La escritura de la historia como actividad intelectual y sus posibilidades materiales e inmateriales es un punto de debate muy común entre los historiadores, sobre todo aquellos en el campo de la teoría de la historia y de la historiografía. En los primeros años de carrera, cuando comenzamos nuestra formación, la mayoría de nosotros lo hemos abordado a partir del desarrollo que tuvo especialmente en Europa. Desde el positivismo y el historicismo alemán, la escuela francesa de los Annales hasta las críticas narrativistas, advertimos que la práctica de la escritura estuvo marcada por el contexto de producción en relación a discusiones y debates intelectuales y a la trama política.
Si bien es innegable la influencia de Europa, el desarrollo de la escritura de la historia en América Latina tuvo un camino muy diferente en varios aspectos al de Europa. Betancourt Martínez se encarga en esta obra de reconstruir este recorrido desde mediados del siglo XIX, al calor de las luchas por la independencia y la constitución de los Estados Nacionales hasta mediados del siglo XX, en un espacio no menos complejo: América Latina. No solo por los procesos históricos ocurridos en esta región sino también por las numerosas discusiones que lleva consigo el uso de este término.
Algunos datos sobre el autor
Alexander Betancourt Mendieta es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Caldas, Colombia y es maestro y doctor en Estudios Latinoamericanos (Historia) por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autor de diversos trabajos orientados al estudio de la historia intelectual y a la historiografía. Entre ellas podemos destacar “Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia” (2007) e “Historia, ciudad e ideas, la obra de José Luis Romero” (2001). Ha publicado artículos y capítulos de libros en revistas científicas que abordan estas temáticas. Actualmente es profesor–investigador de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Un recorrido sobre la obra
La obra está compuesta por una introducción y cinco capítulos. En la primera, Betancourt Mendieta expone los postulados y presupuestos a partir de los cuales se desarrolla su obra. Allí no solamente se encuentra su hipótesis principal, sino también su perspectiva analítica. Al ser un recorte espacial y temporal tan complejo, toma como referencia el paradigma indiciario de Carlo Ginzburg. El autor muestra la necesidad de circunscribir su objeto de estudio, en este caso la escritura de la historia, enlazándolo con procesos mayores: la construcción del pasado nacional en América Latina. Además, incorpora la perspectiva comparada, ya que a lo largo del libro hace referencia a las peculiaridades del caso europeo para contrastarlo con América Latina. Otro aspecto importante a destacar de esta obra es su apelación continua al trabajo de distintos intelectuales del período analizado en diferentes puntos de la región, con el fin de ejemplificar aquellos puntos clave para comprender la situación latinoamericana.
En el capítulo I “El pasado y la escritura” parte afirmando que tanto en Europa y América el contexto político y cultural del siglo XIX es el que dará origen a los procesos de profesionalización en la historia. Pero, en América esto dio lugar a un desarrollo con particularidades propias. La consolidación de la práctica de la escritura de la historia en Latinoamérica estuvo atravesada por los procesos políticos y sociales del siglo XIX, correspondientes a las disputas y avatares de la búsqueda del fortalecimiento de los Estados Nacionales. En este contexto tan conflictivo fue difícil el surgimiento de instituciones donde se desarrollará la discusión y la posibilidad de la “historia profesional a la europea”. Ante las urgencias del “largo siglo XIX”, la pregunta ¿Historia para qué? tuvo un lugar central y todavía más su respuesta: “Para construir la nación”. La imperante necesidad de un relato nacional que justificara la existencia de las nuevas naciones determinó el objeto de estudio, el tipo de escritura y quienes serían los mejores aptos para llevar a cabo esta tarea.
La base operativa de toda esta actividad así como también de su difusión y consolidación de la “nación cívica” que generara pertenencia de los ciudadanos al Estado nacional fue el mundo letrado, es decir el mundo de los hombres dedicados a la actividad de la escritura considerada como ejercicio del intelecto. Ante el contexto político de aquellos años, estos “hombres de letras” se pusieron al servicio de la construcción de la nación a través de argumentos para justificar la ruptura con el orden colonial y la necesidad de construir nuevos Estados nacionales.
Es por esto que, ante esta urgente necesidad, no se dio lugar a la generación de instituciones y espacios ni a las discusiones o debates en torno a lo metodológico y/o epistemológico que dieran la posibilidad de la construcción de nuevos conocimientos.
De esta manera prevaleció la forma de los círculos de notables del mundo literario, de carácter privado y de pertenencia exclusiva. La mayoría de estos hombres estaban ligados al poder político-administrativo y en algunas ocasiones ya lo ejercían. El ejercicio de escribir se dio en el esquema “funcionario-escritor”, y esta actividad les daría prestigio social y reconocimiento ante la función que cumplían. Como afirma Batancourt: “La literatura fue comprendida como un ‘órgano de la vida civilizada’ y el escritor como un actor social con un rol decisivo: ser el sujeto capaz de explicar, relatar, consagrar y trazar las posibilidades del ‘progreso’ de las nuevas naciones”. (p. 23)
Otro aspecto importante para Betancourt está en la relación entre la imposición de una determinada cronología que organiza los relatos en función de los usos del pasado: “la Colonia” y “la Independencia”, y la continuación de un relato que tendría relación con el futuro “hacia el progreso de la Nación”.
Con el pasar del tiempo, ya en las primeras décadas del siglo XX, al calor de la coyuntura del período entre las dos guerras mundiales y de las críticas contra el modelo liberal, se comenzaron a tejer en cada espacio nacional latinoamericano reinterpretaciones sobre el pasado y su función en ese presente, así como las prácticas y metodologías empleadas hasta ese momento.
En el capítulo II “La escritura de la historia: el pasado, las instituciones y la ciencia”, Betancourt Mendieta se aboca al desarrollo mismo de las instituciones en el cual se enmarcó la práctica de la escritura de la historia y sus posibilidades de desarrollo. Siguiendo la hipótesis del primer capítulo, el autor sostiene la existencia de las asociaciones letradas como las encargadas de las actividades referentes a la producción de conocimiento. Ante la inestabilidad política, propia del contexto y los escasos recursos materiales con los que los recientes Estados contaban, estas asociaciones se congregaron a partir de intereses privados. Si bien, en algunas ocasiones intentaron correrse del ámbito político, muchas veces contaron con el apoyo del Estado que necesitaba de ellas ante la inmensa tarea de construir una cultura común que justificara la pertenencia de los ciudadanos a la nueva nación. Entre fines del siglo XIX y principios del XX, estas asociaciones letradas fueron desplazadas a un segundo lugar ante la aparición de instituciones educativas como las facultades universitarias, museos, bibliotecas e institutos especializados que mantenían un carácter más público que las primeras. Sin embargo, ambas formas se sostuvieron y coexistieron. El surgimiento de este nuevo entramado institucional daría origen a la posibilidad de la reflexión sobre el oficio del historiador y a la conjunta profesionalización. A lo largo de este capítulo, el autor compara cómo fue el desarrollo de este último proceso en Europa y como fue en América.
En el capítulo III “Del momento letrado: hombres de letras y revistas”, Betancourt avanza sobre los cambios producidos sobre la escritura de la historia, al calor de las transformaciones sociales, políticas y económicas entre fines del siglo XIX y el año 1930. La figura del escritor y del lector también cambiaron. Las novedades que trajeron las nuevas formas de consumo como la edición masiva de revistas y periódicos, más la proliferación de obras literarias se debieron a la ampliación del escenario de lectores que ya no era ese pequeño círculo de mediados del siglo XIX. A su vez, la imagen del escritor también se vio alterada por los cambios producidos hasta ese entonces por las reformas universitarias y la consecuente profesionalización. Sin embargo, esto no modificó totalmente la práctica de escribir que siguió basada en aproximaciones generales y en el “talento” para abordar cualquier tema, prefiriendo la difusión sobre todo antes que la especialización profesional. Eso se debió a que no había una referencia teórica principal a partir de la cual construir los relatos.
En este mismo período, nace la voluntad de generar un discurso americanista que tenía como fin promover la unidad entre los países americanos en el marco de continuas políticas imperialistas. Después de las constantes intervenciones de Estados Unidos en América Latina y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial en Europa, este primer planteamiento se modifica a favor de un discurso que trata de rescatar la idea de latinidad en América Latina en contraste con el hemisferio norte del continente, marcando una “diferencia racial”. De esta manera, se generó un nuevo horizonte a seguir, tratando de salir de los marcos nacionales y en búsqueda de aquello que nos unía “culturalmente”.
En el capítulo IV “De las revistas a las instituciones: los inicios del momento profesional”, el autor expone las transformaciones producidas a partir de la Reforma Universitaria de 1918 y el surgimiento de instituciones que buscan la profesionalización de las ciencias sociales y las humanidades, cuyos resultados se verían recién a mediados del siglo XX. Esta clase de proyectos tuvo lugar sobre todo en el marco de las universidades. Mientras tanto se sostuvieron los modelos de la sociedad letrada decimonónica y siguieron apostando a la publicación de obras tanto sobre el presente y sobre el pasado en periódicos y revistas culturales. Por otra parte, tras la Gran Guerra y la Revolución Bolchevique en Rusia, cambia el eje de referencialidad que se tenía sobre Europa y su supuesta superioridad y capacidad de estudiar a América. De esta manera, surge la necesidad de marcar las diferencias nacionales y del subcontinente latinoamericano y resaltar el discurso antiimperialista.
En el capítulo V “La idea de América: un instituto, un proyecto y la mirada continental”, Beancourt analiza el contexto de creación del Instituto Panamericano de Geografía e Historia en 1928. A partir de este proyecto se buscó materializar la idea de pensar una mirada latinoamericana construida a partir de la propia América Latina. En este período quedó claro que lo que ocurría en un lugar del mundo afectaría a otro, esto motivó al abandono de perspectivas netamente nacionalistas y a la búsqueda del desarrollo de una perspectiva más mundial de la historia. La ola de cambios producidos en estas dos primeras décadas del siglo XX, llevaron a revisar los presupuestos metodológicos y epistemológicos que se habían establecido en el siglo XIX bajo los cuales se erigía el oficio del historiador; y a proponer nuevos horizontes en la producción e investigación histórica. En este contexto, nace esta propuesta institucional supranacional en el marco de la VI Conferencia Internacional Americana, que primero tuvo como objetivo la producción de estudios geográficos, pero luego, tras una serie de observaciones al proyecto original, se incluye la necesidad de sumar los estudios históricos como parte de las tareas de esta institución. En este capítulo, el autor expone las vicisitudes por las que va a tener que transitar para llevar a cabo semejante proyecto, dado el carácter internacional de la misma que generó dificultades para ponerse de acuerdo sobre la forma en que se cumplirían los objetivos propuestos y la coordinación de los distintos comités a lo largo del continente. Además, la misma perspectiva americana que querían adoptar fue muy discutida, ya que fue difícil salir de los marcos nacionales y conectarlos en una propuesta de este tipo. Otros de los debates fueron en el orden de lo filosófico: ¿Qué hace a la identidad americana?
¿Una mirada latinoamericana?
En los últimos tiempos surgieron diversas propuestas en torno a las posibilidades de construir relatos que superen a los tradicionales marcos geográficos nacionales. Una de las proposiciones más interesantes de Batancourt en este sentido, ya expuesta en la introducción, cierra el capítulo V de la siguiente manera: “las posibilidades de una historia continental, alentada por los estudios de historia comparada, pueden ser una apuesta para el futuro de la disciplina histórica en una escenario de conocimiento global” (p. 174). En esta misma línea, esta obra nos deja abierta una puerta con más preguntas que respuestas: ¿qué posibilidades existen para construir una historia latinoamericana? ¿Cómo construir una historia latinoamericana que tenga en cuenta las peculiaridades y particularidades dentro del subcontinente?
En síntesis y tomando esta lectura regional y desde una perspectiva comparada, el autor hace un recorrido interesante sobre las posibilidades materiales e inmateriales del surgimiento de la escritura de la historia como labor intelectual y sus posibilidades de institucionalización en América Latina. Las diversas comparaciones y casos que presenta a lo largo de cada capítulo nos muestran que se trata de un proceso complejo y atado a las vicisitudes y avances del propio contexto político, social y económico de cada momento histórico. Pero que, a la vez, la escritura de la historia se convierte en portadora de sentido y comprensión de cada una de estas realidades.
Resenhista
Ayelén Brusa – Universidad Nacional de Córdoba. E mail: ayebrusa_93@hotmail.com
Referências desta Resenha
MENDIETA, Alexander Betancourt. América Latina: cultura letrada y escritura de la historia. México: Anthropos; Siglo XXI Editores, 2018. Resenha de: BRUSA, Ayelén. Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad. Córdoba, n. 25, p. 226-232, 2020. Acessar publicação original [DR]
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