Breve historia del kungfu | William Acevedo, Carlos Gutierrez e Mei Cheung

Estamos en un terreno muy dado a la fantasía y a la leyenda, a historias que se repiten en un libro tras otro, por lo menos en forma de introducción a un arte marcial que luego se procede a enseñar. En obras que tienen un carácter eminentemente práctico puede que esto no sea especialmente grave, aunque al lector con unas ciertas aspiraciones académicas es lógico que esto le produzca un profundo disgusto. Por eso cualquier texto que decida investigar o informar sobre la historia de las artes marciales chinas con rigor y seriedad ha de recibir una bienvenida calurosa. Este es el caso del que ahora nos ocupa. Que sepamos, el primero en castellano.

El libro comienza con la tesis general de que las artes marciales se originaron con el surgimiento del propio ser humano. “Desde el momento en que nuestros ancestros tomaron un palo para defenderse o lograr alimento puede decirse que las artes marciales iniciaron su lenta evolución.” (p. 21). En este sentido toda sociedad ha tenido sus artes marciales, sus técnicas de ataque y defensa, sus armas propias y sus estrategias militares, pero lo característico de la sociedad china ha sido por una parte la relación que se estableció desde muy temprano en su historia entre el entrenamiento marcial y la formación intelectual de sus elites. Algo que se plasmaría en la sentencia: “los logros marciales del individuo descansan en lo cultural y los logros culturales descansan en lo marcial.” (citado en la p. 30). Y por otra parte es igual de importante, y también muy característico de la cultura china, el que sus artes marciales han perneado el conjunto de la sociedad e impregnado su literatura, su teatro, e incluso algunas aspectos de su religión. Y a su vez, como no podía ser menos, las artes marciales se han visto influidas por todos estos elementos culturales. De ser artes fundamentalmente utilitarias en el ámbito de los por desgracia frecuentes enfrentamientos militares pasaron a ser también disciplinas pensadas para la conservación de la salud, coreografías de ópera, etc. Estuvo aquí presente una importantísimo rasgo de la cultura china, una tendencia al sincretismo, a relacionar ámbitos muy diversos. Es así, por poner un ejemplo, como los conceptos de determinadas corrientes de la filosofía china se utilizaron para explicar estrategias o movimientos marciales. Surgen así disciplinas con nombres como “boxeo último supremo” (taiji quan) o “palma de los ocho trigramas” (bagua zhang).

Todo lo anterior implica que el recorrido que este libro nos invita a hacer acaba relacionado con la propia historia de las dinastías chinas, con sus ideas religiosas y filosóficas, etc. Una mezcla que puede apreciarse en un famoso texto, el Epitafio para Wang Zhengnan, del siglo XVII: “Shaolin es famoso por sus boxeadores. Sin embargo, sus técnicas son principalmente ofensivas, lo que crea oportunidades de las que se puede aprovechar el oponente. Pero existe otra escuela conocida como <internas>, la cual supera al movimiento con la quietud. Los atacantes son rechazados sin esfuerzo. Por tanto, categorizamos a Shaolin como <externo>. La escuela interna fue creada por Zhang Sanfeng, de la dinastía Song. Sanfeng fue un alquimista taoísta de las montañas de Wudang.” (citado en las pp. 107-108). Aquí se encuentran condensadas ideas, distinciones, y “mitos” que caracterizan todo el universo mental de las artes marciales chinas. La referencia al monasterio de Shaolin (que luego inmortalizaría para la pequeña pantalla la serie “Kung-fu”, protagonizada por David Carradine), la contraposición entre unas artes “externas” (“duras”, basadas en la fuerza muscular, de origen “externo”, en tanto que relacionadas con el budismo, una religión que venía de fuera de China) y otras “internas (“suaves”, teniendo su origen en el mundo taoísta, algo surgido de la propia sociedad china, …). Por no hablar de que Zhang Sanfeng acabará convertido posteriormente en el creador del taiji quan. Es en este mundo plagado de mitos y leyendas, de escritos militares que se suceden y se influencian donde nos introduce este libro. Seguimos así una apasionante historia que nos lleva hasta la actualidad. Si en el capítulo 1 se nos habla de las artes marciales chinas en las Edades de Bronce, Hierro y Acero, en el capítulo 2 el tema tratado es el de los monjes de Shaolin, el templo donde supuestamente la historia del kung-fu habría empezado con la llegada desde la India del monje Bodhidharma. Justamente el capítulo anterior nos ayuda a desbancar este mito, pues nos ha hablado de la existencia en China de una importantísima tradición marcial anterior. Pero, en todo caso, puede aprenderse mucho de la historia de este mito, de la disección de esta leyenda. Y esta es una labor que los autores del texto que estamos comentando realizan muy bien, pues saben encontrar lo que de registro histórico, y por lo tanto seguramente de verdad, hay en todo este asunto: monjes que participaron en campañas militares contra piratas, espacios del monasterio seguramente utilizados por artistas marciales, etc. De esta forma el libro va avanzando cronológicamente al mismo tiempo que intenta aclarar algunas de las concepciones e ideas más extendidas sobre las artes marciales chinas. La división ya mencionada entre artes externas e internas o las supuestas diferencias entre los estilos del norte (más dados al empleo de patadas) y los del sur (que preferirían concentrarse en las técnicas de puño). De hecho, esta mezcla de un enfoque histórico y otro que podemos llamar “conceptual” es seguramente uno de los grandes méritos del libro. O por lo menos lo que garantizará, además del interés de los historiadores de profesión, el de los propios practicantes de cualquier modalidad de kung-fu. Por otra parte, las conclusiones son siempre matizadas. La realidad es compleja, y en el norte hay estilos que favorecen el empleo de las técnicas de manos y brazos más que las patadas y los desplazamientos amplios (a uno se le ocurría pensar que para convencerse de esto basta pensar en el taiji quan).

Es así como llegamos al siglo XX. Un siglo convulso donde los haya, y desde luego en la historia de China. Allí las artes marciales se vieron confrontadas con su pérdida de utilidad frente a la tecnología occidental, pero se convirtieron al mismo tiempo en elemento de reafirmación nacionalista, en una forma de aumentar la autoestima del “hombre enfermo” de Asia y de proporcionarle una salud vigorosa que fuera el comienzo de su recuperación moral y política. Algo que, por cierto, continúa ocurriendo en tanto que ideología. Baste, como ejemplo, observar cómo se recrea la vida de Ip Man durante la ocupación japonesa del sur de China en una película de Hong Kong del año 2008 protagonizada por un magnífico Donnie Yen. En todo caso, nuestro libro dedica dos importantes capítulos al siglo pasado. Uno al kung-fu durante el período republicano y otro al kung.fu en la República Popular China y en Taiwán. Si se me permite una opinión muy personal, estos son los que más me han interesado. Y creo que a la mayoría de los lectores les pasará lo mismo. Y es que las artes marciales chinas todavía viven de lo que ocurrió en algunas décadas de ese siglo. Estamos ante el nacimiento del wushu moderno, ante la divulgación y extensión de las artes marciales hecha posible a través de los manuales impresos, ante la llegada de estas disciplinas a Occidente, etc. Y aquí, en relación a este último punto, no me resisto a citar una anécdota que se cuenta en nuestro libro. Dentro de las actividades destinadas a dar a conocer las artes marciales chinas en el extranjero fue extraordinariamente importante la demostración que de las mismas se realizó en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Hitler habría quedado tan impresionado por la demostración que habría invitado a hablar con él en privado al equipo chino, expresando su admiración por el taiji quan y calificándolo de una “práctica ideal” (p. 166). Afortunadamente para todos la difusión del taiji quan y del resto de las artes marciales chinas no le debe nada a la influencia de Hitler y sí mucho al cine americano y al de Hong Kong. No es, pues, sorprendente, que el libro termine con un capítulo dedicado a “El cine de kung-fu y su impacto en Occidente”. Ese sincretismo del que hablábamos al principio como una de las características propias de la cultura china habría hecho posible la construcción de argumentos e historias en donde el gusto por lo exótico se mezcla con elementos místicos y marciales. Elementos del pasado, leyendas, heroicidad, … todo se amalgama con la espectacularidad de las luchas, y así puede explicarse el éxito indudable de este género.

Como puede apreciarse por todo lo dicho el alcance histórico y la variedad de temas que se tratan en la obra objeto de esta reseña es muy amplia. De hecho, es muy posible que el lector se quede con ganas de “más”; y en este sentido sería muy deseable que los autores decidieran proseguir y ampliar su investigación. Desde aquí no nos queda sino animarles a ello. Por lo demás, si el volumen alcanzara una segunda edición (cosa que sin duda merece), sería el momento de corregir algún que otro error. En la página 51 se habla de Bodhidharma como un “monje hindú”. Debería poner “indio”, porque en cuanto a religión nuestro monje era budista. En la página 80, hablando de los exámenes imperiales que era necesario aprobar para entrar en la burocracia china, se afirma que los estudiantes tenían que memorizar un conjunto de textos que sumarían 431.286 caracteres, y se comenta que si esto se compara “con el número de caracteres que un estudiante moderno con un alto nivel de instrucción aprende en China, que son aproximadamente 7.000, es posible hacerse una buena idea de su tremenda dificultad.” Pero la comparación no es apropiada en absoluto, porque en el segundo caso se trata de caracteres diferentes, cosa que obviamente no es la situación en el primero.


Resenhista

Gerardo López Sastre – Universidade de Castilla-La Mancha Toledo, Espanha. E-mail: Gerardo.Lopez@uclm.es


Referências desta Resenha

ACEVEDO, William; GUTIERREZ, Carlos; CHEUNG, Mei. Breve historia del kungfu. Madrid: Ediciones Nowtilus, 2010. Resenha de: SASTRE, Gerardo López. Recorde: Revista de História do Esporte, v.3, n.2, dez. 2010. Acessar publicação original [DR]

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