GNECCO, Cristóbal; LANGEBAEK, Carl Henrick. (Editores). Contra la Tiranía Tipológica en Arqueología: Una Visión desde Suramérica. Bogotá: Facultad de Ciencias Sociales, CESO, Universidad de los Andes, Ediciones Uniandes, 2006. 272p. Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.40, n.1, p.99-102, jun. 2008.
Ninguna lectura –con un mínimo de atención y sensibilidad– dejaría de presentar y reflexionar sobre este denso, polémico y novedoso libro suramericano, destinado a mostrar la necesidad de sobrepasar los ámbitos de la tipología y, por esa vía, descentrar la narrativa arqueológica de los estrechos límites que imponen los modelos y las categorías. Me refiero a diez ensayos, escritos por un número equivalente de arqueólogos suramericanos, en los que la investigación rigurosa, el espíritu crítico y la claridad expositiva se alían al servicio de la discusión sobre los alcances de la tipología arqueológica. En efecto, se trata de observar cómo las evidencias de la cultura material se colocan dentro de proporciones ordenables, reduciéndolas para convertirlas en suficientemente manejables, obviamente, dentro de una dirección operativa, cómoda y útil, susceptible de atraer numerosos adeptos a esta opción metodológica.
La propuesta del libro es, desde el inicio, provocativa: inventar nuevas categorías, nuevas formas de interpretar, nuevas propuestas analíticas a la luz de una evaluación de la literatura teórica y un análisis de la información arqueológica. Ese ofrecimiento se concretiza en un libro que se posesiona de manera directa “en contra de la tiranía” tipológica, expresada en una aplicación automática, irreflexiva, apolítica y poco crítica de los datos arqueológicos suramericanos. Por esa razón, los autores se adhieren a varios postulados básicos. Uno de ellos, considerar que la universalización se produce a condición de que la teoría que construye las tipologías requiera que ese criterio se cumpla. El otro postulado, prevenir sobre la supuesta neutralidad objetiva de la tipología, a la cual califican de un producto social como cualquier otro. Por eso mismo aseguran que no “…escapan de la lucha ideológica; no son inocentes construcciones y neutras sino dispositivos de poder…” (Gnecco y Langebaek 2006:ix).
De ahí que utilicen los postulados señalados como leitmotiv de los ensayos escritos en base a los datos arqueológicos provenientes de diferentes estudios de caso. Todos los autores proponen lecturas que “cuestionan la tiranía del pensamiento tipológico” en sus formas abusivas y dominantes. Sin que ello signifique emplearla desde una perspectiva no prescriptiva, más bien crítica y heurística que conduciría a formular interpretaciones “alternativas y sugerentes”, es decir, propuestas transitorias, provocativas a las interpretaciones reiterativas que confirman, una y otra vez, los modelos institucionalizados, forzando muchas veces los propios datos para que coincidan con estos últimos.
¿Cómo ese grupo de arqueólogos suramericanos plantea tamaño desafío metodológico?, ¿cuáles son los ámbitos que se dedican a estudiar y sobre qué tipo de evidencia?, ¿cómo se posesionan con relación a la tipologización desde sus estudios de caso? Los diez ensayos independientes que componen el libro han dado respuestas a estas interrogantes. Cada respuesta es, sin duda, única. No sólo porque hay estudios de caso donde se discute el manejo de la tipología en condiciones específicas de su aplicación, sino porque cada texto está sujeto a condicionamientos propios de su objeto de análisis y de sus horizontes ideológicos. Esto no quita que, vistos los capítulos en su conjunto, las respuestas esbozadas por todos ellos presentan también rasgos comunes, preocupaciones similares, idénticos desafíos metodológicos, entregándonos una imagen unitaria de los peligros de una tipologización.
El primer capítulo, escrito por la investigadora Cristina Barreto desde Brasil, guarda distancia del determinismo ecológico a pesar de su popularidad. Más bien, la autora construye su narración recordando los prejuicios con que se ha mirado a las sociedades de las tierras bajas del subcontinente –considerándolas carentes de complejidad; luego, de simples e igualitarias y, finalmente, limitadas en sus estructuras políticas jerárquicas. A partir de esas lecturas que provienen de la arqueología y de la analogía etnográfica, la autora se pregunta: ¿Por qué no se desarrollaron sociedades más complejas en la región o por qué no duraron mucho en el proceso evolutivo de la sociedad? La respuesta la bosqueja apoyada en un examen crítico y agudo de los modelos de evolución social fuertemente influenciados por el determinismo ecológico. Para Barreto, estos modelos habrían tenido un rol de “plaga” que se propaga en la comprensión del desarrollo evolutivo de las sociedades amazónicas. Sin embargo, sus datos contradicen los modelos de desarrollo cultural amazónico que enfatizan limitantes ecológicos y que tienden a explicar cualquier asentamiento grande en la región como consecuencia de ocupaciones repetidas de lugares favoritos. Barreto invita a considerar las particularidades locales, los fenómenos sociales (como la demografía, la intensificación ritual, la movilización de la fuerza de trabajo) y la constitución y mantenimiento de interacciones supralocales para tener una visión más integral.
El segundo capítulo discute el llamado “Sistema de interdependencia regional” del Orinoco en Venezuela, caracterizado por la horizontalidad política y la complementariedad ecológica. Rafael A. Gasson realiza un detallado balance bibliográfico con la particularidad de contrastar datos sobre el problema de las organizaciones políticas del área. La pregunta que lo guía es: ¿cómo estaban estructurados los sistemas durante la época prehispánica y qué relación existió entre las organizaciones sociopolíticas del área y el tamaño y complejidad de los sistemas? Para ello, escudriña las definiciones y controversias acerca de los sistemas regionales de intercambio. De ello deduce que no hubo un macrosistema regional de interdependencias en el Orinoco, sino más bien sistemas y subsistemas regionales de intercambio. Asimismo, invita a desechar la visión primordialista a favor de “una perspectiva que tome en cuenta la diversidad, la complejidad y la prioridad explicativa de los procesos históricos” a partir de nuevos datos (Gasson 2006:47).
Siguiendo con el terreno venezolano, el tercer capítulo, de Rodrigo Navarrete, estudia los palenques y empalizadas, a partir de una revisión del problema de la complejidad social durante el período del contacto en el oriente de Venezuela. Partiendo de una perspectiva de análisis bibliográfico cronológico, desarrolla una narrativa lineal para entender la información etnohistórica, etnográfica y arqueológica como documento iluminador de la depresión del Unare. Repasa detalladamente la visión europea temprana, prestando atención a los palenques complejos dejando al descubierto “los silencios” existentes en las fuentes sobre las mujeres y sobre los individuos no pertenecientes a las élites, producto de una representación eurocéntrica, andinocéntrica y elitista (Navarrete 2006:61). Con el propósito de complementar esas visiones se adentra en las referencias coloniales tardías para mostrarnos una mutación gradual de los palenques. Finalmente, ese recorrido lo conduce a afirmar que: “Las diferencias en las versiones de este pasado específico no están sólo determinadas por diferencias metodológicas sino por interpretaciones y posiciones de los autores” (Navarrete 2006:66). Por esa razón, el autor sugiere como derrotero establecer un análisis donde la cultura material tenga un papel comunicativo justo ahí donde no existen documentos. Obviamente, considerando “las transformaciones sociopolíticas Palenque y los cambios de los diferentes intereses políticos de los actores sociales que escribieron los documentos, de quiénes produjeron sus prácticas materiales en la vida cotidiana y de los antropólogos que las interpretaron” (Navarrete 2006:67).
Alejandro F. Haber, en el cuarto capítulo, nos introduce al problema de la relación entre la caza y la domesticación, alejándonos de las causalidades unidireccionales y determinismos para concentrarse en la vicuña, a partir de los estudios de la Puna de Atacama. Dicho estudio parte del postulado de renunciar a “aplicar sobre el mundo un pensamiento tipológico que lo interpreta según la realidad virtual sostenida por las grandes narrativas teóricas”, razón por la cual prefiere atender a las teorías locales acerca de las condiciones de las relaciones entre los seres del mundo. Apoyado en datos etnográficos y lingüísticos quechua-aymaras se adentra en la búsqueda de categorías explicativas que den cuenta de las relaciones domésticas y los vínculos de los hombres con los animales silvestres. Recoge el concepto de uywaña para explicar la producción y reproducción de las vicuñas; pero, también para entender las relaciones entre los humanos y no humanos.
El quinto capítulo es redactado por Andrés Laguens sobre el espacio social y recursos en la arqueología de la desigualdad social. Apoyado en los conceptos “campo y espacio social”, provenientes de la teoría del sociólogo francés Pierre Bourdieu, desarrolla una estrategia para entender las desigualdades sociales preeuropeas. Dicha propuesta es presentada en toda su amplitud. En primer lugar, a partir de un inventario sumamente cuidadoso de los conceptos que son utilizados en el análisis, por ejemplo desigualdad, diferenciación, clase, campo social o recursos. Esta revisión es capital para dar cabida a las elecciones metodológicas cuali-cuantitativas para la definición del espacio social desde el registro arqueológico del valle de Ambato, en Catamarca, entre los siglos VI y XI a.C. Con la ayuda de ese arsenal teórico, el autor logra determinar que el volumen y la estructura de los recursos son dos dimensiones descriptivas importantes en la caracterización de la desigualdad social, siendo esta última una dimensión relacional, relativa y multidimensional.
El sexto capítulo, de Axel E. Nielsen, está destinado a mostrar que las tipologías neoevolucionistas son herramientas teóricas inadecuadas para conceptualizar los procesos sociales que permiten el tránsito del período Medio al período Intermedio Tardío. Pero, sobre todo, impiden aprehender el modelo de “jefatura” y su aplicación al noroeste argentino. Tal constatación se desprende de un análisis minucioso de las variables utilizadas en determinados contextos que permitieron la formulación de los modelos, pero también de las transformaciones sociales andinas en las jefaturas del siglo XVI. Considerando sobre todo literatura etnohistórica y etnográfica andina plantea los rasgos del espacio social andino y deduce que el modelo etnohistórico se ajusta más a la interpretación del registro arqueológico del período de Desarrollos Regionales.
El séptimo capítulo, de Víctor González, presenta una evaluación de un modelo de localización geográfica de asentamientos en Alto Magdalena. Se trata de ver hasta qué punto se cumplen las expectativas teóricas y hasta qué punto podemos caracterizar los cacicazgos agustinianos como sistemas tributarios. Apoyado en el empleo de patrones geográficos para señalar la disposición espacial de los centros monumentales, señala la disposición espacial de dichos centros.
El octavo capítulo, redactado por Wilhelm Londoño, se centra en discutir el estereotipo de cacicazgo en Tierradentro, a partir de una narrativa que contrasta los datos etnohistóricos y arqueológicos para mostrar la diferenciación social en el sur occidente de Colombia. A su manera, desea contrarrestar la transferencia del derrotero histórico de occidente al resto de las culturas pasadas y presentes. Dicha tarea la realiza repasando los conceptos y planteamientos de Reichel-Dolmatoff y de sus sucesores, los cuales son discutidos y presentados ampliamente, mientras que para tener una idea del manejo de artefactos que se empleaban todavía en el contexto colonial ceremonial, se ahonda en el registro etnohistórico para comprender el universo indígena simbólico.
Cristóbal Gnecco, en el noveno capítulo, discute el concepto de desarrollo prehispánico desigual en el sur occidente de Colombia. En realidad, se ataca al desarrollo por su “pesada carga política, por sus connotaciones evolucionistas que fundan el orden colonial” (Gnecco 2006:191). Una manera de hacerlo es ahondar en la forma en que diversos estudiosos fueron construyendo sus marcos conceptuales, pero además rastreando cómo éstos fueron influyendo en las explicaciones e interpretaciones sobre las entidades prehispánicas. Examina las relaciones intrarregionales ahondando sobre los objetos que circulaban y las trayectorias que debieron seguir.
Finalmente, el último capítulo, escrito por Carl Henrik Langebaek, muestra la posibilidad de inferir analogías de los documentos y la etnología para la comprensión de la sociedad muisca. Se trata de advertir al lector acerca de la manera en que se está asumiendo la información etnohistórica, cuyos resultados son muchas veces discutibles y merecen una revisión más detallada.
En suma, esta obra fundadora nos muestra la madurez en los estudios arqueológicos suramericanos, al probar extensamente que las más recientes investigaciones no se construyen como simple reflejo de teorías, modelos y categorías replicadas redundante e irreflexivamente. Mas, al contrario, los ensayos prueban que se trata de deconstruir las narrativas del pasado en la búsqueda de una coherencia interna entre datos de cultura material y teoría. No deja de sorprender, sin embargo, la falta de una síntesis final que redondee lo planteado en la decena de ensayos y establezca las relaciones existentes entre los textos, en sus propuestas metodológicas y datos arqueológicos. La corta introducción no llega a llenar ese importante vacío del libro.
En el libro hubiese sido importante utilizar otros notables contraejemplos provenientes de Bolivia, Chile, Ecuador y Perú para tener un verdadero panorama de los cambios que se están operando a nivel teórico y conceptual en la arqueología suramericana. Estamos seguros de que los mismos habrían complementado mucho lo realizado por los autores desde Argentina, Brasil, Colombia y Venezuela. Señalo esto porque el peso específico de la arqueología andina en Suramérica es gravitante en la actual configuración continental. Además, más allá de ofrecernos contraejemplos, la arqueología andina habría aportado mucho con el manejo de las fuentes etnohistóricas y los datos etnográficos por el mismo hecho de poseer una larga tradición en ese campo. Aunque hay, ciertamente, varios ensayos que han mostrado una sensibilidad particular por el manejo de la información documental llamada “etnohistórica”, esta información debe ser leída cuidadosamente porque también es reflejo de una ideología y producto de un contexto histórico específico.
Sea como fuere, las reflexiones y el trabajo de campo realizados por los arqueólogos que produjeron este libro son una muestra de que la institucionalización de la arqueología en una parte de Suramérica ha sido un factor que coadyuvó la construcción de una arqueología crítica. Esto se debe a la influencia de factores económicos y políticos que permiten a los arqueólogos de los países desde donde se trabajó el libro, tener mayores recursos para sus investigaciones y la prueba es la confección editorial de este libro desde la Universidad de los Andes. Los arqueólogos que lo escribieron se hallan trabajando en países donde la investigación científico-arqueológica cuenta con el respaldo de una estabilidad institucional, la cual, en la práctica, no es homogénea a todos los países sudamericanos y, en menor medida, a los andinos. La discusión sobre tipología en algunos países no es el centro del debate, pues existen actividades de rescate y conservación que ocupan gran parte de su trabajo y reflexión.
Carmen Beatriz Loza – Directora de Investigación INBOMETRAKA, La Paz. E-mail: lozaquipu@yahoo.es
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