Análisis del discurso. Principios y procedimentos | Eni Orlandi

RECENSIÓN Y PRESENTACIÓN*

En la lectura del libro Análisis de discurso. Principios y procedimientos, intentaremos hacer lo mismo que Eni Orlandi propone para el análisis de discurso como praxis y correremos el riesgo, por lo tanto, de interpretar de forma equivocada los fundamentos que aporta y los procedimientos que plantea. Esta lectura no se suspende en la teoría, sino que guarda relación con el horizonte de la experiencia y la comprensión; así, al iniciar el comentario de este libro, nos asalta un gesto de sorpresa que manifiesta la extrañeza que surge frente a algo que rompe drásticamente con lo que en Chile ha sido asumido como ‘análisis de discurso’: lingüística clausular, amarrada a la fonética, y que definió el análisis desde un estructuralismo técnico y anquilosado, quizá porque en este país no se permitió casi nunca asumir la existencia del estructuralismo y de sus reformulaciones. Asimismo, se rechazaba la substancia epistémica y procedimental y se veía en los plumajes del estructuralismo y del postestructuralismo una suerte de divertimento francés que poco tenía que hacer con la fonética traspasada al texto que en Chile se hacía, plagada de historiografía, como bien se ejemplifica a través de la polémica entre Enrique Lihn e Ignacio Valente. Lo que se hizo respecto del discurso en la lingüística chilena de la segunda mitad del siglo XX fue, ante todo, un análisis clausular, encerrado en la marca manifiesta y de ningún modo atento a la memoria y, por tanto, imponiendo solo un tipo de valor en la lógica pueril de una suerte de racionalidad técnica de “circo pobre”. En tanto, ya estaba sembrada la sospecha cuando la UNESCO, desde su cátedra de lecto-escritura, permitió que los lingüistas de la llamada “Escuela de Valparaíso” asumieran que solo había un estructuralismo que llegaba hasta Chomsky y que los delirios de la filosofía y de la ciencia social no eran ciencia, al menos no nomológica, la única verdadera, la que aporta insumos técnicos para la intervención lingüística, la que apoya sin causar problemas ni distorsiones.

Así, una gran vergüenza nos aborda al confrontar desde este libro de Orlandi categorías que estaban ahí y que no habían sido utilizadas en buena parte por falta de traducciones. Quedamos un tanto sonrojados al concebir que no solo el estructuralismo y el postestructuralismo tenían cabida desde una perspectiva crítica y desobediente de los propios órdenes discursivos, concepto foucaultiano que ya existía antes de iniciarse las dictaduras latinoamericanas, por lo tanto, existía la posibilidad de sostener y realizar una “lingüística de agitación” y alzar con ella un gesto y una praxis donde la memoria, material peligrosos para nuestro territorio político y la ideología, tenían un lugar analítico privilegiado. Esa ideología que no es ni falsa conciencia como aparece en las lecturas superficiales que se hacen de Marx, ni pura fisiología propia como en las soluciones simplistas de Teun van Dijk, sino que es un pecaminoso concepto de ideología, desde la divergencia, aquel que ya estaba en Ideología Alemana, texto bisagra del pensamiento marxista, que la asume como una cosmovisión y una proyección de las formaciones sociales, donde el idealismo alemán y el empirismo inglés se mancomunan bajo la forma de un concepto de ideología cada vez más vigente, incómodo y urgente.

El libro de Orlandi nos hace posible esta lingüística de agitación, no por la acumulación de verdades, ni siquiera porque desde allí provoquemos de manera unidireccional la revuelta del movimiento social, sino porque podemos pasar –como dice la autora– desde el momento hermenéutico hacia la resolución del enigma que asume al texto como una ‘galaxia de significantes’, a decir de Barthes. De esta manera, el análisis de discurso sin ambigüedad ni pudor responde a lecturas políticas, políticas por que las formaciones discursivas en tanto correlato de las formaciones sociales que dan y restan poder, es decir, son el signo más concreto en el que podemos evidenciar la permanencia y funcionamiento de la dialéctica amo/siervo, en donde hegelianamente el discurso es la interfaz que permite al dominador apoderarse del deseo de su dominado, sustentado en la ideología y recubierto por la manipulación del texto que no es interpretación, sino uso unidireccional del sentido; pero este libro contrariaría la neutralidad lingüística, especialmente en el estudio del modo en que los órdenes discursivos se apoderan de los sentidos, hurtándolos desde la negación de la amplitud de la metáfora.

Este libro tiene un matiz posestructuralista, específicamente lacaniano, en donde si el inconsciente está estructurado como lenguaje, es ante todo un cuadro barroco. Se abren las compuertas de la transferencia, no como una forma de ocultar verdad, sino como construcción metafórica que proyecta el lenguaje hacia el infinito, en una semiosis que es reinterpretación de la interpretación de la reinterpretación, y donde el análisis de discurso es un eslabón en la cadena significante que en la formación social y desde la formación discursiva permite construir una lingüística de agitación que da paso a una reflexión de agitación, algo que está muy lejos de la lingüística de silabario tan común en nuestro medio.

El poeta judío Paul Celan –el sobreviviente de Auschwitz-Birkenau, el suicida–, en un poema sobre los hornos donde ocurrió la Shoah, habla del humo evaporando la vida, utilizando un concepto en alemán que no tiene sinónimos en las lenguas romance, “metapherngestöber” y que traduzco a mi amaño como ‘explosión’ o ‘torrente de metáforas’. Este poeta del exterminio, víctima entre las víctimas, alguna vez visitó a Heidegger en su cabaña en la Selva Negra y poco sabemos de lo que hablaron, pues solamente queda un poema críptico, hermoso, pero que nada esclarece. Sin embargo, este poeta de la finitud radical nos puede decir mucho de los efectos de la barbarie en Latinoamérica, la cual se asemeja a la de Auschwitz, pero esta vez en Villa Grimaldi, por lo que creo que, de alguna manera, se vincula con este libro de Orlandi: la explosión de metáforas es, para mí, el momento en que la polisemia se vuelve incoherente y, por tanto, vacía. Lacanianamente, si fuera delirante tendría sentido, pero la carencia del sentido es el peligro en la lectura, el espanto de no poder comprender y por tanto comunicar radica en que la metáfora se desborda como el humo negro de las calderas de Auschwitz. Pero en este libro ese humo no se disemina y la constelación de significantes tiene un punto cero, una forma de lenguaje primigenio que surge del concepto de sujeto, se trata, eso sí, de un sujeto entre barroco y surrealista, como un cuadro de Picasso o de Matta.

Se trata del concepto sui generis de sujeto recuperado por Orlandi, un sujeto descentrado, por cierto, presa no del movimiento histórico, sino del devenir del sentido, saturado en lo dicho y lo no dicho, sujeto simultáneo en la enunciación y la escucha, sujeto que es sintagma en la sucesión, pero sujeto al fin y al cabo; sujeto que exige una restitución del concepto de autor, un autor que no es paráfrasis del narcisismo transferencial de Sainte-Beuve y su apelación a la escritura como simple reflejo de la vida, sino que remite al sujeto de Marcel Proust, que vive en el discurso y es ante todo una herramienta semántica, pragmática, hermenéutica y sociocrítica. Así, desde el sujeto-autor, el sujeto-lector deja de ser una entelequia, que varía y se trasvierte, pero existe y se hace patente, es como el mar nerudiano besa y se retrotrae: se sale de sí mismo/ a cada rato, dice que sí, que no,/ que no, que no, que no,/ dice que si, en azul,/ en espuma, en galope, /dice que no, que no: no se puede estar quieto: es un hito, un cayado, una señal, una puerta en la interpretación del análisis del discurso. Hay un autor y, por tanto, un lector lo cual involucra la quizá feliz noticia de que es posible leer desde el descentramiento, apelar a algo que crea y algo que recrea, no como apelación al humanismo metafísico, si como rescate del texto en tanto producto social, dominador o emancipatorio según cómo se produzca, se lea o se interprete y Orlandi propone una interpretación emancipatoria, incluso en la ambigüedad del sentido borrado a priori por la moda intelectual.

Felices los que gozamos de este afrancesamiento, quizás porque lo que en alemán se piensa, en francés se expresa y en Latinoamérica se hace vida, fiesta y duelo, como las estaciones del año o los ciclos pendulares de la política.

Si nos preguntamos, parafraseando a Vargas Llosa ¿en qué momento se jodió el análisis del discurso en Chile?, responderíamos probablemente que esto no es así, sencillamente porque el análisis de discurso aún no se constituye como disciplina autónoma en nuestro medio, más bien es un intento, realizado por lingüistas y secundariamente por sociólogos, antropólogos y politólogos, pero este empeño no se inicia en Chile, sino en países que recuperaron antes su democracia, y el análisis de discurso es una exportación hasta que la resinificamos como la Dra. Orlandi propone. Aprovechando el ejercicio, quizás un tanto narcisista, de recordar que gran parte de los lingüistas y filólogos de nuestro país se han formado en este Pedagógico, es posible decir, a modo de ejemplo, que mucho de lo que Orlandi propone está presente en la obra de Rodolfo Lenz, que en el contexto de la masacre y usurpación de la Araucanía decidió ir a escuchar a “los indios”, como él mismo expresa en su obra magistral Lecturas araucanas.

Revisar por qué los conceptos psicoanalíticos, hermenéuticos y marxistas que Orlandi formula nos son tan novedosos y provocativos en el incipiente espacio de nuestro análisis de discurso nos lleva a interpretar en los mismos términos de Orlandi: la construcción social dio pie a una formación discursiva que impidió a las ciencias del lenguaje desarrollarse y configuró una filosofía y una lingüística acomodaticia y aséptica que, disciplinariamente, fue producto de la represión de los 70 y de lo que es peor: la autocensura de los 80. Es en ese contexto donde los cientistas sociales no teníamos curriculum, sino prontuario, en palabras de un ministro de educación. Esto ni siquiera se expresó en lo no dicho, lo que primó en un espectro amplio de nuestras ciencias del lenguaje fue un vacío, una ausencia, una visión culposa que hoy ya introyectada se vuelve una carga que nos pesa y que nos obliga a asumir nuevas categorías y a comprometernos con los proceso históricos. Sueño que el reciente movimiento estudiantil sea un remezón que posibilite ese asalto al cielo que significa interdisciplinar todo, confundir, mezclar, atreverse a fallar, resignificar, crear y recrear, hacer una mimesis desatada y una praxis heterodoxa, que permitan, como propone Orlandi, asumir el análisis de discurso como una mano que se lanza hacia el infinito para captar, nunca capturar, la explosión de metáforas susceptibles en cada enunciación y descubrir galaxias con formas sinuosas y desarrapadas en la infinitud del cielo estrellado de significantes. El análisis de discurso propuesto desde una teoría crítica de la sociedad y la mente, se vuelve un artificioso y creativo adjetivar. Sin duda, Huidobro tenía razón: “el adjetivo cuando no da vida mata”.

Enorme debe haber sido el esfuerzo de Elba Soto para traducir esta sugestiva obra, pero me interesa mencionar que, luego de un par de lecturas exhaustivas, es evidente la reiteración del ilativo “mas” un ilativo que es cópula abierta entre palabras, frases y oraciones, que no atrapa la lectura en una distinción unidireccional, sino que abre la compresión hacia lo otro, que es lo mismo y es la diferencia, así como Orlandi reitera, lo que es posiblemente la marca distintiva de su gran ensayo: ese mas que no es un pero, sino un aún, en el contexto de un libro fruto, como ella misma señala, de sus clases y de solicitudes editoriales, en la simpleza de su pretensión conlleva algo más profundo: el análisis de discurso no es el encierro en la selva semiótica, sino que es la recuperación de la materialidad del lenguaje, para que este, en su expresión tanto poética como retórica, sea una forma axiomática de ese pensamiento diferente, el crítico, el disímil que aún puede lograr ser el de siempre.

Nota

* Este texto corresponde a la presentación del libro, realizada en la Sala Nemesio Antúnez de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación en noviembre de 2012.


Resenhista

Miguel Alvarado Borgoño – Doctor en Ciencias Humanas mención Literatura y Lingüística. Postdoctorado en Ciencias del Lenguaje Universidad de Göttingen.


Referências desta Resenha

ORLANDI, Eni. Análisis del discurso. Principios y procedimentos. Trad. Elba Soto. Santiago: LOM Ediciones; UMCE, 2012. Resenha de: BORGOÑO, Miguel Alvarado. Contextos – Estudos de Humanidades y Ciencias Sociales. Santiago, n.29, p. 125-128, 2013. Acessar publicação original [DR]

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