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Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforja y depresión 1850-1880 | Luis Ortega Martínez

O hay duda de que Luis Ortega es uno de los mejores estudiosos de la economía chilena del siglo xrx, a la que ha dedicado diversas investigaciones monográficas, que ahora le han servido de base para una buena síntesis.

El planteamiento esencial es que la economía tuvo una etapa de empuje inicial que aseguró una prosperidad; pero la modernización técnica para superar los métodos tradicionales solo quedó a medias. Además, y éste es un punto de vista muy interesante, el desarrollo social, que debió correr a parejas con una nueva economía, quedó estancado. No hubo un paralelismo en las relaciones sociales ni un desenvolvimiento que abordase al trabajo y al consumo.

En los puntos más concretos, hay una excelente información y análisis de aspectos tales como la banca, la emisión de billetes y las reservas metálicas. Muchas veces se ha escrito sobre esos temas, que Ortega aborda en una mirada de conjunto y bien planteada.

Según la tesis principal, la economía adolecía de fallas estructurales que desembocaron en la crisis de 1877-1878, que es descrita de manera convincente y dentro de la lógica económica. El país tenía una economía exportadora, el Estado se había endeudado de manera creciente y hasta límites peligrosos, mientras la carga tributaria permanecía estancada.

Mediando esa situación, el ciclo depresivo mundial iniciado en 1873, tuvo que afectar a la economía local por el descenso de la exportación, la pérdida de reservas metálicas y la fuga de las monedas de oro. También incidieron tres años lluviosos y su efecto sobre la agricultura. Por nuestra parte, deseamos agregar la posibilidad de que la decadencia del mineral de plata de Caracoles, cuyo rendimiento había sido espectacular, afectase a los capitales chilenos invertidos allí, a los círculos financieros de Valparaíso y a los pasos especulativos desintegradores que se habían desarrollado.

Para Ortega, la crisis final de la década de 1870 pone fin a una etapa de optimismo y frustración, justo cuando la Guerra del Pacífico va a significar un vuelco total.

Las fuentes utilizadas por Ortega son confiables y variadas; pero siempre hay algo que queda en el aire. La historia general del país no denota una crisis tan grande y menos la idea que se estuviese frente a una catástrofe económica de proporciones.

La producción de cobre, lejos el mayor rubro y con cifras altísimas, en los años de la década muestra alteraciones, pero el promedio se mantiene en niveles extraordinariamente altos. El rendimiento de la plata experimenta el descenso abrupto de Caracoles, pero la producción en territorio chileno es superior a la de la década precedente.

En cambio, la exportación de trigo, que había alcanzado un nivel óptimo hasta la mitad de la década, cae violentamente. ¿Efecto de los años lluviosos o del ciclo económico?

Las entradas fiscales ordinarias, que sintetizan el estado general de la economía del país, experimentan un alza notoria a mediados de la década, para quedar al fin prácticamente igual que al comienzo. Las cifras son las siguientes en miles de dólares:

1870 10.683  1875 14.103

1871 10.892  1876 12.590

1872 12.703  1877 11.600

1873 13.509  1878 11.225

1874 13.874  1879 10.264

Es posible, también, que el gasto al declinar ligeramente entre 1875 y 1878 estimulase la paranoia y la crítica.

En todo este asunto llama la atención que el presidente Aníbal Pinto en su correspondencia con el embajador en París y otras cortes, Alberto Blest Gana, solamente en una carta de 1878 se quejase de la situación económica.

Es cierto, sin embargo, que los agentes económicos, los círculos gubernativos, los corrillos opositores y la prensa hicieron mucha cuestión del problema económico. Y eso mismo nos lleva a preguntamos si no había una subjetividad muy marcada y que cada uno explotaba la situación en apoyo a sus afanes.

Mucho más discutible es el enfoque de la Guerra del Pacífico que, en concordancia con el materialismo histórico, es presentada como una conspiración del capitalismo chileno.

Sería imposible negar que en el conflicto se entretejieron intereses económicos, pero no exclusivamente chilenos, sino también por parte de Perú y Bolivia, que con ese motivo crearon una situación muy peligrosa, terminando por arrastrar a Chile a la guerra.

Existe entre los intelectuales de izquierda el prurito de presentar a Chile como culpable y crear en el país una conciencia de culpabilidad, que se basa en opiniones antojadizas e información incompleta y tergiversada.

El avance económico y humano de Chile en el litoral boliviano y peruano suscitó aprensiones y se pensó que la soberanía estaba en riesgo. Dentro del campo estrictamente económico, el gobierno de Lima tomó drásticas medidas para asegurar la subsistencia de la extracción del guano, su mejor fuente de riqueza hasta entonces y a la que estaban ligados fuertes intereses peruanos y franceses. Con ese propósito se procuró disminuir la producción de salitre y evitar competencia. Posteriormente se pasó a la expropiación de las salitreras, recibiendo las empresas únicamente los “certificados” correspondientes a su valor.

El Estado controlaba por completo la producción y comercialización del nitrato.

El sentido que tuvieron el estanco y la expropiación fueron objeto de un acabado estudio por Juan Alfonso Bravo en 1990 en su tesis “The Peruvian Expropiation of the Tarapacá Nitrate lndustry”, 2 volúmenes inéditos, Me Gill University, Montreal.

Esas medidas contrariaban los intereses de las empresas y perjudicaban a los capitales chilenos, pese a que éstos producían en Tarapacá solo el 19% en 1878.

El monopolio peruano estaba amenazado por la producción boliviana, vale decir anglochilena, y se procuró limitarla o perjudicarla. Entre otras medidas se logró, a través de una complicada operación, adquirir territorios salitreros en el Toco, al interior de Pisagua, para dejarlos sin explotar y burlar la intención de chilenos de invertir en el lugar. También se temía la explotación del territorio de Chile, al interior de Taltal.

Las arriesgadas maniobras del gobierno limeño estaban afianzadas por el Tratado Secreto de 1873 que, bajo la declaración de defensivo, estaba destinado a frenar una acción bélica chilena. La adhesión de Bolivia fue decidida y en las apariencias, a ella se debió la iniciativa.

Como es fácil comprender, todos estos hechos repercutieron en la plaza comercial y financiera de Valparaíso y causaron preocupación en el país.

Mientras las actuaciones chilenas, públicas y privadas, se efectuaban a cara descubierta y sin intenciones bélicas, las de Perú y Bolivia se realizaban por temor al dinamismo creador de los chilenos y de manera encubierta.

Luis Ortega debió señalar todos estos hechos, aun cuando son muy conocidos de los estudiosos chilenos, en lugar de limitarse a mencionar con lujo de detalles la reacción de los empresarios chilenos cuando los hechos eran inevitables. Hay que señalar con claridad la situación creada por el Perú y Bolivia y cómo ella conducía a la guerra.

No sé por qué se busca y rebusca una culpabilidad chilena, que luego es disfrutada por nuestros vecinos del norte y utilizada para aumentar el resentimiento y deteriorar las relaciones actuales.

En los círculos intelectuales y artísticos chilenos se procura ahogar la dignidad y el sentimiento nacionales.

Otra circunstancia que es omitida por el profesor Ortega, es el respaldo popular a la guerra, que fue tan importante o más que el impulso de los altos sectores empresariales.

O se trata solamente de un apoyo inducido desde más arriba, aunque hubo algo de ello, sino de un sentimiento y una conciencia arraigados desde tiempos pasados.

La enemistad chileno peruana era una vieja historia que podía rastrearse hasta en la Colonia y que en las dos últimas décadas había recrudecido por la presencia de importantes contingentes de obreros chilenos en tierras del Perú.

Es muy sabido que los peones del país, trasladados masivamente a las obras ferroviarias y trabajos en la minería, sufrieron muchas penurias en lugares inhóspitos y experimentaron persecuciones -quizás no sin razón- por parte de la gente y las autoridades. Muchos de los obreros se habían trasladado con mujeres e hijos, y al retirarse perdieron sus pobres bienes. Soportaron, además, travesías penosas por tierra y mar y hubo quienes jamás pudieron volver a su lugar de origen.

Las notables investigaciones de Gilberto Harris son un testimonio insoslayable.

Ortega, que tiene un espíritu populista, aunque moderado, debió sopesar estos hechos y señalar que la malquerencia y odiosidad popular contra bolivianos y peruanos eran consecuencia de esa experiencia y tenían que aflorar en los días de 1879.

Las reuniones públicas y los desfiles no fueron tanto manejados artificialmente por los agentes de la Compañía de Salitres de Antofagasta, sino el resultado de aquellos resquemores. El hecho de que ocurrieran en todos los lugares es prueba de que no eran manipulados por la elite económica de Valparaíso.

Una última observación de mucho peso. Ortega indica en forma extensa las actuaciones del directorio de la Compañía de Salitres de Antofagasta para decidir al gobierno a declarar la guerra. Pero pone mucho menor empeño en describir las actuaciones de quienes se oponían a la lucha, mencionando algunos pasos solo al pasar.

Las inversiones chilenas en el interior de Bolivia, en minas de relativa importancia y aun en un banco, eran razones más que suficientes para oponerse a la guerra. De ahí las actuaciones de Melchor Concha y Toro y de Lorenzo Claro.

Debió haberse dado relieve a la posición pacifista del presidente Pinto y la mantención de negociaciones con Bolivia y Perú a pesar de los hechos amenazantes y a pesar de las presiones internas. No se aceptaron las gestiones de la Compañía de Salitres de Antofagasta y solo se marchó a la guerra al llegar la noticia de que La Paz había decretado la expropiación de la salitrera chilena, lo que era una burla al Tratado de 1874 y a las negociaciones en curso, y una afrenta a la dignidad nacional.

Así lo estimaron algunos gobiernos amigos y hasta el propio Perú, que se vería arrastrado por el Tratado Secreto.

Es de lamentar que una investigación tan meritoria concluya con un enfoque más que discutible


Resenhista

Sergio Villalobos R. – Universidad de Chile.


Referências desta Resenha

MARTÍNEZ, Luis Ortega. Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforja y depresión 1850/1880. Santiago: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005. Resenha de: R., Sergio Villalobos. Cuadernos de Historia. Santiago, n.27, p. 166-169, Septiembre, 2007. Acessar publicação original [DR]

 

Itamar Freitas

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