Hartog es un académico francés cuyas inquietudes abarcan el tiempo y su vinculación entre las categorías de pasado, futuro y presente. Sus especialidades abarcan el mundo de la Antigüedad y tocan temas como la representación del Otro en Heródoto, o la memoria en el mito de Ulises. Fundamental en Creer en la Historia, notaremos las conexiones desde lo más antiguo con ideas de Grecia clásica, hasta las definiciones más contemporáneas, de mano del giro lingüístico y su propuesta para la historia presente y del presente. A partir de conceptos como patrimonio, memoria, identidad y tiempo, el autor nos introduce al panorama de la historia en el siglo XXI. El autor enuncia el cisma del paradigma historiográfico en el periodo de la Segunda Guerra Mundial, momento en que la disciplina pierde su sentido, deteriora el acto de pronunciarse sobre su contexto y cuestiona su rol en el tribunal del mundo, en los juicios de la Historia (esa con mayúsculas, con un sentido anterior y guiada por el Progreso). Uniendo la historia con la literatura, mayormente francesa, los cruces intentan demostrarnos que creer en la historia es algo que no sólo viene desde nuestro campo, sino también en la experiencia de época.
El libro se compone de seis apartados y una conclusión, sin contar la presentación y el índice de conceptos. La Introducción nos abre a la problemática temporal del cambio en la manera de entender la historia: de la de maestra de vida para el presente al quiebre de posguerra (anexo al horror y la imprescriptibilidad de los juicios de lesa humanidad). En este sentido nos propone la omnipresencia del auge del presente en lo que denomina presentismo, una variación del modo moderno de concebir la historia, o sea, un cambio en el régimen de historicidad. Esta propuesta será tomada por Mudrovcic para diferenciar un régimen de historicidad (concepción de qué es historia) de un régimen de historiografía (la manera en que se escribe la historia) abriendo la discusión alrededor de, por un lado, aminorar la generalidad de estas categorías, y, por otro, establecer correlaciones de más orgánicamente1.
El ascenso de las dudas, plantea el problema del rol de la historia, su tiempo y los historiadores. ¿Somos una especie de testigo, de juez o un instrumento más? La incertidumbre que asola la labor es parte esencial del vuelco hacia el testimonio, al “deber de memoria”2; término no exento de problemáticas al introducir cierta manipulación en ese imperativo de rememorar3. Ese giro da lugar a la importancia de la relación con lo social y lo político, sobre todo con el presente, situándose como lo fundamental para la experiencia del mundo, y de sí para el historiador. Las reminiscencias a la teoría de Kosselleck serán patentes a lo largo del escrito, aún más al asociarlas con el rumbo de la creciente centralidad del testigo desde la memoria, conmemoración, patrimonio e identidad, unidos, inexorablemente, a los juicios de posguerra europeos. Así, el presente liga estos aspectos con el futuro.
Este cambio progresivo hacia un auge memorial, con su punto álgido en los años setenta, invierte la relación de la historia sobre la memoria. La temporalidad de posguerra y el reemplazo del régimen de historicidad moderno (en tanto preconcepciones del rol de la historia específicas del siglo XIX a modo de maestra de vida) se unifican en un presente de constante crisis y duración indefinida, dando paso al concepto de presentismo, entendido como un recurso en tiempos de crisis, una mantención identitaria. Esta hegemonía memorial, aunque se asemeja a planteamientos de Rüsen (que más bien unifica las categorías de experiencia y expectativas en una teoría metahistórica sobre la conciencia histórica4), difiere en su tratamiento de la memoria, pues Hartog desea articular la memoria alrededor de la temporalidad presente y de su nexo con la escritura histórica actual de una manera más específica.
Esta trasposición entre historia y memoria se enfrenta con la catástrofe constante y la necesidad de conservar, transmitir y volver a hacer habitable el momento presente cuyo futuro se ve opaco, incierto, pero por sobre todo irreversible. Termina consolidando al testigo y la víctima como lo central y les obliga a hacer uso público de sus experiencias, exhibirlas. Son relegados a un rol específico: comportarse como víctima, ser el sacrificio involuntario de la pleitesía a su vivencia. La incertidumbre, el cambio climático, los conflictos sociales, las actuales crisis económicas, hoy más que nunca, llevan a esta ruptura temporal del presente de manera global. Es algo que, si bien Hartog intenta esbozar, se dificulta con la utilización de fuentes tan particulares (como el caso Dreyfus, Chateaubriand, y Balzac) y la oclusión en el uso casi exclusivo de autores franceses y europeos.
Luego de sumirnos en las dudas sobre la labor histórica, Una inquietante extrañeza nos posiciona más cerca de los debates en torno al binomio memoria-historia. En esa línea, la extrañeza es definida como la imposibilidad de zanjar la tensa relación entre ser fiel a la memoria y la búsqueda de la “verdad histórica”. Ricoeur es invocado para abordar el problema de la representación, y en ese aspecto estimará al ciudadano lector, quien determinará si cree o no en la historia (abriendo la pregunta de la recepción histórica y su rol en el presente).
La problemática se consolida a partir de arribo del giro lingüístico a Estados Unidos, que tendrá por efecto un debate entre quienes pueden denominarse “Insiders” (más cercanos a la época moderna del régimen historicista: realistas) y “Outsiders” (ligados a caminos filosóficos y la historia como tiempo y experiencia). Aunque no mencionado por Hartog explícitamente, sino sólo con la diferencia entre dos autores claves (White y Ginzburg), el debate posmoderno es el que enmarca a la inquietante extrañeza. Asimismo, tiene relación con las aserciones de Ethan Kleinberg respecto al espectro (deconstrucción) que asecha entre estas dos posiciones5, igualmente similares a la dicotomía historia especulativa (de corte metafísico) e historia crítica (de corte epistemológico)6.
A mitad del libro está Intermedio, un momento que se configura como un espacio de incursión en tres obras de arte que permite al autor ilustrar tres momentos específicos de la transformación del régimen de historicidad moderno al presentismo. Partiendo por “Clío muestra las naciones que hicieron memorable su reinado”, un óleo sobre tela del siglo XIX, Hartog “comprueba” la figura de la Historia como maestra de vida. Un destino final, un telos, determina este ejemplo como el cénit de la Historia. A continuación, la obra de 1920 “Angelus Novus”, de Paul Klee, es entendida mirando al mundo en ruinas (propio del contexto de entreguerras) y de espaldas al futuro. Inmóvil, sin embargo, su estancamiento es la asunción de un nuevo mundo y la extrañeza de éste: inicia el presentismo. Esto ya es marcado en 1989 junto a la obra de Anselm Kiefer, “El ángel de la Historia (Amapola y Memoria)”: como una historia paralizada, el tiempo se detiene y el presente queda sin fecha y entrecruzado por la memoria y el olvido.
En cuanto al uso de visualidades, no hay en esta incursión metodología alguna que permita un acercamiento más racional y nutritivo para la misma propuesta visual del autor. Se puede cuestionar hasta qué punto sus conclusiones se sostienen por sí mismas en una articulación de aseveraciones. Esta disposición del texto es problemática, pues parece insertada sin más relación que las propias ideas del autor sobre estas imágenes, ejemplificado en la enorme significación otorgada al “Angelus Novus” como representativo de toda un régimen de historicidad (teniendo en cuenta que más adelante Hartog muestra la coexistencia de ambos regímenes en la transición a la predominancia del presentismo).
En Del lado de los escritores: los tiempos de la novela, se observa una creación narrativa respecto a la representación del concepto de historia en la literatura. En conjunción con el capítulo anterior, se pueden establecer ciertas conexiones que permiten encontrar diferentes yuxtaposiciones de temporalidades. Sin embargo, este acápite posee mayor aporte de fuentes y metodologías, aunque, sobre todo, limitadas al mundo francófono-europeo. Si bien pareciera desviarse del tema histórico, apunta a cómo se inicia la conceptualización del régimen de historicidad moderno. Para ello se vale de una reconstrucción de las narrativas literarias respecto a la concepción de historia tales como el nado entre dos riberas (analogía de Chateaubriand, testigo del cambio de régimen temporal), o como un océano (con Tolstoi y una Historia vasta y extensa: tren en marcha sin detención).
Es interesante que Chateaubriand es igualmente elegido por otros autores para la elaboración de esa experiencia del cambio temporal: en The ruins of Modernity, de Peter Fritzsche7, lo menciona para reflejar un punto sin retorno, un quiebre. Asimismo, la relación con la conciencia histórica de Jörn Rüsen se manifiesta desde esa memoria histórica del vizconde y la agencia que Jörn le otorga a los sujetos, aunque en el caso de Chateaubriand parece no poder asir esa cultura histórica que le engloba8.
El último capítulo, Del lado de los historiadores, los avatares del régimen moderno de historicidad, narra una línea cronológica del cambio de paradigma temporal (régimen de historicidad). Enfocado en los historiadores, Hartog mencionará dos versiones del régimen moderno, una fuerte y otra matizada. La primera basada en una Historia ligada a la teleología hegeliana con el concepto de civilización (del evolucionismo cuyo final es Europa) y la historia maestra de vida. Asimismo, posiciona la revolución como una variante de este tipo de Historia, pues no se hace, sino que ocurre. Por otro lado, las fracturas de este axioma figuran a partir de la revolución francesa y a lo largo de los siglos XVIII y XIX, aunque no será hasta entrado los novecientos, con las guerras mundiales, que la versión matizada tomará cuerpo. Es allí donde se consolida la forma terminal y optimista de una historia ya resquebrajada por el horror. Desde los Annales, con Benjamin, Halbwachs, Febvre y Braudel, se visualiza la aceleración del tiempo y la función de la historia en el presente para dar cabida a la introducción de las ciencias y las temporalidades largas junto con los cuestionamientos al concepto de civilización.
Al paso del tiempo, la historia estructuralista se desvanecerá en nuevos enfoques. El giro lingüístico tendrá la facultad de replegar algunos académicos en los dejos de modernidad dura para la segunda mitad de siglo XX (contradiciendo la asunción de Hartog sobre la finitud del régimen de historicidad moderno). Huntington declarará el repliegue de la cultura occidental en Estados Unidos a modo de evadir las nuevas visiones inquisitivas que cuestionan el proceso de modernización. Se habla, entonces, de los estudios subalternos, poscoloniales y culturales. Dentro del último, los aportes de Roger Chartier resuenan fuertemente al considerar los cuestionamientos de la palabra cultura y las interrogantes respecto a la limitación de considerar al contexto como único creador del sujeto, ampliado el entendimiento de esa relación desde la mutua influencia de ambos en su conformación9.
El panorama historiográfico cambia, y los conceptos de global y globalización surgen no como pretensiones de un relato único y explicativo, sino como la rectificación de ese proceso previo que fue la modernización. Por otro lado, las nociones temporales se ausentan para dar cabida al fenómeno de la ubicuidad y espontaneidad del presente. Uno donde el pasado y el futuro parecen estar bloqueados, y donde la añoranza de retomar un hilo perdido marca la identidad, azotada entre la irreversibilidad de las acciones de hoy y de las catástrofes del mañana. Y ese presentismo se observa, por ejemplo, con Pablo Aravena. De manera más específica, para el patrimonio y la memoria la idea de memorialismo se imbrica al entenderse como el auge de la memoria en forma de pasado nostálgico, una imposibilidad de historiar, y la transformación del discurso histórico patrimonial en la forma en que nos relacionamos con ese relato)10.
El escrito de François Hartog nos acerca a repensar nuestra forma de narrar la historia y se acerca a una teoría de la historia (en el sentido más metafísico). Para ello el concepto de presentismo nos habilita a reflexionar respecto a nuestras posiciones en el presente. François Dosse plantea algo similar desde el acontecimiento y la biografía como método de superar esa problemática de la representación. Asimismo, la idea de régimen de historicidad habilita que nuestra labor pueda interrogarse en las formas en que la historia se concibió en el pasado, sin embargo, y mencionado previamente, la limitación de este concepto puede ampliarse al considerar otra noción como régimen de historiografía de acuerdo a Mudrovcic.
Si bien los postulados son un andamiaje interesante, la particularidad de su sustento (basado en fuentes francesas y europeas en su casi totalidad además del trauma de posguerra) pueden hacernos cuestionar su validez para otros territorios. La amplitud de la propuesta, sin embargo, es posible de aprehender más particularmente, de ahí que Aravena lo articule junto al patrimonio. Asimismo, esa amplitud le permite tomar nociones griegas clásicas y aplicarlas al presente (como el caso de la Clío o figuras míticas), incurriendo en parte en una descontextualización de las mismas, ya sea al mencionarlas para el presente o para otros siglos. Esta recurrencia es visible en la historiografía europea, como ocurre con Ricoeur o Dosse, por ejemplo, y lleva nuevamente al problema de la adecuación a diferentes contextos culturales.
Notas
1 Mudrovcic, María I. “Regímenes de historicidad y regímenes historiográficos: del pasado histórico al pasado presente”. Historiografías, Nº5, 2013, pp. 12-13.
2 Hartog, François. Creer en la historia. Santiago, Ediciones Universidad Finis Terrae, 2014, p. 53.
3 Ricoeur, Paul. “Historia y Memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado”. Historizar el pasado vivo en América Latina. Santiago, Universidad Alberto Hurtado, 2007, p. 4.
4 Castaño, Carmen, L. “Jörn Rüsen y la conciencia histórica”. Historia y sociedad, Nº21, 2011, pp. 226-231.
5 Kleinberg, Ethan. Historia Espectral. Santiago, Palinodia, 2021, pp. 13-24.
6 Paul, Herman. Key Issues in Historical Theory. Nueva York, Routledge, 2015, pp. 9-11.
7 Fritzsche, Peter. “The ruins of Modernity”. Lorenz, Chris y Bevernage, Berber. Breaking up Time. Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 2013, pp. 57-68.
8 Castaño, “Jörn Rüsen y la conciencia histórica”, pp. 229-234.
9 Chartier, Roger. La historia o la lectura del tiempo. Barcelona, Gedisa, 2007, pp. 48-52.
10 Aravena, Pablo. Memorialismo, historiografía y política. Concepción, Escaparate, 2009, pp. 10- 20.
Referencias
Mudrovcic, María I. “Regímenes de historicidad y regímenes historiográficos: del pasado histórico al pasado presente”. Historiografías, Nº5, 2013, pp. 11-31.
Ricoeur, Paul. “Historia y Memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado”. Pérotin-Dumon, Anne (dir.). Historizar el pasado vivo en América Latina.
http://etica.uahurtado.cl/historizarelpasadovivo/es_contenido.php.
Castaño, Carmen, L. “Jörn Rüsen y la conciencia histórica”. Historia y sociedad, Nº21, 2011, pp. 221-243.
Kleinberg, Ethan. Historia Espectral. Santiago, Palinodia, 2021.
Paul, Herman. Key Issues in Historical Theory. Nueva York, Routledge, 2015.
Fritzsche, Peter. “The ruins of Modernity”. Lorenz, Chris y Bevernage, Berber. Breaking up Time. Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 2013, pp. 57-68.
Chartier, Roger. La historia o la lectura del tiempo. Barcelona, Gedisa, 2007.
Aravena, Pablo. Memorialismo, historiografía y política. Concepción, Escaparate, 2009.
Resenhista
Tomás Cifuentes Urzúa – Estudiante de Magíster en Historia. Universidad de Chile. E-mail: tomas.cifuentes@ug.uchile.cl
Referências desta Resenha
HARTOG, François. Creer en la historia. Santiago: Ediciones Universidad Finis Terrae, 2013.
Resenha de: URZÚA, Tomás Cifuentes. Historia 396. Valparaíso, v. 12, n. 2, p. 277-284, jul./dic. 2022. Acessar publicação original [DR/JF]
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