El reciente volumen de Diane Gifford-Gonzalez (2018) es una referencia fundamental para la zooarqueología. Se trata de una obra muy abarcativa, que estuvo en preparación por veinticinco años, según cuenta la propia autora (Grad 2018), y que trata una multiplicidad de temas de diferente nivel de generalidad. Uno de sus principales valores consiste precisamente en que aborda desde cuestiones epistemológicas que subyacen a todo análisis hasta otras más prácticas con las que el zooarqueólogo debe lidiar. En este sentido, es uno de los trabajos más originales y completos de la literatura zooarqueológica moderna.
Contribuye a ello que se nutre de ejemplos de todo el mundo, incluida la región neotropical y específicamente Argentina, lo que suma cierta familiaridad al tratamiento de los diferentes temas. Además, el libro contiene numerosas ilustraciones que contribuyen a transmitir la información, lo que lo vuelve muy claro y de fácil lectura. El hecho de que cada capítulo incluya sus propias referencias bibliográficas facilita la búsqueda de las fuentes referidas. Además, el volumen cuenta con un detallado índice temático al final.
Diane Gifford-Gonzalez (Department of Anthropology, University of California, Santa Cruz, EEUU) es una de las principales referentes en la zooarqueología y la tafonomía. Ha publicado numerosos trabajos, entre los que se incluyen muchas contribuciones fundamentales sobre la teoría y los métodos de estas disciplinas. Es una de las primeras arqueólogas formadas en el estudio de restos faunísticos, y su perspectiva es ampliamente internacional. Ha llevado a cabo investigaciones en África y Norteamérica, ha brindado seminarios en diversos países y se ha nutrido de las investigaciones realizadas en todos ellos. La influencia de sus siempre renovadas ideas es altamente significativa en la zooarqueología y tafonomía globales, en particular en Argentina, país que visitó en 2007 ( International Council for Archaeozoology [ICAZ] 2007).
El libro consta de cinco secciones que contienen un total de 26 capítulos. Las primeras secciones consisten en una introducción a la zooarqueología y a su historia. Desde aquí se evidencia la perspectiva internacional de la autora, que incluye una historización de la disciplina en diferentes países. Además, es destacable la perspectiva de la zooarqueología en el marco de las grandes preguntas de la arqueología. Otro aporte significativo de esta parte del libro –y que constituye una de las contribuciones más valiosas de la obra– es la síntesis de las consideraciones filosóficas y epistemológicas subyacentes a las investigaciones zooarqueológicas. Además de abordar la naturaleza de la causalidad en los sistemas biológicos y de sistematizar conceptos clave como los de analogía y uniformismo, aquí Gifford-Gonzalez desarrolla su concepción de un abordaje basado en los productos, que es uno de los aportes fundamentales de la autora a los campos de la zooarqueología y la tafonomía. Dicho abordaje es relevante a diferentes modelos y marcos teóricos, ya que el contexto más general, o sea, el nivel inferencial de mayor amplitud, puede ser de diferente naturaleza de acuerdo con la perspectiva que adopte el investigador.
La segunda sección del volumen trata sobre la naturaleza de las evidencias, en particular de los vertebrados. Esta sección incluye un capítulo sobre cuerpos y restos de vertebrados como materiales uniformes, donde se tratan las propiedades de huesos, dientes y otros tejidos animales, y otros capítulos sobre las propiedades intrínsecas de los huesos. Uno de ellos aborda la cuestión de por qué los animales comen animales, y trata temas tales como los requerimientos nutricionales que aportan los alimentos de este origen y sus variaciones. En esta sección también se trata de cómo podemos determinar taxones e inferir tamaño corporal, sexo y edad de los animales a partir de sus huesos y dientes, y la relevancia de estas cuestiones para la zooarqueología, considerando aspectos tales como la distinción de animales silvestres versus domésticos y la inferencia de la estacionalidad de las ocupaciones arqueológicas a partir de los recursos animales utilizados. Atravesando esta sección, como en toda la obra, se tratan los distintos aspectos tafonómicos que condicionan los patrones inferidos en el registro arqueofaunístico.
La siguiente sección trata sobre los abordajes prácticos del análisis zooarqueológico, desde el campo hasta el laboratorio y más allá. Incluye un capítulo sobre recuperación en campo, métodos de laboratorio, registro de datos y curación, donde se abordan todos los pasos, desde el diseño de una investigación hasta la generación de datos y su archivo. Luego se tratan temas centrales en todo compendio sobre zooarqueología, como lo son la identificación, incluidas las decisiones de clasificación y sus consecuencias analíticas, y las unidades básicas de cuantificación y su relación con las preguntas de investigación.
Sigue una sección que presenta una descripción muy detallada de la identificación de procesos causales, efectores y actores (sensu Gifford-Gonzalez 1991), a partir del abordaje basado en los productos. Esta parte incluye un capítulo sobre la fragmentación ósea de origen antrópico, animal y geológico. Otros dos capítulos tratan sobre los efectos de los actores naturales sobre los huesos, incluyendo mamíferos carnívoros, ungulados y roedores, además de reptiles y aves. Aparte de considerar en detalle las trazas de estos diferentes actores, la autora aborda las condiciones bajo las cuales ellas varían. De este modo trasciende los tratamientos meramente descriptivos o metodológicos del tema, como lo hace a lo largo de todo el trabajo. Los dos capítulos siguientes versan sobre los efectos del comportamiento humano en los huesos, y abarcan todas las actividades, desde el corte y la percusión hasta el procesamiento culinario y la conservación, y sus implicancias. Aquí dedica un apartado al omnipresente problema de la equifinalidad, y también uno a la posibilidad de discernir arqueológicamente el descarte derivado de actividades culinarias domésticas. Luego aborda los efectos de invertebrados, de plantas y de procesos geológicos, tanto bioestratinómicos como diagenéticos, en el registro faunístico.
Finalmente, una última sección incluye un rico análisis sobre la inferencia de los contextos de comportamiento, sociales y ecológicos, enfocada en los niveles inferenciales de mayor generalidad. Esta, junto con la tercera, conforma una de las partes más originales de esta comprehensiva obra, e incluye un capítulo sobre el análisis de conjuntos formados por múltiples agentes, un desafío al que todo zooarqueólogo y tafónomo deben enfrentarse. La utilidad de este capítulo yace no solo en que trasciende la más clásica descripción de los efectos de cada actor, o bien de las diferentes trazas más allá del actor que las produce (Fernández-Jalvo y Andrews 2016), para evaluar la complejidad de conjuntos reales, sino que además lo hace con ejemplos concretos. Otro capítulo se centra en el uso de unidades de cuantificación y estadística. Mientras que estos aspectos son tratados en profundidad en otros volúmenes (e.g., Lyman 2008), este trabajo se centra en sus usos en el marco del razonamiento zooarqueológico, en función de los objetivos de la investigación. Los siguientes capítulos de esta sección abordan las problemáticas de la desarticulación de los vertebrados, su dispersión, desmembramiento y transporte selectivo, y específicamente el transporte selectivo mediado por la nutrición; la durabilidad ósea; los perfiles de mortalidad; abundancia de especies y diversidad taxonómica; y las perspectivas de los estudios de isótopos, genética, ecología histórica y conservación, incluyendo las implicaciones de la zooarqueología aplicada. Estos capítulos se nutren, también, tanto de consideraciones teóricas, como de ejemplos concretos que los enriquecen. Los últimos capítulos de esta sección atañen a los marcos interpretativos más generales, y tratan de la relación de la zooarqueología con la ecología del comportamiento y con el estudio de las relaciones sociales, salpicados de cuestiones concretas sobre cómo abordar las grandes preguntas, así como del presente y futuro de la zooarqueología, donde la autora aporta su perspectiva más personal y su visión a partir del largo camino recorrido. En este sentido, su apelación a una documentación exhaustiva de los materiales arqueofaunísticos que estudiamos, que está en la base de cualquier análisis más sofisticado, así como a una descripción explícita de los métodos que empleamos para su análisis, asumen una gran relevancia como criterios que iluminen la zooarqueología de las próximas décadas.
En suma, tal como enuncia el título del volumen, esta comprehensiva obra brinda una introducción a la zooarqueología o, más bien, mucho más que una mera introducción. Ofrece una revisión crítica y bien documentada de la historia y teoría de la disciplina, así como también de una serie de actores y procesos que generan modificaciones óseas, tanto naturales como antrópicas, y sus trazas. Contiene asimismo un compendio actualizado de las estimulantes ideas sobre la naturaleza del registro zooarqueológico y los abordajes más productivos para su estudio desarrolladas por Diane Gifford-Gonzalez a lo largo de décadas, y esta es, en mi opinión, su contribución más valiosa. La autora ha trabajado como pocos la cadena inferencial desde las trazas observables en el registro fósil hasta los niveles inferenciales más generales, incluso desde diversos marcos teóricos, y esa riqueza analítica y claridad argumental atraviesan este volumen. Estos aportes de Gifford-Gonzalez han sido fundamentales en el desarrollo de la zooarqueología y la tafonomía, y constituyen una de las contribuciones más valiosas de esta obra indispensable en la biblioteca de todo laboratorio zooarqueológico.