Arte e Historia | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2020

La entrada, al cambio, sale por un poco más de sesenta mil pesos. Los horarios de visitas del museo suelen llenarse, por lo que las primeras entradas disponibles en línea aparecen para dentro de una semana, más o menos. Para ver la pintura toca hacer fila durante media hora. Aparece. El cuadro, que a esa distancia parece un punto, aparece durante treinta segundos y ya. El tumulto hace que, después de perder una buena parte de ese medio minuto intentando sacar algo de la obra, se termine perdiendo toda esperanza por poder distinguir algún detalle. Un punto. Un afiche. La foto obligatoria de todos los turistas que intentan cumplir con el requisito. El alivio que da haber madrugado para suavizar un poco el tiempo perdido en las filas.

La fama del cuadro se le debe en gran medida al robo cometido en 1911. Un empleado italiano del museo se lo llevó argumentando que un exponente del renacimiento italiano debía estar en Italia. A pesar de que el cuadro ya había pasado por las manos de líderes militares y nobles, este sólo fue puesto detrás de gruesas capas de vidrio blindado después de que, producto de la misma fama que empezó a gozar con el robo, se dieran unos cuantos intentos de vandalismo hacia este.

¿Qué dice el hecho de que un cuadro de un pintor florentino esté, a medio milenio de su nacimiento, en Francia? Algo parecido ocurre con los tesoros del Mundo Antiguo: estos están, en su mayoría, presos en los museos de los países que en su momento sometieron a los nietos de los Estados que los produjeron. La frecuente explicación que reza que estas obras están protegidas de Estados donde su cuidado no está garantizado, se cae tan pronto se vuelve a los ejemplos por dentro de Europa —u Occidente, para no dejar por fuera a los principales museos etnográficos y de arte en América—. ¿Qué hace, por ejemplo, el Guernica en el Museo de Arte Reina Sofía?

Su autor, en vida, pidió que el cuadro regresara a España tan pronto un gobierno democrático reemplazara al falangista. También pidió, desde su cargo de director honorario del museo en el exilio, que este fuera puesto en el Museo del Prado. Así fue como el cuadro duró hasta 1981 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. A pesar de que el cuadro, después de que el MoMA se resistiera a devolverlo argumentando que una monarquía no era exactamente lo que quería Picasso, llegó al Museo del Prado, este finalmente fue trasladado al museo donde se encuentra en la actualidad. El Guggenheim de Bilbao, orgullo del País Vasco, lleva varios años pidiendo el cuadro. Es un reclamo razonable, pues la escena retratada, la escena que conmovió a Picasso hasta el punto de decidir trabajar en un encargo que llevaba aplazando un buen tiempo, fue el bombardeo del pueblo vasco que le da su nombre.

El argumento de que el marco no se encuentra en las condiciones más apropiadas para que el cuadro soporte otra mudanza, se asemeja bastante al de las piezas del Mundo Antiguo que están más seguras en un museo europeo que en sus países de origen. El argumento, que dependiendo del caso puede tener algo de cierto, termina siendo un eufemismo para la dirección que toma el arte en los museos: de la colonia a la potencia, de la provincia al centro administrativo, de la periferia al centro.

Algo parecido sucede si se encoge la lupa y se posa sobre Colombia. Hasta hace pocos años, el Museo Nacional, uno de los más importantes del país, solía demostrar que el simple hecho de poner o no una pieza en un museo, es un acto que dice bastante. En este, para seguir con el ejemplo, se ubicaban piezas precolombinas en salas que utilizan esta palabra en el nombre o algún eufemismo donde es relevante el carácter temporal. La partícula «pre» de la palabra reproduce una peligrosa noción que puede verse en otros ámbitos, donde los pueblos originarios son cápsulas del pasado, escenas contenidas en un organizado rosario de una historia lineal, donde los periodos históricos se suceden únicamente cuando se da el fin de otro. En una coyuntura política donde se intenta descifrar el impacto del conflicto y sus múltiples brazos, presentar a ciertos sectores de la población como cápsulas atrapadas en el ayer es algo bastante peligroso.

Poner piezas en salas «precolombinas», además de dar voz a una idea de un homogéneo Estado colombiano donde los pueblos originarios son cosa del pasado, se la quita a los que no tienen la oportunidad de contar su historia como una vigente, cambiante, tocada por procesos históricos, y, aún más importante, con una posibilidad de reivindicar estos silencios. Tal acto de callar y otorgar pareciera ser el peso con el que deberán cargar por siempre las curadurías.

A pesar de que el museo, como usual punto de partida a la hora de intentar entender a un pueblo desde su producción artística, puede quedarse corto en dicho acto de callar y otorgar, el resultado después de examinar otras formas artísticas que, aparentemente, trascienden los proyectos nacionales, no suele llenar los vacíos.

Un ejemplo de esto puede ser la difusa nacionalidad de compositores y escritores nacidos en medio de las cambiantes fronteras de Europa central. A Beethoven le han cambiado la nacionalidad en más de una ocasión. El caso de Liszt suele ser aún más extremo. Tal es el afán por cambiarle la nacionalidad —esto se vio, con mayor fuerza, durante la Primera y Segunda Guerra Mundial—, que al compositor le han hecho estudios de parentesco y exámenes de magyar post-mortem para argumentar a favor y en contra de su identidad húngara. El artista, como separado de su producción y estudiado únicamente desde el contexto, es vinculado a proyectos políticos. Wagner, por ejemplo, publicó un ensayo en donde afirmaba que la obra de compositores judíos como Mendelssohn frenaba en gran medida el verdadero potencial de la música alemana.

La obra de este compositor, más allá de su ensayo, estuvo inspirada en gran medida por la mitología germana. A pesar de que el análisis de sus distintos textos y libretos ha llevado a cierta controversia y disenso alrededor de sus posturas políticas, resulta interesante la continua fuente de inspiración que el compositor encontró en lo que veía como la herencia de un pueblo.

Dicha relación entre proyectos políticos y la obra de un autor puede verse desde otros ámbitos, como la literatura. Faulkner basó su rico y denso universo de Yoknapatawpha en lo que quedó después de un cruce entre anécdotas familiares y de infancia, y la historia del sur estadounidense después de la Guerra Civil. Hemingway hizo de sus cuentos un espacio donde volcar toda la carga emocional que le quedó después de prestar servicio. García Márquez, alumno confeso de los otros dos, construyó densos relatos en donde buscó reflejar la historia de América Latina, a la vez que la nutría con relatos que lo tocaban de una manera más personal.

A pesar de que los trabajos de estos autores tienen una innegable influencia de experiencias personales, la manera en que fueron tejidos hizo que estas, de cierta manera, pasaran a un segundo plano. El carácter político de una buena parte de sus textos —sin llegar a ser tan explícito como en obras de otros autores que se acercan más al ensayo— hace que el componente autobiográfico sea una herramienta, mas no el soporte de todo el trabajo. La libertad que otorga la escritura de ficción permite darse licencias que, de tratarse de testimonios o documentos académicos, serían verdaderos impensables.

El peso de la historia sobre una obra sigue vigente en trabajos donde, después de un primer vistazo, no resulta tan evidente. La puerta de Magda Szabó, que inicialmente parece un relato autobiográfico, termina convirtiéndose en un relato de Hungría a mediados del siglo XIX hasta fi nales del XX. El libro no se preocupa en ningún momento por hablar de política ni la descripción de guerras, y aún así lo hace. Los relatos personales y familiares de las dos protagonistas del libro lleva a que, como ocurre con la reconstrucción de toda historia familiar, escapar del peso de la historia sobre estas sea un imposible.

Tal pareciera que esta función de espejo fuera el eterno esqueleto de toda ficción. A la Odisea de Joyce la plagan temas de los que no puede escapar la experiencia humana, como el conflicto, el deseo sexual, la envidia, entre otros. Siglos después de que se empezaran a estandarizar versiones de la Odisea de Homero, y siglos después de los eventos narrados en ella, Joyce se encontró escribiendo de los mismos temas que impulsaron a toda una trama en el Mediterráneo, dedicándose únicamente a Dublín. Incluso en este trabajo donde, resumido mediocremente, se sigue un día en la vida de un dublinés, se terminan abordando cuestiones tan diversas como el antisemitismo a principios del siglo XX, las contradicciones del nacionalismo irlandés, y los movimientos de la periferia hacia el centro que suele tener el arte. En un primer plano, en cambio, suelen quedar las viejas anécdotas del autor diciendo que podrían reconstruir a Dublín tal como estaba el 16 de junio de 1904 con sólo leer su libro, o la del autor negando que un admirador besara la mano que escribió la novela pues «no es lo único que ha hecho esa mano», sus juegos de palabras, la parodia que hace de la evolución de la lengua inglesa, o la historia de todos los académicos que han dedicado carreras enteras a Leopoldo Bloom.

Al otro extremo se encuentra una infl uencia más explícita de procesos históricos en la producción artística. Las cantoras de alabaos de Pogue, por ejemplo, utilizan sus cantos tradicionales como una herramienta para construir memoria, actualizada en gran medida después de la masacre de Bojayá. Acá el contexto político y el recorrido histórico no están en un segundo plano ni están implícitos en relatos. El impacto que tuvo este evento llevó a que ellas tomaran los cantos fúnebres y los actualizaran para poder llenar los vacíos que les dejó el hecho de no poder enterrar a sus difuntos por tener que huír del fuego cruzado entre distintos actores del conflicto. En los alabaos se preocupan por llenar dichos vacíos, por medio de un constante comentario de la situación política del país, a la vez que dan cuenta del impacto que tiene esta tiene a nivel más personal.

El valor histórico de una obra de arte, entonces, no debería estar dado por la fama de la que empezó a gozar después de un robo. A pesar de que esto puede pesar, hace más clara una gran diferencia: no es lo mismo dar valor a una obra por el significado que pueda tener, sea desde una lectura nacida en la biografía del autor o por el explícito comentario político hecho en el mismo trabajo, que dárselo por el hecho de ser una mera atracción turística. Incluso el acto de callar u otorgar con sólo ubicar en cierto lugar a una obra dice mucho más que un anecdótico robo.

A lo mejor en la sala donde se encuentra el Guernica las fotos no son permitidas para evitar que esta se convierta en un sitio de peregrinaje de cámaras compactas, mas no por miedo a que el cuadro sea vandalizado —de ser así, tendría más sentido prohibir las fotos en todo el museo—. Da lo mismo decir que se visitó o no el Guernica, si en la sala no se pueden tomar fotos donde los turistas tengan la evidencia necesaria para demostrarlo. A lo mejor el valor está más allá de la anécdota de la visita a un museo. En lo que pueda decir el cuadro a quien lo contempla.


Organizador

Andrés Mendoza – Comité editorial.


Referências desta apresentação

MENDOZA, Andrés. Sobre el valor de las atracciones turísticas. Artificios. Revista Colombiana de Estudiantes de Historia. Bogotá, v. 15, p. 6-9, ene. 2020. Acessar publicação original [DR]

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Violencia y Sociedad | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2020

Violencia y Sociedad | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2020, GALINDO Julián (Org d), Violência (d), Sociedade (d) , Artificios (Atd)

El presente dossier, Violencia y Sociedad, fue pensando originalmente a finales del 2019, sin tener en cuenta las condiciones de violencia actual por las cuales atraviesa Colombia. Hasta el 25 de agosto de 2020, han ocurrido 33 masacres, más de 20 en el octavo mes del año e, incluso, tres en tan solo 24 horas en diferentes departamentos. Estas cifras demuestran que la violencia en el país es algo vivo, actual y álgido. Mucha de la opinión popular gira en torno a recordar la coyuntura presente frente al periodo más difícil del Conflicto armado en Colombia, 1998-2002, cuando, al igual que ahora, se presentaba una sangrienta lucha por territorios, hegemonías, ideologías, etc.

Entender las diferentes morfologías que ha tomado la violencia en Colombia es complejo. Las formas, motivos, lugares, actores, etc., han ido cambiando y/o evolucionando en otras estructuras. Así, si bien la periodización en torno a la violencia es algo que levanta muchas discusiones. Podemos situar una violencia sistemática a partir de 1948, comenzando a visibilizarse, en los sectores urbanos, a principios de la década del 60. Esto nos lleva a considerar que la sociedad colombiana actual ha crecido y vivido en la violencia. Claramente, la afección de ella es mas directa y ruin para algunos; para otros meramente simbólica. Pero ello no invalida la huella imborrable que ha dejado aquel fenómeno en la sociedad en general.

Desde diferentes áreas del conocimiento se ha construido a partir de la violencia. A grandes rasgos, por ejemplo, La violencia en Colombia (1962), de Uaña Luna, Guzmán Campos y Fals Borda, para el caso de las ciencias humanas. En el arte, encontramos Violencia (1962), de Alejandro Obregón, quizá una de las obras de arte colombiano más representativas. En otra etapa, Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda compilan Presente y pasado de la violencia en Colombia (1987), otro importante trabajo dado en un periodo donde la violencia entre bandos estaba mucho más establecida y sus motivos. Un momento interesante se presentó en el 2012, con el lanzamiento del informe —y documental— ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, un texto con una narrativa ancorada al presente, donde se incluyen testimonios, estadísticas, fotografías y demás fuentes para reconstruir la violencia en la sociedad colombiana contemporánea. Igualmente, muchas otras producciones de gran nivel e importancia han salido a la luz, incluso se ha creado una categoría propia para los investigadores del fenómeno: los violentólogos.

Así, en el presente número XVII de Artificios. Revista colombiana de estudiantes de Historia encontramos una serie de manuscritos que nos recuerda, precisamente, el inexorable vínculo entre la violencia y la sociedad; cómo mutuamente se impactan entre sí. Para esta ocasión contamos con cinco artículos y dos reseñas.

En un primer momento, nos topamos con Tierra caliente: trópico, infección y violencia, escrito por Óscar Hernando Sierra. En él, se presenta y discute el concepto de tierra caliente en Colombia, y como aquel lugar se ve atravesado por una serie de elementos bióticos, paludismo y por el mismo Conflicto armado, impactando directamente a la población que habita en aquellos espacios. El autor presenta una interesante perspectiva desde las ciencias médicas en conjunto con los trabajos propiamente realizados desde la Historia y la geografía médica.

A continuación, Luis De la Peña propone su artículo La irrupción del estribo en la caballería romana de la antigüedad tardía y su aplicación táctica durante el reinado del emperador Heraclio (610-641 d.C.). Una aproximación historiográfica. A partir del manual militar de Mauricio I, Strategikon, y otras bibliografías, secundarias, que tratan fuentes primarias, argumenta sobre el estribo como táctica militar. Cómo llegó, se usó y qué generó, constituyéndose a modo de elemento decisivo en la imposición militar del Imperio romano de Oriente en sus conquistas de Asia occidental.

El tercer artículo que encontramos, realizado por Ricard Rosich, titulado Libertad sin ira. La respuesta de la sociedad ante la violencia terrorista en la Transición política española a la democracia, nos regresa a 1977, año en el cual ocurrieron dos importantes fenómenos para la política española. El primero de ellos, la violencia de la Semana Negra y la Matanza de Atocha, sucesos de terrorismo; el segundo, la legalización del Partido Comunista. El autor busca, por medio de una juiciosa revisión de bibliografía secundaria, encontrar causas y efectos entre el primer y segundo suceso, y su relevancia en el paso hacia la democracia.

El cuarto artículo de esta serie se titula “Solo Dios sabe que ellos no saben lo que hacen”: un análisis a la locura criminal en los años de 1809 y 1822, escrito por Juan Camilo Epe. En este texto, se propone conocer de cerca dos sucesos de locura a principios del siglo XIX. Epe busca, a partir de los casos de estudio, discutir en torno a la idea locura —cómo era percibida por la sociedad general— y el delito. Para ello, utiliza fuentes de archivo con el propósito de adentrarse en los litigios y conocer con lujo de detalles su desarrollo, y nutrir con fuentes secundarias las discusiones sobre cómo eran vistos estos personajes y los conceptos discutidos.

Finalmente, en el espacio de temática libre, exponemos el artículo La labor del historiador en el desarrollo de videojuegos, escrito por Jheysson Duván Archila. En el presente, se busca exponer los usos de la historia y del historiador en el desarrollo de los videojuegos. A partir de una reconstrucción de algunos de los juegos a través de la historia que han contado con el apoyo de los historiadores, Archila pretende dar a conocer la relevancia de los historiadores en el campo digital y el posible filón que hay allí para este ofi cio.

En la sección de reseñas se presentan los siguientes títulos: Las guerras de la agricultura colombiana: 1980-2010 y Cuerpos al límite: tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982). La primera fue realizada por Héctor Luis Pineda; la segunda, por Andrés Felipe Sierra.

Las páginas a continuación pueden, pues, leerse desde una reflexión de la coyuntura del presente, de la violencia en nuestra sociedad y de nuestra sociedad en la violencia. O bien desde su humilde aporte a la historiografía. Desde todo el equipo de la revista esperamos que disfruten este número y que produzca discusiones interesantes.


Organizador

Julián Galindo Zuluaga – Editor.


Referências desta apresentação

GALINDO, Julián. Editorial. Artificios. Revista Colombiana de Estudiantes de Historia. Bogotá, v. 17, p. 6-8, sep. 2020. Acessar publicação original [DR]

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Germán Colmenares | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2021

Germán Colmenares | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2021, SILVA Renán (Org d) , Artificios (Atd), Germán Colmenares (d)

Pero la construcción es piedra a piedra

y parece que la tumba no avanzara

¿Alcanzaré —se pregunta Micerino— a morir a tiempo?

Raúl Gómez Jattin

Los lectores de Artificios. Revista de colombiana de estudiantes de Historia encontrarán a continuación 28 textos —de épocas, extensión y temas diversos— del historiador Germán Colmenares, textos que esperamos sean una contribución útil para quienes se interesan por la investigación histórica sobre la sociedad colombiana, y de manera más particular para quienes trabajan sobre temas semejantes o relacionados con los que abordó el notable historiador a lo largo de tres décadas de intenso trabajo (1960-1990) dedicado a la reflexión sobre la historia de Colombia y a la consideración de problemas historiográficos concernientes a la disciplina histórica y a su relación con las ciencias sociales y la filosofía. Estos textos también pueden ser de interés para observar algunas de las evoluciones de Colmenares, los puntos ciegos de sus búsquedas, las reiteraciones de ciertos temas, en fin, el carácter abierto y no dogmático de su trabajo.

Los materiales que presentamos están organizados de manera temática y cronológica, pero no hay que tomar muy en serio tales divisiones temáticas: son simplemente una forma cómoda de agrupar una serie de textos que son muy desiguales desde el punto de vista de su elaboración, y que tienen diversos “estatutos”, si se piensa en sus propósitos, temas, género, y lugares y fechas de publicación.

Los “materiales” que presentamos —algunos desconocidos, algunos poco conocidos, y otros más que, siendo conocidos, merecen recordarse— no se han incluido con la idea de presentar “textos inéditos”, como si ello fuera por sí solo un mérito suficiente. Pueden servir, en cambio, para recordar que hay muchos textos de Germán Colmenares que pueden ser buscados y analizados, y que ayudan además a localizar fuentes que a lo mejor invitan a pequeños trabajos de investigación que, no por pequeños, resultan de menor interés. Para ofrecer un ejemplo preciso, puedo contar que aprendí cosas muy interesantes sobre la vida urbana intelectual moderna en Colombia en los años sesenta del siglo XX leyendo Esquemas, una frágil revista de pequeño formato que Jorge Orlando Melo, Colmenares y algún otro de sus amigos fundaron en Bogotá, y en donde discutieron sobre libros, cine, política latinoamericana, arte, filosofía. Una publicación breve y frágil que no dejó de ser observada y comentada con un tono entre satírico, envidioso y crítico por los intelectuales liberales que se agrupaban en la Nueva Prensa. Y aprendí aún mucho más cuando logré conectar Esquemas, que no conocía, con Estrategia, una revista que conocía, de la misma época, en donde marxismo, psicoanálisis, fenomenología y existencialismo se juntaban en la reflexión, sobre la base de una aspiración no simplemente libresca: se trataba de utilizar esos instrumentos en el análisis de la llamada “realidad social” colombiana, tanto pasada como presente. Las dos revistas ofrecen pistas importantes sobre esa primera “cultura intelectual de izquierda” con la que una nueva juventud universitaria enfrentaba los comienzos del Frente Nacional, cultura intelectual tan diferente de la que se puede observar en la década siguiente en la vida pública colombiana, cuando se comparan sus propósitos y la aspiración a una lectura creativa, ciertamente “atrevida”, de las mejores fuentes intelectuales de la época, con la perspectiva dogmática, sectaria y religiosa de la “lectura del marxismo” por parte de los grupos políticos radicales de los años setenta —partidos y esbozos de partido, colectivos amorfos, sectas clandestinas de tendencia violenta, solitarios profetas iluminados—, en su intento de interpretación de la sociedad que querían transformar, y cuyas grandes líneas de evolución en el pasado y posibilidades de cambio en el presente parecen no haber comprendido nunca.

Para concentrarnos en nuestro foco de atención, más allá del ejemplo que proponía acerca de las dos revistas mencionadas, limitémonos a recordar que hay textos dispersos de Germán Colmenares en muchas publicaciones de su época: en Estravagario, la revista cultural del periódico El Pueblo de Cali; en Eco. Revista de la Cultura de Occidente, la importante publicación que patrocinaba el librero Karl Bucholz; en Razón y Fábula, revista de la Universidad de los Andes; en Cromos; en Nueva Frontera; en el Magazín Dominical de El Espectador —y otras que ahora olvido—, textos que vale la pena descubrir en las bibliotecas, no solamente buscando las refl exiones de Colmenares, sino porque resultan un buen observatorio para comprender muchos aspectos de la modernidad intelectual de nuestra sociedad. No necesariamente para hacer una recopilación de “escritos olvidados”, sino para conocer aspectos importantes de los múltiples intereses culturales de Colmenares y sus compañeros de generación, y observar la sorprendente capacidad de trabajo de este historiador, que fue capaz de producir una obra al tiempo extensa y significativa, en una vida que fue breve —apenas pasaba el medio siglo cuando murió—, que es lo que hemos querido resaltar con el epígrafe puesto al comienzo de estas líneas. Por lo demás, la búsqueda de textos de Colmenares en revistas conduce necesariamente a la pregunta por la importancia que otorgaba a la reseña como instrumento de crítica, y la forma inseparable como asumía la relación entre lectura y escritura en la vida intelectual. Son materiales fáciles de localizar en bibliotecas universitarias y, por lo menos en un caso, el del Boletín Cultural y Bibliográfico, materiales a los que se puede acceder a través de internet, sin ningún requisito.

Algunos de esos textos —y algo de ello aparece en esta recopilación— permiten conocer otras facetas de Germán Colmenares, con sus grandes intereses en la cultura local y universal, y en la política colombiana, que no sólo interpreta en clave de rechazo global por su indignidad como actividad y forma de vida. Esos textos relacionados con la política, sobre todo cuando se ocupa de la universidad pública colombiana y, en general, de la educación —de lo que ofrecemos una muestra muy breve—, dejan ver un Colmenares algo más radical de lo que se le supone, al tenor de sus meditados análisis de historiador; un académico al que nunca se le hubiera ocurrido afirmar, por ejemplo, como se hizo en años recientes —con algo de cinismo— por parte de un comentarista de prensa que, para solucionar su défi cit económico, la Universidad Nacional debería vender unas cuántas hectáreas de su campus, hectáreas que el Gobierno necesitaba para construir algunas nuevas dependencias ministeriales.

Los textos recopilados no buscan proponer ni alimentar la idea de Colmenares como el “gran historiador”, postulando sus análisis como materia que permanece inmune a la crítica, como si el paso del tiempo, la aparición de análisis alternativos, y las propias revoluciones historiográficas que hemos conocido desde el fi nal del siglo XX, no dejaran observar algunas de las limitaciones de esos análisis, como es apenas natural en el quehacer de la ciencia, un hecho del que el primer convencido era el propio Colmenares, como lo dijo en varias oportunidades. Citemos sólo una de ellas, que aparece en una carta que envió a Raúl Alameda Ospina, el secretario de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, el 15 de marzo de 1988, cuando preparaba su conferencia de ingreso a la mencionada asociación:

En la actualidad estoy preparando una edición defi nitiva de mis trabajos sobre Historia Económica Colonial. Desde la publicación del primer tomo en 1973, ha aparecido una gran cantidad de monografías y de trabajos especializados que me siento en la obligación científica de incluir en este intento de síntesis. Ellos, junto con nueva documentación, deberán modificar profundamente los resultados a que había llegado en 1973.

Los treinta años que nos separan de su muerte, y el más de medio siglo que distingue nuestra época historiográfica de aquella en la que Colmenares inició su trabajo, nos pone de presente cuántas cosas han cambiado en la vida social local y global y en las formas de hacer historia, y cuántas nuevas preguntas han aparecido en la agenda de los historiadores, preguntas que a lo mejor no podían siquiera ser imaginadas por Colmenares. No hay pues en esta recopilación ni el menor asomo de pretensión dogmática, lo que hubiera ofendido a Colmenares, ni fetichización de ninguna forma particular de análisis de los procesos sociales, ni menos la intención de rendir homenajes retóricos que, como se sabe, casi siempre son más bien una forma de legitimación de sus promotores, seguramente algo inseguros de su propia obra o de la carencia de obra.

Pero no tenemos ningún inconveniente en asumir que en la selección de los textos, más allá de su pertinencia y utilidad en términos de crear inquietudes investigativas, hemos tenido en cuenta la oportunidad que brindaban algunos de ellos para presentar una imagen de Colmenares como un historiador que era al mismo tiempo un profesor, un investigador, un traductor y un intelectual académico que no le huía a los debates de su tiempo, aunque trató siempre de intervenir en ellos a partir de su punto de vista de historiador y no de generalidades retóricas o de lugares comunes. Por lo demás, esa polivalencia de lugares que podía ocupar, siempre dentro de la definición de académico e historiador, pone de presente su negativa a limitarse a una posición cómoda como especialista en el marco de una cierta división del trabajo, lo que reafirmaba en el campo mismo de su actividad investigativa, en donde considerar temas y periodos en su diversidad fue una de las características de su trabajo, aunque al final buena parte del establecimiento historiográfico y de la rutina profesoral hayan terminado reduciéndolo a un “historiador de la economía de la sociedad colonial”.

Queremos insistir en que hay que tratar de hacer una lectura histórica de estos textos que presentamos, es decir, una lectura contextual que no los anule en su novedad bajo el peso de nuestro saber actual, y que respete en la lectura las propias convenciones de análisis y de lenguaje que fueron las de la época de Colmenares, si en verdad queremos saber de qué hablaba este autor, para poder adelantar una evaluación justa de su obra que nos ayude a comprender, sin ninguna clase de supuestos exteriores al análisis, qué de esta puede seguir siendo estímulo para las preocupaciones propias que las nuevas generaciones de historiadores y de estudiantes de Historia tienen todo el derecho de plantearse en términos de su propia experiencia, sensibilidad y relación con el mundo. El reclamo por esa lectura histórica no es exagerado, es tan solo recordar una regla elemental del análisis histórico.

Mientras preparaba estos textos —es decir, mientras los transcribía a partir de copias de máquina de escribir, en su mayoría—, los mostré a algunos amigos y conocidos dedicados a las ciencias sociales para conocer sus opiniones, y me sorprendió el peso cultural que tienen las lecturas anacrónicas que se hacen de las documentaciones históricas en gentes que se suponen especialistas en la ciencia social, “pequeño vicio” —que incluye un descontrolado narcisismo que reposa en el supuesto de que todo lo que en el mundo existe se ha hecho pensando en mí— que no deja de producir una lectura que fatalmente conduce a la incomprensión —me refiero a la incomprensión intelectual— de los textos que se leen. Puedo ofrecer un ejemplo: en esta recopilación incluimos un texto de Colmenares sobre la catástrofe demográfica indígena, uno de los motores determinantes de su obra sobre la sociedad colonial. Se me indicó cortésmente por parte de algunos lectores a los que requerí su opinión sobre este texto, que esas ya eran posiciones superadas —lo mismo escuché decir en el caso del texto sobre “Las Casas y los lascasianos”—, que sobre demografía indígena hoy existían mejores aproximaciones cuantitativas y métodos más exactos de medición —lo que resulta cierto desde la propia época de Colmenares—. Sin embargo, en mi opinión, nada de eso disminuye la importancia del texto cuando se le sabe contextualizar, se le sabe comprender en el conjunto de la obra del autor, y por lo tanto se le sabe interrogar.

Señalemos solamente dos puntos que resaltan en el texto de Colmenares. En primer lugar, el propio cansancio que muestra frente a la tarea puramente estadística en el análisis de las visitas que se hacía para la tasación de tributos en los siglos XVI y XVII —fuente básica para el análisis de la demografía indígena—, pues en la medida en que sus estudios sobre el tema habían avanzado, y en contacto con análisis antropológicos que lo habían llevado a replantear muchas de sus interpretaciones, sabía que el camino del conteo, si bien necesario, resultaba insuficiente. En segundo lugar, y es lo más importante, se perdía de vista en esas lecturas que menciono que, desde los primeros análisis de Colmenares sobre este punto —y en esto se apoyaba en lo mejor de las tradiciones de la historia social clásica— y hasta sus últimas síntesis sobre el tema, por ejemplo en “La formación de la economía colonial (1500-1740)”, el punto central de la demostración no tenía que ver con el “número de vidas destruidas” y menos con la idea de asignar al terrible evento “una causa” entre varias posibles, sino que se relacionaba con su esfuerzo por conceptualizar un caso de lo que en ciencia social llamamos “un hecho social total”, es decir, que la crisis demográfica se relacionaba con el hecho básico de la Conquista —apropiar el excedente económico de las sociedades indígenas—, y que esa apropiación comprometió la vida comunitaria de las sociedades indígenas en todos sus niveles —desde las bases biológicas de existencia hasta las formas culturales, como dice Colmenares—, lo que recuerda, por lo demás, la presencia en su reflexión de una categoría de análisis que siempre lo inquietó: la de totalidad social, un hueso duro de roer que nos puede hacer perder los dientes; una categoría que heredó del binomio Hegel-Marx, y que junto con la llamada aspiración a la historia total, otra noción que lo obsesionaba, esta vez heredada de los Annales e igualmente problemática, son asuntos recurrentes en su trabajoA.

Lo mismo se puede decir del texto sobre el padre de Las Casas y los lascasianos, un tema que permanece abierto a la investigación, y que tiene el mérito de recordar viejas y nuevas preguntas. Así, por ejemplo, ¿fue Juan del Valle, primer obispo de Popayán, “lascasiano”? —un punto que había llevado a la discusión Juan Friede años atrás—. O, por ejemplo: después de 1810, en los primeros años de la revolución, ¿volvió a plantearse la discusión sobre Las Casas y la suerte de los indígenas en Nueva Granada? Sabemos que hubo una edición de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias hecha en Bogotá, en la Imprenta del Estado, por José María Ríos en 1813. ¿A qué obedeció esa edición? ¿Tuvo algún efecto polémico y dio lugar a algún debate? O, por ejemplo: ¿en el siglo XX colombiano cuáles fueron las instituciones en que se resguardó la idea de un Las Casas exagerado y mentiroso, paranoico, y qué manifestaron sobre esa interpretación las instituciones eclesiásticas? No lo sabemos. En todo caso el texto de Colmenares, publicado un 12 de octubre, nos recuerda la importancia que el problema de la destrucción de las sociedades indígenas tuvo en su obra y su aspiración a dar de ese problema una imagen que no fuera moralista, sin ocultar la fuerza ética y política del asunto.

Quiero resaltar también que dentro de los propósitos de esta pequeña recopilación está el de seguir insistiendo en la importancia que la historia de una ciencia tiene para el avance de una determinada ciencia o disciplina académica con aspiración de “conocimiento”, más allá del simple régimen de opinión dominante. No se trata de asuntos de fidelidad a unos supuestos pioneros de la disciplina, ni se trata del deseo de congelar las perspectivas del presente en los viejos moldes de un pasado de más de medio siglo, o de hace un siglo. Se trata más bien de recordar en qué punto nos encontramos, qué caminos hemos recorrido, y ayudarnos en la tarea de continuar en la búsqueda de otros y mejores horizontes, evitando despreciar algunas conquistas que, por moderadas que hayan sido, no dejan de ser significativas y de constituir una aventura intelectual de alto valor, cuyos posibles servicios en el campo de la investigación social no están por completo agotados, una idea que, me parece, puede extenderse a algunos más de los trabajos de la llamada Nueva Historia B .

Se trata también, claro, de evitar que sea excesivo y demasiado visible lo que algún autor llamaba “nuestro propio e inevitable sistema de injusticias”, un hecho del que parece no poder escapar ninguna nueva generación de investigadores de ciencia social. Permítanme ofrecer un ejemplo: en los últimos treinta años en la historiografía nacional no ha dejado de mencionarse de manera constante el tema importante del surgimiento de la opinión pública moderna, en el marco del estudio de las revoluciones modernas, como lo fueron las de independencia en el siglo XIX hispanoamericano. En el caso colombiano debo decir que me ha sorprendido no haber visto jamás mencionado el trabajo de Colmenares sobre el caricaturista Ricardo Rendón, que se subtitula precisamente “Una fuente para la historia de la opinión pública”. Un especialista del tema me dijo que la razón era que Colmenares sí había tratado el problema, pero para el siglo XX. Como el argumento pareció no convencerme, el especialista me señaló que, en todo caso, los análisis de Colmenares eran puramente aplicados y faltos de perspectiva teórica, lo que me dejó un poco más confundido.

Puedo ofrecer un segundo ejemplo, relacionado con la forma como Colmenares empezaba a ver el problema de la relación entre espacialidad y revolución política después de 1808, y la manera como señalaba uno de los caminos posibles de emergencia del ciudadano en nuestro medio, un camino que fue en principio tanto una posibilidad como un bloqueo. En uno de los textos que aquí publicamos sobre poblamiento, regiones y ocupación territorial, Colmenares escribía:

En este sentido podría generalizarse un principio según el cual la independencia de España no logró alteraciones radicales con respecto a la situación relativa de los individuos frente al sistema político. En revancha, todo el sistema de prelaciones de los centros urbanos que había dominado durante la colonia se vio alterado por el régimen republicano. Antes que en los individuos, el principio de la soberanía popular vino a radicarse en los pueblos… de la misma manera que los privilegios patrimoniales se habían asignado, en el siglo XVI, a la “república de españoles”.

Se sorprende uno, pues, del desconocimiento de este tipo de análisis —que en varias oportunidades reiteró Colmenares al final de su vida—; análisis tan claros, tan ligados al conocimiento de una sociedad; análisis sensatos y realistas, pero que no encontraron nunca un lugar en los numerosos trabajos, casi siempre construidos en jerga especializada, que acompañaron a la avalancha de recopilaciones sobre el constitucionalismo del primer siglo XIX, una avalancha documental que, casi siempre, por su forma y contenido, recordó las más eruditas tradiciones de la venerable Academia Colombiana de Historia, aunque ello no logró ocultar la ausencia de análisis en la mayor parte de tales esfuerzos.

Una palabra breve sobre el origen de los textos, cuya transcripción es completamente fiel a los documentos de que disponíamos. Recibí de Marina Jiménez de Colmenares, ya hace bastantes años, parte de los archivos de quien fue su marido, luego que habían sido utilizados en la preparación de la edición de lo que se llamó Obra Completa de Germán Colmenares. Agradecí en el alma el regalo, que consideré precioso, aunque inmerecido. En esos papeles no había mayores novedades ni grandes revelaciones: versiones de textos que fueron publicados, copias de reseñas sobre la obra del historiador, fichas de trabajo en donde copiaba partes de los libros que leía, dos o tres textos no publicados, y documentos que ilustran una carrera intelectual y académica que en sus grandes líneas es conocida. A ello se puede sumar un largo texto de algo más de treinta páginas que Colmenares luego “separó” en fragmentos diversos y que publicó bajó la forma de artículos o como prólogo o introducción de algunos de sus libros —así, por ejemplo, la importante “Introducción” de su libro sobre Cali…—; son páginas a veces desordenadas, en donde se cruzan temas y propósitos diversos, pero que ilustran bien ciertos puntos importantes de las relaciones de Colmenares con autores clásicos como Marx, cuyo conocimiento amplió en los años 1970 —aunque ese interés decreció fuertemente en los años 1980—, y que permiten plantearse preguntas sobre el “marxismo de Colmenares”. Copiemos unos cuantos renglones al respecto, en tanto ilustran ese proceso de relación con los autores clásicos, aunque su contenido no representa ningún “descubrimiento teórico”, pero sí muestra un esfuerzo permanente de clarificación conceptual por parte de Colmenares, quien mientras estudiaba a los autores a los que leía con particular intensidad, tomaba apuntes detallados en los que introducía sus propios comentarios:

El marxismo está lejos de ser una ‘filosofía de la historia’ en el sentido tradicional. No pretende haber descubierto el ‘sentido último de la historia’, sino un principio elemental —que no es exterior a ella— a partir del cual es posible organizar un material empírico. En Marx hay una repugnancia cada vez mayor por esquemas de tipo metafísico abstracto. Cuando se postula un principio de este tipo o una categoría absoluta —nos dice [Marx] (Miseria de la Filosofía, II, 1)— parecería que tal principio está haciendo la historia y no al contrario: como cuando se habla de la religiosidad medieval o de la racionalidad del siglo XVIII. Pero si se pregunta por qué tal principio aparece en una época y no en otra, ‘se está forzado necesariamente a examinar de manera minuciosa cuáles eran los hombres del siglo XVI, cuáles los del siglo XVIII, cuáles sus necesidades respectivas, sus fuerzas productivas, su modo de producción, en fi n, cuáles eran las relaciones de hombre a hombre que resultan de esas condiciones de existencia’…

O como indica en otra parte, mientras continúa su reflexión sobre la pertinencia de los análisis de Marx para la comprensión de la historia de sociedades diferentes de las que estudió Marx, pero abordando ahora una dirección diferente de análisis:

En otras palabras, las afirmaciones de tipo general o universal dependen [en Marx], es cierto, de un análisis histórico-particular (el del capitalismo occidental, tal como se había desarrollado en el siglo XIX), pero no quedan atadas indisolublemente a esas condiciones concretas. Como modelo, y modelo flexible, y universal, puede aplicarse a otras formaciones económico-sociales. O como lo expresa [Cesare] Luporini [a quien Colmenares lee, cita y parafrasea en ese momento], ‘la plena disponibilidad teórica del modelo aun en direcciones distintas de las correspondientes a la experiencia histórica efectiva que ha servido de base para la construcción del modelo…’.

Hay además dentro de esos papeles que recibí de Marina Jiménez de Colmenares, una cincuentena de páginas sobre su trabajo como administrador universitario y correspondencia sobre asuntos personales o editoriales, que no será publicada.

He hecho esta selección sin pensar en la novedad de los textos, aunque dos o tres de ellos adelantan análisis históricos que me parecen realmente novedosos: sobre historia urbana e historia agraria, sobre la formación de regiones en Colombia, sobre las formas históricas de constitución del “espacio nacional”. La selección se ha hecho más bien pensando en la utilidad que puedan ofrecer al lector joven, bien sea por los análisis que se presentan, bien sea porque recuerdan algunas fuentes documentales que pueden revisarse con provecho, o finalmente, porque ponen de presente la importancia que tiene para un historiador el cine, la literatura, el arte. En todo caso, la selección se hizo buscando que sean estímulo para el adelanto de sus propios trabajos por parte de quienes leen estos textos.

Todos los textos están acompañados con por lo menos una nota a pie de página, distinguida con una letra mayúscula, que ofrece la más precisa identificación documental posible del texto en cuestión, y en los casos en que me pareció útil para el lector, un breve comentario adicional. Soy el único responsable de esos comentarios, y en algunos de ellos aparece de manera explícita la expresión “en mi opinión”, o expresiones equivalentes, para resaltar que se trata de una apreciación que me pertenece por entero, y que no tiene por qué interferir en el acercamiento a estos textos.

El lector puede encontrar en las breves presentaciones de los textos algunas repeticiones: soy consciente de ellas, y las creo justificadas, si tenemos en cuenta los nuevos modelos de lectura fragmentaria y discontinua que caracterizan el mundo de hoy, sobre todo bajo sus formas virtuales. En todo caso, esas repeticiones parecen ser tan solo pecados veniales.

De más está decir que la presente compilación constituye, o quisiera constituir, un impulso para continuar la investigación sobre la historiografía colombiana, en sus diversos niveles, con respeto, pero no menos con vigor, y de parte de los jóvenes con una buena dosis de “responsable rebeldía intelectual” por un “establecimiento historiográfico” menos sabio y virtuoso de lo que piensan sus representantes más visibles. Para indicar cuál debería ser el tono de esa discusión no dudo en recordar la manera como los ilustrados europeos asumieron el intercambio de ideas, combinando un profundo espíritu de controversia y discrepancia, con el recurso a las formas en ascenso de la cortesía y la civilidad, según la versión que de los comienzos de la República de las Letras nos ofreció Anne Goldgar, en Impolite Learning. Conduct and Community in the Republic of Letters, 1680-1750.

La presente compilación hace notorio cuánto dependemos de los archivos y de las bibliotecas, de la reunión entre colegas, del contacto con el aire envenenado de las ciudades, para adelantar nuestro trabajo. En el caso de los textos que publicamos hay insuficiencias documentales que en una época normal serían imperdonables. Haciendo virtud de una dificultad, debo decir que me parece bien que se encuentren esas insuficiencias e incluso que sean notorias. Detrás de ellas se encuentra la pandemia, y me refiero a ella porque no se trata de ningún hecho circunstancial. Creo que estamos efectivamente ante un hecho social mayor, que desde luego ha traído a la escena pública problemas centrales para el historiador: sobre la verdad, sobre las falsas noticias, sobre el “negacionismo”, sobre la forma en que vivimos y sobre el mundo de mañana. Escribo esta presentación con la confianza de que luego que este terrible hecho de civilización haya sido más o menos controlado, volveremos a muchas de nuestras labores habituales de trabajo y de estudio, actividades a las que regresaremos con ansias renovadas de vivir, y con una nueva valoración de lo que significan los contactos humanos y la presencia de la palabra viva de nuestros semejantes.

Quiero agradecer la acogida que a esta idea de publicación han dado el impulsor y los editores de Artificios. Me siento cómodo trabajando con una revista de estudiantes, pues estudiar ha sido una de las actividades más cercanas a mi vida. Debo agradecer también, con nombre propio, a Paola Valencia, que hace varios años me ayudó con una búsqueda inicial en los archivos de la Universidad de los Andes; a José Daniel Saavedra, que colaboró con la búsqueda de la documentación sobre la maestría de Historia Andina en la Universidad del Valle; a Gonzalo Cataño, que me facilitó conocer su versión de la Nueva Historia de Colombia; y a Carlos Alberto Toro, con quien en los últimos años discutí en varias oportunidades sobre el trabajo de Germán Colmenares. Durante los meses que me ha llevado este trabajo de selección, copia y presentación, pensé muchas veces en quienes fueron alumnos míos en el pasado y tuvieron la paciencia y la gentileza de soportar mis exposiciones y mis extravagancias. A ellos quisiera dedicar este pequeño esfuerzo documental.

Notas

A El texto que cito de Colmenares sobre “La formación de la economía colonial” —publicado en José Antonio Ocampo, ed., Historia económica de Colombia (Bogotá: Fedesarrollo/Siglo XXI Editores, 1987)—, diferente en muchos puntos de la anterior síntesis que el autor había presentado en el Manual de Historia de Colombia t. I una década atrás —“La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800”—, no ha sido muy leído por los historiadores. Me parece un texto esencial para observar la lucha del autor contra la tendencia de la historia económica a reducir la vida social a las “fuerzas económicas” —la llamada “interpretación económica de la historia”—, bien sea en la variante liberal de la economía neoclásica, bien sea en la variante “materialista histórica marxista”, formas básicas hegemónicas de la historia económica en Colombia. Nada testimonia mejor de esa lucha de Colmenares contra la tentación de ese punto de vista —tentación de la que no estuvo completamente exento— que su reiteración bibliográfica al final del texto sobre cuánto debe su análisis a Witold Kula y a Karl Polanyi, como en otros momentos lo hizo recurriendo a la obra de Marc Bloch.

B El orgullo de haber participado en la aventura intelectual de la Nueva Historia y haber contribuido a una mejora de los estudios históricos en Colombia no le impedía a Colmenares reconocer, como lo hizo en muchas oportunidades, las debilidades profundas que aquejaban a la historiografía colombiana, en comparación con la de muchos de los países vecinos. Colmenares hubiera podido sufrir un ataque cardiaco o padecer algún trastorno mental si se hubiera encontrado, como yo, con la página web de un Departamento de Historia de una prestigiosa universidad de Bogotá, que hasta hace pocos años promocionaba su Programa de estudios como ¡“uno de los mejores del mundo”!


Organizador

Renán Silva – Investigador temporal. Centro de Investigaciones en Historia Universidad Externado de Colombia.


Referências desta apresentação

SILVA, Renán. Presentación. Artificios. Revista Colombiana de Estudiantes de Historia. Bogotá, v. 18, n.1, especial, dossier: Germán Colmenares, p. 10-19, ene. 2021. Acessar publicação original [DR]

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Gobernanza | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2022

Gobernanza | Artificios – Revista Colombiana de Estudiantes de Historia | 2022, RAMÍREZ Álvaro Andrés Leaño (Org d) , Artificios (Atd), Governança (d)

El número XXI de Artificios es un dossier temático sobre gobernanza, compuesto por dos artículos que abordan diversas vicisitudes en el ejercicio del poder (en diferentes niveles y direcciones) en la hoy República de Colombia, en temporalidades y con actores distintos. Antes de referirme a los trabajos, estimo conveniente hacer una breve acotación del concepto gobernanza, con el fin de abrir una discusión sobre su uso como categoría de análisis en trabajos historiográficos.

Desde el punto de vista de la teoría política contemporánea, la gobernanza es entendida como los “mecanismos y estrategias de coordinación de cara a la interdependencia recíproca compleja entre agentes, organizaciones y sistemas funcionales operativamente autónomos”1. Bob Jessop resalta que el concepto de gobernanza ofrece una visión mucho más amplia y completa para analizar relaciones de poder que no necesariamente implican o están enmarcadas en el ejercicio de una función pública, pero sí tienen efectos en los actos de gobierno. El autor afirma que la gobernanza agrupa tres formas de coordinación que son: mando, intercambio y red.

El mando hace referencia a la manera como un aparato burocrático, en el marco de una relación jerárquica vertical, dirige un grupo humano. Desde este punto de vista, la gestión del gobierno es medida por la eficacia de las políticas públicas y actos administrativos dirigidos al cumplimiento de metas colectivas y el sostenimiento de la legitimidad institucional. De esa manera, la habilidad para identificar necesidades y plantear objetivos es el punto de partida para medir qué tan eficaz es un gobierno y valorar los fallos que ocurran, tomando como marco de referencia el ordenamiento jurídico vigente2.

El intercambio alude a la presencia de “interacciones articuladas de manera despersonalizada”. El profesor Julio Quiñones señala que el ejemplo más claro de ese tipo de articulación es el mercado que, al menos en apariencia, es autosuficiente y capaz de incidir en otras esferas de la vida social. Quiñones sostiene que esa autonomía absoluta es un sofisma, debido a que en el seno del mercado está la mano de obra, la cual tiene la facultad de distorsionar esas pautas autogubernativas. Siguiendo esa línea argumentativa, los fallos en el intercambio son justamente las acciones antisistémicas que los individuos realizan cuando no hay un equilibrio entre las necesidades y la asignación de recursos3.

La gobernanza en red remite a un diálogo entre los mercados y los aparatos burocráticos (gobiernos jerárquicos), en donde lo público y lo privado se articulan, involucrando a un sector más amplio de la sociedad. Con base en lo anterior, las relaciones de poder no son simétricas, como tampoco lo es la distribución equitativa de beneficios, situación que no necesariamente implica un fallo. Las dificultades se presentan cuando, dentro de esas relaciones asimétricas, sectores minoritarios que carecen de legitimidad toman decisiones que afectan a toda la colectividad4.

Los artículos del dossier utilizan como categoría de análisis algunas de las formas de coordinación antes mencionadas. En el caso de “Los “rectores policías” y el repensar de la alma mater: violencia y movilización social en la Universidad de Antioquia en la década de 1970”, los autores afirman, de manera general, que durante el siglo XX en Colombia no fue posible la transformación de las estructuras tradicionales de propiedad y la inclusión de sectores más amplios de la población en las dinámicas de gobernanza nacional. Según ellos, esa situación provocó que en ese periodo se dieran múltiples movilizaciones y protestas con una amplia participación de actores sociales. Sostienen que durante el Frente Nacional se formularon soluciones exclusivamente políticas a un problema mucho más grande que no involucró únicamente las dirigencias de los partidos conservador y liberal.

Señalan que para sectores como el educativo fue nugatoria cualquier posibilidad de participación en política y con ello, la esperanza de reformarlo. Como consecuencia, al interior de las instituciones educativas se conformaron diversos grupos con ideologías revolucionarias y reformistas que buscaron implementar mecanismos de autogobierno, con el fin de establecer una autonomía frente al gobierno central. Es así como surgen espacios de reunión y concertación que posteriormente se manifestarían en huelgas. De esa manera los enfrentamientos entre el gobierno y el sector educativo se volvieron sistemáticos durante esa década.

Los autores, por un lado, describen cómo las directivas de la Universidad de Antioquia implementaron medidas antiprotesta, fundamentadas en el ordenamiento jurídico vigente para ese momento. Es así como en el seno de la comunidad educativa surge el apelativo “rectores policías”, quienes tenían competencia para tomar decisiones académicas y disciplinarias contra los estudiantes que participaran en protestas. Por el otro, dan cuenta de la aparición de una “deriva institucional colectiva” al interior de la universidad, como consecuencia de la incapacidad de los consejos universitarios y el movimiento estudiantil para controlar el radicalismo y los actos de violencia en el marco de las protestas, lo cual dificultó cualquier progreso en su lucha. Pese a esa dificultad, a mediados de la década el movimiento logró que se duplicaran los cupos y la ampliación de la planta profesoral. No obstante, la universidad entró en déficit presupuestal, generando así más protestas.

El artículo “Indígenas, tierras y república: división de las tierras de resguardo en la provincia de Bogotá, 1810-1860” aborda la problemática surgida con las tierras comunitarias de los indígenas, organizados en resguardos, las cuales entraron en la agenda del naciente gobierno republicano, generando conflictos y disputas en torno a esos territorios. La controversia durante la primera mitad del siglo XIX giró en torno a la parcelación, privatización y comercialización de esos predios, lo que necesariamente implicó la disolución de los resguardos. El autor resalta que su análisis no está restringido a las políticas implementadas por los gobiernos de turno, sino todo lo contrario, involucra a distintos actores regionales y locales.

El autor en su trabajo presenta la problemática surgida con la fundación de las nuevas repúblicas liberales, en las que la categoría ciudadano debía cobijar a toda la población. En el caso de la hoy República de Colombia, en la segunda década del siglo XIX el 20% de la población era indígena, la cual, bajo los ideales y doctrinas del estado liberal de derecho, necesariamente debía ser reconocida como parte de esa ciudadanía que, ideológicamente, reñía con la estructura de la sociedad de castas colonial. Más complejo era definir quién era indígena, para así establecer si tenía derecho a esas tierras de resguardo. En el artículo se explica cómo la problemática planteada no sólo versaba sobre el reconocimiento de derechos políticos, sino también la adecuación del sistema tributario y las normas de derecho civil que regulan la propiedad privada, para ajustarlas a la nueva realidad de las tierras de resguardo.

El autor señala que hasta 1850 los gobiernos mantuvieron una postura paternalista y proteccionista frente a los resguardos, inicialmente previniendo que estos fueran enajenados o usurpados por terceros y, posteriormente, promulgando leyes que reconocían la ciudadanía y propiedad sobre esos territorios a los indígenas, con una particularidad, estos serían divididos y adjudicados de manera “equitativa”. Más adelante se prohibió la negociación de los predios por cierto tiempo, para así evitar que los indígenas se empobrecieran y quedaran a merced de los grandes terratenientes.

Expone que ese marco jurídico trajo numerosos problemas, tales como la repartición inequitativa y acaparamiento de las tierras. En ese proceso los representantes (indígenas) de los cabildos sacaron provecho de la posición que ostentaban dentro de las comunidades y las atribuciones que la reglamentación les otorgó, consiguiendo así la asignación de las mejores tierras, en detrimento de la anhelada equidad. Esas problemáticas se convirtieron en obstáculos que retrasaron el proceso de repartición, permitiendo que bajo figuras legales poco ortodoxas (por el objeto), ciudadanos no indígenas terminaran apropiándose y explotando las tierras de los resguardos.

Para cerrar, trabajos académicos como “La Gobernanza de los Puertos Atlánticos (siglos XIV – XX)”, dirigido por Amelia Polónia y Ana María Rivera Medina, también han tenido como marco teórico los postulados de la gobernanza. En ese volumen, compuesto por dieciséis artículos y trabajado por varios autores, se realizó un análisis sobre la articulación de los puertos atlánticos europeos, africanos y latinoamericanos, tomando como punto de partida la siguiente definición.

La gobernanza se refiere al proceso en el que ciertos elementos de la sociedad ejercen poder y autoridad, e influyen y promulgan normas y decisiones sobre la vida pública, así como sobre el desarrollo económico y social. La noción de gobernanza es más amplia que la de gobierno. Gobernanza supone interacción entre las instituciones formales y las de la sociedad civil5.

La investigación dirigida por las profesoras Polonia y Rivera resulta interesante debido a que, en la temporalidad mencionada, se abordan dos sistemas políticos diferentes como lo son: el absolutismo y el estado liberal; utilizando como categoría de análisis un concepto construido en la segunda mitad del siglo XX para el estudio de estados liberales contemporáneos regidos por un modelo económico capitalista6 . No obstante, profesores como Paolo Vignolo (Universidad Nacional de Colombia) defienden la idea de la existencia de un protocapitalismo durante los siglos XIV y XV, en plena vigencia del feudalismo, lo cual abriría la puerta al uso del concepto gobernanza a otros marcos temporales. La discusión queda abierta. Álvaro Andrés Leaño Ramírez Editor

Notas

1 Bob Jessop, El futuro del Estado capitalista (Madrid: Catarata, 2008), 59-60.

2 Julio Quiñonez Páez, “La idea de contragobernanza. Elementos para una teoría crítica del gobierno”, Estudios Políticos 56 (2019): 22. DOI: 10.17533/udea.espo.n56a02

3 Ibid., 24

4 Ibid., 24.

5 Ana Polonia y Ana Rivera Medina, presentación a La gobernanza de los puertos atlánticos, siglos xivxx: Políticas y estructuras portuarias (Madrid: Casa de Velázquez, 2016), http://books.openedition.org/cvz/204 .

6 Verónica Marín-Fuentes y Armando Alcántara-Santuario, “Gobernanza, democracia y ciudadanía: sus implicaciones con la equidad y la cohesión social en América Latina” Revista Iberoamericana de Educación Superior IV, núm. 10 (2013):93-112. Redalyc, https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=299128588009


Organizador

Álvaro Andrés Leaño Ramírez – Editor.


Referências desta apresentação

RAMÍREZ, Álvaro Andrés Leaño. Editorial. Artificios. Revista Colombiana de Estudiantes de Historia. Bogotá, v. 21, p. 9-13, 2022. Acessar publicação original [DR]

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