Aculturaciones. El vacío de la cultura o el delirio de la identidade | Miguel Alvarado
Su última entrega, Aculturaciones. El vacío de la cultura o el delirio de la identidad es un nuevo intento de Miguel Alvarado de definir nuestro ser esencial y profundo, la entraña cultural de las naciones americanas y sus problemáticas socioculturales actuales a través de una práctica literaria delirante que rebasa con mucho los imperativos técnicos de la escritura científica para inscribirse en un discurrir holístico y transdisciplinar, superador de la andanza antropológica, del examen sociológico de circunstancia, de la crítica literaria convencional, del recuento histórico de manual… este libro no necesita de palabras bienhechoras que lo introduzcan en algún canon, porque ha sido soñado y concebido fuera del canon, de cualquier atadura metodológica que lo someta a tiranías genéricas o estilísticas.
En realidad, el volumen deviene prolongación de otras propuestas del autor: resulta evidente la presencia de Antropología Literaria en Aculturaciones, pues ambos textos dialogan y se complementan, pero a este último le asiste la particularidad de demostrar, -a partir del recuento por la historia de la cultura y la educación latinoamericana y chilena- la existencia de una vocación antropológica sempiterna en la producción intelectual continental, concretada en producciones verbosimbólicas que han sido ceñidos a géneros literarios específicos y por lo tanto, comprendidos e interpretados esencialmente en tanto producciones literarias y no como creaciones antropológicas.
No estamos aquí ante una simple yuxtaposición de ensayos, sino que estamos presenciando ejercicios hermenéuticos que, a mi modo de ver, tienen en común una tesis esencial: la importancia del signo estético en la recreación de los procesos histórico–culturales en nuestro continente, encontrando peculiaridades concretas en el contexto sociocultural que las vio nacer: la sociedad y cultura chilenas.
No escapan a las reflexiones teóricas acerca de definiciones trascendentales como cultura, identidad en sus diversos matices, sincretismo religioso, entre otros, el justo homenaje a figuras de la envergadura ética y estética de Nicolás Palacios, Domingo Faustino Sarmiento, José María Arguedas, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Miguel de Cervantes y otros, cuyas menciones me han incitado a encontrar analogías en algunas figuras de la cultura cubana. Invoco especialmente a don Fernando Ortiz, ese sabio nuestro que, como lo hiciera Nicolás Palacios en Chile, se ocupara acá de definir las esencias etnoculturales de nuestra nación, consagrando su vida al estudio de los atributos de lo cubano, hasta ofrecer una caracterización sociosicológica del nuestro ser mestizo e insular. Tampoco olvido a uno de nuestros más eminentes ensayistas republicanos, quien, de igual manera, y con tanta hondura, calara en las entrañas de nuestro ser nacional: Jorge Mañach y Robato, a cuyo ingenio debemos hoy uno de los estudios más intensos en torno al sujeto cultural cubano, titulado Indagación del choteo, escrito a inicios del siglo pasado. Mas las disquisiciones manejadas en este libro me remiten inexorablemente al pensamiento intelectual de José Martí, sin duda, hombre síntesis que interpretó el dolor americano y lo hizo suyo, incluyendo en su verbo fundador el dolor del indio, el campesino, el obrero, el niño o la mujer americanos, en una coralidad atronadora cuyos ecos se escuchan aun en nuestras tierras de América.
Cuando Miguel Alvarado invita a la concepción multidisciplinaria de los saberes pienso en la impronta intelectual martiana, quien incursionara en los ámbitos histórico, antropológico y sociológico de su gran patria americana. Desde la escritura periodística, resumió en pocas líneas los gérmenes de nuestro etnos continental, allá en el lejano 1877, a su paso por Guatemala. Me resisto a no traerlas a colación, sobre todo porque ellas están en su libro, subyacentes, respondiendo a varias de las interrogantes implícitas en él:
Interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización americana, se creó con el advenimiento de los españoles un pueblo extraño, no español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la injerencia de una civilización devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso; se creó un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia. Es una verdad extraordinaria: el gran espíritu universal tiene una faz particular en cada continente. Así nosotros, con todo el raquitismo de un infante mal herido en la cuna, tenemos la fogosidad generosa, inquietud valiente y bravo vuelo de una raza original, fiera y artística (José Martí, Obras Escogidas, 2002, La Habana: Ed. de Ciencias Sociales, p. 110).
Resulta indiscutible que la originalidad, fiereza y capacidad artística atribuidas por Martí al ser americano y demostrados a lo largo de su historia cultural lo han dotado de especiales capacidades para la comprensión de su realidad y para trascenderla en emanaciones estéticas impresionantes, cuyo calibre rebasa la ciencia per se, para constituirse en originales producciones a través de las cuales se vislumbran fragmentos de nuestras culturas, de nuestras historias de vida, de nuestras angustias y agonías cotidianas, integrándolas para siempre al imaginario popular latinoamericano.
De especial interés en su libro me resulta el ensayo dedicado a Nicolás Palacios, el que a mi modo de ver constituye un sentido homenaje a esta polémica figura de la intelectualidad chilena, quien dejara para las sucesivas generaciones sus consideraciones ontológicas en torno a la chilenidad y el sujeto cultural nacional, construyendo de esta forma, como bien dice Alvarado, el mito de la chilenidad, a la vez que su obra resulta catalogada por el autor como el esbozo de la antropología filosófica chilena. De esta forma, la obra de Palacios, híbrido entre literatura, filosofía y ciencia quedará en la memoria del hombre de pueblo, quien le deberá el haber gestado su mito originario.
Cuando Miguel Alvarado ofrece su interpretación acerca de José María Arguedas, ese antropólogo y escritor de Los ríos profundos, recuerdo la acertada aseveración de un estudioso de las culturas originarias de Colombia, Hugo Niño, quien en el prólogo a su Literatura de Colombia aborigen (1987) observa las especiales cualidades que debe reunir quien se adentre en la tentadora, pero difícil empresa de rescatar las expresiones literarias orales de las culturas originarias, y exaltando a José María Arguedas, sostiene:
Creo en la necesidad de que converjan las habilidades del lingüista, del antropólogo y del traductor y transcriptor literario… pero esta es una meta por ahora lejana. La iremos acortando en el camino mismo. Quizá el americano que mejor ha reunido estas condiciones es el peruano José María Arguedas, quien por fortuna las empleó en su gran obra, tanto antropológica como literaria, que es no solo patrimonio, sino orientación para quienes buscan la identificación de una cultura nacional americana, unida en su diversidad. El mestizaje (Hugo Niño, Literatura de Colombia aborigen. 1978, Ed. Instituto Colombiano de Cultura, p. 35).
Es esta una propuesta artística que corresponde al acervo continental, por resumir en sus páginas el conflicto existencial del ser americano escindido, que se debate entre los avatares del llamado telúrico y la educación occidental de que ha sido objeto. Su autor, sujeto que ha vivenciado la experiencia quechua, poseedor de ella, ha puesto sobre el tapete el conflicto cultural entre la cultura quechua y la occidental a partir de la configuración de personajes complejos que constituyen, desde mi punto de vista, constelación simbólica que define el estatuto cultural americano. Después de un análisis argumental, de personajes y conflictos sociales reflejados en la obra deArguedas, el autor esboza la tesis fundamental que resulta del análisis, la cual constituye tema de esta pieza cumbre de la cultura latinoamericana: la primacía en nuestras tierras americanas de la diversidad cultural en detrimento de la interculturalidad. La obra es, desde su punto de vista, la demostración de la coexistencia de culturas, pero solo eso, pues estamos ante la contraposición de mundos cognitivos, valóricos y lingüísticos, como Alvarado Borgoño bien aprecia.
“El Tila”… ese personaje asombroso que se incluye en el análisis aporta el aliño necesario a esta construcción particular del autor, que no deja de ser híbrida. Su contradictoria personalidad me llena de interrogantes, pero sobre todo, no dejo de preguntarme quién fuera “El Tila” en un contexto de inclusión social, donde, antes que lidiar con el delincuente común existiera la voluntad de rescatar al escritor y pensador que indiscutiblemente está en él.
Sin dudas, el segmento dedicado a la literatura antropológica chilena y el estudio de casos me resulta más conocido, sin embargo, aquí creo estar en presencia de una explicación más completa en torno al fenómeno chileno, que considero curioso y auténtico. El hecho de lograr la trascendencia mediante la trasgresión discursiva a favor de la imaginación y la fantasía me parece un acto posible y plausible. No se está con ello, renunciando a la práctica antropológica, se está, a mi modo de ver, intertextuando creativamente, lo que acorta la distancia entre la gente común su propia cultura.
En las líneas de Aculturaciones presiento una ansiedad legítima a favor de la inclusión etnocultural en América Latina, un reconocimiento real de la alteridad, una definición clara de quién o quiénes son los “otros” en nuestro contexto. Comparto su ansiedad pero confío en la profecía martiana:
Toda obra nuestra, de nuestra América robusta, tendrá, pues, inevitablemente el sello de la civilización conquistadora; pero la mejorará, adelantará y asombrará con la energía y creador empuje de un pueblo en esencia distinto, superior en nobles ambiciones, si herido, no muerto, ya revive! (José Martí, Íbid., p. 110).
Este esfuerzo intelectual ha despertado en mí sueños e interrogantes. ¿Qué otra cosa se podría pedir?
Resenhista
Ana Iris Díaz Martínez – Decana Facultad de Humanidades Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, Cuba.
Referências desta Resenha
ALVARADO, Miguel. Aculturaciones. El vacío de la cultura o el delirio de la identidade. Santiago de Chile: Cuarto Próprio; UMCE, 2013. Resenha de: MARTÍNEZ, Ana Iris Díaz. Contextos – Estudos de Humanidades y Ciencias Sociales. Santiago, n.29, p. 135-138, 2013. Acessar publicação original [DR]