Árbol de la vida. Alfonso Reyes y la inteligencia poblana/1911-1959 | Alberto Enríquez Perea
Debemos a Alberto Enríquez Perea la publicación de numerosas obras sobre Alfonso Reyes y la recuperación de una parte de la correspondencia del autor de Visión de Anáhuac (1519) y de la Cartilla moral. Su catálogo incluye más de una centena de trabajos entre libros de autor, capítulos y artículos. Ahora, Enríquez Perea nos ofrece Árbol de la vida. Alfonso Reyes y la inteligencia poblana, 1911-1959, libro elaborado a partir de las cartas que don Alfonso intercambió con distinguidos poblanos.
La comunicación por medio de cartas, algo visto como lejano en este accidentado siglo XXI, expresa más que lo en ellas está escrito: hay ansiedad por la separación y una necesidad por modificar esa circunstancia; deseo de establecer una identidad propia y la búsqueda de un interlocutor; incluso, el deseo de fracturar los límites del espacio y del tiempo. Las cartas son un diálogo en medio de la separación física en donde el afecto y la memoria se convierten en puente de unión.
Como todo el trabajo de don Alfonso, las cartas fueron escritas con un estilo elegante y cuidado: los verbos, los sustantivos y los adjetivos ni sobran ni faltan. Es cierto, a pesar de que los inmersos en la comunicación escrita tienen edades distintas y formaciones diferentes y, por supuesto, experiencias disímbolas, hay un trato familiar y amistoso, siempre respetando la individualidad y autonomía de cada uno. Al respecto, Demetrio le dice a Artemón: “[…] las cartas y los diálogos deben escribirse del mismo modo, ya que una carta es como un lado de un diálogo. Algo de razón lleva, pero no es todo. Una carta debería escribirse con bastante más cuidado que un diálogo. Un diálogo imita una conversación improvisada, mientras que una carta es un ejercicio de escritura y se envía a alguien como una suerte de regalo”.1
Además, como afirma Pedro Salinas “[…] la carta aporta otra suerte de relación: un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia, en los trasuntos de la persona que llamamos, recuerdo, imagen, alma”.2
La correspondencia que se retoma en Árbol de la vida muestra intimidad, respeto, confesión, y a pesar de sus diversas extensiones el circunloquio no tiene lugar. Hay un acto deliberado: la familiaridad y la cotidianidad. Se conoce al destinatario. Las cartas tienen, a veces, un tono familiar lo que no desmerece el contenido de la misiva. En el libro hay cartas que tratan de temas y comisiones oficiales, algunas literarias, otras que pueden considerarse familiares; la inmensa mayoría pueden ser tenidas como cartas entre intelectuales.
José Emilio Pacheco escribió sobre don Alfonso en la Revista de la Universidad de México lo siguiente:
Reyes fue, sin duda alguna, el escritor mexicano que mantuvo una comunicación íntima, constante, con los mejores escritores de su tiempo. Revisando sus cartas parece que retrocedemos a los días en que novelistas y poetas escribían para confiar a sus amigos lo que no podía constar en su obra misma. Azorín, Fousché-Delbosc, Unamuno, Ortega […] la lista sería abrumadora, escribieron a Reyes valiosas cartas y Reyes contestó apuntando, a uno, algún hallazgo; previniendo a otro; anticipando la ayuda al escritor en desgracia consigo mismo. La correspondencia de don Alfonso es parte de su legado literario.3
Las cartas de este Árbol de la vida dan cuenta del talento y experiencia de don Alfonso, como de sus preocupaciones y desvelos, y de su confianza en un mejor país. Adicionalmente, podemos ver a una de las mayores inteligencias hispanoamericanas describiendo y escribiendo su mundo y el talante de las personas con las que convivió; refirió vicios y miserias, como también grandezas. Este libro es testimonio de un tiempo que se fue. En 1911, a la edad de 22 años, nuestro autor inició su intercambio epistolar con personajes poblanos, mismo que concluyó en 1959, pocos días antes de su fallecimiento. Sus interlocutores son hombres de pensamiento y acción: Luis Cabrera, Rafael Cabrera, Froylán C. Manjarrez, Gilberto Bosques, Vicente T. Mendoza, Vicente Lombardo Toledano, Manuel Ávila Camacho, Germán Lizt Arzubide, Daniel Rubín de la Borbolla, Horacio Labastida Muñoz, Ignacio Ibarra Mazari, Salvador Cruz y Sergio Pitol. También se escribió con Alfonso G. Alarcón quien, habiendo nacido en Guerrero, estudió medicina en Puebla y llegó a ser rector de la universidad de ese estado entre 1938 y 1941, y fue en esos años cuando Reyes y Alarcón entablan comunicación.
Las cartas, salpicadas de asuntos propios de los amigos -sin caer en las infidencias-, muestran los intereses entre remitente y destinatario: política, diplomacia, cocina, educación, arte, cultura y, por supuesto, literatura. Entre Reyes y los poblanos se advierte una afinidad que podríamos llamar de espíritu. Sí, en algunos momentos, se ve una preocupación por cosas terrenales, por trabajos “alimenticios”, pero más allá de eso los asuntos tienen que ver con la realización plena de los sujetos y con el legado que dejarán en beneficio de la sociedad.
La correspondencia permitió a los poblanos y a Reyes entablar conexiones que se multiplicaban en el mundo de la inteligencia. Esto era así porque el diálogo escritural estaba fundado en ella. En las cartas, se puede ver una labor reposada para encontrar las palabras precisas porque entre los amigos hay que decirse cosas interesantes y decirlas bien, como alguna vez refirió José Luis Martínez al editar la correspondencia entre Reyes y Pedro Henríquez Ureña quien, dicho sea de paso, fue el responsable de poner en contacto a Lombardo Toledano con Reyes.
El contenido de las comunicaciones que reúne el libro son un insumo fundamental para conocer lo que acontecía con Reyes, con sus amigos, con México y con el mundo: las complicaciones de la administración gubernamental, la traición en la política, los infortunios personales, pero también la odisea humanística que emprendieron en sus respectivas áreas de influencia y que hasta ahora se sienten sus efectos. El libro escrito por Enríquez Perea (insuflado por Reyes) es un testimonio de congruencia, compromiso y decisión.
Además de fragmentos extensos de las cartas, el libro incorpora cinco anexos: “El destino de América” (extracto del discurso pronunciado por Alfonso Reyes en Río de Janeiro en 1931); “La cultura en las humanidades” (discurso pronunciado por Pedro Henríquez Ureña en ocasión de la inauguración de las clases en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México en 1914); cuatro poemas de Salvador Cruz; datos biográficos de Vicente T. Mendoza, y “Horizontes mexicanos” (proyecto de Alfonso Reyes para un libro).
Concluyo este texto retomando unas palabras que le escribió Horacio Labastida a don Alfonso y que reflejan lo que tiene cualquier mexicano al leer la obra alfonsina -una parte registrada por Enríquez Perea-, mismas que se consignan en la p. 194: “Nuevamente, en usted, he sentido el orgullo de ser mexicano”.
Notas
1 Claudio GUILLÉN, Teoría de la historia literaria (ensayos de teoría), Madrid, EspasaCalpe, 1989, p. 302.
2 Darcie DOLL CASTILLO, “La carta privada como práctica discursiva. Algunos rasgos característicos”, en Revista Signos. Estudios de Lingüística: 35 (51-52) (2002). DOI: 10.4067/S0718-09342002005100003.
3 José Emilio PACHECO, “Borges y Reyes: una correspondencia. Contribución a la historia de una amistad literaria”, en Revista de la Universidad de México (dic. 1979), p. 1.
Resenhista
Eduardo Torres Alonso – Universidad Nacional Autónoma de México.
Referências desta Resenha
PEREA, Alberto Enríquez. Árbol de la vida. Alfonso Reyes y la inteligencia poblana, 1911-1959. México: El Colegio Nacional, 2018. Resenha de: ALONSO, Eduardo Torres. Historia Mexicana. México, v.72, n. 3 (287), ene./mar. 2023. Acessar publicação original [DR/JF]