y el documento implica esta interacción.

Por último, la reseña que presenta Francisco Rivero, intitulada “Escribir las huellas”, trata de un libro muy particular: El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso y lo ficticio, de Carlo Ginzburg. La pertinencia de esta reseña en relación con el expediente de este número es que funciona como ejemplo de un historiador que se esfuerza por pensar el entramado de los documentos, los archivos y las huellas de los acontecimientos, a partir de distinguir lo verdadero, lo falso y lo ficticio en la escritura de la historia, manteniendo la postura de que es posible alcanzar la verdad en el discurso histórico. Por tanto, esta reseña resulta un buen cierre del número, en tanto muestra un ejemplo concreto del modo en que un historiador se ha relacionado con el archivo, modo de relación que se pone en duda en las páginas siguientes, para poder pensar de modos diferentes.

Finalmente, habría que destacar cómo todos los artículos muestran un cierto síntoma que devela lo que Derrida ha llamado “mal de archivo”: el momento en que el archivo sustrae el acontecimiento, borrándolo para preservarse como memoria, mas, de cierta manera, como una forma de olvido.


Nota

1 Jacques Derrida, Mal de archivo. Una impresión freudiana, Madrid, Trotta, 1997, hoja suelta encartada en el libro.


Organizador

Ricardo Nava – Universidad Iberoamericana-Departamento de Historia México.


Referências desta apresentação

NAVA, Ricardo. Preliminares. Historia y Grafía, n.38, p.9-12, 2012. Acessar publicação original [DR/JF]

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