El libro que nos ofrecen Martín Castro y Diego Mauro constituye un aporte para pensar la relación entre catolicismo y política en América Latina, durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, en clave transnacional a través de la compilación de contribuciones de estudiosos de Argentina, Chile, Uruguay, Colombia y Brasil. En efecto, se trata del producto de un esfuerzo colectivo que se concibió en el marco de diversos encuentros académicos destinados a reflexionar sobre aquella problemática capaz de suscitar un interés creciente en la historiografía. La obra se compone de un capítulo introductorio y ocho capítulos destinados al análisis de los casos nacionales con el objetivo de captar no solo las rupturas sino también las continuidades en las expresiones políticas del catolicismo, y, finalmente, a modo de epílogo, se presenta un capítulo que reflexiona sobre la originalidad historiográfica del caso latinoamericano.
En el capítulo introductorio los compiladores ofrecen una visión de conjunto trazando una propuesta historiográfica sobre el catolicismo político que dialoga tanto con la historiografía latinoamericana como con la europea. Se busca ofrecer así una perspectiva transnacional y comparada acerca de la construcción de partidos confesionales y la experimentación de propuestas políticas de signo católico que procuraron, en un principio, defender los derechos de la Iglesia en un contexto de secularización y laicización y, luego, durante el período de entreguerras, moldear la organización de las comunidades políticas bajo el ideal de un orden social cristiano.
El libro complejiza las identidades políticas de los católicos latinoamericanos y el modo en que se relacionaban entre sí reparando, a su vez, en las influencias de modelos internacionales, especialmente el que ofrecían los católicos italianos. Así, se analiza cómo los católicos se insertaron en el régimen político democrático contribuyendo a la modernización de la relación entre sociedad y política. En ese sentido, se cuestiona a la historiografía tradicional que concibe a la secularización como un proceso histórico al que los actores católicos no contribuyeron. Por cierto, como advierten los autores, se trata de un contexto de transnacionalización impulsado también por la propia Iglesia que consolidará al catolicismo como una experiencia cultural compartida que buscará diferenciarse de otras expresiones políticas (especialmente del liberalismo y el comunismo). A pesar de reconocer la influencia de Roma, los historiadores insisten en restituirle agencia a los actores que inspiraron su acción política en el catolicismo evitando adoptar una visión que los conciba como instrumentos de la Iglesia o bien como referentes de propuestas inevitablemente conservadoras pues, advierten que, aunque de diversos modos, se propusieron dar respuesta a los desafíos planteados por la “cuestión social”. Es por eso que el análisis del catolicismo político se centra no solo en las instituciones católicas preexistentes, sino también en la formación de nuevos espacios que conformarán a las instituciones partidarias.
La propuesta de análisis constituye una mirada atenta a la disputa por el poder político no solo entre aquellos que consideran legítimo o ilegítimo apelar al catolicismo para hacer política sino entre los propios católicos, especialmente respecto a la jerarquía eclesiástica que, durante el período, se mostrará reticente a aceptar la adjetivación de “católicos” de los partidos confesionales. En efecto, desde Roma se concebía la relación entre católicos y democracia en el sentido de acción social (Rerum Novarum, Graves de communi). De hecho, se advierte que la integración a la política democrática fue en principio “negativa”, sustentada en una postura accidentalista hacia el régimen político.
A lo largo de sus diversos capítulos, se demuestra no solo el modo en que se disputaban elecciones o influencias políticas en la esfera pública, sino también cómo se discutía el concepto mismo de lo que se entendía por catolicismo procurándose evitar una visión teleológica que conciba a los ensayos del catolicismo político del período como antepasados directos de la democracia cristiana forjada a mediados del siglo XX. En ese sentido, una propuesta sugerente es reparar en las consecuencias no mentadas de las praxis de los actores advirtiendo que el rechazo de la jerarquía católica a los partidos confesionales derivó en una mayor autonomía del laicado. Por cierto, si bien cada capítulo está pensado para un caso en particular, sus análisis evidencian los entrecruzamientos entre las distintas propuestas democristianas focalizándose en las redes intelectuales, los viajes y las lecturas compartidas.
Así, para el caso de Uruguay, el capítulo de Susana Monreal examina dos iniciativas católicas surgidas en Montevideo, la primera de carácter social y sindical que da lugar a la creación de la Unión Demócrata Cristiana en 1904, vinculada al Círculo Católico de Obreros, y la segunda, la fundación en 1911 de la Unión Cívica. La historiadora reconstruye así los antecedentes sociales de la democracia cristiana y la compleja relación entre acción social y praxis política en un país donde avanzaba la secularización y donde, a tono con el contexto internacional, cobraban fuerza los desafíos que suponían el liberalismo y el socialismo. La historiadora examina las tensiones que se generaron hacia el interior del catolicismo debido al compromiso de la Unión Demócrata Cristiana con ciertos reclamos sociales. A su vez, advierte que, dada la alta adhesión a los históricos partidos blanco y colorado, la creación de un partido católico resultó dificultosa.
Por otra parte, Eduardo Posada-Carbó analiza la relación entre Iglesia Católica, política y partidos en Colombia durante los años 1910-1914 en un escenario atravesado por la disputa entre liberales y conservadores. El autor analiza cómo en un contexto caracterizado tradicionalmente por la historiografía de “hegemonía conservadora” y predominio católico consagrado en la Constitución de 1886, el gobierno de Carlos E. Restrepo, de origen conservador, impulsó un proceso de secularización destinado a desplazar a la religión de la política partidaria e impulsar la tolerancia religiosa. Se reconstruyen así las propuestas impulsadas por Restrepo, líder de la Unión Republicana que, como advierte el historiador, han sido escasamente estudiadas por la historiografía. El capítulo constituye, entonces, un aporte para pensar la relación entre el Partido Republicano y la cuestión religiosa más allá de las categorías bipartidistas bajo las que usualmente se analiza el período.
A su vez, para analizar el catolicismo político argentino el libro cuenta con tres capítulos. Por su parte, Martín Castro propone un análisis de la relación entre democracia, corporativismo y catolicismo político a través de la reconstrucción del pensamiento del sacerdote Gustavo Franceschi desplegado entre el Centenario y la primera Posguerra, años de intensos cambios en la organización de las comunidades políticas internacionales y también del país al calor de la promulgación de la ley Sáenz Peña. El historiador nos ofrece un análisis del ensayo La Democracia y la Iglesia publicado por Franceschi en 1918 con el objetivo de comprender el significado del concepto democracia como una experiencia que aparece como “irresistible” (p. 101) y a la que se busca acceder a través de una concepción organicista de la representación en clave profesional en vistas de lograr la “justicia social” (p.104). Por su parte, el capítulo de Diego Mauro analiza la iniciativa de construcción de un partido de inspiración católica, el Partido Popular, en la ciudad de Buenos Aires hacia la década de 1920, que se organizó adoptando como modelo al Partito Popolare Italiano. El historiador se propone, pues, analizar el surgimiento de una iniciativa política democratacristiana anterior al surgimiento del Partido Demócrata Cristiano (1954) despojándose de cualquier tipo de mirada teleológica y reconstruyendo las tensiones que supuso al interior del catolicismo dado el rechazo de la jerarquía a la creación de un partido en un país que pretendían católico. En efecto, fue ese rechazo el que favoreció la construcción de una estructura partidaria secularizada. El historiador complejiza el análisis al tensar el vínculo entre democracia electoral y propuestas corporativistas de representación y, a la vez, entre liberalismo y totalitarismos al conceptualizar al Partido Popular como un intento de “tercera posición” (p.117) que, advierte, constituyó, finalmente, “un callejón sin salida” (p. 131). Por su parte, María Pía Martín analiza la experiencia del catolicismo político de orientación social reformista en Rosario, ciudad de la provincia de Santa Fe tradicionalmente asociada al laicismo, especialmente tras la reforma de la Constitución provincial de 1921. La historiadora reconstruye la “trama local” para así identificar el modo en que los católicos rosarinos realizaron una “apropiación práctica de lo secular” construyendo propuestas partidarias propias en contra de las políticas laicas impulsada por el Partido Demócrata Progresista (p.141).
A su vez, la experiencia chilena es analizada en la contribución de Macarena Ponce de León Atria que hace foco en el vínculo entre política católica y libertad de enseñanza durante los años 1930-1960, en un país en el que regía la separación del Estado y la Iglesia. La historiadora reconstruye el modo en que se reconfiguró la política católica tradicionalmente asociada al Partido Conservador en dos momentos. Por un lado, en 1938 debido a la escisión de los católicos sociales que conformaron la Falange Nacional y luego en 1949 cuando, tras la proscripción del Partido Comunista, se conforma el Partido Conservador Social Cristiano que rechaza aquella prohibición. En efecto, la convergencia entre la Falange Nacional y el Partido Conservador Social Cristiano dará lugar a la creación de la Democracia Cristiana en 1957. La contribución resulta interesante en la medida en que la autora no repara únicamente en los matices del catolicismo político sino también en los consensos que se producen en torno a la defensa de la libertad de enseñanza en el marco de la denuncia del monopolio estatal de la educación. La historiadora reconstruye así las tensiones entre Estado y sociedad civil y, también, entre derechos sociales y derechos de la Iglesia en un contexto en el que, tras la crisis económica de 1930, el financiamiento estatal de la educación se vehiculizó especialmente a través de las instituciones católicas. Se argumenta que la búsqueda de la subvención a la educación particular, junto al cuestionamiento de la fiscalización estatal, acercó posiciones hacia el interior del catolicismo. Sin embargo, fue la polémica en torno a la confesionalidad de la educación y la aceptación del pluralismo la que, finalmente, distinguió a la Democracia Cristiana.
A su vez, el capítulo de Cândido Moreira Rodrigues analiza la experiencia política de los católicos brasileros durante la década de 1930 a través de la revista A Ordem. El historiador examina el pensamiento político de los referentes de la revista y del grupo Dom Vital, entre ellos Jackson de Figueiredo y Alceu Amoroso Lima. Para ello traza una genealogía del pensamiento político difundido en la revista que retrotrae a las reflexiones de Joseph de Maistre y Donoso Cortés. En un mismo registro de análisis en clave intelectual, la contribución de Martín Vicente explora los grupos político-intelectuales del catolicismo democrático en el Cono Sur a través de las relaciones establecidas mediante la prensa y los partidos confesionales durante la década de 1940. Relaciones que, en efecto, convergerán en 1947 en la creación en Montevideo de la Organización Demócrata Cristiana de América. De modo que este capítulo conduce al lector hacia el corte de la periodización que recorre el libro.
Finalmente, Martin Conway reflexiona acerca del aprendizaje historiográfico que puede emprenderse sobre la experiencia democratacristiana a la luz de los casos latinoamericanos y los nuevos caminos que pueden transitarse en lo que propone como un estudio global del “Atlántico católico” (p.259).
En suma, el libro constituye un valioso aporte para estudiar el complejo vínculo entre catolicismo y política en Latinoamérica desde una perspectiva transnacional capaz de poner en tensión la relación entre doctrina y experiencia, jerarquía eclesiástica y agencia del laicado, acción social y acción electoral, individuo y asociaciones intermedias, pensamiento y praxis, repensando el aporte de la religión al proceso de secularización. Proceso, por cierto, aún abierto que evidencia los intentos sinuosos por compatibilizar catolicismo y democracia y, a la vez, los diversos modos en los que desde el catolicismo se tendió a rechazar la concepción liberal de lo político.
Resenhista
Jimena Tcherbbis Testa – Universidad Torcuato di Tella (UTDT). Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Referências desta Resenha
CASTRO, M. O.; MAURO, D. (Comps.). Católicos y política en América Latina antes de la democracia cristiana, 1880-1950. Sáenz Peña: EDUNTREF, 2019. Resenha de: TESTA, Jimena Tcherbbis. Coordenadas. Revista de Historia local y regional, v. 9, n. 1, p. 207-210, ene./jun. 2022. Acessar publicação original [DR]
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